Orígenes — DOS PRINCÍPIOS
Deus e Matéria
De Principiis II.1.4
4. Llegados a esta conclusión en el orden de nuestra exposición, parece consecuente ahora explicar el carácter de la naturaleza corpórea, ya que la diversidad del mundo no puede subsistir sin cuerpos. La misma realidad demuestra que la naturaleza corpórea es susceptible de cambios diversos y variados, de modo que cualquier cosa puede transformarse en cualquier otra; así, por ejemplo, el leño se convierte en fuego, el fuego en humo, el humo en aire. También el aceite líquido se cambia en fuego. El alimento mismo de los hombres ¿no presenta la misma mutación? Cualquiera que sea, en efecto, el alimento que tomemos, se convierte en la sustancia de nuestro cuerpo. Pero, aun cuando no sería difícil exponer cómo se cambia el agua en tierra o en aire, o el aire en fuego, o el fuego en aire, o el aire en agua, basta aquí tener esto en cuenta para considerar la índole de la sustancia corpórea.
Entendemos por materia aquello que está a la base de los cuerpos, esto es, aquello a lo que los cuerpos deben el subsistir con las cualidades puestas e introducidas en ellos. Las cualidades son cuatro: la cálida, la fría, la seca y la húmeda. Estas cuatro cualidades están implantadas en la materia (porque la materia, en sí misma considerada, existe aparte de dichas cualidades) son causa de las distintas especies de cuerpos. Esta materia, aunque, como hemos dicho, por sí misma no tiene cualidades, no subsiste nunca aparte de la cualidad. Y siendo tan abundante y de tal índole que es suficiente para todos los cuerpos del mundo que Dios quiso que existieran y ayuda y sirve al Creador para realizar todas las formas y especies, recibiendo en sí misma las cualidades que Él quiso imponerle, no comprendo cómo tantos hombres ilustres han podido creerla increada, esto es, no hecha por el mismo Dios, creador de todas las cosas, y decir que su naturaleza y existencia son obra del azar. Lo que a mí me sorprende es cómo estos mismos hombres censuren a los que niegan la creación o la providencia que gobierna este universo, declarando que es impío pensar que la obra tan grande del mundo carece de artífice o de gobernador, cuando ellos también incurren en la misma culpa de impiedad al decir que la materia es increada y coeterna con el Dios increado. En efecto, si suponemos que no hubiera existido la materia, entonces Dios, en su manera de ver, no hubiera podido tener actividad alguna, pues no hubiera tenido materia con la cual comenzar a operar. Porque, según ellos, Dios no puede hacer nada de la nada, y al mismo tiempo dicen que la materia existe por azar, y no por designio divino. A su juicio, lo que se produjo fortuitamente es suficiente explicación de la grandiosa obra de la creación.
A mí me parece este pensamiento completamente absurdo y propio de hombres que ignoran en absoluto el poder y la inteligencia de la naturaleza increada. Pero, para poder contemplar con más claridad esta cuestión, concédase, por un poco de tiempo, que no había materia, y que Dios, sin que antes existiese nada, hizo que fuese lo que El quiso que fuese: ¿en qué pensaremos que la habría hecho mejor, o mayor, o superior, al sacarla de su poder y su sabiduría de modo que fuese no habiendo sido antes? ¿O pensaremos que la habría hecho inferior y peor? ¿O semejante e igual a la que ellos llaman increada? Creo que la inteligencia descubrirá facilísimamente a todos que si no hubiese sido tal como es, ya hubiera sido mejor, ya inferior, no habría sido susceptible de acoger en sí las formas y especies del mundo que ha acogido, ¿y cómo no ha de parecer impío llamar increado a lo que, si se creyera hecho por Dios, sería, sin duda, idéntico a lo que se llama increado?