Anteriormente dije con referencia al vacío o la desnudez, que el alma, cuanto más transparente, desnuda y pobre esté y cuanto menor sea el número de criaturas que tiene, y cuanto más vacía se conserve de todas las cosas que no son Dios, tanto más puramente aprehenderá a Dios y a tantas más cosas dentro de Dios y tanto más será una con Dios, y su mirada penetrará en Dios y Dios la mirará cara a cara como transformada en su imagen, según dice San Pablo (Cfr. 1 Cor.13,12 y 2 Cor.3,18). Exactamente lo mismo digo ahora, también, de la igualdad y del ardor del amor; pues, en la medida en la cual una cosa se asemeja más a otra, en esta misma medida va corriendo hacia ella con mayor rapidez, y su corrida le produce más felicidad y deleite; y cuanto más se aleje de sí misma y de todo cuanto no es aquella (cosa) hacia la cual va corriendo, y cuanto más disímil (se haga) con respecto a sí misma y a todo cuanto no es aquella (cosa), tanto más se asemejará cada vez a aquella hacia la cual va corriendo. Y como (la) igualdad emana de lo Uno y atrae y seduce a causa de la fuerza y en la fuerza de lo Uno, no hay descanso ni contento ni para lo que atrae, ni para lo que es atraído, hasta que ambos sean aunados en uno. Por eso dijo Nuestro Señor por’ boca del profeta Isaías – cito según el sentido -: No me satisface ninguna semejanza insigne y ninguna paz del amor hasta que Yo mismo no me revele en mi Hijo y arda y sea encendido en el amor del Espíritu Santo (Cfr. Isaías 62,1). Y Nuestro Señor le pidió a su Padre que nosotros, antes que ser solamente unidos (con Él), fuéramos uno con Él y en Él. Para esta palabra y esta verdad poseemos, también en la naturaleza, en lo externo, una imagen visible y un testimonio (concreto). Cuando el fuego surte su efecto y enciende la leña haciéndola arder, el fuego hace la leña muy fina y disímil a sí misma y le quita la robustez, el frío, el peso y la acuosidad y va asemejando la leña cada vez más a él mismo, o sea el fuego; sin embargo, tanto el fuego como la leña no se tranquilizan ni sosiegan ni conforman, sea cual fuere el calor, el ardor y la similitud, hasta que el fuego nazca él mismo en la leña, transmitiéndole su naturaleza y su esencia propias de manera que todo sea un solo fuego igual a ambos, sin distinción, ni más ni menos. Y por ello, hasta que se llegue a ese punto, hay siempre humo, combate, chisporroteos, esfuerzos y desavenencias entre (el) fuego y (la) leña. Pero cuando se ha quitado y alejado cualquier desigualdad, el fuego se sosiega y la leña enmudece. Y yo digo además, conforme a la verdad, que la potencia oculta de la naturaleza odia en secreto la similitud por cuanto lleva en sí diferencia y desdoblamiento, y busca en ella lo uno que es lo que ama en la similitud y sólo por amor de lo uno, así como la boca busca y ama en el vino y con respecto a él, el sabor o la dulzura. Si el agua tuviera el sabor propio del vino, la boca no preferiría el vino al agua. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Y por esta razón he dicho que el alma odia la similitud en la similitud y no la ama en sí y a causa de ella, sino que la ama a causa de lo Uno que se halla escondido en ella y es verdadero «Padre», un comienzo sin comienzo alguno, «de todos» «en el cielo y en la tierra». Y por eso digo yo: Mientras se encuentra y aparece aún una similitud entre el fuego y el leño, no hay en absoluto verdadero placer ni silencio ni descanso ni satisfacción. Y por ello dicen los maestros: El devenir del fuego se realiza en el combate, la excitación, el desasosiego y el tiempo; pero (el) nacimiento del fuego y (el) placer se realizan sin tiempo y distancia. (El) placer y (la) alegría, a nadie le parecen ni largos ni distantes. A todo cuanto acabo de decir se refiere nuestro Señor cuando dice: «La mujer, cuando da a luz al niño, siente angustia y pena y tristeza; pero cuando ha nacido el niño, se olvida de la angustia y pena» (Juan 16,21). Por eso Dios, también nos dice y advierte en el Evangelio, que roguemos al Padre para que nuestra alegría llegue a ser perfecta (Cfr. Juan 15,11), y San Felipe dijo: «Señor, haznos ver al Padre y ya nos basta» (Juan 14,8); porque Padre significa nacimiento y no similitud y se refiere a lo Uno en donde la similitud enmudece y se calla todo cuanto tiene apetito de ser. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Digo yo: (La) humanidad y (el) hombre son (dos cosas) distintas. (La) humanidad en sí misma es tan noble que lo más elevado de ella tiene similitud con los ángeles y parentesco con la divinidad. La unión máxima que ha tenido Cristo con el Padre, me resulta asequible con tal de que sepa deshacerme de lo proveniente de esto o aquello, siendo capaz de entenderme como humanidad. Todo cuanto Dios ha dado alguna vez a su Hijo unigénito, me lo ha dado a mí tan completamente como a Él, y nada menos, sino que me lo ha dado en mayor medida: a mi humanidad en Cristo le dio más que a Él, porque a Él no se lo dio; a mí me lo ha dado y no a Él; no se lo dio, ya que Él lo poseyó en el Padre desde la eternidad. Si te golpeo, golpeo en primer término a un Burcardo o a un Enrique y sólo luego golpeo al ser humano. Mas Dios no hizo tal cosa; Él adoptó primero la humanidad. ¿Quién es un hombre? Un hombre que tiene su nombre propio de Jesucristo. Y por lo tanto dice Nuestro Señor en el Evangelio: «Quien toca a uno de éstos aquí, toca el ojo mío» (Cfr. Zacarías 2,8). SERMONES: SERMÓN XXV 3
¿Qué es un ángel? Dionisio habla del principado sacro de los ángeles donde hay orden divino y obra divina y sabiduría divina y similitud divina o verdad divina en la medida de lo posible. ¿Qué es (el) orden divino? Del poder divino prorrumpe la sabiduría y de los dos prorrumpe el amor, éste es el fuego; porque (la) sabiduría y (la) verdad y (el) poder y el amor, (o sea) el fuego, se hallan en la periferia del ser que es un ser sobre-flotante, puro sin naturaleza. Es esta su naturaleza (de Dios): carecer de naturaleza. Quien desea reflexionar sobre (la) bondad o (la) sabiduría o (el) poder, encubre (el) ser y lo oscurece con el pensamiento. Un solo pensamiento añadido encubre (el) ser. Éste es, pues, el orden divino. Donde Dios encuentra en el alma (una) similitud respecto a ese orden, ahí el Padre engendra a su Hijo. El alma, con todo (su) poder, debe penetrar en su luz. Del poder y de la luz surge un fuego, un amor. Así, el alma tiene que penetrar, con todo su poder, en el orden divino. SERMONES: SERMÓN XXXI 3
Pasemos por alto los otros puntos. Sólo (diré) un poco más sobre el último. Cuando me referí a los ángeles – que poseen mucha similitud con Dios e iluminación -: en la iluminación trepan por encima de sí mismos hasta la similitud divina en la cual continuamente se hallan frente a frente con Dios en la luz divina con tanta similitud que operan obras divinas. Los ángeles así iluminados y símiles a Dios, lo obligan a Dios a entrar en su fuero íntimo y se empapan de Él. He dicho también en otras ocasiones: Si yo estuviera vacío y tuviera un amor acendrado y similitud, lo haría entrar por completo a Dios en mi fuero íntimo. Una luz se esparce e ilumina aquello sobre lo cual se esparce. El que a veces se diga: Éste es un hombre iluminado, no es gran cosa. Pero, cuando (la luz) dimana e irrumpe en el alma y la asemeja a Dios y la hace deiforme en la medida de lo posible, iluminándola desde dentro, esto es mucho mejor. En la iluminación trepa por encima de sí misma en la luz divina. Cuando ella retorna así a su patria, y se halla unida con Él, es una co-operadora. Fuera del Padre ninguna criatura opera, sólo Él opera. El alma no debe desistir nunca hasta que tenga el mismo poder de obrar que Dios. Así opera junto con el Padre todas sus obras; coopera simple y sabia y amorosamente. SERMONES: SERMÓN XXXI 3