Origenes Imagem Deus

Orígenes — DOS PRINCÍPIOS
Imagem de Deus
De Principiis I, 2,7-8

7. Pero ya que citamos el lenguaje de Pablo en cuanto a Cristo, donde dice de Él que “el resplandor de la gloria de Dios, y la imagen misma de su sustancia” (He 1,3), vayamos a considerar qué idea tenemos que formarnos de esto. Según Juan, “Dios es luz” (1Jn 1,5). El Hijo uni génito, por tanto, es la gloria de esta luz, procediendo inse parablemente de Dios mismo, como el resplandor de la luz, e iluminando toda la creación. Porque, de acuerdo a lo que ya hemos explicado en cuanto a la manera en la que Él es el Camino, y que conduce al Padre; y en la que Él es la Palabra, interpretando los secretos de la sabiduría y los misterios del conocimiento, haciéndolos saber a la creación racional; y es también la Verdad, y la Vida, y la Resurrec ción, de la misma manera deberíamos entender el signifi cado de su resplandor; porque es por su esplendor que entendemos y sentimos lo que es la luz. Y este esplendor, presentándose cuidadosa y suavemente a los ojos frágiles y débiles de los mortales, y gradualmente educándolos y acostumbrándolos a soportar el resplandor de la luz, cuan do quita de ellos todo obstáculo y obstrucción de la visión, según el propio precepto del Señor, “saca primero la viga de tu propio ojo” (Lc 6,42), para hacerles capaces de aguan tar el esplendor de la luz, siendo también hecho en este sentido una especie de mediador entre hombres y la luz.

8. Pero ya que el apóstol lo llama no sólo el resplandor de Su gloria, sino también la imagen misma de su persona o sustancia (He 1,3), no está de más preguntarse cómo puede decirse que se es la imagen misma de una perso na, excepto de la persona misma de Dios, independiente mente de ser el significado de persona y sustancia. Con sidera, entonces, si el Hijo de Dios, sabiendo que es su Palabra y Sabiduría, quien sólo conoce al Padre y lo revela a quien Él lo desea -es decir, a los que son capaces de recibir su palabra y sabiduría-, no puede, respecto a este punto de revelar y hacer conocer a Dios, ser llamado la imagen de su persona y sustancia; es decir, cuando aquella Sabiduría, que desea dar a conocer a otros los medios por los que Dios es reconocido y entendido, se describe ante todo a sí misma, pueda de esta manera ser llamada la misma imagen de Dios.

Con vistas a alcanzar un entendimiento mayor de la manera en la cual el Salvador es la imagen de la persona o la sustancia de Dios, utilicemos un ejemplo que, aunque no describa el tema que tratamos total o apropiadamente, puede, sin embargo, ser empleado por un solo propósito: mostrar que el Hijo de Dios, que era en forma de Dios, se despojó a sí mismo (de su gloria), por este mismo despoja-miento, nos demostró la plenitud de su deidad. Por ejemplo, supongamos que hubiera una estatua de tamaño tan enorme como para llenar el mundo entero, y que por esta razón nadie pudiera verla; y que otra estatua fuera formada pareciéndose totalmente en la forma de sus miembros, y en los rasgos del semblante, y en la naturaleza de su material, pero sin la misma inmensidad de tamaño, para que los que eran incapaces de contemplar a la de enormes proporciones, al ver la otra, reconocieran que han visto la primera, porque la más pequeña conservó de ella todos los rasgos de los miembros y semblante, y hasta la misma forma y el material, tan estrechamente que totalmente indistinguible de ella. Por tal similitud, el Hijo de Dios, despojándose de su igualdad con el Padre, y mostrándonos el camino del conocimiento de Él, ha sido hecho la misma imagen de su persona, para que nosotros, incapaces de ver la gloria de aquella maravillosa luz cuando se presenta en la grandeza de su deidad, podamos obtener, por haber sido hecho luz para nosotros, los medios de contemplar la luz divina mediante la contemplación de su resplandor.

Esta comparación de estatuas, desde luego, en cuanto pertenece a cosas materiales, no es empleada con ningún otro propósito que para mostrar que el Hijo de Dios, aunque colocado en la insignificante forma de un cuerpo humano, a causa de la semejanza de sus obras y del poder con el Padre,20 mostró que había en Él una grandeza inmensa e invisible, como dijo a sus discípulos: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9); y, “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10,30). O: “El Padre está en mí, y yo en el Padre” (Jn 10,38).