olvido (Eckhart)

La característica del sexto grado consiste en que el hombre, luego de haber sido desnudado de su propia imagen, ha sido transformado en la imagen de la eternidad divina y ha logrado un olvido totalmente perfecto de la vida perecedera y temporal, y ha sido atraído por una imagen divina transformándose en ella, y (así) ha llegado a ser hijo de Dios. Más allá de esto no existe grado más sublime y allí hay tranquilidad y bienaventuranza eternas, porque la meta final del hombre interior y del hombre nuevo es: la vida eterna. TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3

«¿Qué maravilla llegará a ser este niño?» Vez pasada pronuncié una palabrita ante algunas personas que acaso estén presentes también aquí, y dije lo siguiente: No hay nada tan encubierto que no se haya de descubrir (Mateo 10, 26; Lucas 12, 2; Marcos 4, 22). Todo cuanto es (la) nada, ha de ser depuesto y encubierto de modo tal que ni siquiera se lo deba pensar jamás. No debemos saber nada de (la) nada y no hemos de tener nada en común con (la) nada. Todas las criaturas son pura nada. Lo que no está ni acá ni allá, y donde existe el olvido de todas las criaturas, allí hay plenitud de todo ser. Dije en aquella ocasión: En nuestro fuero íntimo no debe estar encubierto nada que no descubramos íntegramente ante Dios, entregándoselo por completo. Cualquiera que sea el estado en que nos encontremos, sea en la capacidad o en la incapacidad, sea en el amor o en la pena, cualquier cosa hacia la cual nos veamos inclinados, de (todo) esto debemos despojarnos. En verdad, si le descubrimos (a Dios) todo, Él, a su vez, nos descubre todo cuanto tiene y en la verdad no nos encubre absolutamente nada de todo cuanto es capaz de ofrecer, ni sabiduría ni verdad ni misterio ni divinidad ni ninguna otra cosa. Ciertamente, esto es tan verdad como el hecho de que Dios vive, siempre y cuando se lo descubramos (todo). Si no se lo descubrimos, no es nada sorprendente que Él tampoco nos descubra nada; pues ha de ser totalmente equitativo: cuanto (le hacemos) nosotros a Él, tanto (nos hace) Él a nosotros. SERMONES: SERMÓN XI 3