nacer (Eckhart)

En primer lugar debe saberse que el sabio y la sabiduría, el veraz y la verdad, el justo y la justicia, el bueno y la bondad, se miran mutuamente y se relacionan el uno con el otro de la siguiente manera: la bondad no fue creada ni hecha ni ha nacido; sin embargo, es parturienta y da a luz al bueno, y el bueno, en cuanto es bueno, no fue hecho ni creado y, no obstante, es niño nato e hijo de la bondad. La bondad engendra a sí misma y a todo cuanto es, en la persona del bueno: infunde en el bueno (el) ser, (el)saber, amar y obrar, todos juntos, y el bueno recibe todo su ser, saber, amar y obrar del corazón y fondo más íntimo de la bondad y solamente de ella. (El) bueno y (la) bondad no son sino una sola bondad, completamente unos en todo, a excepción de dar a luz (por una parte) y (por otra) nacer; de todos modos, el dar a luz por parte de la bondad y el nacer en el bueno, constituyen cabalmente un solo ser, una sola vida. Todo cuanto pertenece al bueno, lo recibe tanto de la bondad como en la bondad. Allí existe y vive y mora. Allí se conoce a sí mismo y a todo cuanto conoce, y ama a todo cuanto ama, y coopera con la bondad en la bondad, y la bondad (a su vez realiza) todas sus obras con él y dentro de él, como está escrito y lo dice el Hijo: «El Padre que permanece y mora en mí, hace las obras» (Juan 14, 10). «El Padre obra hasta ahora y yo obro» (Juan 5, 17). «Todo cuanto es del Padre, es mío, y todo cuanto es mío y de lo mío, es de mi Padre: (es) suyo cuando lo da y mío cuando lo tomo» (Juan 17, 10). 252 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 1

«Para Isabel llegó el tiempo (de su alumbramiento) y dio a luz a un hijo. Su nombre es Juan. Entonces dijo la gente: ¿Qué maravilla llegará a ser este niño? Pues la mano de Dios está con él» (Lucas 1, 57; 63; 66). En un escrito se dice: Éste es el don máximo, que somos hijos de Dios y que Él engendra en nosotros a su Hijo (véase 1 Juan 3, 1). El alma que pretende ser hijo de Dios no debe alumbrar nada en sí, y en aquella en la que habrá de nacer el Hijo de Dios, no debe engendrarse nada más. La intención máxima de Dios consiste en engendrar. Nunca se contenta, a no ser que engendre en nosotros a su Hijo. El alma tampoco se da por satisfecha en manera alguna, si no nace en ella el Hijo de Dios. Y de ahí surge la gracia. Ahí se infunde (la) gracia. (La) gracia no obra; su devenir es su obra. Fluye desde el ser divino y fluye en el ser del alma, mas no en las potencias. 596 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XI 3

Estaban sobre la montaña Sión. «Sión» significa lo mismo que «contemplar» (schouwen). «Jerusalén» significa «paz». Según dije el otro día en San Mergarden (La huerta de Santa María)5: Estas dos (cosas) le imponen a Dios una obligación; si las posees, Él habrá de nacer en tu fuero íntimo. Os contaré la mitad de una historia: Nuestro Señor iba alguna vez rodeado de una muchedumbre. En eso llegó una mujer y dijo: «Si pudiera tocar el ruedo de su vestimenta, sanaría». Entonces dijo Nuestro Señor: «Me tocaron». «¡Válgame Dios! — dijo San Pedro — ¿cómo puedes decir, Señor, que te tocaron? Te rodea y se apiña alrededor de ti una muchedumbre». (Cfr Lucas 8, 43 a 45). 634 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XIII 3

Dice: «Tenían escritos en su frente su nombre y el nombre de su Padre». ¿Cuál es nuestro nombre y cuál es el nombre de nuestro Padre? Nuestro nombre es: que debemos nacer, y el nombre del Padre es: engendrar allí donde la divinidad sale resplandeciendo de su primera pureza que es una plenitud de toda pureza, según dije en (San) Mergarden. Felipe dijo: «Señor, haznos ver al Padre y ya nos basta» (Juan 14, 8). En primer lugar esto significa que debemos ser (padre); en segundo lugar, hemos de ser «gracia» porque el nombre del Padre es «engendrar». Él engendra en mí su imagen. Si veo una comida y ésta me resulta adecuada, nace de ello un apetito; o si veo una persona que se me asemeja, surge una simpatía. Exactamente así es: el Padre celestial engendra en mí su imagen y de la semejanza surge un amor que es el Espíritu Santo. Quien es el padre, éste engendra al hijo por naturaleza: quien saca al niño de la pila bautismal, no es su padre. Dice Boecio: Dios es un bien inmóvil que mueve todas las cosas. El hecho de que Dios sea constante, pone en marcha todas las cosas. Existe algo muy placentero que mueve y empuja y pone en marcha a todas las cosas para que retornen hacia allí de donde emanaron, en tanto que (este algo) permanece inmóvil en sí mismo. Y cuanto más noble sea una cosa, tanto más constante será su correr. El fondo primigenio las empuja a todas. (La) sabiduría y (la) bondad y (la) verdad añaden algo; (lo) Uno no añade sino el fondo del ser. 637 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XIII 3

Digo yo: Si María primero no hubiera dado a luz espiritualmente a Dios, Él nunca habría nacido físicamente de ella. Una mujer le dijo a Nuestro Señor: «Bienaventurado es el seno que te llevó». A lo cual contestó Nuestro Señor: No sólo es bienaventurado el seno que me llevó; «bienaventurados son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la guardan» (Cfr Lucas 11, 27 y 28). Para Dios tiene más valor nacer espiritualmente de cualquier virgen o (=quiere decir) de toda alma buena, que haber nacido corpóreamente de María. 812 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXII 3

Ahora bien, Él dice: «lo que he escuchado». El hablar del Padre es su «engendrar», el «escuchar» del Hijo es su «nacer». Él dice pues: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre». Ah sí, todo cuanto ha escuchado de su Padre desde la eternidad, nos lo ha revelado sin ocultarnos nada de ello. Digo yo: Y si hubiera escuchado mil veces más, nos lo habría revelado sin ocultarnos nada de ello. Así también nosotros, no le debemos ocultar nada a Dios; debemos revelarle todo cuanto somos capaces de ofrecer(le). Porque, si reservaras algo para ti, perderías en igual proporción parte de tu eterna bienaventuranza, ya que Dios no nos ha ocultado nada de lo suyo. Estas palabras les parecen difíciles a algunas personas. Pero, por ello, nadie ha de desesperarse. Cuanto más te entregues a Dios, tanto más Dios, a su vez, se te dará Él mismo; cuanto más te despojes de ti mismo, tanto mayor será tu eterna bienaventuranza. El otro día, cuando rezaba mi Padrenuestro, que Dios mismo nos enseñara, pensé: Cuando decimos «¡Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad!» (Mateo 6, 10), le rogamos siempre a Dios que nos despoje de nosotros mismos. 904 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXVII 3

Pues bien, dijo Nuestro Señor: «No os he llamado siervos, os he llamado amigos, porque el siervo no sabe qué es lo que quiere su Señor» (Juan 15,15). También mi amigo podría saber algo que yo no sabía, por cuanto no querría comunicármelo. Mas Nuestro Señor dijo: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado». Me sorprende, pues, que algunos frailes, que pretenden ser muy doctos y grandes frailes, se contenten tan pronto y se dejen engañar. Al referirse a la palabra que dijo Nuestro Señor: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado»… quieren interpretarla diciendo que nos ha revelado cuanto nos hace falta para nuestra eterna bienaventuranza, mientras «estamos en camino». Yo no opino que se deba interpretar así, porque no es verdad. Dios ¿por qué se hizo hombre? Para que yo mismo naciera como el mismo Dios. Dios murió para que yo muriera para todo el mundo y todas las cosas creadas. Así hay que interpretar la palabra pronunciada por Nuestro Señor: «Todo cuanto he escuchado de mi Padre, os lo he revelado». ¿Qué es lo que el Hijo escucha de su Padre? El padre no puede sino engendrar, el Hijo no puede sino nacer. Todo cuanto el Padre tiene y cuanto es, (o sea) la esencia abismal del ser divino y de la naturaleza divina, lo engendra todo en su Hijo unigénito. Esto es lo que el Hijo escucha del Padre, esto es lo que nos ha revelado para que seamos (cada uno) el mismo hijo. Todo cuanto tiene el Hijo, o sea, el ser y la naturaleza, lo tiene de su Padre, para que seamos (cada uno) el mismo hijo unigénito. (Por otra parte), nadie tiene el Espíritu Santo si no es el hijo unigénito. (Pues), allí donde se hace espíritu al Espíritu Santo, lo hacen espíritu el Padre y el Hijo; porque esto es esencial y espiritual. Puedes recibir, por cierto, los dones del Espíritu Santo o la semejanza con el Espíritu Santo; pero no permanece en tu interior, es inestable. Sucede lo mismo cuando una persona se ruboriza por vergüenza y (luego) palidece; es un accidente y pasajero. Mas el hombre que es rubicundo y hermoso por naturaleza, siempre sigue siéndolo. Así (también) le pasa al hombre que es el hijo unigénito: el Espíritu Santo permanece en él esencialmente. Por eso está escrito en el Libro de la Sabiduría: «Hoy te he engendrado» al reflejo de mi luz eterna, en la plenitud y «en la claridad de todos los santos» (Cfr Salmos 2,7; 109,3). Lo engendra ahora y «hoy». Ahí se está de parto en la divinidad, ahí se los «bautiza en el Espíritu Santo» — «ésta es la promesa que les ha hecho el Padre» —. «Luego de estos días que no son muchos sino pocos»: esto es la «plenitud de la divinidad» (Cfr Col 2, 9) donde no hay ni día ni noche; aquello que se halla a (una distancia de) mil millas, allí se encuentra tan cerca de mí como el lugar donde estoy parado ahora, allí hay plenitud y magnificencia de toda la divinidad, allí hay unidad. El alma, mientras percibe (aún) cualquier diferencia, anda mal; mientras todavía hay algo que mira hacia fuera o hacia dentro, no hay unidad. María Magdalena buscaba a Nuestro Señor en la tumba, buscaba a un muerto y encontró a dos ángeles vivos; por eso se sintió aún desconsolada. Entonces dijeron los ángeles: «¿De qué te preocupas? ¿Qué estás buscando? Un muerto y encuentras a dos vivos». Entonces dijo ella: «Justamente esto es mi desconsuelo que yo encuentre a dos y, sin embargo, busco a uno solo». (Cfr Juan 20,11 ss). 934 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIX 3

San Pablo dice: «En la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo» (Gal 4,4). San Agustín explica qué es «la plenitud del tiempo». «Allí, donde ya no hay tiempo, se da “la plenitud del tiempo”.» Cuando ya no queda nada del día, el día está en su plenitud. Esta es una verdad fundamental: cuando comienza este nacimiento, todo el tiempo debe haber desaparecido, porque no hay nada que ponga tantos obstáculos a ese nacimiento como (el) tiempo y (las) criaturas. Es una verdad segura que el tiempo no puede tocar ni a Dios ni al alma en cuanto a su naturaleza. Si el alma pudiera ser tocada por (el) tiempo, no sería alma, y si Dios pudiese ser tocado por (el) tiempo, no sería Dios. Pero, si fuera posible que el tiempo tocara al alma, Dios nunca podría nacer en ella, y ella no podría nacer jamás en Dios. Cuando Dios ha de nacer en el alma, todo cuanto es tiempo la debe haber abandonado, o ella debe haberse escapado del tiempo con (su) voluntad o (sus) anhelos. 1060 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXVIII 3

(He aquí) otro significado de «plenitud del tiempo». Si alguien tuviera la habilidad y el poder de modo que pudiese concentrar en un «ahora» presente el tiempo y todo cuanto jamás ha sucedido en el tiempo, durante seis mil años, y lo que todavía habrá de acontecer hasta el fin, esto sería «plenitud del tiempo». Ese es el «ahora» de la eternidad en el que el alma conoce en Dios todas las cosas como nuevas y lozanas y presentes, y con el placer (con que conozco las cosas) que tengo presentes ahora mismo. El otro día leí en un libro — ¡ojalá alguien supiera escrutarlo a fondo! — que Dios hace al mundo ahora como en el primer día cuando creó al mundo. En este (aspecto) Dios es rico y esto es el reino de Dios. El alma en la cual Dios habrá de nacer, debe ser abandonada por el tiempo y escaparse del tiempo, y ha de elevarse y persistir con la mirada fija en esta riqueza divina: ahí hay extensión sin extensión y anchura sin anchura; ahí el alma conoce todas las cosas y las conoce perfectamente. 1061 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXVIII 3

San Agustín dice: «El alma se iguala a aquello que ama. Si ama cosas terrestres, se vuelve terrestre. Si ama a Dios» — podría preguntarse — «se convierte entonces en Dios?» Si yo dijera tal cosa les parecería increíble a quienes tienen la inteligencia demasiado pobre y no lo comprenden. Pero San Agustín dice: «Yo no lo digo, antes bien os remito a la Escritura que expresa: “He dicho que sois dioses”» (Salmo 81, 6). Quien poseyera un poco no más de la riqueza a la que me he referido antes, sea (que le haya echado) una mirada, o sea (que tenga) sólo una esperanza o convicción (respecto a ella), ¡éste sí lo comprendería bien! Nunca cosa alguna llegó a ser tan afín ni tan igual ni tan unida por un nacimiento, como le sucede al alma para con Dios en ese nacimiento. Si se ocasiona algún impedimento, de modo que ella no se (le) asemeja en todo sentido, no es culpa de Dios; en la medida en que se pierden sus insuficiencias, en esta misma medida Él se la iguala. El hecho de que el carpintero no pueda hacer una casa hermosa con madera apolillada, no es culpa suya, la falla reside en la madera. Lo mismo sucede con la operación divina en el alma. Si el ángel más humilde pudiera configurarse o nacer en el alma, todo el mundo no sería nada en comparación; porque gracias a una sola chispita del ángel, reverdece, se cubre de hojas y resplandece todo cuanto hay en el mundo. Mas, este nacimiento lo obra Dios mismo; ahí el ángel no puede realizar ninguna obra fuera de una obra servil. 1066 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXVIII 3

Que Dios nos ayude para que deseemos que Él quiera nacer en nosotros. Amén. 1070 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXVIII 3

Algunos profesores opinan que el espíritu consigue su bienaventuranza en el amor; otros afirman que la obtiene en la contemplación de Dios. Mas yo digo: No la consigue ni en el amor ni en el conocer ni en el contemplar. Podría preguntarse, pues: ¿El espíritu no tiene contemplación de Dios en la vida eterna? ¡Sí y no! En cuanto ha nacido, (ya) no tiene la mirada elevada hacia Dios ni la contemplación de Él. Pero en cuanto habrá de nacer (aún), tiene contemplación de Dios. Por eso, la bienaventuranza del espíritu reside allí donde ha nacido y no donde (todavía) está por nacer, porque vive donde vive el Padre, es decir, en (la) simpleza y en (la) desnudez del ser. Por eso, dales la espalda a todas las cosas y tómate puro en (el) ser; porque cuanto está fuera del ser, es «accidente» y todos los accidentes producen un porqué8. 1087 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXIX 3

El Hijo nace en nosotros del siguiente modo: cuando no conocemos ningún porqué y, (por nuestra parte), volvemos a nacer en el Hijo. Orígenes anota una palabra muy noble y si yo la pronunciara os parecería increíble. «No nacemos solamente en el Hijo, sino que nacemos hacia fuera y otra vez nacemos en Él y nacemos de nuevo y nacemos inmediatamente en el Hijo. Digo — y es verdad —: En cualquier pensamiento bueno o buena intención u obra buena, todo el tiempo nacemos de nuevo en Dios». Por ello — según dije el otro día —: El Padre no tiene sino un único Hijo, y en la medida en que pongamos menor intención o atención en otra cosa que no sea Dios, y miremos menos hacia alguna cosa de afuera, en la misma medida seremos transfigurados en la imagen del Hijo y en la misma medida nacerá el Hijo en nosotros y nosotros naceremos en el Hijo y llegaremos a ser un solo Hijo: Nuestro Señor Jesucristo es el único Hijo del Padre y Él sólo es hombre y Dios. Ahí no hay sino un solo Hijo en una sola esencia, y ésta es esencia divina. De este modo, nosotros llegamos a ser uno en Él, siempre y cuando fijemos nuestra mente sólo en Él. Dios siempre quiere estar solo; ésta es una verdad necesaria y no puede ser de otro modo: tenemos que fijar la mente siempre en Dios solo. 1115 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLI 3

Dios aplica todo su poder en su nacimiento, y esto es necesario para que el alma vuelva a Dios. Y de una manera es alarmante (ver) que el alma tan a menudo deserte de aquello en donde Dios aplica todo su poder; pero esto último es necesario para que el alma recupere su vida. Dios hace todas las criaturas con un solo pronunciamiento; pero, para que el alma cobre vida, Dios expresa todo su poder en su nacimiento. Por otra parte, es consolador que el alma de esta manera sea traída de vuelta. En el nacimiento cobra vida y Dios hace nacer a su Hijo en el alma para que ella cobre vida. Dios se pronuncia a sí mismo en su Hijo. Por el pronunciamiento con el cual se expresa en su Hijo, por este (mismo) pronunciamiento le habla al interior del alma. Es característico de todas las criaturas engendrar. Una criatura sin nacimiento, tampoco existiría. Por eso dice un maestro: Esta es una señal de que todas las criaturas son expelidas por el nacimiento divino. 1147 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIII 3

Dice un maestro: El alma nace en sí misma y nace fuera de sí misma y vuelve a nacer en sí misma. Es capaz de (hacer) milagros a su luz natural; es tan vigorosa que puede separar lo que es uno. (El) fuego y (el) calor son uno. Si este (hecho) es concebido por (el) entendimiento, él debe separarlo. En Dios (la) sabiduría y (la) bondad son uno; si (la) sabiduría entra en (el) entendimiento, ella ya no piensa en la otra (= la bondad). El alma, de sí misma, da a luz a Dios de Dios en Dios; lo da a luz bien de sí misma; lo hace porque da a luz a Dios en aquella parte donde es deiforme: ahí es una imagen de Dios. He dicho también en otras ocasiones: Una imagen, en cuanto imagen, (y) aquello cuya imagen es, nadie los puede separar (a uno de otro). Cuando el alma vive en aquello en que es imagen de Dios, entonces da a luz; en esto reside la verdadera unión, y todas las criaturas no la pueden separar. ¡A despecho de Dios mismo, a despecho de los ángeles y a despecho de las almas y de todas las criaturas, (digo yo) que allí donde el alma es imagen de Dios, no la podrían separar (de Dios)! Esta es (la) unión genuina, en ella reside la verdadera bienaventuranza. Algunos maestros buscan (la) bienaventuranza en (el) entendimiento. Yo digo: (La) bienaventuranza no reside ni en (el) entendimiento ni en (la) voluntad sino por encima (de ellos): (la) bienaventuranza reside allí donde se halla (la) bienaventuranza en cuanto bienaventuranza, (y) no como entendimiento, y donde Dios se encuentra como Dios y el alma como imagen de Dios. Hay bienaventuranza allí donde el alma toma a Dios como es Dios. Allí (el) alma es alma y (la) gracia, gracia y (la) bienaventuranza, bienaventuranza y Dios, Dios. 1152 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIII 3

Dice un maestro que cada igualdad significa un nacimiento. Afirma además: La naturaleza nunca encuentra cosa igual a sí, sin que haya, necesariamente, un nacimiento. Nuestros maestros dicen: El fuego, por fuerte que sea, no encendería nunca si no esperara un nacimiento. Por seca que estuviera la leña que se colocase adentro, jamás ardería si no fuera capaz de adquirir igualdad con él (= el fuego). El fuego desea nacer en la leña y que todo se haga un solo fuego y que éste se conserve y perdure. Si se extinguiera y deshiciera, ya no sería fuego; por eso desea ser conservado. La naturaleza del alma nunca contendría lo igual (= a Dios) a no ser que desease que Dios naciera en ella. Nunca se ubicaría en su naturaleza, ni desearía hacerlo si no esperara el nacimiento y éste lo opera Dios; y Dios nunca lo operaría si no quisiera que el alma naciese dentro de Él. Dios lo opera y el alma lo desea. De Dios es la obra y del alma, el deseo y la capacidad de que Dios nazca en ella y ella en Dios. El que el alma se le asemeje, lo obra Dios. Ella ha de esperar, necesariamente, que Dios nazca en ella y que sea sostenida dentro de Dios y ansíe la unión, para que sea sostenida en Dios. La naturaleza divina se derrama en la luz del alma, y es sostenida allí adentro. Con ello Dios se propone nacer en ella y serle unido y sostenido en ella. Esto ¿cómo puede ser? ¿Si decimos que Dios es su propio sostenedor? Cuando Él tira al alma hacia ahí adentro (= a su naturaleza divina), ella descubre que Dios es su propio sostenedor y entonces permanece ahí, de otro modo no se quedaría nunca. Dice Agustín: «Exactamente así como amas, así eres: si amas a la tierra, te vuelves terrestre; si amas a Dios, te vuelves divino. Si amo, pues, a Dios ¿me convierto en Dios? Esto no lo digo yo, os remito a la Sagrada Escritura. Dios ha dicho por intermedio del profeta: “Sois dioses e hijos del Altísimo”» (Salmo 81, 6). Y por eso digo: Dios da el nacimiento en lo igual. Si el alma no contara con ello, nunca desearía entrar ahí. Ella quiere ser sostenida dentro de Él; su vida depende de Él. Dios tiene un sostén, una permanencia en su ser; y por ello no hay otra alternativa que pelar y separar todo cuanto es del alma: su vida, (sus) potencias y (su) naturaleza, todo ha de ser quitado, manteniéndose ella en la luz acendrada donde constituye una sola imagen con Dios, allí encuentra a Dios. Es esta la peculiaridad de Dios de que no cae en Él nada extraño, nada sobrepuesto, nada agregado. Por ello, el alma no ha de recibir ninguna impresión ajena, nada sobrepuesto, nada agregado. Esto es lo (que decimos) del primer (punto) (= et). 1164 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIV 3