São Paulo e os Mistérios

São Paulo e os Mistérios
Excertos de “La tesis de René Guénon sobre los orígenes del cristianismo
San Pablo y los misterios

Antes de hablar de la terminología de San Pablo, sería útil recordar brevemente lo que eran las iniciaciones antiguas (9). Aquí también, las fuentes son limitadas y quedan muchas preguntas sin resolver; hay que reconocer que los Antiguos Sabios han sido más discretos respecto a sus ceremonias secretas que los iniciados de los trescientos últimos años. Recordaremos dos textos clásicos. El primero procede de la maravillosa obra El asno de oro (o Las Metamorfosis) de Apuleyo (10) en el que Lucio aspira a ser iniciado en los Misterios de Isis :

«Día a día crecía en mí el deseo de recibir la consagración. En varias ocasiones había ido a visitar al gran sacerdote para suplicarle encarecidamente que me iniciara por fin a los misterios de la santa noche».

Pero incitan a Lucio a que tenga paciencia :

«Tenía que evitar cuidadosamente tanto la precipitación como la desobediencia así como la doble falta de mostrar cierta lentitud cuando se me llamase o cierta prisa sin haber recibido la orden. Además, ninguno de los miembros de su clero tenía la suficiente loca imprudencia, ni por decir mejor, no estaba decido a morir como para afrontar temerariamente, sin haber recibido él también la orden expresa de la soberana, los riesgos de un ministerio sacrílego y para cargar con un pecado que lo condenaría a morir. Y es que las llaves del infierno y la garantía de salvación están en manos de la diosa. El acto mismo de la iniciación figura una muerte voluntaria y una salvación obtenida por la gracia. El poder de la diosa atrae a ella a los mortales que, habiendo alcanzado el término de la existencia y hollando el umbral donde acaba la luz, puede confiárseles sin temor los secretos augustos de la religión; los hace renacer de cierta manera por el efecto de su providencia y les abre, devolviéndoles la vida, una carrera nueva. Por tanto, yo también debía conformarme a su voluntad celeste, aunque desde hacía tiempo el favor evidente de la gran divinidad me hubo claramente designado y marcado para su bienaventurado servicio. Asimismo, al igual que sus demás fieles, debía a partir de entonces abstenerme de alimentos profanos y prohibidos, a fin de tener, con más seguridad, acceso a los misterios de la más pura de las religiones » (XI, 21).

Así, Lucio vence su ardor hasta que la Diosa manifiesta su misericordia : Pues durante una noche oscura, sus órdenes que no tenían nada de oscuro, me advirtieron de manera segura que había llegado el día tan anhelado en que ella cumpliría mi deseo más ardiente.

Lucio tuvo entonces que tomar un baño ritual, recibir aspersiones de agua lustral y reunir instrucciones que sobrepasan la palabra humana. Tras un ayuno y una abstinencia de diez días, por fin llegó el momento fijado para la divina cita. Y el sol, ya en su declive, traía a la noche, cuando afluía de todas partes una multitud de gente que según el antiguo uso de los misterios, me honraban con diversos regalos. Luego, se aleja a los profanos, me revisten de un vestido de lino por estrenar, y el sacerdote, cogiéndome por la mano, me conduce a la parte más escondida del santuario.

«Quizá, lector deseoso de instruirte, te preguntes con una cierta ansiedad lo que luego fue dicho y hecho. Lo diría si estuviera permitido decirlo; y lo aprenderías si te estuviera permitido oírlo. Pero tanto tus oídos como mi lengua tendrían que pagar la pena correspondiente a una indiscreción impía o a una curiosidad sacrílega. No obstante, no infligiré el tormento de una larga angustia al piadoso deseo que te mantiene en suspense. Escucha, pues, y créeme : todo lo que te diré es cierto. Me he acercado a los límites de la muerte; he hollado el umbral de Proserpina y he vuelto llevado a través de todos los elementos; en plena noche, he visto brillar el sol con una luz centelleante; me he acercado a los dioses de abajo y a los dioses de arriba, los he visto de cara y adorado de cerca. Este es mi relato y estás condenado a ignorar lo que has oído. Me limitaré, pues, a contar lo que está permitido revelar, sin sacrilegio, a la inteligencia de los profanos» (Ibídem 23).

Otro testimonio es el de Temistios que vivió durante el siglo IV después de J.C. Hace un parangón entre la iniciación y la muerte:

«En aquel momento, el alma experimenta las mismas impresiones que conocen aquellos que son iniciados en los grandes misterios. Las mismas palabras, las mismas cosas: en efecto, se dice teleutan (morir) y teleisthai (ser iniciado). En primer lugar, la aventura, los penosos dédalos, las terribles e interminables carreras en la oscuridad. Luego, antes de la conclusión, todos los terrores: el escalofrío, el temblor, el repeluzno, la angustia. Entonces es cuando queda asombrado por una claridad particular; lugares puros, las praderas se descubren, se alzan voces, se percibe con el ritmo de danzas, apariciones y armonías divinas. En este marco se mueve aquel que ha terminado su iniciación; libre y despreocupado, con una corona en la cabeza, celebra los misterios; vive en compañía de hombres puros y santos; contempla a aquellos que no han sido iniciados aquí: una multitud impura, rebajada y transportada de aquí para allá en un recipiente, en medio de las brumas; los ve vivir en el temor de la muerte entre los malvados, sin esperanza de una felicidad venidera en el más allá»(11).

Pasando por la muerte, experimentando pruebas misteriosas y terribles, el candidato alcanza la luz, la alegría y la libertad. Recibe una corona gloriosa que lo hermana con los puros y los santos.

He aquí lo que San Pablo dice :

«Vemos a Jesús coronado de gloria y honor a través de la experiencia de la muerte, de modo que por la gracia de Dios, gustó la muerte para el provecho de todos. En efecto, convenía que Aquel gracias y a través de quien existen todas las cosas, volviera “perfecto” (teleiosai), después de haber llevado a la gloria a un gran número de hijos, al iniciador de su salvación por medio las pruebas» (Hebr. II, 9-10).

En otros términos (más atrevidos, quizá) el Padre ha llevado al Hijo a la plenitud de la iniciación y éste hará lo mismo con un gran número de sus hijos.

Encontramos en estos dos versículos todo lo que constituía la iniciación antigua : las pruebas, la muerte, la coronación o la perfección de la iniciación. Observemos de paso, que se trata de nociones griegas o greco-orientales o incluso paganas (para utilizar un término ambiguo), pero en ningún caso judías.

La palabra teleiosai es un indicio claro, como lo precisa el exegeta católico N. Hugedé: «el término teleio, “perfecto”, se utiliza en la lengua griega de forma muy especial y no tiene mucha relación con la indicación de una cualidad moral. Es un término del lenguaje técnico-filosófico-religioso, utilizado para determinar a aquel que ya no tiene nada más que aprender, que ha alcanzado la plena madurez y la completa iniciación, por oposición al profano, al niño, al hombre de la calle que si bien posee todas las virtudes, no está al corriente de los secretos que están reservados a un número muy reducido de privilegiados. La obra de Pablo es un testimonio constante de este uso». (12)

Encontramos el término de Teleios, perfecto, con un sentido indudablemente iniciático en el extraordinario tratado de la Crátera de Hermes Trismegisto :

«Así pues, todos los que han prestado atención a la proclamación y han sido bautizados con este bautismo del Nous, han participado del conocimiento (gnosis) y se han vuelto perfectos (teleioi) ya que han recibido el Nous.» (13)

Nos resulta difícil creer que el verdadero pensamiento de Pablo esté alejado del de Hermes, cuando dice :

«Transformaos por la renovación del Nous para experimentar por vosotros mismos lo que es la Voluntad de Dios : el Bien, el Placer, la Perfección (to teleion)». (Rom. XII, 2)

En repetidas ocasiones Pablo habla de los niños (nepioi) que se deben convertir en adultos maduros, en perfectos (teleioi); asimismo, en las iniciaciones antiguas o en las religiones de Misterios, el que acababa de ser recibido era comparable a un niño -¿acaso el iniciado no es el que ha recibido el comienzo (initium)-? que, gracias a unos grados ascendentes, tenía que progresar hacia la perfección o la maestría.

«Mientras que el tiempo hubiera tenido que hacer de vosotros unos maestros (didaskaloi), necesitáis de nuevo que os enseñen los elementos primordiales de los oráculos de Dios y habéis llegado al punto en que necesitáis leche en lugar de alimento sólido. Quien esté todavía en la etapa de la leche no tiene la experiencia de la palabra justa : es un niño (nepios). En cambio, el alimento sólido es para los que son perfectos (teleioi), para aquellos cuyos sentidos han sido ejercitados (14) por la experiencia, a fin de poder distinguir el bien del mal. Por ello, dejando de lado la enseñanza primaria referente a Cristo, interesémonos por la “enseñanza perfecta” (teleiotes) …» (Hebr.V, 12 y VI, 1).

«Hermanos, no seáis niños (paidia) en vuestros pensamientos […] en vez de ello, sed perfectos (teleioi).» (ICor. XIV, 20).

Además, Pablo especifica claramente que habla de misterios que deben mantenerse secretos y que esta enseñanza no está destinada más que a la elite muy selecta de los perfectos :

«Se habla de Sabiduría entre los “perfectos” (teleioi) y no de una sabiduría de este mundo … Pero hablamos de una sabiduría de Dios en el misterio, la sabiduría oculta, aquella que Dios predestinó para nuestra gloria ya antes de los siglos». (I Cor.II, 6-7).

Esta sabiduría reservada se llama también “gnosis”:

«¡Oh profundidad de la Riqueza, de la Sabiduría y de la Gnosis de Dios!». (Rom.XI, 33).

Es en esta Gnosis donde debemos renacer primero, como un niño, y luego crecer a fin de alcanzar la perfección, como lo precisa la Piedra sobre la que está edificada la Iglesia (que se autocalifica como Epopte, tal como hemos señalado, en II Pedro I, 16) :

«Creced en la gracia y en la Gnosis de nuestro Señor y salvador Jesucristo». (II Pedro III, 18).

Esta Gnosis se transmite entre los que han sido escogidos. En griego, “transmisión” o “tradición” es paradosis, que procede del verbo paradidonai, “transmitir”.

«Por lo que a mi se refiere -dice Pablo- he recibido del Señor lo que os he transmitido (paradidonai)» (I Cor.XI, 23). Y felicita a los Corintios por guardar fielmente este depósito sagrado: «Alabados seáis por acordaros siempre de mí y mantener las tradiciones (paradosis) tal como os las he transmitido (paradidonai)». (Ibid.XI, 2).