«María Magdalena llegó al sepulcro» y buscaba a Nuestro Señor Jesucristo y «se acercó y miró adentro. Vio a dos ángeles» al lado del sepulcro, y «ellos dijeron: “Mujer, ¿a quién buscas?” -“A Jesús de Nazareth”. -“Ha resucitado, no está aquí”». Y ella se calló y no les contestó «y miró hacia atrás y hacia adelante y por encima del hombro y vio a Jesús y Él dijo: “Mujer ¿a quién estás buscando?” -“Oh señor, si lo has llevado, muéstrame dónde lo has puesto, lo quiero sacar de ahí”. Y Él dijo: “¡María!”» Y como ella a menudo había oído que Él pronunciara esta palabra con gran ternura, lo reconoció y se echó a sus pies y quiso tocarlo. Y Él dio un paso hacia atrás «y dijo: “¡No me toques! Aún no he llegado a mi Padre”» (Cfr. Juan 20, 1 y 11 a 17; Marcos 16, 6). SERMONES: SERMÓN LV 3
Ahora se podría preguntar por qué ella se acercaba tanto siendo mujer, mientras los varones – uno que amaba a Dios y el otro que era amado por Dios – sentían miedo. Y aquel maestro dice: «La razón era que ella no podía perder nada porque se había entregado a Él; y como era suya, no sentía miedo». Es como si yo hubiera regalado mi capote a una persona y alguien quisiera quitárselo, entonces no sería obligación mía impedírselo ya que pertenecía a quien (se lo había dado), según he afirmado varias veces. Ella no sintió miedo por tres razones: primero, porque pertenecía a Él. Segundo, porque se hallaba muy alejada de la puerta de los sentidos y estaba ensimismada. Tercero, porque su corazón estaba junto a Él. Su corazón se hallaba donde estaba Él. Por eso, no tuvo miedo… La segunda razón por la cual ella se hallaba tan cerca – (así) explica el maestro – era la siguiente: ella anhelaba que vinieran a matarla para que su alma – ya que no podía encontrar a Dios con vida en ninguna parte – hallara a Dios en algún lugar… La tercera razón por la cual estaba tan cerca, era esta: como ella sabía bien que nadie podía ir al cielo antes de que Él mismo hubiera ascendido, y como su alma debía tener algún sostén, entonces, si hubieran venido a matarla, (habrían cumplido) su deseo para que su alma se hallara en el sepulcro y su cuerpo cerca de la tumba: (es decir) su alma adentro y su cuerpo al lado; porque abrigaba la esperanza de que Dios (= la divinidad de Cristo) hubiera atravesado la humanidad (de Cristo) y que (de esa manera) algo divino hubiera permanecido en el sepulcro. Es como si yo hubiera tenido una manzana en la mano durante algún tiempo; cuando yo soltara (la fruta), algo de ella – tanto como un aroma – perduraría en (la mano). Así abrigaba ella la esperanza de que algo divino hubiera permanecido en la tumba… La cuarta razón por la cual se hallaba muy cerca del sepulcro era la siguiente: como ella dos veces había perdido a Dios, vivo en la cruz y muerto en el sepulcro, temía que si ella se alejara del sepulcro, perdería también la tumba. Pues, si hubiera perdido (también) la tumba, ya no tendría absolutamente nada. SERMONES: SERMÓN LV 3
«María estaba parada al lado del sepulcro y lloraba» SERMONES: SERMÓN LVI 3
Era un milagro que ella, tan afligida como estaba, pudiera llorar. «El amor la hacía estar de pie, el dolor (la hacía) llorar». «Entonces avanzó y miró en el interior del sepulcro». Buscaba a un hombre muerto «y encontró a dos ángeles vivos». (Juan 20, 12). Orígenes dice: Ella estaba parada. ¿Por qué se quedaba parada mientras los apóstoles habían huido?… Ella no tenía nada que perder; todo cuanto tenía, lo había perdido con Él. Cuando Él murió, ella murió junto con Él. Cuando lo sepultaron, sepultaron junto con Él al alma de ella. Por eso, no tenía nada que perder. SERMONES: SERMÓN LVI 3