De uno de los siete que la fama celebra entre los griegos como señeros en sabiduría, se ha transmitido, junto con otras, esta admirable sentencia: Conócete a ti mismo. Sin embargo, Salomón, que ya en nuestro prólogo mostramos que había precedido a todos ellos en tiempo, en sabiduría y en conocimiento (gnosis) de las cosas, dice lo mismo hablando al alma como a una mujer y con cierto tono amenazador: Si no te conoces a ti misma, oh bella entre las mujeres; si no reconoces que las causas de tu belleza están en el hecho de haber sido creada a imagen de Dios, por lo cual hay en ti tanto esplendor natural; y si no sabes lo bella que eras desde el principio, por más que ahora aventajes ya a las demás mujeres y entre ellas seas la única en ser llamada bella, con todo, si no te conoces a ti misma, quién eres, pues yo no quiero que tu belleza parezca buena por comparación con las menos bellas, sino que haya en ti correspondencia contigo misma y te pongas al nivel de tu propia dignidad; si no haces todo esto, yo te ordeno que salgas y camines sobre las últimas huellas de los rebaños, y que no apacientes ya ovejas ni corderos, sino cabritos, es decir, aquellos que por su depravación y su lascivia estarán a la izquierda del rey que preside en el juicio. Y cuando te haya introducido en mi regia cámara del tesoros y te haya mostrado cuáles son los bienes supremos, si no te conoces a ti misma, te mostraré también cuáles son los supremos males, para que de unos y de otros saques provecho, tanto por miedo a los males como por deseo de los bienes. Efectivamente, si no te conoces a ti misma y vives ignorándote y sin aplicarte con ardor al conocimiento (gnosis), es bien seguro que no tendrás tienda propia, sino que andarás merodeando por las tiendas de los pastores, y entonces, entre las tiendas de éste o de aquel pastor, apacentarás los cabritos, animal inquieto y errátil, carne de pecado. Ahora bien, esto lo sufrirás hasta que por la fuerza de las cosas y por experiencia propia comprendas lo malo que es para el alma no conocerse a si misma y su propia belleza, por la que aventaja a las demás, no a las vírgenes, sino a las mujeres, es decir, a las que han padecido la corrupción y no permanecieron en la integridad de su virginidad.