François Secret — A CABALA CRISTÃ DO RENASCIMENTO
Kabbalistes chrétiens de la Renaissance
CONCLUSION
Excertos da tradução espanhola de Ignacio Gómez de Liaño e Tomás de Pollán
Al finalizar esta panorâmica, que nos ha conducido desde los últimos anos de la Edad Media a la primera mitad del siglo XVII, a través de los principales países de Europa, donde hemos encontrado las personalidades más diversas, no extraeremos ciertamente las conclusiones que habría permitido el análisis preciso de las obras más representativas de la kábbala Cristiana. Asimismo el objeto de este panorama era mostrar, con el reconocimiento de un territorio mal explorado, que si uno no quiere caer en la superficialidad, tal análisis debería ir preparado por pacientes investigaciones.
Nos queda, cuando menos, a la luz de los hechos que hemos podido reunir, esbozar la curva de significación de esta corriente de ideas, a menudo juzgada superficialmente. En efecto, es una visión particularmente confusa y falsa la propuesta por el primer estúdio de conjunto consagrado a la kábbala Cristiana en el Renacimiento. J. L. Blau escribía: «Durante el mismo período en el que Pico de la Mirándola, Jean Reuchlin y sus sucesores trataban de utilizar el pensamiento kabbalístico como base para sus sistemas deductivos, Copérnico, Kepler y Bruno proponían los fundamentos de sistemas deductivos científicos, cuyo valor de uso se ha presentado como preferible al de los antiguos. Al igual que la astrologia, la alquimia y otras pseudociencias, la kábbala fue la justa víctima del desarrollo del pensamiento científico. Blau no hacía más que recoger el juicio lanzado, en 1930, por F. C. Burkitt sobre el valor del Zohar: «En menos de un siglo, los descubrimientos de Copérnico y de Galileo habían mostrado de una vez por todas la vanidad de las antiguas especulaciones de esta laya, fuesen o no debidas a un cosmólogo del siglo II o del siglo XIV. El Zohar no es más que una curiosidad para eruditos».
Blau, que sin embargo se había molestado en mostrar los puntos que, en la kábbala, interesaban más particularmente a los cristianos, agregaba, por otro lado, y no sin en parte contradecirse: «Esta fantasia ardió, vacilo y por último se desvaneció. Tras un corto período, la kábbala Cristiana no parecia ya suministrar a los escritores religiosos sérios una respuesta a sus problemas. Después de este período (que Blau concluía en 1677, fecha de publicación de la Kabbala denudata), la aportación de elementos nuevos convirtió a la kábbala Cristiana en algo diferente de cuanto fuera en el siglo XVI, en un vago tantear hacia la teosofia».
La historia de este «tantear hacia la teosofia» no está, por cierto, más trabajada que la de la kábbala Cristiana en el Renacimiento, pero está dominada por ésta, así como por la de la kábbala, y por otra parte ofrece, como lo han demostrado los trabajos de E. Benz, un interés no menor respecto a la historia de las ideas. Pues no hay que perder de vista, si se quiere entender el desarrollo de la kábbala Cristiana en el Renacimiento, que la kábbala es a la vez una gnosis o una «teosofia» y una mística que, en el momento en que la descubrieron los hombres del Renacimiento, había ya penetrado profundamente la vida religiosa del judaísmo. Y es dentro de esta perspectiva de un Renacimiento en la cristiandad como hay que estudiarla.
En una Europa que se encuentra en pleno despliegue social y político, que se abre a un mundo agrandado por los descubrimientos geográficos, por la toma de Constantinopla, si bien la kábbala no da comienzo al Renacimiento, senala, sin embargo, una de las tareas que habrá de asumir una cristiandad enfrentada contra el turco, junto con la reforma de la Iglesia. Esta, al igual que cuando el «renacimiento» del siglo XII, se ve en confrontación con necesidades y problemas nuevos, especialmente planteados por la renovación del espíritu científico y filosófico. El siglo de Lorenzo Valla, autor del De voluptate, del De professione religiosorum, del De donatione Constantini y de las Annotationes in Novum Testamentum que editará Erasmo, el siglo de la Academia romana, de Pomponazzi, de Maquiavelo, es también el siglo de Marsilio Ficino, tan sensible al neoplatonismo y a las doctrinas herméticas, de Jacques Lefèvre d’Etaples y de la Prerreforma, de Erasmo, de Lutero, de Calvino. Es también el siglo de Pico de la Mirándola y de Reuchlin.
Si no hay que perder de vista el apetito filosófico del autor del «De omni rescibili», ni tampoco al «Pythagoras redivivus», también seria preciso seguir atentamente, en sus centellas, la grande llama del fuego que había incubado a lo largo de la Edad Media los correctoria, las apostillas de Nicolás de Lira, de Raimundo Lulio, de Roger Bacon, de los clementinos. El Renacimiento, heredero de la apologética medieval, produce una pléyade de hebraístas, que en el siglo de las grandes Poliglotas se incrementa a menudo con arabistas. Mithridates, Pico de la Mirándola, el misterioso Flamínio, A. Giustiniani, maestro de Egidio de Viterbo antes de que los corsários den lugar al cardenal Juan León, amigo de Jacob Mantino, Widmanstetter, Clenard, Postei, el maestro de Bibliander, de Caninius, de Mausis, de J. J. Escalígero, de Raphelenge, yerno de Plantino. Pero el primer puesto lo ocupa por entonces el hebreo, que no desempena el papel de Cenicienta junto a sus hermanas, el latin y el griego.
A los flancos de las grandes realizaciones de la erudición judia, elévanse los monumentos de la erudición hebraica, en los cuales cola-boran judios y cristianos: las impresiones de Bomberg, rodeado de los Felice de Prato, Abraham de Balmes, Calonymos, Elias Levita, algunas de cuyas obras traducen S. Munster y P. Fagius, las ediciones —la Guia de perplejos— de Giustiniani, las traducciones hechas por Rici de extractos del Talmud y de las Puertas de luz, las de Postel, sin olvidar el enorme trabajo de las traducciones inéditas de los Egidio de Viterbo, de los Pelican y las admirables colecciones de manuscritos y de libros hebreos de los Masius, de los Widmanstetter, de los Fugger, de los Gaulmyn.
En el centro de este renacimiento de la lengua santa, y dominándolo, la Biblia, que judios y cristianos editan, que traducen: Lutero, Pagnini, Vatable, Zwingli, y de la que Clemente VII proyectaba una version revisada por una comisión de sábios judios y cristianos. Es una fecha para todo el siglo el asunto Reuchlin, al que Erasmo, en la Apotheosis, hace que San Jerónimo, patrón de los humanistas, lo acoja. Lutero le opondrá el San Agustin autor del De spiritu et littera, en tanto que Egidio de Viterbo conjugará la autoridad de éste con la de aquél, amenazado desde hacía tiempo, por Dionísio Areopagita, y con la de los kabbalistas.
Efectivamente, trátase en este Renacimiento, que hereda las tradiciones patrística y medieval de exégesis y de mística, de llegar a una exégesis más literal, pero también más espiritual. Y la cuestión de la letra, que está en el corazón de toda religion fundada sobre la Revelación, va a escindir a la cristiandad y a multiplicar los iluminados y las sectas de espirituales en el curso de un período, en el que los mundos cristiano y judio, incluso el musulmán, se ven inquietados por una espera escatológica. Los judios nunca han dejado de esperar al Mesias, y uno tras otro se han sucedido los calculadores junto con los pseudomesías. Herederos de una larga tradición, Abarbanel, Zacuto, Bonet de Lattes han fijado las fechas; la toma de Constantinopla, la expulsión de Espana, el nacimiento de la Reforma han sido otros tantos signos, para no decir nada del saco de Roma, profetizado por S. Molcho. Los cristianos nunca han cesado de esperar el segundo adviento, y el siglo hereda los ensuenos milenaristas, que han revelado pronósticos y profecias del tiempo de las Cruzadas y del joaquinismo. Al igual que los judios, los cristianos escrutan las Escrituras, y las exégesis se entremezclan con las especulaciones cronológicas, astronómicas o políticas. Es el siglo de los Savonarola, de los profetas de la Reforma, y la kábbala Cristiana está a menudo en la confluência de estas corrientes: un Galatino, un Giustiniani, un Egídio de Viterbo, un Brocardo, un Postel sobre todo, a la escucha de todas las vocês del siglo: de los luteranos tanto como de los jesuítas, de los racionalistas tanto como de los espirituales, de las tradiciones judias tanto como de las profecias del Islam. La hermenêutica de la kábbala Cristiana estaba así expuesta al riesgo de descarriarse en las especulaciones de una gnosis arbitraria tanto como en las ensonacio-nes apocalíptico-mesiánicas.
La prodigiosa riqueza del simbolismo de la kábbala, que acarreaba tantos y tan diversos elementos, no podia dejar, cuando se alejaba de su propio contexto, de desbordar el domínio religioso. El principio de la interpretación simbólica, en el que como en el Heptapluss, «los mundos, vinculados por los vínculos de la concordia, intercambian con generosidad recíproca sus naturalezas e incluso sus nombres», al prescntarse en contextos neoplatónico, pitagórico o hermético, especulaciones todas ellas derivadas de la tradición primitiva de los hebreos, terminaria perdiendo frementemente en el curso del siglo sus caracteres más propiamente kabbalísticos y cristianos. Es incluso paradójico el aspecto particularmente confuso que han retenido los historiadores de la filosofia. L. Bréhier, al tratar de Paracelso, escribía: «Toda la fantasmagoria de la cábala reaparece en las construcciones metafísicas de los místicos alemanes. En su mundo, como en el de Plotino, todo es símbolo, todo está en todo, y la ciência consiste en senalar los grados de afinidad mediante cuyo conocimiento se sabrá igualmente cómo actúan unas cosas con otras».
No se trata, por cierto, en modo alguno de minimizar estos avatares y estos avances de la kábbala Cristiana, convertida, como excelentemente se ha dicho, en moda. Es preciso incluso apreciar los elementos particularmente poéticos que esta kábbala Cristiana aporto con las obras de un Egidio de Viterbo o las de un Francisco Georgio de Venecia, que percibió bien a un poeta autentico como Guy Le Fèvre de la Boderie. Mas no se aprehende la razón de esta moda a menos que se sitúe la kábbala dentro de un movimiento que comienza con la renovación de los estúdios hebraicos y bíblicos, y que prosigue, en el siglo de las Poliglotas, hasta más allá de la querella que opuso a L. Cappel con los Buxtorf sobre la cuestión de la massora y de la inspiración literal de las Escrituras.
Aceptada o rechazada, la kábbala es un descubrimiento tan importante como el del Nuevo Mundo. Y la expresión kábbala Cristiana, bastante amplia como para englobar las influencias que tuvo en unos domínios que no eran ni kabbalísticos ni cristianos, comprende asimismo desde el primer momento, junto con su aspecto apologético, un verdadero anhelo de investigación científica. Cierto que los kabbalistas soltaron las amarras de la kábbala, y ya no será entre los renacentistas o sus sucesores más retrasados, cual un Christian Schoettgen, en el XVIII, un Jean de Pauly o un Paul Vulliaud, en el XX, donde habrá que dirigirse para comprenderla, mas cuando menos su simpatia se acercaba más al verdadero método científico que el desprecio manifestado por tantos hebraístas en el curso de los siglos hacia los «delírios» de los rabbinos1.
L. Cellier, Fabre d’Olivet, Paris, 1953, p. 368, evocaba la frase de Renan en un proyecto de gramática hebrea: «Insistir y atacar un poco duramente sobre el mal gusto y el mal método que desde hace largo tiempo han presidido y presiden todavia en determinados países los estúdios hebraicos. Fatal cadena. Primero los rabbinos, y después los cristianos, herederos a menudo de su espíritu. En el XVIII, bajo el império de la Restauración: Fabre d’Olivet, Autran, Volney. Los tiempos eran más felices en Alemania. A ellos me uno: tendría vergüenza de reconocer como antepasado a la mísera escuela francesa…»
Y el P. Daniélou, en un coloquio reciente sobre Herméneutique et tradition, Coloquio intern., Roma, 1963, p. 255, citaba el texto de L. Massignon, «Soyons des Sémites spirituels», Dieu vivant, 14. 1949, «Dar un sentido más puro a las palabras de la tribu semítica, tal es el deber que incumbe al verdadero exegeta de la Biblia…». ↩