Soler Dionísio Areopagita

Josep Soler — Pseudo Dionísio Areopagita
DIONISIO AREOPAGITA
Supuesto convertido por Pablo de Tarso en el Areópago (Actas, 17, 16-34), la autenticidad de esta atribución se admitió hasta el Renacimiento; el autor de «cartas sublimes» sobre «teología» vino a ser, a través de la Passio sanctissimi Dionysii de Hilduino (PL 106, 23-50) (benedictino muerto en 850), el glorioso mártir de París; así, por la autoridad que les confería el supuesto hecho de que su autor era un discípulo de Pablo, del que había bebido directamente sus enseñanzas, los escritos del corpus areopagita hallaron una difusión y una aceptación que, en si, y por sus propios méritos teológicos, arcanos y complejos, o por su doctrina, muy probablemente no habrían alcanzado de no haberse revestido desde un principio de la autoridad que les confería la persona de Pablo de Tarso.

La ideología, o el talante de los escritos del Pseudo-Dionisio no eran, por lo menos en su apariencia, tranquilizantes para los dogmáticos censores que hubiesen analizado estos libros sin la patente que les concedía el que su autor se manifestase discípulo del «divino» Pablo. Muy probablemente habrían sido declarados heréticos caso de no hallarse protegidos por la autoridad y el prestigio de éste: la verdadera intención con que fueron redactados, el porqué este neoplatónico, este «Proclo cristianizado» concebió una síntesis en la que el pensamiento platónico se veía recubierto, enmascarado, por una ideología más o menos cristiana, probablemente jamás será puesto a la luz ya que sólo conjeturas podemos hacer sobre su autor, su situación en el campo filosófico y religioso así como la fecha exacta de su composición.

Resumiendo lo que de él nos dice Rene Roques en Dictionnaire de Spiritualité, Vol. 3, cols. 244 y ss. (Paris, 1957) podemos aceptar como lo más probable que las obras del Areopagita se escribieron entre finales del siglo v, bajo una indudable y muy fuerte influencia de Proclo (en estos escritos se menciona el canto del credo en la liturgia de la misa; muy probablemente la doctrina cristológica que de ellos se desprende está relacionada con las fórmulas del Henótico del emperador Zenón (482)) y comienzos del siglo vi, concretamente, por los alrededores de 510: la primera citación auténtica de los escritos areopagíticos se halla en la tercera Carta de Severo de Antioquia a Juan el higúmeno, datada en 510; ver a este respecto, Stiglmayr, obr. cit. en bibliografía, páginas 47-48.

El crédito de que gozaron las obras del Pseudo-Dionisio en la Edad Media y el Renacimiento fue inmenso y quizás aún no ha sido evaluado en su justo valor: el concepto de jerarquía, rígidamente aplicado a su concepción del mundo (y que, más tarde, hallará por parte de la Iglesia una aplicación férrea, desembocando, a través de la contaminación ideológica del poder civil, en la sacralización de los «mandos» de los estados fascistas), se deriva y halla su base en una estricta aplicación al cristianismo (cfr.: Dictionnaire de Spiritualité, Vol. 3, cols. 265, 266 y ss.), por lo menos en su vocabulario, de los «temas mayores de las cosmologías antiguas, Platón, Aristóteles, las doctrinas herméticas, etc. convergiendo todos ellos en la elaboración neoplatónica de Plotino y, en este caso particular, muy concretamente, de Proclo»: así, la primera Tríada angélica se relaciona «directamente con la Divinidad como en Proclo, cuya primera Tríada es la única que se relaciona con la Hénada sin intermediario alguno» (vid.: L’Univers Dionysien, págs. 76-78).

Pero las verdaderas intenciones y motivaciones del Pseudo-Dionisio al escribir sus obras y al atribuirse tanto su filiación espiritual con Pablo de Tarso y el místico «Hieroteo» (del que también se dice discípulo y de quien explícitamente cita dos supuestos fragmentos en Los Nombres Divinos; vid. infr.) así como un enorme «corpus» de obras teológicas que muy probablemente jamás escribió ni existieron (la Teología Simbólica, Sobre el Alma, etc., tratados estos que se van aludiendo en varias de sus obras «auténticas»; así, la Teología Simbólica en la )erarquia Celestial y en la Epístola IX, etc.) quedan oscurecidas por una real y esencial ambigüedad: el autor del «corpus» dionisíaco fue un cristiano sincero, imbuido de filosofía platónica, intentando un sincretismo quizás imposible o fue un neoplatónico que disfrazó la exposición y difusión de los principios de su escuela, ya en la agonía, bajo una capa de ideas cristianas por oportunismo o por creer posible un maridaje que, aún hoy día, nos parece equívoco y muy difícilmente realizable.

Véase sobre este punto: Kojève, A., Essai d’une histoire… (vid. bibliografía), Tomo III, pág. 257, y la asimilación, subjetiva y sin pruebas convincentes y objetivas, del Pseudo-Dionisio a Damascio; no deja de ser interesante esta remota posibilidad y, en ciertos momentos, parece oirse en éste un vasto eco del talante del areopagita, no sólo en la apófasis radical del conocimiento y la imposibilidad esencial de conocer al Uno, sino también en ciertas expresiones que parecen escritas por la misma persona aunque ambos pudieron beber en la misma fuente. Léase el siguiente texto de los Oráculos Caldaicos (que incluyen ciertos fragmentos de Damascio) (Edit. des Places, É., París, 1971) y compárese a los Caps. I, II y III (especialmente el I) de la Teología Mística: «II existe un certain Intelligible… il ne faut donc pas concevoir cet Intelligible avec véhémence, mais par la flamme subtile d’un subtil intellect… en y portant le pur regard de ton âme détournée (du sensible), tendre, vers l’Intelligible un intellect vide (de pensée), afin d’aprendre (à connaître) l’Intelligible, parce qu’il subsiste hors (des prises) de l’intellect (humain)» (pág. 66).

La verdadera razón por la que se forjó este fraude literario — y moral — , muy probablemente se nos escapará siempre; ello no es un obstáculo para que constatemos la inmensa influencia que estos escritos ejercieron en la Edad Media y, de modo más o menos indirecto, en nuestros días.

Su rígido sistema de la jerarquía y la estructuración escalar con que el Pseudo-Dionisio contempla la sociedad mundana y la «divina», tuvo una influencia decisiva en la estructuración del elemento eclesiástico y, por ende, de toda la sociedad cristiana medieval y la que aún perdura en la actualidad — aunque ya en una agonía irreversible — : este concepto jerárquico presupone un autoritarismo, una dictadura de la élite «escogida», que llegó a anular cualquier posibilidad de iniciativa personal y de responsabilidad subjetiva; hasta la Reforma no aparece el individuo como tal y bien sabido es el atroz camino que la conciencia individual tuvo que recorrer para emanciparse del abrazo estrangulador de la Iglesia Romana: los nombres de Savonarola, los Cátaros, Giordano Bruno, Galileo, el pueblo judío, por citar entre nombres colectivos o individuales, a los más conocidos (y lejanos en el tiempo, viniendo a ser así arquetípicos), patentizan con su martirio la intolerancia de la jerarquía iluminada desde la «cumbre» y que no deja ninguna posibilidad al libre actuar y sentir de la conciencia individual: a este respecto la jerarquía eclesiástica se sitúa en el mismo nivel moral que la jerarquía nazi y por ello, por una afinidad electiva o de «partido» no es de extrañar la ambigüedad con que Roma actuó frente al Nacionalsocialismo ya que indudablemente existía y existe una secreta simpatía de hermanos en la estructura.1

(Gore Vidal, en una entrevista de Robert Blair Kaiser en Playgirl — marzo 1975 — , observa: …Why is it that no Román Catholic country has ever developed a democracy?).

Así, Dionisio, discípulo de Plotino, Proclo y Damascio — y como caso extremo, enmascarando bajo su nombre la personalidad de este último — , refleja, a través de una terminología y un supuesto talante cristiano, una concepción del mundo y su base o «fondo» creador y sustentador, esencial y estructuralmente platónica: mas la raíz en la que halla su sustento y que viene desarrollada a través de su experiencia — personal y particular — , es básicamente Proclo y Damascío: a estos autores habría que estudiar y profundizar para poder establecer un punto inicial de fondo sobre el que asentar un análisis riguroso del «corpus» areopagítico.

Para un estudio sobre las ideas esenciales que se expresan en sus obras véase la breve pero excelente introducción que encabeza la edición inglesa de Los Nombres Divinos por C. E. Rolt (vid. bibliografía I); en ella, Rolt analiza las «ideas conductoras» de Dionisio; la naturaleza de la Deidad en sí, su relación con lo creado, el problema del mal, el intelecto ante Dios, el «apex» del alma en contacto con Él, psicología de la contemplación mística, etc.; nos referimos a esta introducción como punto de partida para sugerir un análisis más extenso empleando todas las posibilidades actuales aunque para ello faltarían ediciones críticas de las obras de Damascio y del Pseudo-Dionisio.


  1. Nótese la opinión del Cardenal Faulhaber sobre Hitler: …«a diferencia de los gobiernos de la época de las controversias parlamentarias, él no deja que los acontecimientos se presenten, sino que dirige su curso. Además, sabe ser solemne y casi amable, como cuando dice: ‘El individuo no es nada; el individuo muere. El Cardenal Fuelhaber morirá; Adolf Hitler morirá. Esto le hace sentirse a uno recogido y humilde ante el Señor.’ Sin duda alguna, el Canciller vive en un estado de fe en Dios», (informe del Cardenal Fuelhaber a los obispos alemanes y al Vaticano después de una visita al Canciller el 4 de noviembre de 1936), citado en Grunberger, R.: Historia social del Tercer Reich, pág. 100 (Barcelona, 1976). Véase asimismo, en el citado libro el cap. 29, La Religión, especialmente las págs. 461 («Los objetivos del gobierno del Reich son los mismos que se propone, desde hace largo tiempo, la Iglesia católica», afirmación del obispo católico Bürger), 472, 474 y muy especialmente la 475.