No obstante, todavía se impone una precisión sobre este tema: ¿cómo es posible que correspondencias de este tipo, que hacen de ellas verdaderos grados iniciáticos, hayan sido atribuidas a las artes liberales, que eran enseñadas pública y oficialmente en todas las escuelas? Pensamos que debía de haber dos maneras de considerarlas, una exotérica y la otra esotérica: a toda ciencia profana puede superponerse otra ciencia que se refiere, si se quiere, al mismo objeto, pero que le considera bajo un punto de vista más profundo, y que es con respecto a esa ciencia profana lo que los sentidos superiores de las escrituras son con respecto a su sentido literal. Se podría decir también que las ciencias exteriores proporcionan un modo de expresión para verdades superiores, porque ellas mismas no son más que el símbolo de algo que es de otro orden, y porque, como lo ha dicho Platón, lo sensible no es más que un reflejo de lo inteligible; los fenómenos de la naturaleza y los acontecimientos de la historia tienen todos un valor simbólico, porque expresan algo de los principios de los que dependen, de los que son consecuencias más o menos alejadas. Así, toda ciencia y todo arte, por una transposición conveniente, pueden tomar un verdadero valor esotérico; ¿por qué las expresiones sacadas de las artes liberales no habrían desempeñado, en las iniciaciones de la edad media, un papel comparable al que el lenguaje tomado al arte de los constructores desempeña en la Masonería especulativa? E iremos más lejos: considerar las cosas de esta manera, es en suma reducirlas a su principio; así pues, este punto de vista es inherente a su esencia misma, y no sobreagregado accidentalmente; y, si ello es así, ¿no podría la tradición que se refiere a él remontarse al origen mismo de las ciencias y de las artes, mientras que el punto de vista exclusivamente profano no sería más que un punto de vista completamente moderno, que resulta del olvido general de esa tradición? No podemos tratar aquí esta cuestión con todos los desarrollos que conllevaría; pero veamos en qué términos Dante mismo indica, en el comentario que da de su primera Canzone, la manera en que aplica a su obra las reglas de algunas de las artes liberales: «O uomini, che vedere non potete la sentenza di questa Canzone, non la rifiutate peró; ma ponete mente alla sua belleza, che è grande, sì per costruzione, la quale si pertiene alli grammatici; sì per l’ordine del sermone che si pertiene alli rettorici; si per lo numero delle sue parti, che si pertiene alli musici» (He aquí la traducción de este texto: «¡Oh hombres que no podéis ver el sentido de esta Canzone!, no la rechacéis no obstante; prestad atención a su belleza, que es grande, ya sea por la construcción, lo que concierne a los gramáticos; ya sea por el orden del discurso, lo que concierne a los retóricos; ya sea por el número de sus partes, lo que concierne a los músicos».). En esta manera de considerar la música en relación con el número, y por consiguiente como ciencia del ritmo en todas sus correspondencias, ¿no puede uno reconocer un eco de la tradición pitagórica? ¿Y no es esta misma tradición precisamente, la que permite comprender el papel «solar» atribuido a la aritmética, de la que hace el centro común de todas las demás ciencias, y también las relaciones que unen a éstas entre sí, y más especialmente a la música con la geometría, por el conocimiento de las proporciones en las formas (que encuentra su aplicación directa en la arquitectura), y con la astronomía, por el de la armonía de las esferas celestes? A continuación, veremos suficientemente la importancia fundamental que tiene el simbolismo de los números en la obra de Dante; y, si este simbolismo no es únicamente pitagórico, si se encuentra en otras doctrinas por la simple razón de que la verdad es una, por ello no nos está menos permitido pensar que, de Pitágoras a Virgilio y de Virgilio a Dante, la «cadena de la tradición» no fue sin duda rota sobre la tierra de Italia. EL ESOTERISMO DE DANTE: CAPÍTULO II
Hay todavía otra cosa que nos parece difícilmente sostenible: es la opinión que consiste en ver en Dante un «kabbalista» en el sentido propio de esta palabra; y aquí somos tanto más llevados a desconfiar cuanto que sabemos muy bien cuántos de nuestros contemporáneos se ilusionan fácilmente sobre este tema, creyendo encontrar Kabbala por todas partes donde hay una forma cualquiera de esoterismo. ¿No hemos visto a un escritor masónico afirmar gravemente que Kabbala y Caballería son una sola y misma cosa, y, a pesar de las más elementales nociones lingüísticas, que las dos palabras mismas tienen un origen común? (Ch.-M Limousin. La Kabbale littérale occidentale.). En presencia de tales inverosimilitudes, se comprenderá la necesidad de mostrarse circunspecto, y de no contentarse con vagas aproximaciones para hacer de tal o de cual personaje un kabbalista; ahora bien, la Kabbala es esencialmente la tradición hebraica (La palabra «Kabbala» misma significa «tradición» en hebreo, y, si no se escribe en esa lengua, no hay ninguna razón en emplearla para designar toda tradición indistintamente.), y no tenemos ninguna prueba de que una influencia judía se haya ejercido directamente sobre Dante (Es menester decir que, según testimonios contemporáneos, Dante mantuvo relaciones sostenidas con un judío muy instruido, y poeta también, Immanuel ben Salomon ben Jekuthiel (1270-1330); pero por ello no es menos verdad que no vemos ninguna huella de elementos específicamente judaicos en la Divina Comedia, mientras que Immanuel se inspiró en ésta para una de sus obras, a pesar de la opinión contraria de Israel Zangwill, que la comparación de las fechas hace enteramente insostenible.). Lo que ha dado nacimiento a una tal opinión, es únicamente el empleo que hace de la ciencia de los números; pero si esta ciencia existe efectivamente en la Kabbala hebraica y tiene en ella un lugar de los más importantes, también se encuentra en otras partes; ¿se llegará pues a pretender igualmente, bajo el mismo pretexto, que Pitágoras era también un kabbalista? (Esta opinión ha sido efectivamente emitida por Reuchlin.). Como ya lo hemos dicho, es más bien al Pitagorismo que a la Kabbala al que, bajo esta relación, se podría vincular Dante, que, muy probablemente, conoció sobre todo del Judaísmo lo que el Cristianismo ha conservado de él en su propia doctrina. EL ESOTERISMO DE DANTE: CAPÍTULO IV