von Balthasar — ORÍGENES — ESPÍRITO E FOGO
Excertos de TRATADO DA ORAÇÃO
16, 2. Por tanto, el que pide a Dios cosas terrenas y sin importancia no hace de lo que dice Dios, quien sin prometer cosas terrenas o sin importancia ordenó pedir cosas celestiales y grandes.
Alguno podría replicar que los santos recibieron cosas temporales y pequeñas como respuesta a sus oraciones y que en el evangelio se dice que las «pequeñas cosas» nos serán dadas «por añadidura». Se le puede responder. Suponte que alguien nos regala un objeto cualquiera. No podemos decir que nos ha dado la sombra de tal objeto, porque no pensó en darnos las dos cosas, objeto y sombra. Su ofrecimiento se limitaba a una cosa sola. Pero recibimos la sombra juntamente con el objeto.
Del mismo modo, si lo pensamos con la atención puesta en Dios, los regalos que él nos da son dones espirituales a los cuales van unidos otros terrenos, concedidos a los santos para bien común (1 Cor. 12, 7) o en proporción a su fe (Rom. 12, 6) o por liberalidad del donante (1 Cor. 12, 11). Dios lo dispone sobradamente, aun cuando nosotros no comprendamos en cada caso qué razones tiene para ello.
Excertos de TRATADO DA ORAÇÃO
17, 1. No debemos extrañarnos de que cuantos reciban objetos que, por así decirlo, van acompañados de sombra, a veces no se les dé ninguna. Así ocurre con los cuerpos físicos como observan los que estudian problemas científicos y en particular las sombras con respecto al objeto luminoso. Algunos cuerpos no proyectan sombras por cierto tiempo; otros, por así decirlo, dan una sombra reducida y algunos la hacen más larga. No debe, pues, sorprendernos grandemente que algunas veces no aparezca sombra alguna y otras sean más cortas o más largas en comparación con otras sombras. Sucede así por decisión de aquel que nos otorga las cosas principales: por razones ocultas y misteriosas en relación con el favorecido sucede que dan lo más importante sin que acompañe sombra alguna.
Haya o no haya sombras del cuerpo, ni agrada ni desagrada al que busca los rayos del sol, pues consigue lo más importante recibiendo su luz aunque no tenga sombra o ésta sea más corta o más larga.
Lo mismo sucede cuando recibimos los bienes espirituales y nos ilumina la luz de Dios con la posesión completa de los bienes verdaderos. No nos rompamos la cabeza por cosa tan insignificante como es la sombra. Porque todas las cosas materiales, sean las que fueren, se reducen a sombra pasajera y leve. De ningún modo se pueden comparar con los salvíficos y santos dones del Dios del universo. ¿Cómo se podrán comparar las riquezas : materiales con aquellas con que somos «enriquecidos en todo, en toda palabra y en todo conocimiento» (1 Cor. 1, 5)? Y ¿quién sería tan loco como para comparar la riqueza de carne y hueso con la de la mente, fortaleza del alma, y recta coordinación de los pensamientos? Todo esto, regulado por la palabra de Dios, hace que los padecimientos corporales sean como rasguños sin importancia y aún menos.