Alexandre Koyré — Sebastian Franck
Cristo
Es fácilmente comprensible que para Sebastián Franck ni el problema de la salvación, ni el problema de la Iglesia, ni el — a él vinculado — del «espíritu» y de la «letra» puedan plantearse en los mismos términos en que se planteaban para Lutero, ni siquiera en los términos en que se planteaban para un Schwenckfeld. Adán y Cristo, la caída y la redención: no son hechos históricos, no son hechos que una historia nos enseñaría. Son hechos simbólicos y humanos. Adán no es sólo Adán, es el hombre, es la humanidad entera, es cada uno de nosotros. Cristo es Dios y es una vez más la humanidad. Desde el punto de vista moral de Franck es absurdo creer que la caída de Adán (individuo) ha implicado la condenación por Dios de la humanidad entera. Nadie es responsable de los actos de otro y no puede ser condenado — con justicia — más que por los actos propios. Etiam fulminans Jupiter bonus y nada hay más absurdo que suponer un Dios creando a hombres que él mismo consagra a la condenación. Crueldad tamaña sería indigna de un animal feroz. La humanidad no es una masa perditionis como afirma Lutero. La naturaleza humana no está completamente pervertida, está en el pecado — todo hombre es pecador —, pero el pecado no empaña su naturaleza. Además, si el mal está en nosotros, también lo está el remedio. Si Adán está en cada uno de nosotros, también Cristo lo está. Cristo, la Luz interior, el Espíritu, él, que es nosotros mismos, es quien nos salva y nos justifica. Y no nos salvamos ab extra, mediante una atribución exterior de la gracia. El centro del Cristianismo no es la Redención.
Franck apenas comprende la Redención, hecho histórico único. ¿Habría que admitir que Dios se enfadó realmente? ¿Que fue preciso un sacrificio para aplacar su cólera? ¡Qué necedad! Dios es bueno, es amor, nos ama siempre como siempre nos ha amado. Nos ama y nos ofrece su gracia, su amor, su luz. Se ofrece a sí mismo a nuestra alma que le busca. Además, admitir el dogma de la Redención tal como lo enseñan los teólogos que hacen de Dios el autor del mal (ino supone admitir un cambio en la naturaleza de Dios? No, Dios jamás tuvo necesidad de esa víctima ensangrentada, todo los más fuimos nosotros quienes tuvimos esa necesidad. En efecto, el hombre pecador, precisamente porque lo es, se imagina que Dios le condena; al hombre carnal Dios le parece — falsamente — irritado; y fue para destruir este error, esta ilusión del hombre por lo que Cristo vino a revelarnos el amor del Padre celestial, a enseñarnos la verdadera fe en Dios, a ofrecernos, en fin, una imagen ejemplar (Vorbild) que debemos seguir e imitar.
Para Franck no es el Cristo «según la carne» quien realiza la obra de la salvación; es el Cristo según el espíritu, es el Cristo-espíritu. Sólo él puede «regenerar» el alma, conferirle realmente la rectitud, convertirla, salvarla. La muerte de Cristo, su encarnación incluso pierden para él todo valor metafísico propiamente dicho. Y la historia de Adamo et Christo sólo tiene valor en cuanto que nos permite acordarnos de que no es sólo una historia, de que es una realidad alegórica y un símbolo, y en cuanto que despierta en nuestra alma a Cristo, nuevo Adán, y nos libera del Viejo. La salvación, la caída y la resurrección son, sin duda, hechos históricos reales, pero no son hechos de la historia pasada: Adán es nosotros mismos cuando nos volvemos hacia nosotros y nos apartamos de Dios; es nuestro egoísmo, nuestros deseos carnales; Cristo es el espíritu. No es enjerusalén, sirio en nosotros mismos donde se desarrolla la historia de Adán y de Cristo. Del exterior, todo ha pasado al interior del alma: el hecho histórico y metafísico se convierte en un proceso psicológico en cada individuo.
Es fácilmente comprensible cúan absurdas, desde este punto de vista, debían parecer a Sebastián Franck la doctrina de la justificación vicaria y la de la justificación por la fe. ¿Cómo va a otorgarnos la salvación el hecho de creer (intelectualmente) en la realidad de un hecho histórico? Una creencia que no nos transforma moralmente, que deja nuestra persona moral sin modificaciones, ¿va a sernos «tenida en cuenta» por un Dios celoso que nos «libera» de un castigo, una vez «satisfecho» con los sufrimientos y la muerte de un inocente. Cada palabra, un error, una blasfemia. ¿Y para mantener esta doctrina, para poner en pie nuevamente — tratando de actuar sobre el espíritu mediante la carne, reinstalando los sacrificios y, en general, limitando y constriñendo la revelación divina a la letra de la Biblia — una dogmática racionalista, aunque en modo alguno coniforme con la razón, Lutero pretendía volver a fundar iglesias?