No se puede comprender el Misterio de María más que refiriéndolo al Misterio de la Santísima Trinidad. En la aparición de Pontmain, la Virgen aparece en medio de tres estrellas fijas, figurando el triángulo trinitario. 164 Abbé Henri Stéphane: TEMAS DE MEDITACIÓN SOBRE MARÍA
De hecho, el papel de intermediario jugado por Sat-Chit-Ananda, va mucho más lejos. Permite en efecto pasar de la consideración de las Hipóstasis a la de las Procesiones divinas, poniendo así a la luz la perfecta coherencia del Misterio trinitario o más bien de su expresión a la vez teológica y metafísica, y en particular de los dos modos de analogía que permiten la transposición. [NA: Es remarcable que un exoterista como el padre Monchanin haya reconocido en el Sat-Chit-Ananda lo que se aproxima más a la Trinidad cristiana, pero hay donde él no ve más que una «aproximación» del misterio cristiano, el metafísico ve una transposición metafísica. Ver J. Monchanin y H. Le Saux, «Ermites du Saccidananda».] 218 Abbé Henri Stéphane: INTERPRETACIÓN METAFÍSICA DE LA TRINIDAD
Así vista, la oración aparece menos como un coloquio en el que el alma y Dios se ponen en el mismo plano, en el que el alma, ejerciendo sus facultades mentales, parece jugar el papel principal y corre el riesgo de entorpecer la acción del Espíritu, que como una actitud, caracerizada por las palabras «apertura», «receptividad», «disponibilidad», etc., en la que Dios juega el papel principal y en el que el alma se borra para dejar a Dios realizar en ella el Misterio de la Vida Trinitaria, Misterio de Pobreza y de Caridad, el Misterio del Amor, del Don total, del Perfecto Extasis de las Tres Personas en la Unidad de un mismo Espíritu. El papel de la voluntad es entonces menos el de producir actos de virtud específicos por su objeto, que el de apartar los obstáculos a la acción divina y realizar la transparencia del alma a la Luz Increada, por el desapego de todas las cosas, el despojamiento de si, la «dimisión del yo», y el «revestimiento de Cristo», que es el único capaz de ofrecer al Padre un sacrificio de alabanza, es decir «el fruto de los labios que celebran su nombre» (Heb. XIII, 15). 300 Abbé Henri Stéphane: REFLEXIONES SOBRE LA ORACIÓN I
D. ¿Cómo debemos orar? ¿Cómo el Espíritu ora en nosotros? — M. Pronunciando los Nombres divinos de Jesús y de María. El Espíritu realiza en nosotros el Misterio de la Encarnación y de la Transfiguración, de la Purificación y de la Iluminación. Diciendo «María» el alma se identifica con la Substancia primordial siempre virgen; diciendo «Jesús», el Verbo-Intelecto se encarna ahí y la transfigura. Y todo esto es la ora del Espíritu Santo. 379 Abbé Henri Stéphane: DIALOGO SOBRE LA ORACIÓN
«Dixit insipiens in corde suo: no es Deus» (Sal. XIV,1) (El insensato a dicho en su corazón: no hay Dios. Aquí, insipiens designa a aquel que no tiene sabiduría.). Aquel que está en lo Incognoscible, cuya mente está tranquilizada y que no se goza con nada más, ha dicho en su corazón: Dios no está. Ya que si Dios está, todo el Universo, el mundo y el ego están con El, y la Existencia Universal (Maya) envuelve al Si-mismo con una nube impenetrable: «Dios no aparece más que cuando todas las criaturas lo enuncian… Es por eso que rogamos a Dios que nos libere de Dios» (Eckhart). (Ver El Misterio de la Deidad en Maestro Eckhart y San Dionisio el Areopagita, (tratado I.5)) 497 Abbé Henri Stéphane: EL SI-MISMO
Mostremos en primer lugar lo que implica el hecho de que la naturaleza humana de Jesucristo esté privada de personalidad humana. En un individuo ordinario, la naturaleza humana está de alguna manera «recibida» en una persona –o hipóstasis– bien determinada. Se puede decir que la naturaleza humana viene a encerrarse en cada individualidad, o que la hipóstasis humana –el ego– constituye para la naturaleza humana una limitación (Lo cual implica que la naturaleza humana no puede agotarse más que en una indefinidad de individuos.). Esta limitación, esta concentración sobre el ego (que se podría ver como característica del «pecado original») constituye el obstáculo esencial para la espiritualidad verdadera, es decir para la «Comunión del Padre». Es esencial recordar aquí el Misterio trinitario: la Esencia divina se despliega en tres Hipóstasis, distintas entre ellas, pero idénticas a la Esencia divina. Estas Hipóstasis divinas deben ser concebidas como puras relaciones: el Padre no es «lo que él es» más que si comunica la totalidad de la Esencia divina al Hijo –es la generación del Verbo– pero, inversamente, el Hijo no es «lo que él es» más que si recibe del Padre esta divina Esencia; y esta unión intima del Padre y del Hijo es tal que engendra una tercera Hipóstasis, el Espíritu Santo, el Amor común del Padre y del Hijo. Es la «espiración del Hálito»: el Espíritu Santo no es «lo que es» más que si es «espirado» por el Padre y el Hijo. Esta «espiración», siempre idéntica a la Esencia divina, permite comprender la frase de San Juan: Dios es Amor (1 Juan IV, 8). Pero no es amor por cualquier cosa: es el Amor puro, sin objeto. Ocurre lo mismo con la generación del Verbo, donde se puede decir que Dios «se conoce a si mismo por él mismo», pero donde se puede decir igualmente que es el Conocimiento Puro, sin objeto (distinto de Dios mismo) y San Juan lo indica también diciendo: «Dios es luz» (1 Juan I, 5). 553 Abbé Henri Stéphane: SOBRE EL MEDIADOR
Cuando Dios quiere «revelarse», comienza por revelarse a si mismo, con el fin de conocer su propio Misterio. Pero, ¿Cómo Dios puede revelarse a si mismo? La Esencia divina Una y sin dualidad no puede nunca devenir objeto de conocimiento, incluso para ella misma, y además ella no puede ser conocida por otro que por si misma, ya que este otro no existe. En su Eseidad Suprema, ella es el Testigo eterno de todo conocimiento, sin ser nunca ni objeto, ni sujeto de conocimiento, no siendo ni Esto que es conocido, ni Aquel que conoce, sino Conocimiento Puro e integral. Y todo lo que acabamos de decir del Conocimiento puede decirse igualmente del Amor: Dios es Amor Puro. Testigo de todo amor, pero no puede nunca ser objeto de amor, ni sujeto de amor, ya que su Transcendencia excluye toda dualidad de ese género. 625 Abbé Henri Stéphane: EL SENTIDO DE LA VIDA
No hay mejor argumento a favor de la «existencia en Dios», que no es un problema sino un Misterio que solo se alcanza al nivel del Silencio, como lo indica la etimología de la palabra «misterio» (Ver R. Guénon, Apreciaciones sobre la Iniciación, p. 126.). Observemos además que el Silencio es una posibilidad de no-manifestación que, en tanto que aspecto del No-Ser, se identifica con él, al mismo título además que la «Tiniebla mística» (Ver san Dionisio el Areopagita. La Teología mística; ver también La Vida de Moisés, de San Gregorio Nacianceno.), lo que confirma la identificación del Sobre Ser y del Padre, la «Deidad» eckhartiana y el Hyperteos de san Dionisio situándose evidentemente en el mismo grado «sobreontológico». 692 Abbé Henri Stéphane: SILENCIO Y EXISTENCIA
El Misterio de la Anunciación acababa de realizarse en María, y el misterium caritatis exigía que fuese comunicado al «prójimo» figurado aquí por Isabel. Dice el Evangelio «En aquellos días se puso María en camino y con presteza fue a la montaña, a una ciudad de Judá, y entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Así que oyó Isabel el saludo de María, exultó el niño en su seno, e Isabel se llenó del Espíritu Santo» (Luc I, 39-42). No se puede describir mejor el contenido esencial del misterium caritatis: María, portadora del Verbo encarnado, saludó a Isabel que fue colmada del Espíritu Santo. Tal es el «Don de Dios» a Isabel, a través de María. En respuesta, Isabel colmada del Espíritu Santo, rinde honor a María: «Bendita tu eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre» (Luc I, 42) 736 Abbé Henri Stéphane: REFLEXIONES SOBRE LA CARIDAD
3.- Apatheia = apaciguamiento = contentamiento. El alma, liberada del ego y de las pasiones, está en el estado de pureza, de virginidad, de pasividad perfecta (materia prima) para recibir el Fiat Lux, el Verbo Iluminador y Transformador que quiere encarnarse en ella; es el Misterio de la Encarnación y de la «Transubstanciación»: «Este es mi Cuerpo». 770 Abbé Henri Stéphane: ALQUIMIA ESPIRITUAL
La expresión dogmática de esta verdad aparece netamente en el Misterio de la Inmaculada Concepción: la Virgen es una pura relación con Dios, ya que ella no tiene realidad más que por la Encarnación del Verbo. Decir «Yo soy la Inmaculada Concepción» equivale a decir: «Yo soy una pura relación en Dios». Es a este nivel «ontológico» donde se sitúa la verdadera Virginidad, y todas las disertaciones morales sobre la pureza o la castidad no son más que sombras en comparación con la verdadera esencia de la Virginidad. Que el alma humana, purificando sus facultades mentales o síquicas por la «Docta ignorancia», se esfuerce en contemplar su propia virginidad, en el estado de pura relación con respecto a Dios, realizando su esencia verdadera: «Yo soy la Inmaculada Concepción». 792 Abbé Henri Stéphane: DE LA IGNORANCIA
El Misterio de la Asunción se presta a la misma dialéctica. Llegada a ser «Virgen», es decir «llegada a ser lo que ella es», o aquello que ella nunca ha dejado de ser en el seno de la Esencia divina, a saber una pura relación con la Deidad, el alma humana es «asumida» por el Verbo: Jesús, que nace en ella, la absorbe en El. 794 Abbé Henri Stéphane: DE LA IGNORANCIA
Lo mismo que la encarnación del Verbo constituye el Misterio central de nuestra Salvación, de la misma manera el Misterio eucarístico, que es el Memorial de la Pasión, de la Muerte y de la Resurrección de Nuestro Señor, o equivalentemente, del Sacrificio del Calvario, debe continuar como centro de la vida cristiana, al cual todo el resto se relacione. 891 Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO PASCUAL
Antes de profundizar en este Misterio, conviene hacer un examen de conciencia. Hay en primer lugar una masa de indiferentes (ni siquiera hablo de increyentes) que dicen: «¿Qué quiere que yo haga en la misa?». Otros, sobre todo en una cierta época, iban por obligación, por rutina, pero para ellos la misa era una especie de trabajo fatigoso en el que se aburrían profundamente. Otros iban para escuchar música, en otros tiempos el órgano, hoy la guitarra. Otros van para «estar con los amigos», de tal manera que nuestros modernistas han terminado por reducir la misa a una «comida comunitaria y fraternal». Finalmente, una tercera categoría de fieles prefiere curiosamente otras formas de devoción. Por ejemplo algunos prefieren la meditación: yo me pregunto en que pueden pensar, ¡Se toman por hindúes en meditación en una cumbre del Himalaya!. Sin embargo son totalmente incapaces de ello… (Es uno de los raros lugares (cf. Volumen I, tratado VII.11) donde el padre Stéphane da su opinión sobre los aficionados al yoga, al zen o a la meditación. La mayor parte de ellos rechazan o critican el Cristianismo porque no comprende de él nada en absoluto, y esto no es de ninguna manera una cualificación para seguir una vía oriental. Si no se sabe –o peor todavía, si no se ama– meditar cristianamente, no hay apenas posibilidades, por regla general, de llegar a ello por una vía hindú, sufí, tibetana o japonesa.). 893 Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO PASCUAL
Hoy, vamos ha decir algunas palabras sobre el Misterio Pascual que nos mostrará en que marco ha sido instituida la Eucaristía, y como los Judíos tenían el sentido de lo Sagrado, y también como el Nuevo Testamento consuma el Antiguo, o también como el Sacrificio de Cristo es la coronación de la Historia de la Salvación. 903 Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO PASCUAL