Puech Tempo História

H.-C. Puech — EM TORNO À GNOSE
Excertos de “TIEMPO, HISTORIA Y MITO EN EL CRISTIANISMO DE LOS PRIMEROS SIGLOS (1951)

El cristianismo es una religión histórica en el doble sentido del término: no sólo nace en un momento preciso de la historia, y su fundación, lo mismo que su fe, se fundamentan en una persona -la de Jesús- cuya historicidad, a pesar de los esfuerzos de los «mitólogos» (W. B. Smith, A. Drews, J. M. Robertson, P.-L. Couchoud o E. Dujardin), es segura, sino que además, y sobre todo, de modo más exclusivo aún que el mazdeísmo o que el mismo judaismo, otorga al tiempo un valor concreto y atribuye a su desarrollo, concebido como unilineal e irreversible, una significación soteriológica. Más aún: vincula a la historia sus propios destinos; se concibe y se interpreta a sí mismo en función de una perspectiva histórica; trae consigo, más o menos implícitamente, y elabora en seguida una especie de filosofía o, por mejor decir, de teología de la historia. (…)

Concebir o incluso experimentar el tiempo y la historia como desenvolviéndose de acuerdo con una línea recta a lo largo de la cual situamos, en orden irreversible, una sucesión de acontecimientos pasados, presentes o futuros; atribuir a cada acontecimiento un carácter único y al tiempo una realidad, una eficacia y una dirección; sostener que el tiempo cuenta, que lleva a cabo el cumplimiento de algo y que transcurre en un sentido definido; todo esto nos parece tan simple, tan natural, que lo interpretaríamos de buena gana como un dato inmediato, espontáneo, de nuestra sensibilidad y de nuestro entendimiento. De la misma manera, para nosotros, Occidentales de hoy, la forma como disponemos y orientamos nuestra cronología, nuestro calendario, se ha convertido en algo banal a fuerza de costumbre. Al comienzo de una obra reciente, Christ et le Temps, que tiene que ver muy de cerca con nuestro tema, Oscar Cullmann insiste con razón en ello: en parte desde el siglo V, sistemáticamente desde el xviii, escalonamos y contamos los años a partir de un punto central: el nacimiento de Cristo. Y desde ese punto nos remontamos hasta el infinito en el pasado (años 1, 2, 3, 100, 1000, 2000, antes de C.); o progresamos hasta el infinito en el futuro (años 1, 2, 3, 1900, 1950, después de C. o Anni Domini). En otros términos, «los años anteriores a Cristo van decreciendo desde las cifras más altas hasta el número 1, mientras que, a la inversa, para los años posteriores a Cristo, los números van creciendo desde el número 1 hasta las cifras más elevadas». De esta forma la historia total del mundo se ordena en función del advenimiento de Cristo, desembocadura de todo el período anterior al mismo tiempo que punto de partida de todo el período nuevo y subsecuente.

Ambas concepciones nos han sido impuestas por el cristianismo. La primera constituye el elemento esencial de su visión de las cosas y del destino humano; la segunda es el reflejo exacto de su teología del tiempo y de la historia. Por más que hayamos dejado de advertir su originalidad, ambas fueron en su momento nuevas y aun revolucionarias, confrontadas con las ideas dominantes de los ambientes en que se inició su desenvolvimiento.