Entonces reflexiona: Nuestro Señor les dio ese modo de ser y les brindó también la fuerza para hacerlo a fin de que pudieran perseverar con ese modo; y le gustaba que en ellos fuera así; en tal actitud debían lograr lo mejor para ellos. Porque Dios no ha vinculado la salvación de los seres humanos a ningún modo especial. Lo que tiene un determinado modo, otro no lo tiene; (pero) Dios ha dado eficiencia a todos los modos buenos sin negársela a ningún modo bueno, porque un determinado bien no está en contra de otro. Y por lo tanto, la gente debe darse cuenta en su fuero íntimo de que hacen mal cuando por casualidad ven a una persona buena u oyen decir de ella que no observa el modo de ellos, entonces (en su concepto) todo está perdido. Si no les gusta el modo (de esas personas), tampoco aprecian lo bueno de su modo y su buena intención. ¡Eso no está bien! Con respecto al modo (de proceder) de los hombres, uno debe fijarse más en el hecho de que estén bien dispuestos, sin despreciar el modo de nadie. No es posible que cada cual tenga el mismo modo y tampoco que todos los hombres tengan un solo modo, ni que un hombre tenga todos los modos, ni el de ningún otro. TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 17.
Además existe otro consuelo. Si el hombre ha perdido bienes exteriores o a su amigo o a su pariente, o un ojo, una mano o lo que sea, ha de estar seguro de que, sufriéndolo pacientemente por amor de Dios, Él por lo menos se lo tiene todo en cuenta al precio por el cual no hubiera querido sufrirlo (la pérdida). (Pongamos por caso): Un hombre pierde un ojo. Si no hubiera querido echar de menos ese ojo por mil marcos o por seis mil o más, entonces ciertamente ante Dios y en Dios se le va a tener en cuenta todo aquello (= todo el contravalor) por lo cual no hubiera querido sufrir ese daño o pena. Y acaso Nuestro Señor se haya referido a esto cuando dijo: «Es mejor para ti entrar con un solo ojo en la vida eterna que perderte teniendo dos ojos» (Mateo 18,9). Y Dios también se habrá referido a ello cuando dijo: «Cualquiera que dejare padre y madre, hermana y hermano, casa o campo o lo que sea, recibirá cien veces tanto y la vida eterna (Cfr. Mateo 19,29)». Me atrevo a decir con certeza por mi salvación eterna y (basándome) en la verdad divina que, aquel que, por amor de Dios y por bondad, dejare padre y madre, hermano y hermana o lo que sea, recibirá cien veces tanto (y ello) de dos modos: por una parte, su padre, su madre, su hermano y hermana, le resultarán cien veces más queridos de lo que le son ahora. Por otra parte, no sólo cien (personas) sino toda la gente, en cuanto gente y seres humanos, le resultarán incomparablemente más queridos de lo que le son ahora por naturaleza su padre, (su) madre o (su) hermano. El que el hombre no se percate de ello, proviene única y exclusivamente del hecho de que aún no ha dejado por completo al padre y a la madre, a la hermana y al hermano y a todas las cosas, puramente por amor de Dios y de la bondad. ¿Cómo ha dejado por amor de Dios al padre y a la madre, a la hermana y al hermano, aquel que los encuentra aún en esta tierra dentro de su corazón, aquel que se aflige y piensa y se fija todavía en lo que no es Dios? ¿Cómo ha dejado todas las cosas por amor de Dios aquel que repara y se fija aún en este bien y en aquél? San Agustín dice: Quita este bien y aquél, entonces queda la pura Bondad flotando en sí misma en su mera extensión: éste es Dios. Pues, como he dicho arriba: este bien y aquél no le agregan nada a la bondad, sino que esconden y encubren la bondad dentro de nosotros. Este hecho lo conoce y descubre quien lo mira y contempla en la verdad ya que es verdadero en la verdad, y por lo tanto hay que descubrirlo allí y en ninguna otra parte. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Hay otro consuelo más: difícilmente se encontrará una persona a la cual no le guste tanto que alguien siga viviendo que no querría prescindir de un ojo o quedar ciego durante un año, con tal de que luego recupere la vista, pudiendo de esta manera salvar de la muerte a su amigo. Si, por consiguiente, un hombre durante un año quisiera prescindir de su ojo para salvar de la muerte a un hombre que de todos modos habrá de morir dentro de breves años, entonces debería prescindir (de alguna cosa) con razón y más gustosamente durante los diez o veinte o treinta años de vida que acaso le quedaran para lograr así su eterna salvación y contemplar por siempre jamás a Dios en su luz divina y en Dios a sí mismo y a todas las criaturas. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
La obra interior también es divina y deiforme y tiene sabor a peculiaridad divina por el siguiente hecho: Así como todas las criaturas, aun en el caso de que hubiera mil mundos, no superarían ni por el ancho de un pelo el valor de Dios solo, – así digo yo y ya lo dije anteriormente – que esa obra exterior, su cantidad y su magnitud, su largor y su anchura no aumentan absolutamente, en ningún caso, la bondad de la obra interior; pues ésta contiene su propia bondad. Por lo tanto, nunca puede ser pequeña la obra exterior cuando la interior es grande, y cuando ésta última es pequeña o no vale nada, aquélla nunca puede ser grande ni buena. En todo momento, la obra interior abarca en sí toda la magnitud y todo el anchor y largor. La obra interior toma y saca su ser completo sólo del corazón de Dios y en él (y) en ninguna otra parte; toma al Hijo y nace como hijo en el seno del Padre celestial. No así la obra exterior: ésta recibe más bien su bondad divina por intermedio de la obra interior, como nacida a término y derramada en el descenso de la divinidad revestida de diferencia, cantidad (y) división; (pero) todo esto y otras cosas por el estilo, así como también (la) misma semejanza, permanecen apartados de Dios y ajenos a Él. (Pues) se apegan y se detienen y se tranquilizan con aquello que es bueno (por separado), que está iluminado, que es criatura, y totalmente ciego con respecto a la bondad y a la luz en sí mismas y a lo Uno donde Dios engendra a su Hijo unigénito y en Él a todos cuantos son hijos de Dios, hijos natos. Ahí (quiere decir, en lo Uno) se hallan la emanación y el origen del Espíritu Santo y sólo por Él – en cuanto es el Espíritu de Dios y Dios mismo es Espíritu – es concebido dentro de nosotros el Hijo y ahí se da esta emanación (del Espíritu Santo) de todos cuantos son hijos de Dios, según han nacido con menor o mayor pureza sólo de Dios, transformados según la imagen y en la imagen de Dios, y apartados de toda cantidad como todavía se encuentra en los ángeles superiores en cuanto a su naturaleza y – si uno quiere llegar a conocerlo bien – ellos hasta están apartados de la bondad, la verdad y todo aquello que está sujeto, aunque fuera sólo en un pensamiento o en una denominación, a una vislumbre o sombra de una diferencia cualquiera, y se han entregado (sólo) a lo Uno que es libre de cualquier especie de cantidad y diferencia, donde también Dios-Padre-Hijo-y-Espíritu-Santo es y son Uno solo, habiendo perdido toda diferencia y cualidad y siendo desnudado de ellas. Y lo Uno obra nuestra salvación, y cuanto más alejados estemos de lo Uno, tanto menos seremos hijos e hijo y con tanta menor perfección surgirá dentro de nosotros y fluirá de nosotros el Espíritu Santo; en cambio, cuanto más cerca estemos de lo Uno, tanto más verdaderamente seremos hijos e hijo de Dios y de nosotros fluirá también Dios-el-Espíritu-Santo. A esto se refiere Nuestro Señor, (el) Hijo de Dios en la divinidad, cuando dice: «En el que beba del agua que yo le dé, surgirá un manantial que salta hasta la vida eterna» (Juan 4, 14), y San Juan afirma que esto lo decía del Espíritu Santo (Juan 7, 39). TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Los maestros dicen por lo general que todos los hombres son igualmente nobles en su naturaleza. Pero yo digo conforme a la verdad: Todo el bien que han poseído todos los santos y María, la Madre de Dios, y Cristo, en cuanto a su humanidad, me pertenece (también) a mí en esta naturaleza. Ahora podríais preguntarme lo siguiente: Como yo en esta naturaleza poseo todo cuanto Cristo puede realizar según su humanidad ¿a qué se debe entonces que enaltezcamos a Cristo venerándolo como Nuestro Señor y Nuestro Dios? Esto se debe al hecho de que haya sido un mensajero de Dios (enviado) a nosotros, y nos ha traído nuestra salvación. La salvación que nos trajo era nuestra. Allí donde el Padre engendra a su Hijo en el fondo más entrañable, allí entra también volando esta naturaleza (humana). Ella es una y simple. Puede ser que alguna cosa se deje entrever o se apegue, pero no es lo Uno. SERMONES: SERMÓN IV 3
Ahora digo yo: «Él se dirigió a la ciudad». Esa ciudad es aquella alma que se halla bien ordenada y fortificada y protegida contra las imperfecciones y que ha excluido toda multiplicidad y se encuentra en armonía y bien fortalecida en la salvación por Jesús, mientras está amurallada y cercada por la luz divina. Por eso dice el profeta: «Dios es un muro alrededor de Sión» (Cfr. Isaías 26, 1). Dice la eterna Sabiduría: «Pronto descansaré de nuevo en la ciudad bendecida y santificada» (Eclesiástico 24, 15). Nada descansa ni une tanto como lo semejante; por ende, todo lo semejante se halla adentro y cerca y al lado. Es bendita aquella alma en la cual se encuentra sólo Dios y donde ninguna criatura logra (su) descanso. Por eso dice: «Pronto descansaré de nuevo en la ciudad bendecida y santificada». Toda santidad proviene del Espíritu Santo. La naturaleza no salta por encima de nada; siempre comienza a obrar en la parte más baja y sigue obrando así hasta llegar a lo más elevado. Dicen los maestros que el aire, si primero no se ha vuelto enrarecido y caliente, nunca se convierte en fuego. El Espíritu Santo toma al alma y la purifica en la luz y en la gracia y la atrae hacia arriba hasta lo altísimo. Por eso dice: «Pronto descansaré de nuevo en la ciudad santificada». Cuanto descansa el alma en Dios, tanto descansa Dios en ella. Si ella descansa (sólo) en parte en Él, Él descansa (sólo) en parte en ella; si ella descansa totalmente en Él, Él descansa totalmente en ella. Por eso dice la Sabiduría eterna: «(Pronto descansaré de nuevo». SERMONES: SERMÓN XVIII 3
El mar, ¿por qué se llama «furia»? Porque se enfurece y está inquieto. «Ordenó a sus discípulos que subieran». Quien quiere escuchar al Verbo y llegar a ser discípulo de Cristo, tiene que subir y elevar su entendimiento por encima de todas las cosas corpóreas, y debe cruzar la «furia» de la inconstancia (inherente) a las cosas perecederas. Mientras existe alguna volubilidad, ya sea astucia o ira o tristeza, ella tapa el entendimiento de modo que no puede escuchar al Verbo. Dice un maestro: Quien ha de entender las cosas naturales y aun las materiales, debe desnudar su conocimiento de todas las demás cosas. Yo ya he dicho varias veces (lo siguiente): Cuando el sol vierte su luz sobre las cosas corpóreas, entonces transforma aquello a que puede abrazar, en (vapor) fino y lo alza consigo: si la luz del sol fuera capaz de hacerlo, lo elevaría hasta el fondo de donde ella ha emanado. Mas, cuando lo alza por el aire y (el vapor) se ha extendido en sí mismo y calentado por obra del sol y luego (cuando) sube hacia el frío, sufre un revés por el frío y se precipita en (forma de) lluvia o nieve. Así sucede con el Espíritu Santo: levanta al alma y la eleva y alza junto con Él, y si ella estuviera preparada, la levantaría hasta el fondo de donde Él ha emanado. Así acaece cuando el Espíritu Santo mora en el alma: entonces ella sube porque Él la alza junto consigo. Mas, cuando el Espíritu Santo se retira del alma, ella cae hacia abajo porque aquello que es de la tierra, cae hacia abajo; pero aquello que es de fuego, va girando hacia arriba. Por ello, el hombre debe haber pisoteado todas las cosas que son terrestres, y todo cuanto pueda encubrir el entendimiento para que no quede nada que no sea igual al conocimiento. Si (el alma) obra (sólo) en el conocimiento, es igual a éste. El alma que de tal manera ha ido más allá de todas las cosas, es elevada por el Espíritu Santo y Él la alza junto consigo hasta el fondo de donde Él emanó. Ah sí, la lleva a su imagen eterna de donde ella ha surgido, a esa imagen según la cual el Padre ha configurado todas las cosas, a esa imagen en la cual todas las cosas son uno, a la extensión y profundidad en las cuales vuelven a terminar todas las cosas. Quien quiere llegar a este (punto), escuchar al Verbo y ser discípulo de Jesús, la salvación, debe haber pisoteado todas las cosas que son desiguales (a la imagen). SERMONES: SERMÓN XXIII 3
Ahora me voy a referir a la segunda sentencia pronunciada por Nuestro Señor: «Si el grano de trigo no cae a tierra y no muere allí, queda solo y no produce fruto. Pero, si cae a tierra y muere allí, produce cien veces más fruto». «Cien veces», dicho con significado espiritual, equivale a innumerables frutos. Pero ¿qué es el grano de trigo que cae a tierra, y qué es la tierra a la cual ha de caer? Este grano de trigo – según expondré ahora – es el espíritu al que se llama o se dice alma humana, y la tierra a la cual ha de caer, es la muy bendita humanidad de Jesucristo; porque ésta es el campo más noble que haya sido creado jamás de tierra o preparado para cualquier fecundidad. A este campo lo han preparado el mismo Padre y este mismo Verbo y el Espíritu Santo. Ea, ¿cuál era el fruto de este precioso campo de la humanidad de Jesucristo? Era su alma noble, desde el momento en que sucedió que, por la voluntad divina y el poder del Espíritu Santo, la noble humanidad y el noble cuerpo fueron formados en el seno de Nuestra Señora para la salvación de los hombres, y que fue creada el alma noble, de modo que el cuerpo y el alma en un solo instante fueron unidos con el Verbo eterno. Esta unión se hizo tan rápida y verdaderamente que, tan pronto como el cuerpo y el alma se enteraron de que Él (Cristo) estaba, en ese mismo momento Él se comprendió como naturalezas humana y divina unidas, (como) Dios verdadero y hombre verdadero, un solo Cristo que es Dios. SERMONES: SERMÓN XLIX 3
Los profetas, que ambulaban en la luz, conocieron y hallaron la verdad secreta bajo el influjo del Espíritu Santo. A veces fueron movidos a dirigirse hacia fuera y a hablar de las cosas conocidas por ellos para salvación nuestra, a fin de que nos enseñaran a conocer a Dios. Otra vez les sucedió que enmudecieron, de modo que no podían hablar y esto se debía a tres razones. SERMONES: SERMÓN L 3