Maurice Nicoll — O HOMEM NOVO
O Grão de Mostarda
En la parábola del Sembrador vimos que al hombre se le siembra en la tierra como material para el reino de los cielos. Y en la segunda gran parábola, acerca del trigo y de la cizaña, vimos que la enseñanza del reino se siembra en el hombre. Primero se siembra a éste en la tierra. Después, se siembra en el hombre, que está sobre la tierra, la enseñanza acerca de la evolución interior. Pero con relación a esta segunda siembra, el hombre mismo es la “tierra”. El hombre es en sí mismo una tierra en la que se siembra la enseñanza acerca de un nivel superior. Tratemos de penetrar este concepto lo más claramente posible. El cielo siembra al hombre en la tierra. El hombre, entonces, está en la tierra, pero no todos los hombres se encuentran en el mismo estado o en la misma condición con respecto al reino. Entonces el hombre es, a su vez, la tierra, una tierra psicológica en el caso de aquellos que pueden recibir la enseñanza que en ella se siembra. Respecto a esto es sobre lo que trata la segunda parábola acerca del trigo y de la cizaña.
Tras estas dos parábolas iniciales, aquella del Sembrador y del hombre, y la del Sembrador de la enseñanza acerca de su evolución, siguen dos parábolas breves. La del hombre como un grano de mostaza, y la de la mujer y la levadura. Ambas vienen inmediatamente después de la del trigo y de la cizaña. En Mateo se relatan de la siguiente manera:
“Otra parábola les propuso, diciendo: «El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza, que tomándolo alguno lo sembró en su campo; el cual a la verdad es la más pequeña de todas las simientes; mas cuando ha crecido es la mayor de las hortalizas. Y se hace árbol, que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas».
“Otra parábola les dijo: «El reino de los cielos es semejante a una levadura que tomó una mujer, y la escondió en tres medidas de harina hasta que todo quedó leudo».” (Mat. XIII, 31-33.)
¿Qué es lo que estas dos parábolas quieren decir? Si sobre ellas se piensa, se verá que se refieren a tomar el Verbo del reino. Tuvimos primero la parábola de la siembra del hombre sobre la tierra, y luego la de la siembra de la enseñanza sobre la “tierra” que es el hombre mismo. De manera que ahora únicamente puede esperarse que sigan parábolas acerca de cómo el hombre, como “tierra”, recibe o toma esta enseñanza.
Adviértase ante todo que en estas dos breves parábolas se presenta la idea de tomar. ¿Tomar qué? Coger, adueñarse de la enseñanza sembrada en el hombre. Es obvio que se trata de parábolas que indican cómo éste puede aprehender para sí la enseñanza que en él se siembra. Tomar es lo que se requiere primero, antes que nada. El hombre toma la simiente, o sea que por sí mismo tiene que adueñarse de la enseñanza del reino. Y aún más: tomar implica también que alarga la mano a fin de poder hacerlo, y la mano, en el antiguo lenguaje de las parábolas, significa poder. Porque en un sentido físico o literal, es con la mano con lo que el hombre toma lo que quiere. Tomar significa entonces que el hombre piensa y elige por sí mismo; y en esta forma coge la enseñanza acerca del reino de los cielos de sí mismo. En la primera parábola se dice que el hombre no solamente toma, sino que, asimismo, siembra. Toma y siembra la más pequeña de todas las simientes. ¿Dónde la siembra? La toma y la siembra en su propio campo. O sea en lo que le es propio. Tenemos un aspecto externo que no es nuestro, y un aspecto interno que somos nosotros mismos. Lucas habla del propio jardín. Y cuando el hombre ya ha hecho todo esto, cuando ha cogido la simiente y la ha sembrado en su propio jardín, se convierte en un árbol. ¿En qué dirección crece? Asciende desde el nivel de su mente terrena a aquel de la mente superior que se llama el reino de los cielos. Luego comienza a saber lo que es el pensamiento en un nivel superior. Le llegan pensamientos que no son los propios de la Tierra, sino que son pensamientos de un significado sutil, pleno y fino, que están muy por encima de la áspera naturaleza que corresponde a la mente terrenal cimentada en los sentidos. Este es el verdadero crecimiento del significado, y así tenemos que es la mente en su verdadero desarrollo, lanzando ramas de significados como un árbol. El desarrollo de la mente es la percepción de significados cada vez más finos. Se desarrolla al ir captando distinciones más y más finas. Las aves del cielo llegan a anidar en las ramas de este pensamiento que crece y se desarrolla. En el lenguaje de las parábolas, las aves simbolizan pensamientos. Aquí, esto indica significados muy finos y pensamientos que corresponden al nivel del reino de los cielos. Se puede comparar el caso al de una persona enferma de la vista, que todo lo ve muy borrosamente y que de pronto comienza a recibir ojos nuevos y más finos.
Ahora tratemos de hallar algún significado en la segunda parábola. Tomemos nota de que las imágenes son diferentes. Aquí no se usa al hombre ni la simiente ni la tierra. Se usa a la mujer, la levadura y la harina. La mujer toma la levadura y la esconde. No la toma y la siembra. ¿Por qué habría de ocultarla? En otra parte Cristo habla acerca de la levadura de los fariseos. Advierte a sus discípulos contra esta levadura, diciendo: “Guardaos de la levadura de los fariseos y de los saduceos”. No le pueden entender y creen que está hablando literalmente de la levadura corriente. Cristo les reprende por hacer esto y por pensar que está hablando acerca del pan. “Entonces entendieron que no les había dicho que se guardasen de la levadura de pan, sino de la doctrina de los fariseos y de los saduceos” (Mat. XVI, 12). ¿Por qué era mala esta levadura? ¿Ocultaban algo los fariseos? Todo lo contrario: para ellos la religión consistía íntegramente de ostentación y desprecio. Era “para ser vistos de los hombres”. Todo era mérito externo, virtud, respetabilidad. A esto es a lo que Cristo llamó adulterio, o sea la mezcla de lo verdadero y lo falso. La mujer escondió la enseñanza del reino en su corazón y trabajó en secreto. No necesitaba disponer de un público. Ella vio el Bien de la enseñanza, de modo que toda ella quedó afectada. En el sentido interior, el número tres denota una totalidad, una integridad. Por eso en la parábola se dice que la mujer escondió la levadura en tres medidas de harina, hasta que todo quedó leudo. Tres y todo son la misma cosa. Si una persona obra por su propia volición, desde su voluntad, todo en ella queda afectado. La mujer ocultó la levadura porque al tomarla demostró que la valorizaba como algo sumamente precioso. Uno habla de lo que le es más precioso. Pero en ella el crecimiento no fue intelectual. La enseñanza obró en ella por medio de su valorización emocional, por medio de sentimientos; así, actuó de un modo oculto. El reino de los cielos obró sobre ella por medio del significado que ella le dio, y por la correspondiente valorización que hizo que la ocultase. La recibió en su corazón como algo bueno. El trabajo del corazón es una tarea oculta. Obró sobre su voluntad, sobre su querer y no sobre su mente como fue el caso con el hombre de la otra parábola. Ella tomó el Bien de la enseñanza, no tomó la-Verdad como hizo el hombre. En estas dos parábolas se mencionan dos maneras de tomar la enseñanza como ejemplo: la del grano de mostaza y la de la levadura. En el primer caso, el hombre tomó la enseñanza como Verdad en la mente; en el segundo, la mujer la recibió en su corazón como Bien. Fuera de la representación de hombre y mujer, estas dos parábolas simbolizan dos medios diferentes de recibir la enseñanza del reino de los cielos; uno es sobre todo a través del pensamiento y el otro es de un modo principal a través del sentimiento. Viniendo como vienen después de las dos grandes parábolas, estas dos parábolas menores relativas a cómo tomar la enseñanza tienen un significado importante. Puede ahora entenderse que estas cuatro parábolas forman, por así decirlo, un cuadro completo del significado del reino de los cielos con relación al hombre en la Tierra.
Estudiemos ahora la interpretación de la parábola del trigo y de la cizaña, según la dio Cristo. Viene después de la parábola de la mujer y la levadura. En ella Cristo no hace ninguna referencia al sueño del hombre por el cual se siembran todos los errores o toda la cizaña. Ya ha mencionado este hecho en las explicaciones dadas a los discípulos sobre la razón por la cual a la multitud enseña en parábolas y no abiertamente. La parábola del trigo y la cizaña se narra de la siguiente manera:
“Otra parábola les propuso, diciendo: «El reino de los cielos es semejante al hombre que siembra buena simiente en su campo; mas durmiendo los hombres vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue. Y como la hierba salió e hizo fruto, entonces apareció también la cizaña. Y llegándose los siervos del padre de la familia, le dijeron: Señor, ¿no sembraste buena simiente en tu campo? ¿De dónde pues tiene cizaña? Y él les dijo: Un hombre enemigo ha hecho esto. Y los siervos le dijeron: ¿Quieres, pues, que vayamos y la cojamos? Y él dijo:
No, porque cogiendo la cizaña no arranquéis también con ella el trigo. Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega, y al tiempo de la siega yo diré a los segadores: coged primero la cizaña y atadla en manojos para quemarla; mas recoged el trigo en mi alfolí».” (Mat. XIII, 24-30.)
La interpretación de esta parábola es la que sigue:
“El que siembra la buena simiente es el Hijo del Hombre, y el campo es el mundo, y la buena simiente son los hijos del reino, y la cizaña son los hijos del malo, y el enemigo que la sembró es el diablo, y la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. De manera que como es cogida la cizaña y quemada al fuego, así será el fin de este siglo. Enviará el Hijo del Hombre sus ángeles y cogerán de su reino todos los escándalos y los que hacen iniquidad. Y los echarán en el horno de fuego: allí será el lloro y crujir de dientes. Entonces los justos resplandecerán como el sol en el reino de su Padre; el que tiene oídos para oír, oiga.” (Mat. XIII, 37-43.)
Se aclara la explicación acerca de la cizaña. Es, antes que nada, el error, todos los errores, todas las cosas que causan tropiezos con relación a la enseñanza del reino o al nivel superior del desarrollo del hombre; en segundo lugar, se refiere a todos los que obran mal dentro de la enseñanza. La cizaña es la siembra del malo porque representa tanto la enseñanza errada en si misma, como los malos resultados que se derivan de ella (debido al sueño del hombre). Lo mismo se aplica a la simiente del reino, o al trigo, que es tanto la enseñanza verdadera en sí misma como sus resultados al obrar sobre aquellos que están sembrados en buena tierra. La frase que se traduce como “el fin del mundo” significa la “consumación de la época”. No se refiere a la destrucción de la tierra material. En este esfuerzo por comprender el reino de los cielos y la enseñanza que le concierne, hemos visto hasta el momento que se siembra a los hombres de diferentes maneras en la tierra, y que forman el material del reino. Hemos visto también que la verdadera enseñanza sobre el reino y cómo alcanzarlo, enseñanza que a su vez se siembra en la mente de los hombres, queda mezclada con las opiniones falsas debido al sueño del hombre, que ésta es una mezcla inextricable y que su separación no puede ocurrir hasta “el fin del mundo”, o sea hasta la “consumación de la época”. ¿Qué es lo que significa una época o una edad? Una época o una edad es un periodo de tiempo caracterizado por una enseñanza particular acerca de la evolución interior, o el nivel del reino de los cielos. Llega a su fin, y entonces se siembra una nueva cosecha, pero siempre se mezcla con la cizaña. Se hace una nueva cosecha y una separación, y el proceso se repite nuevamente. Cada forma de la enseñanza, desde su comienzo hasta su culminación, es una época. Cada acción de la enseñanza es una acción selectiva. La cosecha son aquellos que en cualquier época particular hayan recibido la enseñanza acerca de la evolución interior, y que la hayan seguido, llevando una a ciento, otro a setenta, y otro a treinta. Ellos alcanzan la vida “eterna” en el nivel del reino de los cielos. En este sentido, debemos recordar las palabras de Cristo: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay” (Juan, XIV, 2).