Presença de Jesus

Orígenes — Contra Celso
La presencia de Jesús resucitado con sus apóstoles no era continua.
¿Qué digo a todos? Ni siquiera con sus mismos apóstoles y discípulos estaba continuamente ni se les aparecía siempre, pues no podían soportar continuamente su contemplación. Y es así que, una vez acabada su dispensación, el resplandor de su divinidad era más intenso. Este resplandor lo pudo soportar Cefas-Pedro, que era como las primicias de los apóstoles, y después de él los doce, agregado Matías en lugar de Judas (Act. 1, 26); después de ellos, se apareció a quinientos hermanos juntos, luego a Santiago, luego a todos los otros apóstoles, distintos de los doce, acaso a los setenta discípulos; por último, a Pablo, como a un abortivo que sabía en qué sentido decía: “A mí, el más pequeño de todos los santos, me ha sido dada esta gracia” (Eph 3, 8). Y acaso la expresión “el más pequeño” equivalga a “abortivo”. Ahora bien, como nadie puede razonablemente reprochar a Jesús que no tomara consigo a todos los apóstoles para subir al monte elevado, sino solamente a los tres antedichos, cuandi quiso transfigurarse y mostrar la brillantez de sus vestidos y la gloria de Moisés y Elías que hablaron con Él; así nadie tiene tampoco derecho a censurar los discursos apostólicos, según los cuales, después de su resurrección, Jesús no se apareció a todo el mundo, sino sólo a los que sabía tenían ojos capaces de contemplar su resurrección.

Yo creo será también oportuno, para apoyar lo que estamos diciendo, alegar el dicho del Apóstol acerca de Jesús: “Porque Cristo murió y resucitó para ser señor de vivos y muertos” (Rom. 14, 9). Porque es de notar en este texto que Jesús murió para ser señor de los muertos, y resucitó para serlo, no sólo de los muertos, sino también de los vivos. Entiende el Apóstol por muertos, de los que es señor Cristo, a los que enumera así en su primera carta a los corintios: “Sonará la trompeta y los muertos resucitarán incorruptos” (1Cor 15, 52); y por vivos, a ellos y a los que han de ser cambiados, que son distintos de los muertos que han de resucitar. El texto sobre esto dice así: “Y también nosotros seremos cambiados”, que viene seguidamente de éste: “Los muertos se levantarán primero”. Además, en la primera a los tesalonicenses, establece, con otras palabras, la misma distinción, diciendo ser unos los que duermen y otros los vivos. He aquí el texto: “No queremos, hermanos, estéis en la ignorancia acerca de los que se duermen, para que no os pongáis tristes a la manera de los otros que no tienen esperanza. Porque, si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios reunirá con Jesús a los que se durmieron en Él. Con palabras del Señor os decimos, en efecto, que nosotros, los que vivimos, los que quedamos para el advenimiento del Señor, no nos adelantaremos a los que se han dormido (1Tes 4, 13ss). La interpretación que nos pareció mejor a este pasaje la expusimos en los comentarios que compusimos sobre la carta primera a los tesalonicenses.