Origenes Pecados Carne

Orígenes — DOS PRINCÍPIOS
Pecados da carne
De Principiis III. 2,2

2. Nosotros, sin embargo, que vemos la razón de las cosas más claramente, no apoyamos esta opinión, teniendo en cuenta aquellos pecados que evidentemente provienen como consecuencia necesaria de nuestra constitución corporal.

¿De verdad debemos suponer que el diablo es la causa de nuestro sentimiento de hambre o de sed? Nadie, pienso, se atrevería a mantener esto. Si, entonces, él no es la causa del sentimiento de hambre o sed, ¿en dónde reside la diferencia entre el individuo que ha alcanzado la edad de la pubertad y ese período que han provocado los incentivos del calor natural? Se seguirá, indudablemente, que así como el diablo no es la causa de nuestro sentimiento de hambre o sed, tampoco es la causa de esa apetencia que naturalmente surge en el momento de la madurez, a saber, el deseo de la relación sexual. Es seguro que esta causa no siempre es puesta en movimiento por el diablo, de manera que estuviéramos obligados a suponer que nuestros cuerpos no poseerían ese deseo de relación sexual si no existiera el diablo.

Consideremos, en segundo lugar, si la comida es deseada por los seres humanos, no por sugerencias del diablo, como ya hemos mostrado, sino por una especie de instinto natural, de no haber ningún diablo, ¿sería posible para la experiencia humana exhibir tal contención a la hora de comer como para no exceder los límites apropiados; esto es, no tomar más de lo requerido en el momento o de lo que dicte la razón, cuyo resultado sería que, debido a la mesura y moderación en la comida, nunca se equivocaría? No creo, realmente, que los hombres puedan observar una moderación tan grande (aunque no hubiera instigación del diablo incitando a la gula), ni que ningún individuo, al participar del alimento, no vaya más allá de los límites previstos, a menos que antes haya aprendido a contenerse gracias a la costumbre y la experiencia.

¿Cuál es, entonces, el estado del caso? En el tema de comer y de beber, es posible que nos excedamos, incluso sin ninguna incitación del diablo, si ocurre que somos menos moderados o menos cuidadosos de lo que se supone que deberíamos ser. Entonces, en nuestro apetito por las relaciones sexuales, o en la restricción de nuestros deseos naturales, ¿no es nuestra condición algo similar?

Opino que la misma línea de razonamiento debe aplicarse a otros movimientos naturales como la codicia, la cólera, el dolor, o todos aquellos que, generalmente por el vicio de la intemperancia, exceden los límites naturales de la moderación.