Maurice Nicoll — O HOMEM NOVO
LOS OBREROS DE LA VIÑA
En más de una oportunidad Cristo utiliza la frase: “Mas muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros”. En una parte estas palabras se usan tras haber los discípulos expresado la idea de que el reino de los cielos es terrenal, conforme a las apariencias de las cosas con que están familiarizados en este mundo. Cristo ha estado explicando cuan difícil es que un rico entre al reino. Cristo habla de ser rico, y establece un contraste con los niños que aún son inocentes porque todavía no han adquirido ninguna de aquellas falsas nociones acerca de si mismos. Los discípulos han tomado sus palabras de modo literal. Pedro exclama:
“He aquí, nosotros hemos dejado todo, y te hemos seguido. ¿Qué, pues, tendremos?” Esta es justamente la pregunta que hacen todos los que no comprenden nada. ¿Qué, pues, tendremos?
Lo exigen como si ya tuviesen algo, como si ya fuesen efectivamente ricos. Cristo les contesta de acuerdo a su nivel de comprensión. Les promete que se sentarán en tronos y juzgarán a las tribus de Israel. Lo dice irónicamente, pero la ironía queda velada en vista de lo que va a decir a continuación. Y responde: “De cierto os digo que vosotros que me habéis seguido en la regeneración, cuando se sentará el Hijo del Hombre en el trono de su gloria, vosotros también os sentaréis sobre doce tronos para juzgar a las tribus de Israel” (Mat. XIX, 28). Luego, y como si lo hubiese ponderado un poco más, agrega: “Mas muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros” (Mat. XIX, 30). E inmediatamente empieza a contradecirlo todo, debido a que los discípulos están faltos de comprensión acerca de lo que es el reino y de lo que el hombre tiene que ser para poder entrar en él. En una parábola les muestra cómo todas las ideas terrenales acerca de ser primero, acerca de las recompensas y de lo que llamamos justicia y precedencia, sencillamente no existen en aquel nivel de comprensión que es el reino.
“Mas muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros. Porque el reino de los cielos es semejante a un hombre, padre de familia, que salió por la mañana a ajustar obreros para su viña. Y habiéndose concertado con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. Y saliendo cerca de la hora de las tres, vio otros que estaban en la plaza ociosos; y les dijo:
«Id también vosotros a mi viña y os daré lo que fuere justo». Y ellos fueron. Salió otra vez cerca de las horas sexta y nona, e hizo lo mismo. Y saliendo cerca de la hora undécima halló otros que estaban ociosos; y álceles: «.¿Por qué estáis aquí todo el día ociosos?» Dícenle: «Porque nadie nos ha ajustado». Díceles: «Id también vosotros a la viña y recibiréis lo que fuere justo». Y cuando fue la tarde del día, el señor de la viña dijo a su mayordomo: «Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando desde los postreros hasta los primeros». Y viniendo los que habían ido cerca de la hora undécima, recibieron cada uno un denario. Y viniendo también los primeros, pensaron que habían de recibir más; pero también ellos recibieron cada uno un denario. Y tomándolo, murmuraban contra el padre de familia. Diciendo: «.Estos postreros sólo han trabajado una hora y los has hecho iguales a nosotros, que hemos llevado la carga y el calor del día». Y él, respondiendo, dijo a uno de ellos: «Amigo, no te hago agravio; ¿no te concertaste conmigo por un denario? Toma lo que es tuyo y vete; mas quiero dar a este postrero como a ti. ¿No me es lícito a mí hacer lo que quiero con lo mío? o ¿es malo tu ojo porque yo soy bueno?» Así los primeros serán postreros y los postreros, primeros; porque muchos son llamados, mas pocos escogidos.” (Mat. XIX, 30; XX, 16.)
Esta parábola es la verdadera respuesta a la interpretación de Pedro: “¿Qué, pues, tendremos?” Cristo les dice que el reino de los cielos no es como ellos lo imaginan y que es imposible pensar acerca de lo que se tendrá con relación al cielo. No es algo que pueda pensarse en términos de recompensa según lo entiende el hombre. Pensar en el reino de los cielos como si fuese un lugar donde se le dará a los hombres un trono, y poder y autoridad sobre los demás; considerar que puede ser una recompensa por lo que hayan dejado en su vida es sencillamente creer en base a ideas que nada tienen que ver con el reino. El reino de los cielos es muy distinto a cualquier cosa de la Tierra, muy diferente a cualquier cosa que se pueda pensar. Se necesita un nuevo entendimiento, otra comprensión. Y ésta es una comprensión que el hombre que vive en un nivel “terrenal” sencillamente no posee. De modo que Cristo con frecuencia empieza diciendo: “El reino de los cielos es semejante a…” E introduce una idea nueva en cada parábola, una idea que nadie en la Tierra poseería naturalmente ni podría obtenerla de sí mismo. Pues al pasar del nivel de comprensión que técnicamente se llama “Tierra” en los Evangelios, a aquel que se denomina “Cielo”, también tiene que cambiar necesariamente la base de todos los pensamientos del hombre. Pero nadie puede cambiar sus pensamientos si no dispone de nuevas ideas, pues el hombre siempre piensa en base a sus ideas. Y nadie puede discurrir de una manera nueva en base a ideas viejas. No puede haber un cambio de mente, no puede haber “arrepentimiento” si los conceptos del hombre quedan al nivel de la “Tierra” donde toda idea tiene por base una apariencia, o la manera como se ven las cosas. A fin de poder entender algo acerca del reino, el hombre tiene que dejar atrás sus ideas naturales, tiene que trascenderlas. Pues si bien con éstas le es posible el entendimiento del mundo y sus reinos, no puede entender el nivel superior que es el reino de los cielos. No puede ni siquiera comenzar a comprender la cosa más chica acerca de él, pues un nivel inferior no puede comprender a uno superior.
¿Cuál es la idea central de esta difícil parábola de los obreros en la viña, el punto que es por completo nuevo y extraño, y que no corresponde a ninguna de nuestras ideas naturales? Lo que más directamente hiere nuestro nivel de comprensión es la injusticia que ella contiene. Según nuestra comprensión corriente, aquellos que más trabajaron son quienes más paga deberían haber recibido. No cabe duda que algunos de los discípulos pensaron de esta manera, y creían haber sido llamados los primeros a trabajar en la viña que representa la enseñanza de Cristo en la Tierra. La enseñanza había sido dada en primer término a los judíos y los discípulos. Y era solamente natural que estos últimos esperasen la mayor recompensa. La idea es natural. Pero a fin de comprender el significado psicológico de esta parábola es necesario captar la idea central, pues toda parábola contiene algo que no es natural, una idea que hasta puede contradecir cualquier idea natural que nosotros tengamos. Fácil es entender el parecer que los discípulos tenían sobre el reino. Era una idea natura], una idea derivada de la misma, y esto lo sabía Cristo y les contestó en términos correspondientes al decirles que se sentarían en tronos y juzgarían al prójimo. Pero esta parábola no puede relacionarse con ninguna idea natural. Lo más poderoso que podemos tener son nuestras ideas de justicia e injusticia. Son ellas las que más nos agitan. Y el punto de vista humano lo retrata la forma como los obreros contratados primero esperaban recibir una mayor paga y murmuraban contra el padre de familia, comentando: “Estos postreros sólo han trabajado una hora y los has hecho iguales a nosotros que llevamos la carga y el calor del día”. Y la contestación es: “Amigo, no te hago agravio. ¿No te concertaste conmigo por un denario?” Y no puede caber duda alguna que ellos hubiesen dicho: “Sí, pero es que no sabíamos lo que iba a suceder.
Esto es una injusticia”.
¿Cuál es la clave de esta parábola? Se encuentra en el pasaje precedente y en la parábola misma. Yace en la definición que se da del padre de familia a cuya viña fueron llamados los obreros, poco a poco. ¿Quién es el padre de familia que está frente a todo? Es el Bien. Se le define cuando dice: “Yo soy bueno”. El padre de familia aparece diciendo: “¿No me es lícito a mí hacer lo que quiero con lo mío?, o ¿es malo tu ojo porque yo soy bueno?” Toda la parábola se refiere a la idea de obrar en base al Bien y no por deseo de recompensa. Porque si el hombre obra del Bien mismo dejará de buscar recompensa, pues no actuará por amor propio o por la idea de mérito. Obrar por el Bien iguala a todos los que así lo hacen. Obrar debido a la comprensión del Bien de lo que uno hace no puede producir ningún sentimiento de rivalidad o envidia. Ni puede crear sentimiento alguno en el sentido de que se deba esperar una recompensa, porque cualquier acción hecha por el Bien mismo es su propia recompensa. Y obrar por la comprensión del Bien de lo que uno hace, nada tiene que ver con la duración del servicia ni el periodo de tiempo, pues el Bien está por encima del tiempo. Pues a Dios se le dice llamándole el Bien, y Dios está fuera de todo tiempo. La fuente del Bien está fuera del tiempo, está en la eternidad. La parábola trata acerca de los valores eternos; no trata acerca del tiempo. Nada tiene que ver con nuestras ideas naturales, las cuales son derivadas del tiempo y de la eternidad. Un poco más adelante hay un pasaje en el que un hombre rico se acerca a Cristo y le dice: “Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna?” Y la respuesta es: “¿Por qué me llamas bueno? Ninguno es bueno sino uno; es, a saber, Dios”. Solamente Dios es bueno; ningún hombre es bueno. Toda la bondad, todo lo que es bueno, la bondad de cualquier cosa, cualquiera que sea, viene de Dios. El hombre rico es rico porque cree que ha cumplido con todos los mandamientos. Se siente lleno de méritos. Se considera justificado y por lo tanto es rico, pues ha obrado en base a la Verdad al observar todos los mandamientos: sin embargo, no se siente muy seguro, pues empieza a preguntar acerca del Bien y cómo obrar del Bien. “¿Qué cosa buena haré?” En uno de los relatos se dice que Jesús lo miró y lo amó. La Verdad viene primero y el Bien después. Luego se invierte el orden y el Bien queda primero y la Verdad después, cuando el hombre obra por el Bien. Y al hombre rico se le dice que vaya y venda todo cuanto tiene y que siga a Jesús. A fin de poder obrar por el Bien en lugar de por la Verdad, el hombre tiene que vender todo sentimiento de mérito, de la valorización de sí mismo, toda opinión de la propia bondad, todo sentido de que él es el primero. Pues si piensa que es bueno; actuará de sí y por sí mismo, obrará por amor propio y por eso se manifiesta que sólo Dios es bueno. En Lucas se dice: “Ninguno hay bueno, sino sólo Dios” (Luc. XVIII, 19). Todo Bien proviene de Dios y no del hombre. Si el hombre piensa que ya es bueno, comenzará inevitablemente a buscar alguna recompensa por todo cuanto hace, pues se adjudicará todo el Bien en sí mismo. No ve que el Bien es una fuerza que sobrepasa a todas las cosas. Considerará y sentirá que él ha obrado bien, tanto más si hubiera dado algo para cumplir con una buena acción. Será como Pedro, quien dijo: “He aquí, nosotros hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué, pues, tendremos?” Y al pensar en la parábola de los obreros y todo lo que viene después, se hace claro que los discípulos no comprendieron su significado, pues unos cuantos versículos más adelante se indignan porque la madre de los hijos de Zebedeo llega hasta Jesús y le pregunta si sus hijos podrán sentarse a la diestra el uno y a la izquierda el otro, en el reino de los cielos. Y es que todavía piensan en términos de recompensa y de poder. Cristo llama a los discípulos y les dice:
“Sabéis que los príncipes de los gentiles se enseñorearon sobre ellos, y los que son grandes ejercen sobre ellos su potestad. Mas entre vosotros no será así; sino el que quisiese entre vosotros hacerse grande, será vuestro servidor. Y el que quisiere entre vosotros ser el primero, será vuestro siervo.” (Mat. XX, 25-27.)
Y él ya ha dado una explicación acerca del significado de esto, o sea que si un hombre comienza a obrar por el Bien de lo que hace y ama el Bien mismo, servirá a éste, se hará a sí mismo un servidor del Bien; y todas las ideas de autoridad, de lugar y posición, todas las ideas de superioridad sobre los demás, toda rivalidad, toda envidia personal, todo celo y todas las ideas humanas de justicia e injusticia sencillamente dejarán de existir para él. Pues el Bien no es una persona, y obrar por la comprensión del Bien de lo que uno hace y disfrutarlo, es actuar más allá de cualquier cosa personal.