ANTONIO ORBE — CRISTOLOGIA GNÓSTICA
A MORTE
- 1. Eficácia contra o Thanatos
- 2. Executores da morte
- a) O diabo
- b) O demiurgo ou seus arcontes
- 3. Morte e engano
- a) A morte devoradora
- b) A fraude
- 4. Conclusão
A pesar de algún testimonio adverso de Orígenes, ningún hereje negó la muerte de Cristo. Ni los docetas llegaron hasta ahí.
En cambio, muchos, singularmente gnósticos, de acuerdo con el esquema platónico (el universo repartido en dos grandes reinos: el de la plenitud o verdad, el de la penuria o imagen), negaron a los fenómenos del Kenoma (= Hysterema) un contenido real, verdadero. No por eso los impugnaban. La muerte visible de Jesús en la cruz de Jerusalén, como ocurrida en región de imagen, juntaba las dos cosas: la verdad del suceso y la no-verdad del contenido.
Los gnósticos, al abrigo de tales premisas, daban beligerancia a muchas especies de muerte. La «común» (koinos thanatos) o vulgar, por separación física del alma, no tenía peso específico. Era inevitable, inherente a la composición alma-cuerpo. Tampoco merecía consideración la muerte por simple dialysis, o disolución física de lo material (resp. alma hílica, irracional), tal como ocurre entre los hombres hílicos a raíz de la muerte «común». Inevitable y necesaria, como entrañada en la composición de lo hílico.
La muerte de los racionales interesó a los gnósticos, como secuela de la «sustancia media (ousias mesos)», peculiar a la psyche racional). Situados entre el pneuma y la hyle, eran libres para elegir — con la materia — el camino hacia la disolución o corruptela física o — con el pneuma — hacia la incorruptela. Por el camino de la hyle terminaban en la muerte, esta vez culpable, como efecto de una resolución libre. Tal resolución se manifestaba — entre los psíquicos (racionales) — por una vida de pasiones e ignorancia de Dios. Jesús, mediante la muerte (física) del Cristo animal, quiso encaminar a los psíquicos hacia la apatheia; e hizo sensible su salvación en el propio cuerpo apartando de él — símbolo de las pasiones — «sangre y agua». La crucifixión y muerte del Salvador ofrecía a los «psíquicos» el paradigma del individuo, hecho superior a la materia (e ignorancia) con la muerte a ella y la vida a la fe del verdadero Dios.
La muerte de Jesús, eficaz sobre los individuos «psíquicos», directamente asequibles a las pasiones, actuó también, por vía indirecta, sobre los «pneumáticos». El hombre pneumático, hijo natural de Dios, es incapaz de corromperse directamente o morir. Mas por camino indirecto puede no disponerse al don de la gnosis, en que descansa su vida. Así ocurre — al menos en teoría — si el «psíquico», en cuyo interior se esconde, se deja llevar de las pasiones. La muerte de Jesús actúa, pues — mediante la del Cristo animal — , por camino indirecto, sobre los espirituales, debido a su eficacia sobre los psíquicos.
Los gnósticos apenas se extienden en tales consideraciones a propósito de la muerte de Jesús. Su atención se dirige al combate entre el Salvador y el príncipe de la muerte, dueño del hades. Combate trabado en la cruz, con muerte física del Salvador y victoria aparente (y transitoria) del Thanatos (resp. hades) sobre Jesús.
En efecto, por iniciativa del Salvador, no porque el Thanatos le arranque alma ni espíritu, queda en la cruz pendiente el cuerpo. El Thanatos se ve defraudado, porque ni el alma (= Cristo animal) ni el pneuma caen en sus manos. El alma pasa durante los tres días, lo mismo que el pneuma, a disposición de Dios Padre. Mientras el Salvador, devorado por el Thanatos, entra en el hades (fraudulentamente) y «salva» allí a todos los justos retenidos en cautividad injusta.
Los valentinianos recalcan varios aspectos: a) los ejecutores de la muerte de Jesús; b) la victoria, por fraude, sobre el Thanatos (= enemigo).
Los ejecutores de la muerte de Jesús guardan jerarquía. El responsable primero y máximo, que movió a los demás a dar muerte de cruz al Salvador, fue el enemigo (= Thanatos), «príncipe de este mundo»; el mismo que le había tentado en el monte al principio de la vida pública; el dueño del hades. Desde la primera separación de Eva (resp. iglesia terrena) de Adán (Cristo) había logrado el enemigo la muerte física (y moral) entre los psíquicos (y criptopneumáticos), haciendo imposible su salud en este mundo y cautivándoles — a raíz de la muerte física — en el otro. Ignorante de los misterios íntimos de la vida terrena de Jesús ya desde su humanación, se persuadió en los días de la pasión de que Jesús era puro hombre. Y le abordó en la creencia de dominarle como a los demás. A tal fin movió a los judíos — no a Pilatos — , psíquicos llenos de pasiones y culpablemente (libremente) hechos hijos de él («hijos de ira», «hijos del diablo»), a darle muerte de cruz en Jerusalén. El demiurgo Yahvé, asociado como estaba a la obra del Salvador desde su primer encuentro con El, no intervino, según los valentinianos, para nada.
La victoria de Jesús por fraude armoniza con la tónica de escondimiento y humildad en la dispensación adoptada por el Hijo. Desde la venida del Salvador se adivinaba un triunfo así; no por violencia, sino por ignorancia del enemigo. El que había triunfado de los hombres por la ignorancia, cae víctima de sus propios lazos, devorando a quien no le pertenece para vomitarle como la ballena a Jonás. Jesús, con su muerte física, engaña al enemigo, y causa la muerte a la Muerte, quitándole el principado del hades sobre los justos y enervándole para siempre mediante la fe y conocimiento, traídos personalmente por El. A cuantos en adelante profesen el Evangelio del Dios ignoto, no les afecta la muerte física; antes de ella la habrán superado mediante la apatheia (resp. gnosis), muriendo antes de morir.
La muerte de Jesús tiene valor de paradigma, y también de tránsito, «humanamente» indispensable para triunfar del enemigo en el hades. La victoria no fue mítica, sino real. Tuvo lugar en el hades, adonde llegó el Salvador por el camino de todo mortal, esto es, unido al alma (= Cristo animal), bajo la custodia del Padre. El combate no lo dio el alma, sino el Hijo en el alma, librándola personalmente y redimiendo ipso facto a todas las almas injustamente allí retenidas.
El misterio de la muerte de Cristo se cumple en lo invisible. Tiene dos grandes actores: el Hijo y el enemigo (= Thanatos), igualmente interesados en la posesión de las almas (resp. espíritus); y, ante todo — aquí — , en la posesión del alma de Jesús. El triunfo descansa en el planteamiento, llevado exclusivamente por el Hijo — con fraude del enemigo — bajo la protección del Padre. Muerto en cruz según su humanidad, el Hijo presenta batalla al enemigo en su psique, primicias de la iglesia (o iglesias) llamadas a la salud. El enemigo, obligado por fraude a aceptar el reto, pierde el alma de Jesús; y, con ella, el dominio sobre todas aquellas que libremente le siguen mediante la fe. El cuerpo no interesa. Ni el enemigo ni el Salvador trabajan por él. De los brazos de la cruz bajará al sepulcro y se deshará (para la mayoría de los gnósticos) en sus elementos, sin comprometer la absoluta victoria del Hijo.