potencia

«Toda la multitud de las potencias infinitas de pende de una potencia única, la infinitud primordial, que no debe considerarse como una potencia participada y que no subsiste como poder en unos sujetos, sino en ella misma, porque no es la potencia de un participante dado, sino la causa de todos los seres. 104 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA VIRGEN

Aunque el ser primero posee una potencia, no es sin embargo la potencia en su pureza, pues contiene también un determinante, mientras que la primera potencia es sólo infinitud. Las potencias infinitas, en efecto, son infinitas por la comunicación de la infinitud. Por lo tanto anterior a todas las potencias será la infinitud en su pureza subsistente, y por ella el ser tiene una potencia infinita y todos los seres participan en la infinitud. Ésta, es efecto, no es ni lo primero, lo que es la norma de todos los seres, puesto que es el bien y lo uno, ni el ser, que es infinito, pero no la infinitud. Está pues entre lo primero y el ser y es la causa de todos los seres infinitos en potencia y de toda la infinitud que se encuentra en los seres. (Proclo, Elementos de teología, 92) 106 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA VIRGEN

Pero in divinis no hay distinciones, ya que estas no aparecen más que al nivel de la Creación que preexiste eternamente en el Logos «lugar de los posibles». La Theotokos es entonces la «Madre Universal», y el Padre – Origen concibe los posibles en el Logos por el ministerio de la Theotokos, ella misma «función del Espíritu Santo». En consecuencia las distinciones están ellas mismas en potencia en el Logos, y nosotros estamos destinados a hacerlas (distinciones virtuales). 134 Abbé Henri Stéphane: SOPHIA o de la SABIDURIA

En la representación latina, las tres Hipóstasis están situadas en el mismo plano ontológico y de alguna manera horizontal; se las puede mirar como «determinaciones» particulares de la Esencia [NA: Lo que funda el ser de la cosa; aquello por lo cual una cosa es lo que es (id quio res est id quod est)] divina. El Padre es un «terminus a quo» (punto de partida) – en sentido escolástico – y el Hijo un «terminus ad quem» (punto de llegada), y ocurre lo mismo con el Espíritu Santo. La transposición metafísica, que desemboca en la primera interpretación de F. Schuon, opera un enderezamiento vertical: «La perspectiva “vertical” (Sobre-Ser, Ser, Existencia) ve las Hipóstasis como “descendentes” de la Unidad o del Absoluto; o de la Esencia, si se quiere, los grados de la Realidad». Se trata entonces de “determinaciones” de lo Indeterminado, determinaciones evidentemente principales, puesto que a este nivel no se sabría “salir” del Principio. El Ser, según René Guénon, es la primera determinación del No-Ser [NA: El «No-Ser» en el sentido guenoniano corresponde al «Sobre-Ser» de Schuon, del que se ha hablado más arriba.]. Esta determinación corresponde al Hijo, primera «determinación» del Padre. En cuanto a la Existencia, debe ser considerada evidentemente en su realidad principal; se identifica entonces con Mâyâ [NA: La Shakti o potencia de Brahman. La noción de Mâyâ es muy compleja; se traduce a menudo por «ilusión cósmica», pero ese no es más que uno de los aspectos de Mâyâ, que es también el «Juego Divino» y la «Posibilidad Universal».] o la «Posibilidad universal»; es Mâyâ, en tanto que Theotokos [NA: Madre de Dios, «la que alumbra a Dios»; título dado a la Virgen María en el 431 por el concilio de Efeso.], la que permite a Dios «existir», y es también el Espíritu Santo el que «revela» el Padre y el Hijo a ellos mismos. 212 Abbé Henri Stéphane: INTERPRETACIÓN METAFÍSICA DE LA TRINIDAD

En la procesion de Inteligencia por la cual el Padre (Sat) engendra al Hijo (Chit), el Padre no conoce ningún «objeto»: «Tu no puedes conocer a Aquel que hace conocer lo que es conocido, y que es su Si mismo en todas las cosas. Lo mismo que Dios mismo no conoce aquello que él es, porque El no es ningún “esto”» [NA: Comienzo del Brhad Aranyaka Upanisad, III, 4,2.]. Dios (Sat) es conocimiento Puro y Absoluto (Chit), conocimiento de “nada”. Por eso mismo, este conocimiento se identifica a la Ignorancia (la Docta ignorancia) que no es otra que Mâyâ. Esta última, en tanto que Shakti [NA: La potencia de manifestación de Brahman (ver nota 17), la Omni-Posibilidad u Omni-Potencia divina. Ver también Mâyâ] de Brahma [NA: Nombre neutro que designa el Principio supremo en la metafísica del Vedanta (el punto de vista más elevado de la doctrina hindú, es decir el que llega a la metafísica pura, Shankara (nota 11) es su doctor más eminente).], no es otra que la Omni-Posibilidad, la Omni-Potencia, la Voluntad, el Amor puro y Absoluto, el Espíritu Santo, que procede así del Padre (y del Hijo) por modo de Voluntad, y que es también Beatitud (Ananda). Es en este contexto donde se sitúa entonces el misterio o el «milagro» de la Existencia, bajo cualquier modo que sea, desde el instante que ese modo está devuelto a su Principio, del cual no está separado más que ilusoriamente. No es en vano que la teología enseña que Dios ha creado el mundo por amor, pero no por «amor al mundo» que no tiene mas que una existencia ilusoria (el juego de Mâyâ), y que no existe mas que para permitir al Uno sin segundo afirmar que todo otro «diferente de El» no existe. [NA: L. Shaya, La Doctrina sufí de la Unidad.] 220 Abbé Henri Stéphane: INTERPRETACIÓN METAFÍSICA DE LA TRINIDAD

Desde un punto de vista algo diferente, el Verbo procede del Padre por modo de inteligencia, y el Espíritu Santo por modo de voluntad. Aquí aparece entonces una analogía entre la Naturaleza divina y la naturaleza humana creada «a imagen de Dios», analogía que constituye el fundamento de un orden natural, en el que el hombre es visto en sus facultades específicas, sin prejuicio de los elementos corporales que le religan al «Cosmos», pero de los que no trataremos aquí. Hacemos también abstracción de la «historia mundial», no reteniendo más que los dos polos esenciales y de alguna manera «centrales» de la Historia, a saber la Caída y la Redención. Pero es importante subrayar que estos dos acontecimientos no cambian radicalmente el orden natural, ya que este no tiene su fin último, ni su razón suficiente en si mismo: el orden natural está en «potencia obediencial» [NA: La potencia obediencial es la aptitud de un ser a recibir de un agente superior una determinación que sobrepasa su propia naturaleza: por ejemplo, la potencia obediencial permite al alma recibir la gracia.] con relación al Orden sobrenatural, y se puede decir sobre todo que el alma humana está en «potencia obediencial» frente a la Gracia santificante. Por lo mismo que en la Unión Hipostática, la Naturaleza divina del Verbo «asume» la naturaleza humana, así la Gracia santificante «eleva» al alma y sus facultades, haciéndolas entrar en la «Circumincesión» de las Tres Personas, volviéndolas consortes divinae naturae. Es en esta perspectiva donde aparece la función de las tres Virtudes teologales: lejos de destruir las facultades naturales, las Virtudes se «agarran» de alguna manera en estas para infundirles una «simiente de gracia» que se expandirá in fine en la «Luz de gloria». Es así como la Fe purifica, ordena y eleva la inteligencia hacia el Hijo, que procede del Padre por modo de inteligencia (o de conocimiento); la Esperanza purifica, ordena y eleva la memoria (y la imaginación) hacia el Padre, (el «recuerdo de Dios», la Oración y la Invocación aparecen así como los frutos de esta Virtud); finalmente la Caridad purifica, ordena y eleva la voluntad hacia el Espíritu Santo, que procede del Padre (y del Hijo) por modo de voluntad (o de amor). 644 Abbé Henri Stéphane: NATURALEZA Y GRACIA

El Logos, surgido del Silencio, se sitúa, al nivel ontológico de la Epifanía, del Símbolo, del Icono. Como consecuencia de ello, él es el Mediador que conduce a la Hipóstasis, a la «Comunión del Padre». Así, la Palabra nacida del Silencio no puede mas que volver al Silencio y conducir al Silencio: la teología mística es necesariamente apofática. El «muy teárquico Jesús» (san Dionisio) suspendido en el interior del triple círculo de las esferas celestes y sosteniéndose por su propia potencia, está en medio de los Angeles de los Arcángeles que han sido «creados en el Silencio» (Ver Paul EVDOKIMOV, L´Amour fou de Dieu, p. 38.). El es el silencio «hipostasiado», «arquetipificado», del cual el silencio del claustro o el del desierto, no es más que un reflejo lejano. Ocurre lo mismo con la Paz, con el Vacío, con la Soledad. Pero por lo mismo que el «muy teárquico Jesús» está en el centro del Pleroma, figurado por la Sinaxis de los Angeles, su Soledad es una Plenitud (Es el estado de Muni; cf. R. GUÉNON, El Hombre y su devenir según el Vedanta, cap XXIV.) comparable a el «enstasis» de las tres Hipóstasis divinas, al «Vuelo del Solitario hacia el Solitario» (Plotinio, Eneadas VI, 9-11). 694 Abbé Henri Stéphane: SILENCIO Y EXISTENCIA

Esta necesidad de explicación racional es una enfermedad mental – o una “pasión mental”- del hombre moderno que, incapaz de captar las verdades esenciales, busca compensar su impotencia metafísica con la “investigación” científica. A fin de cuentas ¿por qué plantearse la pregunta de si el hombre descendería del lagarto? Se podría responder, situándose en el mismo terreno “racionalista” o un poco “escolástico”: si el hombre descendiera del lagarto, sería que el hombre estaría contenido virtualmente en el lagarto, y este sería ya al menos un hombre en potencia y no un lagarto; pero este genero de razonamiento no interesa en absoluto a nuestros contemporáneos, que prefieren las brumas de la fenomenología o del existencialismo. 964 Abbé Henri Stéphane: A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN

«Dios omnipotente, que descienda sobre este cirio encendido tu abundante bendición. Autor invisible de la vida nueva, mira la llama que resplandecerá en esta noche, y haz que, no solamente el sacrificio que nosotros celebramos en esta noche se ilumine en contacto misterioso con vuestra Luz, sino también que en todo lugar a donde se lleve algo de este misterio de santificación, la maligna hipocresía del demonio quede oculta y que sea presentada la potencia de vuestra divina Majestad». 1097 Abbé Henri Stéphane: La Iluminación

Addendum: Podemos enfocar la cuestión de una manera un poco diferente recordando que el bautismo confiere la virtualidad del estado «primordial» o «edénico», es decir de la integralidad del estado humano, o también del «hombre perfecto». En una perspectiva tal, ningún hombre en el estado actual del mundo puede ser considerado como «verdaderamente hombre» y, desde este punto de vista, se podría creer que la distinción hecha más arriba entre aquellos que son verdaderamente «hombres» y aquellos que no lo son más que «accidentalmente» no es valida. En realidad, desde el punto de vista del estado edénico, la distinción en cuestión no se aplica, y se puede decir que no es verdaderamente «hombre» más que aquel que realiza este estado, verdadero «centro» del estado humano visto en su integralidad. Pero desde el punto de vista del estado actual del mundo, ella es plenamente valida en el sentido de que aquel que ha recibido la «virtualidad» del estado edénico es ya en potencia el «hombre verdadero», mientras que el hombre «sin religión» no tiene esa virtualidad en él; es por lo tanto «menos hombre» que el precedente, pero lo es al menos más que el animal o que la planta, puesto que tiene la posibilidad de recibir esta «virtualidad». 1190 Abbé Henri Stéphane: Algunas Consideraciones sobre los Estados Postumos