Entonces dale gracias a Dios por amor de ellos, y si te lo da a ti, ¡acéptalo, en el nombre de Dios! Si no te lo da, debes prescindir de ello de buen grado; piensa sólo en Él y no te hagas problema por si Dios opera tus obras o si lo haces tú; porque si tú estás pensando únicamente en Él, Dios tiene que obrarlas, quiéralo o no. ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 23.
Ahora se puede conocer y comprender la mentalidad burda de la gente que por regla general se sorprende cuando ve que alguna persona buena está padeciendo dolores e infortunios, ocurriéndoseles a menudo la idea y el error de que esto sucede a causa de un pecado oculto, y a veces dicen también: Ay, yo me imaginaba que esa persona era muy buena. ¿Cómo puede ser que padezca tamañas penas e infortunios mientras yo creía que no tenía defectos? Y yo estoy de acuerdo con ellos: Ciertamente, si fuera una pena real y si lo que sufren significara para ellos pena y desdicha, entonces no serían ni buenos ni libres de pecado. Pero si son buenos, el sufrimiento no implica para ellos ni pena ni desdicha, sino que lo tienen por gran dicha y felicidad. «Bienaventurados» – dijo Dios, o sea la Verdad -, «son todos los que sufren a causa de la justicia» (Mat. 5, 10). Por eso dice El Libro de la Sabiduría que «las almas de los justos están en manos de Dios. La gente necia se imagina y opina que mueren y perecen, pero están en paz» (Cfr. Sab. 31 s.), (gozan) del deleite y de la bienaventuranza. En el pasaje donde escribe San Pablo que muchos santos padecían numerosas (y) grandes penas, dice (también) que el mundo no era digno de ello (Hebreos 11, 36 ss.) Y, para quien la comprende bien, esta palabra tiene un triple sentido. Uno consiste en (el hecho de) que este mundo es indigno de la presencia de muchas personas buenas. El segundo significado es mejor, indica que la bondad de este mundo parece digna de desprecio y carece de valor; sólo Dios tiene valor (y), por lo tanto, ellos tienen valor para Dios y son dignos de Él. El tercer significado es en el que pienso ahora, y quiere decir que este mundo, o sea la gente que ama a este mundo, es indigna de sufrir penas e infortunios por amor de Dios. Por eso está escrito que los santos apóstoles se alegraban por haber sido dignos de sufrir ultrajes por el nombre de Dios (Hechos 5, 41). ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Ahora bien, él dice: Con él estaban muchísimos, cada uno de los cuales tenía escrito en la frente de su cabeza su nombre y el nombre de su Padre. Por lo menos el nombre de Dios debe estar inscrito en nosotros. Hemos de llevar en nuestro interior la imagen de Dios y su luz ha de alumbrar dentro de nosotros si queremos ser «Juan». ECKHART: SERMONES: SERMÓN XIII 3
¿Qué es lo que quiere decir cuando dice: «Moisés imploro a Dios, su Señor»? De veras, si Dios ha de ser tu Señor, tú tienes que ser su siervo; mas, cuando luego haces tus obras en provecho propio o por tu placer o por tu propia bienaventuranza, en verdad, no eres su siervo; porque no buscas solamente la honra de Dios, buscas tu propio provecho. ¿Por qué dice: Dios, su Señor? Si Dios quiere que estés enfermo, mas tú quisieras estar sano… si Dios quiere que tu amigo muera, mas tú quisieras que viviese en contra de la voluntad de Dios, en verdad, Dios no sería tu Dios. Si amas a Dios y luego estás enfermo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Si muere tu amigo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Si pierdes un ojo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Y semejante hombre estaría bien encaminado. Mas, si estás enfermo y le pides a Dios (que te dé) salud, entonces prefieres la salud a Dios (y) por lo tanto no es tu Dios: es el Dios del cielo y de la tierra, pero no es tu Dios. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXV 3
Ahora observad que Dios dice: «¡Moisés, deja que me enfurezca!» Podríais decir: ¿Por qué se enfurece Dios?… Por ninguna otra cosa que por la pérdida de nuestra propia bienaventuranza y no porque busque lo suyo; tanto le apena a Dios que actuemos en contra de nuestra bienaventuranza. A Dios no le pudo pasar nada más penoso que el martirio y la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, su Hijo unigénito, que sufrió por nuestra bienaventuranza. Ahora observad (otra vez) que Dios dice: «¡Moisés, deja que me enfurezca!» Luego mirad qué es lo que un hombre bueno es capaz (de hacer) ante Dios. Ésta es una verdad cierta y necesaria: quienquiera que entregue por completo su voluntad a Dios, cautiva y obliga a Dios de modo que Él no puede hacer otra cosa sino lo que quiere el hombre. Quien le da por completo su voluntad a Dios, a ése Dios, (por su parte) le devuelve su voluntad tan completa y tan propiamente que la voluntad de Dios llega a ser propiedad del hombre, y Él ha jurado por sí mismo que no puede hacer nada fuera de lo que quiere el hombre; porque Dios no llega a ser propiedad de nadie que primero no haya llegado a ser su propiedad (la de Dios). Dice San Agustín: «Señor, tú no serás posesión de nadie a no ser que él antes se haya hecho propiedad tuya». Nosotros aturdimos a Dios de día y de noche diciendo: «¡Señor, hágase tu voluntad!» (Mateo 6, 10). Y luego, cuando se hace la voluntad de Dios, nos enojamos y eso está muy mal. Cuando nuestra voluntad se convierte en la voluntad de Dios, eso está bien; mas, cuando la voluntad de Dios llega a ser nuestra voluntad, está mucho mejor. Si tu voluntad llega a ser la voluntad de Dios y si luego estás enfermo, no querrías estar sano en contra de la voluntad de Dios, mas quisieras que fuese la voluntad de Dios de que estuvieras sano. Y cuando te va mal, querrías que fuera la voluntad de Dios de que te vaya bien. Pero cuando la voluntad de Dios llega a ser tu voluntad y estás enfermo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Si muere tu amigo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Una verdad segura y necesaria es (ésta): Si de ello dependieran todas las penas del infierno y todas las penas del purgatorio y todas las penas de este mundo… (tal hombre) querría sufrir eternamente de acuerdo con la voluntad de Dios todas las penas del infierno y lo consideraría para siempre su bienaventuranza eterna, y de acuerdo con la voluntad de Dios renunciaría a la bienaventuranza y a toda la perfección de Nuestra Señora y de todos los santos y querría sufrir para siempre jamás las eternas penas y amarguras sin apartarse de ello por un solo instante; ah sí, ni siquiera sería capaz de tener un solo pensamiento para desear alguna otra cosa. Cuando la voluntad se une así (con la voluntad de Dios) de modo que lleguen a ser un Uno único, entonces el Padre, desde el reino de los cielos, engendra a su Hijo unigénito en sí (al mismo tiempo que) en mí. ¿Por qué en sí (al mismo tiempo que) en mí? Porque soy uno con Él, no me puede excluir, y en esa obra el Espíritu Santo recibe su ser y su devenir tanto de mí como de Dios. ¿Por qué? Porque estoy en Dios. Si (el Espíritu Santo) no lo toma de mí, tampoco lo toma de Dios; no me puede excluir en modo alguno. La voluntad de Moisés había llegado a ser tan completamente la voluntad de Dios que prefería la honra de Dios (manifestada) en su pueblo, a su propia bienaventuranza. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXV 3
Ahora bien, dice Nuestro Señor: «Nadie conoce al Padre, sino el Hijo y nadie (conoce) al Hijo, sino el Padre» (Mateo 11, 27). En verdad, si hemos de llegar a conocer al Padre, debemos (cada uno) ser hijo. En alguna oportunidad pronuncié tres palabritas, comedlas como (si fueran) tres nueces moscadas picantes y luego tomad un trago. Primero: si queremos (cada uno) ser hijo debemos tener un padre, porque nadie puede decir que es hijo, a no ser que tenga un padre, y nadie es padre, a no ser que tenga un hijo. Si el padre ha muerto, uno dice: «Era mi padre». Si el hijo ha muerto, uno dice: «Era mi hijo», porque la vida del hijo pende del padre y la vida del padre pende del hijo; y por eso nadie puede decir: «Soy hijo», a no ser que tenga un padre; y en verdad es hijo el hombre que hace todas sus obras por amor… Otra cosa que más que nada convierte al hombre en hijo, es (la) ecuanimidad. Si está enfermo, que le guste tanto estar enfermo como sano (y) sano como enfermo. Si se le muere su amigo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Si le vacían un ojo… ¡(sea) en el nombre de Dios!… La tercera cosa que debe tener un hijo consiste en que no puede inclinar su cabeza sobre algo que no sea el Padre. ¡Oh, cuán noble es esa potencia que se halla elevada por encima del tiempo, y que se mantiene sin (tener) lugar! Porque al encontrarse por encima del tiempo, tiene encerrado en sí todo el tiempo, y es todo el tiempo. Mas, aun cuando fuera poco lo que uno poseyese de aquello que se halla elevado por encima del tiempo, se habría enriquecido con gran rapidez; porque lo que se encuentra allende el mar, no está a mayor distancia de esa potencia que aquello que ahora está presente. ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXV 3