potencia suprema del alma (Eckhart)

Otra cosa más (y) parecida a la anterior: Ningún recipiente puede llevar en sí dos clases de bebida. ‘Si ha de contener vino, hay que verter necesariamente el agua; el recipiente debe estar vacío y limpio. Por eso: si has de recibir divina alegría y a Dios mismo, debes necesariamente verter a las criaturas. Dice San Agustín: «Vierte para que seas llenado. Aprende a no amar para que aprendas a amar. Apártate para que seas acercado». En resumidas cuentas: Todo cuanto ha de tomar y ser capaz de recibir, debe estar vacío y tiene que estarlo. Dicen los maestros: Si el ojo cuando ve contuviera algún color, no percibiría ni el color que contenía ni otro que no contenía; pero como carece de todos los colores, conoce todos los colores. La pared tiene color y por eso no conoce ni su propio color ni ningún otro, y el color no le da placer, y el oro o el esmalte no la atraen más que el color del carbón. El ojo no contiene (color) y, sin embargo, lo tiene en el sentido más verdadero, pues lo conoce con placer y deleite y alegría. Y cuanto más perfectas y puras son las potencias del alma, tanto más perfecta y completamente recogen lo que aprehenden y tanto más reciben y sienten mayor deleite, y se unen tanto más con lo que recogen (y) esto hasta tal punto que la potencia suprema del alma, que está desembarazada de todas las cosas y no tiene nada en común con cosa alguna, no recibe nada menos que a Dios mismo en la extensión y plenitud de su ser. Y los maestros demuestran que, en cuanto a placer y deleite, nada se puede comparar a esta unión y este traspaso (de lo divino) y este deleite. Por eso dice Nuestro Señor (y es) muy notable: «Bienaventurados son los pobres en espíritu» (Mateo 5,3). Es pobre quien no tiene nada. «Pobre en espíritu» quiere decir: así como el ojo es pobre y carece de color, siendo susceptible de (ver) todos los colores, así el pobre en espíritu es susceptible de aprehender toda clase de espíritu, y el espíritu de todos los espíritus es Dios. El amor, la alegría y la paz son fruto del espíritu. Estar desnudo, ser pobre, no tener nada, hallarse vacío, (todo esto) transforma a la naturaleza: (el) vacío hace que el agua suba por la montaña y (opera) otros muchos milagros de los cuales ahora no es momento de hablar. ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Ahora bien, él dice: «quiso descansar en el lugar». Toda la riqueza y pobreza y bienaventuranza residen en la voluntad. La voluntad es tan libre y tan noble que no recibe (ningún impulso) de las cosas corpóreas, sino que opera su obra por su propia libertad. (El) entendimiento, ciertamente, recibe (la influencia) de las cosas corpóreas; en este aspecto la voluntad es más noble; pero sucede en cierta parte del entendimiento, en un mirar hacia abajo y en una bajada, que este conocimiento recibe la imagen de las cosas corpóreas. Mas, en la (parte) suprema, el entendimiento obra sin agregado de las cosas corpóreas. Dice un gran maestro: Todo cuanto es traído a los sentidos, no llega al alma ni a la potencia suprema del alma. Dice San Agustín, y también lo dice Platón, un maestro pagano, que el alma posee en sí misma, por naturaleza, todo el saber; por eso no hace falta que arrastre el saber hacia dentro, sino que mediante el estudio del saber externo, se revela el saber que, por naturaleza, se halla escondido en el alma. Es como (sucede con) un médico que, si bien me limpia el ojo y quita el obstáculo que (me) impide ver, no otorga la vista. La potencia del alma que obra en el ojo por naturaleza, sólo ella presta la vista al ojo, una vez quitado el impedimento. De la misma manera, no le da luz al alma todo cuanto como imágenes y formas es ofrecido a los sentidos, sino que únicamente prepara y purifica al alma para que, en su (parte) más elevada, pueda recoger puramente la luz del ángel, y junto con ella la luz divina. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXV 3

El tercer nombre es: «Simón», esto quiere decir tanto como «algo que es obediente» y «algo que es sumiso». Quien ha de escuchar a Dios, tiene que estar separado (y) a gran distancia de la gente. Por ello dice David: «Me quiero callar y escuchar lo que dice Dios dentro de mí. Dice paz para su pueblo y sobre sus santos y a todos aquellos que han regresado a su corazón» (Salmo 84, 9). Bienaventurado es el hombre que escucha afanosamente a cuanto Dios dijere en su interior, y él se ha de doblegar directamente bajo el rayo de la luz divina. El alma que se ha ubicado con toda su fuerza por debajo de la luz divina, se torna enardecida e inflamada en el amor divino. (La) luz divina entra con su irradiación directamente desde arriba. Si el sol diera verticalmente sobre nuestra cabeza, casi nadie sobreviviría. De esta manera, la potencia suprema del alma, que es la cabeza, debería erguirse equilibradamente bajo el rayo de la luz divina para que pudiera brillar dentro de ella esa luz divina, de la cual he hablado a menudo: ésta es tan pura y flota tan por encima y es tan elevada que en comparación con esta luz todas las luces son tinieblas y nonadas. Todas las criaturas, tal como son, son como nada; cuando se proyecta sobre ellas la luz, dentro de la cual reciben su ser, entonces son algo. Por eso, el conocimiento natural nunca puede ser tan noble que toque o aprehenda inmediatamente a Dios, a no ser que el alma posea las seis cualidades a las que me he referido antes. La primera: que uno haya muerto para toda desigualdad. La segunda: que uno se halle bien purificado en la luz (divina) y en la gracia. La tercera: que se carezca de medios. La cuarta: que uno, en su fondo más íntimo, escuche la palabra de Dios. La quinta: que uno se someta a la luz divina. La sexta es la que menciona un maestro pagano: Esta es la bienaventuranza de que uno viva de acuerdo con la suprema potencia del alma; ella debe tender continuamente hacia arriba y recibir su bienaventuranza en Dios. Allí, en el primer efluvio violento, donde recibe el Hijo mismo, allí en lo más excelso de Dios, hemos de recibir también nosotros; (mas) entonces, nosotros también debemos presentar parejamente lo más elevado que poseemos. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLV 3