Mistério de Deus: Trindade, sua Glória e Vida Íntima [ASIEC]

En un acto eterno, el Padre engendra el Verbo; el Verbo es la Palabra que el Padre pronuncia pensándose a si mismo «en un eterno silencio»; él es el Pensamiento eterno del Padre en el cual el Padre se ve, se contempla, con sus Atributos divinos, sus Perfecciones infinitas. El Padre es la Suprema Inteligencia que conoce en su Verbo lo Supremo Inteligible; es por lo tanto por una procesión de inteligencia que el Padre engendra al Verbo. El Verbo es, si se quiere, un Espejo en el que el Padre contempla su propia imagen; o más bien, es algo más que un espejo, es esa Imagen misma: es «la irradiación de su gloria, la huella de su substancia» (Heb. I, 3)

El Verbo es la perfecta Imagen del Padre, pura, santa y sin mancha, en la cual el Padre se reconoce y se complace: «Este es mi Hijo bien amado en quien yo he puesto todas mis complacencias» (Mat. III, 17). Nada cuenta en consecuencia a los ojos del Padre más que el Hijo; fuera de él, no hay nada que pueda serle agradable. Sin este Hijo que le es igual en todo, que le es «consubstancial», Dios como él, el Padre no es nada. El no existe como Padre, y como Dios, más que porque él engendra este Hijo, a quien da todo lo que él tiene y todo lo que él es, es decir la Naturaleza Divina misma, la Esencia Divina, la Deidad. La Esencia o la Naturaleza Divina consiste entonces en ese don total que el Padre hace de ella al Hijo. Es en el don total que hace de si mismo, como el Padre existe en tanto que Persona divina, y es esto lo que la distingue de la Persona del Hijo.

Lo que constituye una persona, es la tendencia hacia otra, un ad aliud, un «altruismo» perfecto y total; es perdiéndose totalmente en el otro como la persona se encuentra y se constituye: «El que pierda su vida la encontrará» (Mat. XVI, 25). Esto supone en la persona un espíritu de pobreza absoluto, perfecto, total, una renuncia , un desapego, un despojamiento, una aniquilación de su ser en el otro que le hace encontrar su ser propio. Lo que constituye esencialmente una Persona divina, es el darse enteramente a otra Persona divina. El Padre es por lo tanto el Gran Pobre por excelencia, y es esto lo que produce su infinita riqueza.

Recíprocamente, el Verbo o el Hijo se conoce en el Padre como engendrado del Padre. A su vez, él no existe, como Hijo y como Dios, más que porque es engendrado por el Padre. El Padre no posee la Esencia Divina más que porque él la da al Hijo; el Hijo no posee la Esencia Divina más que por que él la recibe del Padre. Es esto lo que distingue a las dos Personas. Es la misma Esencia que es dada por uno y recibida por el otro. Pero, a su vez, el Hijo no puede constituirse como persona, mientras que no comunique al Otro todo lo que ha recibido de ella; no puede recibir la Esencia Divina mas que si él la da a su vez; así el Padre recibe lo que ha dado y se «encuentra».

En definitiva, se produce un intercambio mutuo de la Divina Esencia entre el Padre y el Hijo; este Don mutuo, total, perfecto constituye el Amor recíproco del Padre y del Hijo. Supone de parte de uno y del otro una voluntad libre de comunicarse recíprocamente este don, una aniquilación, un despojamiento, un renunciamiento, un espíritu de pobreza comunes al Padre y al Hijo, que hace de cada uno de ellos el Gran Pobre por excelencia. Además, este amor mutuo que procede de una voluntad común de despojamiento y de aniquilación recíprocas, no podría replegarse en sí en una especie de egoísmo entre dos. Es por eso que esta voluntad común de despojamiento tiende a su vez a anularse a si misma expresándose en una tercera Persona divina, el Espíritu Santo que aparece así como un fruto del Amor común del Padre y del Hijo. Se dice, en consecuencia, que el Espíritu Santo procede de la voluntad común de Amor mutuo de las dos otras Personas. Se dice también que el Padre y el Hijo, conjuntamente, expiran al Espíritu Santo y que el Espíritu es expirado por el Padre y el Hijo. Así, el Amor mutuo del Padre y del Hijo no existe más que anulándose en una tercera Persona, en el don total que el Padre y el Hijo hacen de su amor, o de la Naturaleza Divina, a esta tercera Persona, que se vuelve así el vínculo substancial que une al Padre y al Hijo en la unidad de un mismo Amor, una especie de testigo, de fruto de su amor. Es también por esto que la Esencia Divina, objeto de intercambio mutuo de las tres Personas, consiste en el Amor: Dios es amor (1 Juan IV, 16). A su vez el Espíritu Santo no existe, en tanto que Persona, más que si el devuelve al Padre y al Hijo conjuntamente ese común Amor del cual procede.

Hay por lo tanto una doble corriente de amor: el amor recíproco que parte del Padre y del Hijo y desemboca en el Espíritu, e, inversamente, remonta del Espíritu para desembocar en el Padre y en el Hijo; es eso lo que se llama la Circumincesión de las tres Personas. Es en esto en lo que consiste la Vida íntima de Dios; y su Gloria esencial. Ella se basta infinitamente a si misma; Dios vive y reina eternamente en esta Gloria perfecta, en un eterno silencio, una dicha infinita, una paz soberana.

[ASIEC]