ANTONIO ORBE — NT). El levítico (o del AT), de índole animal, participa imperfectamente del verdadero sacerdocio del Hijo. Instituido por el demiurgo ciegamente a impulsos de una sabiduría más alta, tiene carácter transitorio y figurativo, y cesa con el advenimiento de Jesús. Dijimos algo sobre el ejercicio del Cristo animal (valentiniano) y sobre la mediación (cósmica) del demiurgo Yahvé. Ambos, por contraste, resaltan las categorías finísimas del verdadero sacerdocio.
El de la Nueva Ley afecta a Jesús, Verbo humanado. Aunque responde históricamente al trascendente y primerísimo del Hijo, el de Jesús es perfecto no sólo en su persona, sino en el ejercicio.
En su persona primero. Las dos ramas itálica y oriental emplean sintomáticamente para la «humanación» del Verbo una terminología sacerdotal inspirada en Platón y en el cuarto evangelio. El misterio de la «encarnación» — comparado a un trabajo textil — resuelve el problema de la comunión de lo invisible e inmortal con lo mortal y visible en sustancia única; según planteamiento y módulos platónicos (cf. Tim. 41D). Y explica la demiurgia de un «tejido» — la «estola del sumo sacerdote» — hecho de sustancia no-terrena, con que podrá el Sacerdote Sumo morir en cruz (cf. Io 19,23), sin comprometer con un instrumento no limpio (= el cuerpo hílico) la eficacia de su misión.
En el ejercicio sacerdotal después. Ungido de lleno con el Espíritu (masculino, del Padre) en el Jordán, actúa como Sacerdote único entre Dios y los hombres, interesando — al igual que en el Pleroma — al Cristo (superior) y al Espíritu (iluminador) para la gnosis de los espirituales. El misterio de la cruz sensibiliza — a título de horos-staurós — el «velo» del templo de Dios. Así como el desgarrón del velo en el templo de Jerusalén, responde al misterio de la «revelación» del Pleroma (resp. del Padre) a los espirituales — miembros de familia sacerdotal — , para que, mediante la gnosis, entren con Jesús en el sancta sanctorum. Gracias a la muerte de Jesús en cruz, se levanta de una vez para siempre, en beneficio de la iglesia espiritual terrena, el horos, o «velo» que oculta el seno de Dios, único definitivo santuario.
A raíz del Evangelio de Jesús, el sacerdocio sumo, vinculado por la filosofía pagana al «sabio», el culto interno de Dios irá a refugiarse entre los gnósticos. Miembros de linaje sacerdotal, poseen — con la «iluminación» otorgada por Jesús — el misterio del ignoto y levantan el velo de la trascendencia.
Basílides desarrolla una doctrina menos evangélica. Aun así, permite reconstruir su pensamiento sobre el sacerdocio sumo de Jesús con otros puntos de referencia. Al ejercicio de mediador único entre Dios y los hombres, característico del Hijo (= Luz = Evangelio = filiedad segunda), añade la eficacia del Espíritu methorion, «diácono» (del Hijo) para la obra de secesión, consumación y apocatástasis (de las esencias y estratos) del universo. Aunque sin tales términos coordina el ejercicio sacerdotal del Salvador con el «diaconal» del Espíritu o Sabiduría del mundo. Reserva al Cristo el mensaje riguroso del conocimiento de Dios, extensivo a los miembros de la filiedad tercera o «elegidos». Al Espíritu «diácono», puesto al servicio del Salvador, atribuye las funciones naturales asignadas por la filosofía pagana al «anima mundi» (resp. lex naturae). Da la impresión de que Basílides naturaliza, con extensión a todo el cosmos, mucho de lo que Valentín orienta hacia la salud del hombre. Y atribuye a la Sabiduría del mundo, sinónimo de Espíritu methorion, las dos funciones de legislar y de juzgar, asignadas por el evangelio a Cristo; con un sesgo físico aplicable a todas las esencias, que traduce por «distribuir, separar, restituir esencias», dentro del esquema del universo, según el concepto estoico de «salud».