Nascido de Maria [AOCG]

ANTONIO ORBE — CRISTOLOGIA GNÓSTICA

Nascido de Maria

Entre los gnósticos de altura, la discusión afectaba no a la virginidad de María, sino a su maternidad, esto es, a la eficiencia de la Virgen sobre el cuerpo de Jesús. ¿Venía éste — según el cuerpo — de María («ex Maria») o a través de María «per Mariam»)? El desconcierto de algunos filósofos paganos ante el misterio virginal (Celso y Porfirio) contrasta con el tecnicismo de la gnosis cristiana heterodoxa.

Una cláusula de Hipólito sobre la cristología de Hermógenes ? — (Cristo) nació de virgen y de espíritu (ek parthenou kai pneumatos) — sirve de introducción al problema. Ni las partículas ni el orden — primero la Virgen que el Espíritu — están improvisados. Probablemente hubo algún símbolo de fe que acentuaba, por encima de todo, el origen corpóreo de Jesús de la sustancia de la Virgen. Explicable a contrario por la existencia de gnósticos que negaban el nacimiento («según la carne») de María, contentos con otorgarle a Jesús el origen («según el espíritu») de Dios.

No todos ni los más negaron lo primero. Han desfilado primeramente los naasenos, peratas y setianos, netos partidarios del origen de Jesús ex María. Vino luego Justino gnóstico, del mismo parecer que los anteriores, a pesar de una cláusula entendida por algunos críticos fuera de contexto. Los docetas de Hipólito podrán ser, tal vez, «encratitas»; pero eran todo menos «docetas», y enseñaban lo que los naasenos, peratas y setianos.

El recurso a la Virgen divina (resp. Prima Femina) o seno del Padre, con la aplicación de Is 7,14 al nacimiento del Salvador en cuanto Hijo de Dios, confirma lo propio. Jesús tuvo dos nacimientos: uno divino, de la virgen celeste, y otro humano, de la virgen nazarena. La causalidad en ambos fue de la misma índole: ex María, por venir de la sustancia (divina) de la madre celeste, o de la (humana, carnal), de la madre terrena.

Los ofitas de San Ireneo (Adv. haer. I 30) y la Pistis Sophia se mueven dentro de la anterior ideología. Así como Juan viene de sterili Elizabeth, así Jesús ex Maria virgine (ofitas) o «según el cuerpo material» (Pistis Sophia).

Los basilidianos confirman la regla común. Otorgan a Jesús un cuerpo material, destinado a la amorfía. Al llamarle «el hijo de María», indican su origen de madre virgen.

La mayoría de los gnósticos atribuyen, pues, a Jesús un origen real (resp. «secundum corpus») de la virgen María. Muy pocos le hacen venir per Mariam (= a través de ella) como por mero vehículo, sin recibir de ella humana (terrena) sustancia.

Al igual que para el riguroso docetismo, sólo pueden señalarse los valentinianos itálicos como partidarios seguros del origen per Mariam. Las noticias de San Epifanio sobre los fibionitas, de San Efrén sobre Simón y Cleobio (resp. Bardesanes), de Acta Petri (con sus testimonia), orientan hacia una fuente común, valentiniana. El error no iba necesariamente vinculado a la partícula dia (con gen.) o per (Mariam). Algunos eclesiásticos de intemerada ortodoxia (San Justino, San Melitón, Hipólito) la emplean en buen sentido; según ellos, la Virgen actúa como madre («secundum carnem») y, juntamente, instrumento de la acción superior del Alto.

La heterodoxia del per Mariam reside en la doctrina a que se hace servir la partícula. Jesús no nació de la sustancia de María, sino de la sustancia del demiurgo (resp. de «spiritu creatoris»), a través de María. Su cuerpo era psíquico, de la misma sustancia que el demiurgo; no material, como el de la Virgen.

El Evangelio según Felipe — lo decíamos al estudiar a los docetas — introduce en la familia valentiniana una variante insólita. Jesús nace hijo de José y de María; y, al mismo tiempo, como Hijo de Dios, de la virgen celeste, llamada, asimismo, María (ex María virgine). ¿Sería capaz el extraño evangelista de justificar por ese medio el doble nacimiento ex María — secundum deum — y per Mariam — secundum carnem — sin sacrificar su ideología ebionizante, sólo por subordinar la maternidad carnal de la Nazarena a la divina de la Virgen de Luz? Todo puede ser entre gente de tan probado virtuosismo. Habituados a dar relieve singular al mundo de la luz, no extraña que aun los partidarios del origen ex María («secundum carnem») — la mayor parte de los gnósticos — acentuaran la generación divina del Salvador ex Virgine Luminis (María), por encima del nacimiento visible. Que yo sepa, ningún gnóstico ha hecho mención expresa del misterio de Belén.

Es, en cambio, significativo que uno de los campeones más decididos del per Mariam, Tolomeo, haya aplicado Ex 13,2 (= Lc 2,23: «omne masculinum aperiens vulvam») al nacimiento del Salvador ex aeonibus, ex Pleromate (= vulva Dei). El Salvador, en efecto — según lo ratifica Ev. Phil. § 23 — , nace de Dios, llevándose la carne y la sangre de Dios, esto es, el Logos (= Forma) y el pneuma (masculino) que tenía en el seno del Padre, a título de Unigénito.