Existe otro consuelo más. Dice San Pablo que Dios castiga a todos cuantos acepta y acoge como hijos (Cfr. Hebreos 12, 6). Si uno ha de ser hijo corresponde que sufra. Como el Hijo de Dios no podía sufrir en la divinidad y en la eternidad, el Padre celestial lo envió al siglo para que se hiciera hombre y pudiera sufrir. Si quieres ser, pues, hijo de Dios y, sin embargo, no quieres sufrir, estás muy equivocado. Está escrito en el Libro de la Sabiduría que Dios nos examina y somete a prueba (para ver) quién es justo, tal como se examina y se somete a prueba y se afina el oro en un horno de fundición (Cfr. Sabiduría 3, 56). Es señal de que el rey o un príncipe confía del todo en un caballero cuando lo envía a combatir. He visto a un señor que a veces, cuando había aceptado a alguien entre su servidumbre, lo hacía salir de noche y luego lo alcanzaba montado a caballo y luchaba con él. Y un buen día sucedió que casi fue muerto por un hombre a quien de tal manera deseaba poner a prueba; y a este siervo lo quiso luego mucho más que antes. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
En segundo término saco mis conclusiones no sólo de esta palabra dicha por Dios, de que está junto al hombre en su sufrimiento, sino que deduzco de la palabra y encuentro en ella lo que digo: Si Dios está conmigo en el sufrimiento ¿qué más quiero, qué otra cosa quiero? No quiero otra cosa, no quiero nada más que Dios, siempre y cuando yo esté bien encaminado. Dice San Agustín: «Muy codicioso y poco inteligente es aquel que no se contenta con Dios», y en otra parte expresa: «¿Cómo puede el hombre contentarse con los dones exteriores o interiores de Dios, si no se contenta con Dios mismo?» Por eso, vuelve a afirmar en otro lugar: Señor, si nos rechazas de ti, danos otro tú porque no queremos nada fuera de ti. De ahí que se diga en El Libro de la Sabiduría: «Con Dios, la eterna Sabiduría, he recibido de pronto todos los bienes juntos» (Sab. 7, 11). En un determinado sentido esto significa que nada es bueno ni puede ser bueno que venga sin Dios y todo cuanto viene con Dios es bueno y solamente bueno porque viene con Dios. Sobre Dios quiero guardar silencio. Si se quitara a todas las criaturas del mundo entero el ser que otorga Dios, quedarían (hechas) una mera nada desagradable, carente de valor y aborrecible. En la palabra según la cual todo el bien viene junto con Dios, se esconden aún muchos otros significados preciosos, mas ahora resultaría demasiado largo exponerlos. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Ahora se puede conocer y comprender la mentalidad burda de la gente que por regla general se sorprende cuando ve que alguna persona buena está padeciendo dolores e infortunios, ocurriéndoseles a menudo la idea y el error de que esto sucede a causa de un pecado oculto, y a veces dicen también: Ay, yo me imaginaba que esa persona era muy buena. ¿Cómo puede ser que padezca tamañas penas e infortunios mientras yo creía que no tenía defectos? Y yo estoy de acuerdo con ellos: Ciertamente, si fuera una pena real y si lo que sufren significara para ellos pena y desdicha, entonces no serían ni buenos ni libres de pecado. Pero si son buenos, el sufrimiento no implica para ellos ni pena ni desdicha, sino que lo tienen por gran dicha y felicidad. «Bienaventurados» – dijo Dios, o sea la Verdad -, «son todos los que sufren a causa de la justicia» (Mat. 5, 10). Por eso dice El Libro de la Sabiduría que «las almas de los justos están en manos de Dios. La gente necia se imagina y opina que mueren y perecen, pero están en paz» (Cfr. Sab. 31 s.), (gozan) del deleite y de la bienaventuranza. En el pasaje donde escribe San Pablo que muchos santos padecían numerosas (y) grandes penas, dice (también) que el mundo no era digno de ello (Hebreos 11, 36 ss.) Y, para quien la comprende bien, esta palabra tiene un triple sentido. Uno consiste en (el hecho de) que este mundo es indigno de la presencia de muchas personas buenas. El segundo significado es mejor, indica que la bondad de este mundo parece digna de desprecio y carece de valor; sólo Dios tiene valor (y), por lo tanto, ellos tienen valor para Dios y son dignos de Él. El tercer significado es en el que pienso ahora, y quiere decir que este mundo, o sea la gente que ama a este mundo, es indigna de sufrir penas e infortunios por amor de Dios. Por eso está escrito que los santos apóstoles se alegraban por haber sido dignos de sufrir ultrajes por el nombre de Dios (Hechos 5, 41). TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Alguna vez le preguntaron a un enfermo por qué no le suplicaba a Dios que lo curara. Entonces, ese hombre dijo que no le gustaba hacerlo por tres razones. Una consistía en que él creía estar seguro de que el cariñoso Dios nunca permitiría que él estuviera enfermo si no fuera lo mejor para él. Otra razón era que el hombre, con tal de ser bueno, quiere todo cuanto quiere Dios y no (pretende) que Dios quiera lo que quiere el hombre; pues eso estaría muy mal. Y por ende: si Él quiere que yo esté enfermo – porque, si no lo quisiera, yo tampoco lo estaría – yo tampoco debo tener el deseo de estar sano. Pues, sin duda alguna, si fuera posible que Dios me curara sin que fuese su voluntad, no tendría valor para mí y no me gustaría que me curara. (El) querer proviene del amor y (el) no querer proviene de la falta de amor. Prefiero con mucho y es mejor y más útil para mí, que Dios me ame estando yo enfermo, en vez de que yo tuviera el cuerpo sano y Dios no me amase. Lo que ama Dios, es algo; lo que Dios no ama, es nada, así dice el Libro de la Sabiduría (Cfr. Sab. 11, 25). En esto reside también la verdad de que todo lo que quiere Dios es bueno justamente en cuanto y porque Dios lo, quiere. De cierto, hablando al modo humano: Yo preferiría que un hombre rico (y) poderoso, por ejemplo, un rey, me amara y, sin embargo, me dejase, por un rato, sin darme nada en vez de que me hiciera dar algo en seguida sin amarme con sinceridad; es decir, si él en este momento por amor no me diera nada, mas no me diera nada por ahora porque luego quisiera hacerme regalos más grandes y generosos. Hasta pongo por caso que el hombre que me ama y en este momento no me da nada, ni siquiera tenga la intención de darme algo más tarde; pues, puede ser que más tarde cambie de opinión y me haga un regalo. Yo esperaré pacientemente, sobre todo porque su don lo otorga por gracia e inmerecidamente. También es cierto: Aquel cuyo amor no aprecio y a cuya voluntad se opone la mía y de quien me interesaría únicamente su don, procede con justicia si no me da nada y si además me odia y me deja en el infortunio. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 3
Mas, ahora pregunto yo: ¿ cuál es la oración del corazón desasido? Contesto diciendo que la pureza desasida no puede rezar, pues quien reza desea que Dios le conceda algo o solicita que le quite algo. Ahora bien, el corazón desasido no desea nada en absoluto, tampoco tiene nada en absoluto de lo cual quisiera ser librado. Por ello se abstiene de toda oración, y su oración sólo implica ser uniforme con Dios. En esto se basa toda su oración. En este sentido podemos traer a colación lo dicho por San Dionisio con respecto a la palabra de San Pablo donde éste dice: «Son muchos quienes corren detrás de la corona y, sin embargo, uno solo la consigue» (Cfr. 1 Cor. 9, 24) – todas las potencias del alma corren para obtener la corona y, sin embargo, la consigue sólo la esencia – Dionisio dice pues: La carrera no es otra cosa que el apartamiento de todas las criaturas y el unirse dentro de lo increado. Y el alma, cuando llega a esto, pierde su nombre y Dios la atrae hacia su interior de modo que se anonada en sí misma, tal como el sol atrae hacia sí el arrebol matutino de manera que éste se anonada. A tal punto nada lo lleva al hombre a excepción del puro desasimiento. A este respecto podemos referirnos también a la palabra pronunciada por Agustín: El alma tiene una entrada secreta a la naturaleza divina donde se le anonadan todas las cosas. En esta tierra la tal entrada no es sino el desasimiento puro. Y cuando el desasimiento llega a lo más elevado, se vuelve carente de conocimiento a causa del conocimiento, y carente de amor a causa del amor y oscura a causa de la luz. En este sentido podemos citar también lo dicho por un maestro: Los pobres en espíritu son aquellos que le han dejado a Dios todas las cosas, tal como las tenía cuando nosotros todavía no existíamos. Semejante cosa no la puede hacer nadie sino un corazón acendradamente desasido. El que Dios prefiera morar en un corazón desasido antes que en todos los corazones, lo conocemos por lo siguiente: Si tú me preguntas: ¿Qué es lo que Dios busca en todas las cosas? te contesto (con una cita) del Libro de la Sabiduría; allí dice: «¡Busco descanso en todas las cosas!» (Eclesiástico 24, 11). Mas no hay descanso absoluto en ninguna parte con la única excepción del corazón desasido. Por eso Dios prefiere morar allí antes que en otras virtudes o en cualquier cosa. Has de saber también: Cuanto más se empeñe el hombre en ser susceptible del influjo divino, tanto más bienaventurado será; y quien es capaz de ubicarse dentro de la disposición más elevada, se mantiene también en la bienaventuranza suprema. Ahora bien, ningún ser humano se puede hacer susceptible del influjo divino si no tiene uniformidad con Dios, porque en la medida en que cada cual es uniforme con Dios, en la misma medida es susceptible del influjo divino. Ahora bien, la uniformidad proviene del hecho de que el hombre se somete a Dios; y en la medida en la cual el hombre se somete a las criaturas, en la misma medida es menos uniforme con Dios. Pues bien, el corazón acendradamente desasido se abstiene de todas las criaturas. Por lo tanto se halla completamente sometido a Dios y por eso se mantiene en suprema uniformidad con Dios y es también lo más susceptible del influjo divino. En esto pensó San Pablo cuando dijo: «¡Revestíos de Jesucristo!» (Rom. 13, 14), y lo que quiere decir es: en uniformidad con Cristo, y esto de revestirse no puede suceder sino mediante la uniformidad con Cristo. Y sabe: Cuando Cristo se hizo hombre no tomó para sí (el ser de) determinado hombre sino la naturaleza humana. Deshazte, pues, de todas las cosas, entonces queda sólo aquello que tomó Cristo, y de esta manera te has revestido de Cristo. TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3
Por otra parte, se revela Jesús en el alma con una sabiduría inconmensurable que es Él mismo, (y) el propio Padre, con toda su soberanía paterna, se reconoce a sí mismo en esa sabiduría y además (reconoce) a ese mismo Verbo, que es también la Sabiduría misma, y a todo cuanto se contiene en Él (el Verbo) en su carácter de ser uno. Cuando esa Sabiduría se une con el alma, se le quita completamente (a esta última) cualquier duda y equivocación y niebla, y se la ubica dentro de una luz pura (y) clara que es Dios mismo, según dice el profeta «Señor, a tu luz se conocerá la luz» (Salmo 35, 10). Ahí, Dios se conoce en el alma por intermedio de Dios; luego (el alma) se conoce con esa Sabiduría a sí misma y a todas las cosas y conoce a esa misma Sabiduría por intermedio de Él mismo y a través de esa Sabiduría conoce el poderío del Padre en (su) fecunda facultad procreativa, y (conoce) su esencia primigenia en su simple unidad sin diferenciación alguna. SERMONES: SERMÓN I 3
La palabra que acabo de pronunciar en latín, la dice la eterna Sabiduría del Padre, y ella reza (así): «Quien me escucha a mí, no se avergüenza» – si se avergüenza de alguna cosa, entonces se avergüenza de avergonzarse -. «Quien obra en mí no peca. Quien me revela e irradia, obtendrá la vida eterna» (Eclesiástico 24, 30 y 31). De estas tres palabritas que acabo de decir, cada una daría margen para un sermón. SERMONES: SERMÓN XII 3
En primer lugar, me referiré al hecho de que la Sabiduría eterna dice: «Quien me escucha a mí, no se avergüenza». Quien ha de escuchar la eterna Sabiduría del Padre, tiene que hallarse adentro y estar en su casa y ser una sola cosa, luego podrá escuchar la eterna Sabiduría del Padre. SERMONES: SERMÓN XII 3
Que Dios y la eterna Sabiduría nos ayuden para que seamos tan perseverantes e inmutables como el Padre eterno. Amén. SERMONES: SERMÓN XII 3
Toda imagen tiene dos cualidades: una consiste en que recibe su ser en forma inmediata, espontánea, de aquello cuya imagen es, pues tiene natural salida y brota de la naturaleza como la rama del árbol. Cuando el rostro se ubica delante del espejo, tiene que ser reflejado por él, quiéralo o no. Mas, la naturaleza no se configura en la imagen del espejo; pero sí la boca y la nariz y los ojos y toda la formación del rostro, éstos sí se reflejan en el espejo. Mas Dios se ha reservado para sí solo – cualquiera que sea la cosa en la cual refleja su imagen – que allí refleje de una sola vez y espontáneamente la imagen de su naturaleza y de todo cuanto Él es y que puede realizar, porque la imagen le fija una meta a la voluntad, y la voluntad sigue a la imagen, y la imagen es la primera en emanar de la naturaleza y atrae hacia su interior todo cuanto pueden realizar la naturaleza y el ser; y la naturaleza se derrama por completo en la imagen y, sin embargo, permanece totalmente en sí misma. Porque los maestros no ubican la imagen en el Espíritu Santo sino en la persona del medio, ya que el Hijo constituye el primer efluvio violento desde la naturaleza; por eso se llama propiamente una imagen del Padre, pero no es así con el Espíritu Santo. Éste es solamente un florecimiento que parte del Padre y del Hijo y posee, sin embargo, una sola naturaleza con ambos. Y, pese a ello, la voluntad no es mediadora entre la imagen y la naturaleza; ah sí, en este aspecto ni el conocimiento ni el saber ni la sabiduría pueden ser mediadores, porque la imagen divina prorrumpe inmediatamente de la fecundidad de la naturaleza. Pero sí existe en este caso un mediador de la sabiduría, lo es la imagen misma. Por eso, el Hijo se llama en la divinidad la Sabiduría del Padre. SERMONES: SERMÓN XV 3
Ahora digo yo: «Él se dirigió a la ciudad». Esa ciudad es aquella alma que se halla bien ordenada y fortificada y protegida contra las imperfecciones y que ha excluido toda multiplicidad y se encuentra en armonía y bien fortalecida en la salvación por Jesús, mientras está amurallada y cercada por la luz divina. Por eso dice el profeta: «Dios es un muro alrededor de Sión» (Cfr. Isaías 26, 1). Dice la eterna Sabiduría: «Pronto descansaré de nuevo en la ciudad bendecida y santificada» (Eclesiástico 24, 15). Nada descansa ni une tanto como lo semejante; por ende, todo lo semejante se halla adentro y cerca y al lado. Es bendita aquella alma en la cual se encuentra sólo Dios y donde ninguna criatura logra (su) descanso. Por eso dice: «Pronto descansaré de nuevo en la ciudad bendecida y santificada». Toda santidad proviene del Espíritu Santo. La naturaleza no salta por encima de nada; siempre comienza a obrar en la parte más baja y sigue obrando así hasta llegar a lo más elevado. Dicen los maestros que el aire, si primero no se ha vuelto enrarecido y caliente, nunca se convierte en fuego. El Espíritu Santo toma al alma y la purifica en la luz y en la gracia y la atrae hacia arriba hasta lo altísimo. Por eso dice: «Pronto descansaré de nuevo en la ciudad santificada». Cuanto descansa el alma en Dios, tanto descansa Dios en ella. Si ella descansa (sólo) en parte en Él, Él descansa (sólo) en parte en ella; si ella descansa totalmente en Él, Él descansa totalmente en ella. Por eso dice la Sabiduría eterna: «(Pronto descansaré de nuevo». SERMONES: SERMÓN XVIII 3
El otro día dije que la puerta por donde Dios se derrite hacia fuera, es la bondad. (El) ser, empero, es aquello que se conserva dentro de sí mismo y no se derrite hacia fuera; al contrario, se derrite hacia dentro. Por otra parte, es (una) unidad aquello que se mantiene en sí mismo como uno solo, separado de todas las cosas sin comunicarse hacia fuera. (La) bondad, empero, es aquello donde Dios se derrite hacia fuera comunicándose a todas las criaturas. (El) ser es el Padre, (la) unidad es el Hijo junto con el Padre, (la) bondad el Espíritu Santo. Ahora bien, el Espíritu Santo toma al alma, «la ciudad santificada», en (su punto) más puro y elevado y la alza hasta su origen, éste es el Hijo, y el Hijo continúa llevándola hasta su origen, éste es el Padre, en el fondo, en lo primigenio donde el Hijo tiene su esencia, allí donde la eterna Sabiduría «pronto descansará de nuevo en la ciudad bendecida y santificada», o sea, en lo más íntimo. SERMONES: SERMÓN XVIII 3
Esta palabra que acabo de pronunciar en latín, está escrita en el santo Evangelio y significa en lengua vulgar: «¡Dios te salve, llena de gracia, el Señor es contigo!» (Lucas 1, 28). El Espíritu Santo descenderá desde el trono altísimo, y en ti entrará parte de la luz del Padre eterno (Cfr. Lucas 1, 35 y Santiago 1, 17 y Sabiduría 18, 15). SERMONES: SERMÓN XXII 3
La máxima merced que Dios le hizo jamás al hombre fue el hecho de que se hiciera hombre. Quiero relataros un cuento que viene perfectamente al caso. Había un marido rico y una mujer rica. Luego, la mujer tuvo un accidente de modo que perdió un ojo; por eso se puso muy triste. Entonces, el marido la vino a ver y dijo: «Mujer ¿por qué estáis tan triste? No debéis entristeceros por haber perdido vuestro ojo». Ella contestó: «Señor, no me entristece el hecho de haber perdido mi ojo; me entristezco más bien porque me parece que por ello me amaréis menos». Entonces dijo él: «Mujer, yo os amo». Al poco tiempo él mismo se vació un ojo y fue a ver a la mujer y dijo: «Mujer, para que creáis ahora que os amo, me he igualado a vos; ya no tengo sino un solo ojo». Lo mismo sucede con el ser humano: apenas podía creer lo mucho que lo amaba Dios hasta que Dios mismo al fin se vació un ojo y adoptó la naturaleza humana. Esto es lo que significa: «Se hizo carne» (Juan 1, 14). Nuestra Señora dijo: «¿Cómo podrá ser esto?» Entonces dijo el ángel: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti» desde el trono altísimo, desde el Padre de la luz eterna (Cfr. Lucas 1, 34 a 35 y Sabiduría 18, 15 y Santiago 1, 17). SERMONES: SERMÓN XXII 3
Pues bien, dijo Nuestro Señor: «No os he llamado siervos, os he llamado amigos, porque el siervo no sabe qué es lo que quiere su Señor» (Juan 15,15). También mi amigo podría saber algo que yo no sabía, por cuanto no querría comunicármelo. Mas Nuestro Señor dijo: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado». Me sorprende, pues, que algunos frailes, que pretenden ser muy doctos y grandes frailes, se contenten tan pronto y se dejen engañar. Al referirse a la palabra que dijo Nuestro Señor: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado»… quieren interpretarla diciendo que nos ha revelado cuanto nos hace falta para nuestra eterna bienaventuranza, mientras «estamos en camino». Yo no opino que se deba interpretar así, porque no es verdad. Dios ¿por qué se hizo hombre? Para que yo mismo naciera como el mismo Dios. Dios murió para que yo muriera para todo el mundo y todas las cosas creadas. Así hay que interpretar la palabra pronunciada por Nuestro Señor: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado». ¿Qué es lo que el Hijo escucha de su Padre? El padre no puede sino engendrar, el Hijo no puede sino nacer. Todo cuanto el Padre tiene y cuanto es, (o sea) la esencia abismal del ser divino y de la naturaleza divina, lo engendra todo en su Hijo unigénito. Esto es lo que el Hijo escucha del Padre, esto es lo que nos ha revelado para que seamos (cada uno) el mismo hijo. Todo cuanto tiene el Hijo, o sea, el ser y la naturaleza, lo tiene de su Padre, para que seamos (cada uno) el mismo hijo unigénito. (Por otra parte), nadie tiene el Espíritu Santo si no es el hijo unigénito. (Pues), allí donde se hace espíritu al Espíritu Santo, lo hacen espíritu el Padre y el Hijo; porque esto es esencial y espiritual. Puedes recibir, por cierto, los dones del Espíritu Santo o la semejanza con el Espíritu Santo; pero no permanece en tu interior, es inestable. Sucede lo mismo cuando una persona se ruboriza por vergüenza y (luego) palidece; es un accidente y pasajero. Mas el hombre que es rubicundo y hermoso por naturaleza, siempre sigue siéndolo. Así (también) le pasa al hombre que es el hijo unigénito: el Espíritu Santo permanece en él esencialmente. Por eso está escrito en el Libro de la Sabiduría: «Hoy te he engendrado» al reflejo de mi luz eterna, en la plenitud y «en la claridad de todos los santos» (Cfr. Salmos 2,7; 109,3). Lo engendra ahora y «hoy». Ahí se está de parto en la divinidad, ahí se los «bautiza en el Espíritu Santo» – «ésta es la promesa que les ha hecho el Padre» -. «Luego de estos días que no son muchos sino pocos»: esto es la «plenitud de la divinidad» (Cfr. Col. 2, 9) donde no hay ni día ni noche; aquello que se halla a (una distancia de) mil millas, allí se encuentra tan cerca de mí como el lugar donde estoy parado ahora, allí hay plenitud y magnificencia de toda la divinidad, allí hay unidad. El alma, mientras percibe (aún) cualquier diferencia, anda mal; mientras todavía hay algo que mira hacia fuera o hacia dentro, no hay unidad. María Magdalena buscaba a Nuestro Señor en la tumba, buscaba a un muerto y encontró a dos ángeles vivos; por eso se sintió aún desconsolada. Entonces dijeron los ángeles: «¿De qué te preocupas? ¿Qué estás buscando? Un muerto y encuentras a dos vivos». Entonces dijo ella: «Justamente esto es mi desconsuelo que yo encuentre a dos y, sin embargo, busco a uno solo». (Cfr. Juan 20,11 ss.). SERMONES: SERMÓN XXIX 3
El segundo significado es el siguiente: ¡Obra tu provecho en todas las cosas! o sea: «¡Amarás a Dios más allá de todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo!» (Cfr. Lucas 10, 27), y éste es un mandamiento (dado) por Dios. Mas, yo digo que no sólo es un mandamiento sino que Dios, también, lo ha regalado y prometido regalarlo. Si prefieres cien marcos tuyos a los de otro, haces mal. Si prefieres una persona a otra, haces mal; y si amas más a tu padre y a tu madre y a ti mismo que a otra persona, haces mal; y si prefieres la bienaventuranza tuya a la de otro, haces mal. «¡Líbreme Dios! ¿Qué estáis diciendo? ¿No he de preferir la bienaventuranza mía a la de otro?» Hay muchas personas letradas que no comprenden tal cosa y les parece muy difícil; mas no es difícil, es fácil. Te mostraré que no es difícil. Mirad: la naturaleza persigue dos finalidades con cada miembro para que opere en el hombre. La primera finalidad que el (miembro) persigue en sus obras, consiste en servir al cuerpo en su totalidad y luego, a cada miembro, por separado, tal como a sí mismo, y no menos que a sí mismo, y en sus obras no se refiere más a sí mismo que a otro miembro. Esto tiene mucha mayor validez para (la esfera de) la gracia. Dios debe ser la regla y el fundamento de tu amor. La intención primaria de tu amor debe dirigirse puramente hacia Dios y luego hacia tu prójimo como a ti mismo y no menos que a ti mismo. Y si amas la bienaventuranza tuya más que la de otro, está mal hecho; pues, si amas la bienaventuranza más en ti que en otro, te amas a ti mismo. Donde te amas a ti, Dios no constituye tu amor puro, y eso está mal hecho. Porque, si amas la bienaventuranza de San Pedro y de San Pablo como en ti mismo, posees la misma bienaventuranza que, también, tienen ellos. Y si amas la bienaventuranza en los ángeles tanto como en ti mismo, y si amas la bienaventuranza de Nuestra Señora tanto como en ti, gozas de la misma bienaventuranza, propiamente dicha, que ella misma; te pertenece lo mismo a ti que a ella. Por eso se dice en El Libro de la Sabiduría: «Lo hizo similar a sus santos» (Eclesiástico 45, 2). SERMONES: SERMÓN XXX 3
Prestad atención a esta palabra: «Dios ama». Para mí constituye una recompensa grande, y más que grande, en caso de que lo ansiemos – como ya he dicho varias veces – que Dios me ama a mí. ¿Qué es lo que ama Dios?. Dios no ama nada a excepción de sí mismo y de aquello que se le asemeja, en la medida en que lo encuentra en mí y (me halla) a mí dentro de Él. Está escrito en el Libro de la Sabiduría: «Dios no ama a nadie sino a aquel que mora en la sabiduría» (Sab. 7, 28). En la Escritura se encuentra también otra palabra que es mejor todavía: «Dios ama a quienes siguen a la justicia» «en la sabiduría» (Prov. 15, 9). Los maestros están todos de acuerdo en que la sabiduría de Dios es su Hijo unigénito. Aquella palabra dice: «quienes siguen a la justicia» «en la sabiduría», y por lo tanto, ama a quienes lo siguen a Él, porque no ama nada en nosotros sino en cuanto nos encuentra en Él. El amor de Dios y lo amado por nosotros se hallan a gran distancia, uno de otro. Nosotros amamos solamente en la medida en la que hallamos a Dios en lo que amamos. Aun habiendo jurado (otra cosa) yo no podría amar sino a la bondad (= bondad divina = Dios). Dios, empero, ama (sólo) en cuanto Él es bueno – no es pues, que Él descubra en el hombre alguna cosa digna de amarla, fuera de su propia bondad – y con nosotros (lo hace) en la medida en que nos hemos adentrado en Él y en su amor. Esta es la recompensa esto es lo que nos da su amor: que nos hallemos en Él y «moremos en la sabiduría». SERMONES: SERMÓN XLI 3
Todos los ángeles y todos los santos y todo cuanto ha nacido jamás, deben callarse cuando habla esta Sabiduría del Padre; porque toda la sabiduría de los ángeles y de todas las criaturas es pura necedad ante la Sabiduría sin fondo de Dios. Esta ha dicho que los pobres son bienaventurados. SERMONES: SERMÓN LII 3
En el escrito de un Papa se dice: Cada vez que Nuestro Señor elevó los ojos, estaba pensando en cosas grandes. Afirma el sabio en el Libro de la Sabiduría que el alma es elevada hasta Dios por la sabiduría divina (se trataría de Sabiduría 7, 28). San Agustín dice también que todas las obras y enseñanzas de Dios hecho hombre son un ejemplo y un símil de nuestra vida santificada y de (nuestra) gran dignidad ante Dios. El alma ha de ser purificada y hecha sutil a la luz (de la sabiduría) y en la gracia, y (se le debe) quitar y mondar todo cuanto de extraño hay en el alma, y también una parte de lo que es ella misma. Lo he dicho varias veces ya: El alma ha de ser desnudada de todo cuanto le es accidental (= a su ser puro), y ser elevada, así de pura, refluyendo en el Hijo con la misma pureza con que emanó de Él. Porque el Padre creó al alma dentro del Hijo. Por ello debe adentrarse en Él con tanta pureza como (tenía) al emanar de Él. SERMONES: SERMÓN LIII 3
Esta sentencia cuadra bien con lo que dije ayer: «Lo llamé y lo invité y lo atraje, y el espíritu de la sabiduría ha entrado en mi fuero íntimo, y lo he apreciado más que todos los reinos y (el) poder y (el) dominio, y más que (el) oro y (la) plata, y más que (las) piedras preciosas, y en comparación con el espíritu de la sabiduría he considerado todas las cosas como grano de arena y fango y nada» (Sabiduría 7, 7 a 9). Constituye evidente señal de que posee «el espíritu de la sabiduría» aquel hombre que considera pura nada a todas las cosas. «El espíritu de la sabiduría» no vive en aquel que mira a alguna cosa como (si fuera) algo. Cuando él (= el sabio) dijo «como un grano de arena», esto era demasiado poco; cuando dijo «como fango», también era demasiado poco; cuando dijo: «como nada», estaba bien dicho, porque todas las cosas son pura nada en comparación con «el espíritu de la sabiduría». «Lo llamé y lo atraje y lo invité, y el espíritu de la sabiduría ha entrado en mi fuero íntimo». Quien lo llama dentro de lo más entrañable, en éste entra «el espíritu de la sabiduría». SERMONES: SERMÓN LIX 3
Pues bien, él (= el sabio) dice: «Con el espíritu de la sabiduría he recibido a la vez todas las cosas buenas» (Sabiduría 7, 11). Por entre los siete dones, el don de la sabiduría es el más noble. Dios no da ninguno de estos dones sin darse primero Él mismo, y de modo igual y de manera engendrante. Todo cuanto es bueno y puede traer gozo y consuelo, lo poseo todo en el «espíritu de la sabiduría» y (también) toda la dulzura, de manera que no permanece fuera (del espíritu) ni tanto como la punta de una aguja; y, sin embargo, sería nonada si uno no lo poseyera tan perfecta e igual y rectamente como lo goza Dios, así gozo yo lo mismo de modo igual en su naturaleza. Porque Él, en «el espíritu de la sabiduría», opera en forma completamente igual de modo que lo mínimo llega a ser como lo máximo, pero no lo máximo como lo mínimo. Es como si alguien injertara un vástago noble en un tronco tosco, luego todos los frutos salen según la nobleza del vástago y no según la tosquedad del tronco. Así sucede también en este espíritu: allí todas las obras se vuelven iguales, porque lo mínimo llega a ser como lo máximo, y no lo máximo como lo mínimo. Él (= Dios) se entrega de manera engendrante, porque la obra más noble en Dios es engendrar, con tal de que en Dios una cosa fuera más noble que otra; porque todo el placer de Dios está cifrado en engendrar. Todo cuanto me es congénito no me lo puede quitar nadie, a no ser que me quite a mí mismo. (En cambio) todo cuanto me puede caer en suerte, lo puedo perder; por eso, Dios nace íntegramente en mí para que no lo pierda nunca; pues, todo cuanto me es congénito, no lo pierdo. Dios tiene todo su placer en el nacimiento, y por eso engendra a su Hijo en nuestro fuero íntimo para que tengamos en ello todo nuestro deleite y engendremos junto con Él al mismo Hijo natural; porque Dios cifra todo su placer en el nacimiento y por eso nace dentro de nosotros para tener todo su deleite en nuestra alma y para que nosotros tengamos todo nuestro deleite en Él. Por eso dijo Cristo, según escribe San Juan en el Evangelio: «Me siguen» (Juan 10, 27). Seguir a Dios en sentido propio, eso está bien: que obedezcamos a su voluntad, como dije ayer: «¡Hágase tu voluntad!» (Mateo 6, 10). San Lucas escribe en el Evangelio que Nuestro Señor dijo: «Quien quiere seguirme, que renuncie a sí mismo y tome su cruz y sígame» (Lucas 9, 23). Quien renunciara a sí mismo en sentido propio, éste pertenecería a Dios por antonomasia, y Dios le pertenecería a él por antonomasia; de ello estoy tan seguro como del hecho de ser hombre. Para semejante hombre resulta tan fácil renunciar a todas las cosas como a una lenteja; y a cuanto más renuncia, tanto mejor. SERMONES: SERMÓN LIX 3