Orígenes — DOS PRINCÍPIOS
Dois Viventes
De Principiis I, 3,4
4. Algunos de nuestros precursores han observado que en el Nuevo Testamento siempre que el Espíritu es llamado sin aquel adjetivo que denota cualidad, debe entenderse el Espíritu Santo; como por ejemplo, en la expresión: “Mas el fruto del Espíritu es amor, alegría y paz” (Ga 5,22). Y: “¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora os perfeccionáis por la carne?” (Ga 3,3).
Somos de la opinión de que esta distinción también puede observarse en el Antiguo Testamento, como cuando se dice: “El que da respiración al pueblo que mora sobre la tierra, y Espíritu a los que por ella andan” (Is 42,5). Porque, sin duda, todo el que camina sobre la tierra (esto es, seres terrenales y corpóreos) es también un participante del Espíritu Santo, que lo recibe de Dios. Mi maestro hebreo también acostumbraba decir que los dos serafines de Isaías, que se describen con seis alas cada uno, y que claman: “Santo, santo, santo, es el Señor de los ejércitos” (Is 6,3), debían entenderse como referidos al Hijo unigénito de Dios y al Espíritu Santo.
Y pensamos que la expresión que aparece en el himno de Habacuc: “En medio de los dos seres vivientes, o de las dos vidas, hazte conocer” (Ha 3,2),26 también debería ser entendido de Cristo y del Espíritu Santo. Porque todo conocimiento del Padre es obtenido por la revelación del Hijo y por el Espíritu Santo, de modo que ambos, llamados por el profeta “seres vivos”, o sea, “vidas”, existen como fundamento del conocimiento de Dios el Padre.