Maurice Nicoll — A FLECHA NO ALVO
As parábolas da Ovelha Perdida e da Prata Perdida
Fariseos y escribas murmuran porque Jesús come con publícanos y pecadores. La idea que tienen de la religión, su opinión exterior de ella, hace que los actos de Jesús sean un pecado. Dicen: “Éste a los pecadores recibe, y con ellos come.” Jesús responde con la parábola de la oveja perdida, que es así:
“¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si perdiere una de ellas no deja las noventa y nueve en el desierto, y va a la que se perdió hasta que la halle? Y hallada, la pone sobre sus hombros gozoso: Y viniendo a casa junta a los amigos y a los véanos diciéndoles: Dadme el parabién, porque he hallado mi oveja que se había perdido. Os digo que así habrá más gozo en el cielo de un pecador que se arrepiente, que de noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento.” (Lucas, XV, 4/7)
A primera vista esto puede parecer muy sencillo, pero dista mucho de serlo. La narración se refiere a un hombre que va y busca lo que se le ha perdido hasta que lo encuentra y lo lleva a casa. Y en la interpretación que da, dice que se trata de un pecador que se arrepiente. ¿Cuál es la conexión? Veamos lo que se dice en la parábola del dracma perdido, que sigue a la anterior:
“¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si perdiere un dracma, no enciende el candil y barre la casa, y busca con diligencia hasta hallarlo? Y cuando lo hubiere hallado junta las amigas y las vecinas, diciendo: Dadme el parabién, porque he hallado el dracma que había perdido. Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.” (Lucas, XV, 8/10)
En ambas parábolas, el tema principal es el encuentro de uno entre muchos. Y este uno, cuando se le encuentra, está relacionado con la metanoia (arrepentimiento).
Tanto la oveja como el dracma representan algo perdido, y su encuentro se explica como arrepentimiento. O sea que estas dos parábolas son una explicación adicional de lo que significa la metanoia, la transformación de la mente. Puesto que ‘arrepentirse’ es un hecho íntimo en el hombre, las parábolas han de tener por fuerza un significado igualmente íntimo. La oveja perdida es algo que se ha perdido en el hombre, y que el hombre mismo ha de encontrar. Igual cosa con el dracma. Y ha de subrayarse una vez más que en ambos casos lo perdido se designa con el número uno. Por consiguiente, este hallazgo de lo que es uno define el significado de que la metanoia ocurre en el hombre.
Deja lo mucho para poder hallar lo uno que falta.
Estas dos parábolas se dan sobre un fondo externo, como con tanta frecuencia ocurre en los Evangelios. Como de costumbre, los fariseos censuran a Jesús; en este caso porque come con publícanos y pecadores. De modo que estas dos parábolas se interpretan a menudo como algo que se refiere a ellos, a los pecadores. Jesús vino a salvar a los pecadores. La oveja perdida significa uno de ellos, y es posible que los noventa y nueve se refieran a los fariseos que ‘no necesitan arrepentimiento’. En el original griego, esta frase dice literalmente ‘no les interesa el arrepentimiento.’ Es una ironía. Quienes continuamente se justifican y se imaginan justos y virtuosos, consideran que no tienen nada de que arrepentirse, y así el arrepentimiento no les interesa, no lo quieren y no lo necesitan. Son gentes de opiniones fijas y sus ideas ya se han enquistado en ellas. Para estas personas cualquier cambio en la manera de pensar es un imposible, por la sencilla razón de que no hay nada en ellos que lo quiera o lo busque. En su sentido más externo, este episodio significa que sólo un hombre entre cien siente la necesidad de un nuevo entendimiento de su propia vida, y la necesidad de hallar un significado nuevo para su existencia. Los restantes están satisfechos de sí mismos y nada buscan, pues se sienten justos. Pero en otra parte Jesús dice que nada puede evolucionar internamente a menos que su ‘justicia’ sea superior a la de los fariseos. De otro modo, todo cuanto haga será siempre de la misma calidad. Los fariseos no tenían nada real, eran todo imitación. Cuanto hacían lo hadan para acumular méritos o recibir elogios, o bien por temor a perder la reputación. Este aspecto es el fariseo que vive en el hombre.
Quien obra partiendo de eso, no obra con nada que le sea genuino, nada real en sí mismo, sino que todo lo hace debido a diversas y complejas consideraciones externas según sea su situación, según sea lo que digan otros, según lo que su orgullo le permita o lo que le haga ser más estimado o le haga llamar más la atención. Da modo que Jesús dice a los fariseos: “¡Ay de vosotros, fariseos! que amáis las primeras sillas en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas.” (Lucas, XI, 43) Y en otras partes los define como aquellos que aman “más la gloria de los hombres que la gloria de Dios.” (Juan, XII, 43)
En el capítulo XVIII de Mateo, la parábola de la oveja perdida se da en una forma un tanto distinta y aparentemente con un contenido diverso. Esto es algo que ocurre muy a menudo en los Evangelios y tales discrepancias aparentes constituyen un serio tropiezo para las mentalidades que toman estas ideas al pie de la letra. Discutirán afirmando que, puesto que las narraciones no coinciden palabra por palabra y coma por coma, y ya que no tienen la misma contextura, no puede haber “verdad” en ellas. Su error estriba en suponer que la verdad sea tan sólo la confirmación del hecho externo o del suceso histórico. La verdad no es de un solo orden. La verdad física es un nivel de la verdad. Y resulta evidente que las parábolas no representan una verdad física ni hechos que sean todo lo literales que indican sus títulos. La verdad de la parábola de la oveja perdida no descansa en un pastor de carne y hueso que tenía exactamente cien ovejas y perdió exactamente una. La verdad que contienen las parábolas es de otro orden. De un orden psicológico. Esto significa que dichas parábolas tienen que ver con la vida interior del hombre, con una verdad interna.
En la versión de Mateo, la parábola de la oveja perdida no aparece en el marco ya tan familiar en que los fariseos censuran la conducta de Jesús. La contextura del tema en este caso tiene que ver con un pequeño, o un niño, a quien no hay que escandalizar. Los discípulos preguntan: ‘¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?’ Jesús llama a un niño y lo pone en medio de ellos y les dice:
“De cierto os digo que si no os volviereis y fuereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que cualquiera que se humillare como este niño, éste es el mayor en el reino de los cielos. Y cualquiera que recibiere a tal niño en mi nombre, a mí recibe. Y cualquiera que escandalizare a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le anegase en lo profundo de la mar.” (Mateo, XVIII, 3/6)
Se produce un cambio de significado con relación a la idea de pequeño. Al comienzo se emplea el término griego paidion que efectivamente significa ‘niño’. Pero cuando Jesús dice: ‘Y cualquiera que escandalizare a uno de estos pequeños que creen en mí”, el término griego cambia a mikros, que significa pequeño, chico, como microscópico. Va no se refiere a los niños, sino a quienes han comenzado a seguir a Cristo y ya tienen cierto entendimiento; mejor dicho, a los que han comenzado a entender a través de lo que en ellos es pequeño. Se refiere a aquellos en quienes ha empezado ya el proceso de la metanoia.
Más adelante, y luego de haber dicho que es necesario que vengan escándalos, dice: ‘mas ¡ay de aquel hombre por el cual viene el escándalo!’, y agrega:
“Mirad no tengáis en poco a alguno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre la faz de mi Padre que está en los cielos. Porque el Hijo del hombre ha venido para salvar lo que se había perdido. ¿Qué os parece? Si tuviese algún hombre cien ovejas y se descarriase una de ellas, ¿no iría por los montes, dejadas las noventa y nueve, a buscar la que se había descarriado? Y si aconteciese hallarla, de cierto os digo que más se goza de aquélla, que de las noventa y nueve que no se descarriaron. Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños.” (Mateo, XVIII, 10/14)
De suerte que la oveja perdida es el pequeño. En esta parábola se relaciona a uno que se ha perdido con “la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos.” Hada este uno se dirige la voluntad de Dios, o bien es éste el único que puede conectar al hombre con el ‘cielo.’ ‘Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños.” Y aunque en este caso no se menciona el ‘arrepentimiento’, hemos de tener presente lo que ya se ha dicho: ‘antes si no os arrepintiereis, todos pereceréis, igualmente.’ Quiere decir que quien no alcanza aquel estada que se llama ‘arrepentimiento’, la metanoia; perecerá inevitablemente. Pero la Gracia de Dios comienza a obrar sobre quien se “arrepiente”, y esto tiene que ver con el hallazgo de lo que se ha perdido o descarriado. Si ahora volvemos a aquel verso del Padre Nuestro: ‘Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo’, y lo aplicamos nuevamente en su sentido interno, al estado interior del hombre, echaremos de ver que se refiere al ‘cielo’ en el hombre; mejor dicho, a aquella posibilidad que tiene el hombre de colocarse bajo un nuevo orden de influencias que se definen como la voluntad de Dios. En esta parábola esto se vincula con el hallazgo de lo que el hombre ha perdido, con este uno, y del que expresamente se dice que no es la voluntad del cielo que se pierda.