Origenes Cantico Prologo 5

Orígenes — Comentários ao Cântico dos Cânticos

Pongamos, por ejemplo, una mujer que se abrasa de amor por un hombre y ansía unir a él su suerte: ¿no obrará en todo y dispondrá todos sus movimientos en la forma que sabe que agrada a su amado, no sea que, si en algo obra contra su voluntad, este excelente varón desprecie y rechace su compañía? Esta mujer, que arde en amor por ese hombre con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas, ¿podrá cometer adulterio, si sabe que él arna la castidad? ¿o matar, si sabe de su mansedumbre? ¿o robar, si sabe cuánto le complace la generosidad? ¿Y podrá desear lo ajeno, ella que tiene toda su capacidad de deseo ocupada en el amor de ese hombre? En este sentido se dice también que en la perfección del amor se resume todo mandamiento y que de ella penden toda la ley y los profetass. Por causa de este bien de amor, los santos no se dejan aplastar por la tribulación ni se desesperan en la perplejidad ni se dejan aniquilar cuando los abaten, al contrario, su leve y momentánea tribulación de ahora produce en ellos una inconmensurable riqueza eterna de gloria. En realidad esta tribulación presente se dice momentánea y leve, no por todos, sino por Pablo y por los que son como él, porque poseen el perfecto amor de Cristo, derramado en sus corazones por el Espíritu Santo. De igual modo, el amor a Raquel no permitió tampoco que el patriarca Jacob, ocupado en los trabajos durante siete años continuos, sintiera la quemadura del calor diurno y del frío de la noche. Por eso, escucha al mismo Pablo que, inflamado en este amor, dice: El amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta. El amor jamás decae. Nada hay, pues, que no aguante el que ama perfectamente. Al contrario, si no aguantamos bastante más, la causa cierta es que no tenemos el amor que todo lo aguanta.

Y si no sufrimos pacientemente algunas cosas, es porque falta en nosotros el amor que todo lo sufre. Y si en nuestra lucha contra el diablo fallamos frecuentemente, no cabe dudar que la causa es nuestra carencia de aquel amor que nunca falta.

Pues de este amor habla la presente Escritura: en él arde y se inflama por el Verbo de Dios el alma bienaventurada, y canta este cantar de bodas movidas por el Espíritu Santo por quien la Iglesia se enlaza y une con su celeste esposo, Cristo, ansiosa de juntarse con él por medio de la palabra, para concebir de él y así poderse salvar gracias a esta casta maternidad, con tal que sus hijos perseveren en la fe y en una vida santa y sobria, en calidad de concebidos de la semilla del Verbo de Dios y engendrados y alumbrados por la Iglesia inmaculada o por el alma que no busca nada corpóreo ni material, sino que sólo se inflama de amor por el Verbo de Dios. Esto es lo que por el momento ha podido ocurrírseme acerca del amor al que se hace referencia en este epitalamio del Cantar de los Cantares. Sin embargo es de saber que de este amor se debieran decir tantas cosas cuantas se dicen de Dios, puesto que él mismo es amor. Efectivamente, así como nadie conoce al Padre, sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar, así también al amor nadie lo conoce, sino el Hijo. Y de modo parecido, puesto que también él es amor, al Hijo mismo nadie lo conoce, sino el Padre. Y por el hecho de llamarse amor, sólo es santo el Espíritu que procede del Padre, y por eso conoce lo que hay en Dios, igual que el espíritu del hombre conoce lo que hay en el hombre”. Lo cierto es que este Paráclito, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, anda rondando en busca de almas dignas y capaces a las que pueda revelar la grandeza de este amor que viene de Dios. Así pues, ahora, invocando al mismo Dios Padre, que es amor, por aquel mismo amor que de él proviene, pasemos ya a discutir también lo demás.

En primer lugar intentemos indagar cuidadosamente qué significado pueda tener el hecho de que, habiendo recibido la Iglesia de Dios tres libros escritos por Salomón, se ponga como primero de ellos el libro de los Proverbios, segundo el que llamamos Eclesiastés, y sólo en tercer lugar el Cantar de los Cantares. Lo que a mí se me ocurre sobre este particular es lo siguiente. Las ciencias generales por las que se llega al conocimiento (gnosis) de las cosas son tres, que los griegos llamaron ética, física y teórica y que nosotros podemos denominar moral, natural y contemplativa. Ciertamente algunos de entre los griegos pusieron también en cuarto lugar la lógica, que nosotros podemos llamar ciencia del razonamiento, pero otros afirmaron que ésta no quedaba fuera, sino que forma cuerpo compacto con las susodichas ciencias. En realidad, la lógica —la ciencia del razonamiento, como decimos nosotros— contiene al parecer la naturaleza, propiedades e impropiedades de las palabras y de las frases, los géneros y las especies, y enseña también minuciosamente la figuras aplicables a cada expresión particular: una ciencia tal no conviene que esté separada de las otras, sino bien trabada o inserta en ellas. Moral llamamos a la ciencia por la cual se dispone una conducta honrada y se proveen normas tendentes a la virtud. Natural llamamos a la ciencia en que se discute la naturaleza de cada cosa, con el fin de que en la vida nada hagamos contra la naturaleza, sino que apliquemos cada cosa a los usos para los que el Creador las hizo. Contemplativa llamamos a la ciencia por la que, yendo más allá de lo visible, contemplamos algo de las cosas divinas y celestiales, y las consideramos sólo con la mente, porque exceden a la visión corporal. Así pues, en mi opinión, estas ciencias las tomaron algunos sabios griegos de Salomón que, por su mayor antigüedad, las aprendió por obra del Espíritu de Dios mucho antes que ellos, las presentaron como invención propia y las dejaron en herencia a la posteridad incluidas en los volúmenes de sus doctrinas. Pero, como dijimos, antes que todos las descubrió y enseñó Salomón gracias a la sabiduría que recibió de Dios, según está escrito: Y dio Dios a Salomón prudencia (sophrosyne — phronesis) y sabiduría muy grandes y una anchura de corazón como la arena que está en la orilla del mar. Y la sabiduría se multiplicó en él muy por encima de todos los antiguos hijos de hambres y por encima de todos los sabios de Egipto. Por consiguiente Salomón, puesto que quería distinguir y separar entre ellas a estas tres ciencias que más arriba dijimos ser generales, esto es, la moral, la natural y la contemplativa, las dio a conocer en tres libros, dispuestos separadamente por su orden lógico. Así pues, primero enseñó en los Proverbios la doctrina moral, redactando las normas de vida en breves y sucintas sentencias, como era del caso. La segunda ciencia, la que se llama natural, la expuso en el Eclesiastés, en el cual, discurriendo largamente sobre temas naturales y distinguiendo lo inútil y vano de lo útil y necesario, exhorta a abandonar la vanidad y a buscar lo que es útil y recto. La cuestión contemplativa la enseñó en el presente libro que tenemos entre manos, esto es, en el Cantar de los Cantares donde, bajo la figura de la esposa y del esposo, despierta en el alma el amor de las cosas divinas y enseña que se ha de llegar a la unión con Dios por los caminos del amor.