Maldição [OASI]

ANTONIO ORBE — ANTROPOLOGIA DE SÃO IRINEU

A MALDIÇÃO
La maldición divina, a raíz de la falta de Adán, no suele merecer estudio singular. Y, sin embargo, un simple análisis de superficie deja al descubierto puntos de interés. Así, por ejemplo, la actitud varia de Dios ante el pecado del ángel y ante la desobediencia del primer hombre. Por vía indirecta esclarece la responsabilidad de ambos pecados y las interferencias con los demás efectos de la transgresión de Adán. El texto bíblico reza así:

Entonces dijo Yahvé Dios a la serpiente: Por cuanto hiciste tal, maldita serás entre todos los ganados y todas las bestias salvajes. Sobre tu vientre caminarás y polvo comerás todos los días de tu vida (Gen 3,14)… Y al hombre dijo: Por cuanto escuchaste la voz de tu mujer y comiste del árbol acerca del cual te di órdenes diciendo no comieras de aquel solo; maldita sea la tierra en tus obras, en tristezas comerás de ella todos los días de tu vida, espinos y abrojos te germinará, y comerás la hierba del campo; en el sudor de tu rostro comerás tu pan hasta que vuelvas a la tierra de que fuiste tomado; porque tierra eres y a la tierra irás (Gen 3,17-19).

Urgiendo la letra de la Escritura, advierte Teófilo Antioqueno, «el día sexto hizo Dios los cuadrúpedos y las fieras y los reptiles de la tierra, pero se calla la bendición (cf. Gen 1,25) que les correspondía, guardándola para el hombre, que había de crear el mismo día sexto». En efecto, bendijo el Señor al hombre, macho y hembra.

Sobrevino el pecado (Gen 3,6). Sigue el diálogo de Dios con Adán y Eva. E inmediatamente se vuelve el Señor contra la serpiente (Gen 3,14), a la que maldice, y se dirige al hombre (Gen 3,17) para maldecir únicamente a la tierra en sus trabajos.

Una antigua tradición, atribuida por San Ireneo a los presbíteros del Asia, creyó descubrir el misterio de tan extraño proceder.

Por eso también en el principio (= en seguida) de la transgresión de Adán, según cuenta la Escritura (Gen 3,14ss), no maldijo Dios al propio Adán, sino ‘a la tierra en sus obras’ (Gen 3,17), como dice alguno de entre los antiguos (‘ex veteribus quídam’): porque Dios trasladó la maldición a la tierra, a fin que no perseverara en el hombre. Recibió, empero, el hombre, para condena de la transgresión, tedios y el trabajo (= labranza) de la tierra, y la comida del pan con el sudor de su rostro, y tornarse (en polvo) a la tierra de que fue tomado. Parecidamente, también la mujer (sufrió en castigo de su falta) tedios y trabajos y tristezas de parto y el servicio, esto es, que sirviera a su marido. De suerte que ni maldecidos de Dios pereciesen del todo, ni perseverando sin reprimenda despreciaran a Dios. Toda la maldición bajó a la serpiente, que los había seducido. ‘Y dijo Dios a la serpiente — anota (Gen 3,14) —: Porque esto hiciste, serás maldita sobre todos los animales y sobre todas las bestias de la tierra’. Esto mismo dice también el Señor en el Evangelio a los que se encuentran a la izquierda (Mt 25,41): ‘Id, malditos, al fuego eterno, que mi Padre dispuso para el diablo y sus ángeles’. Dando a entender que el fuego eterno de primer intento (’principaliter’) no fue preparado para el hombre, sino para quien sedujo e hizo tropezar al hombre: quiero decir, para quien es príncipe de la apostasía, príncipe de la secesión, y para los ángeles que se hicieron apóstatas junto con él. El cual (fuego eterno) lo experimentarán también con justicia quienes, al igual que aquéllos, permanecen sin penitencia (entre los hombres) y sin volver atrás en las obras de maldad.

Ireneo no declara ex professo la maldición. La explica por vía indirecta. En el juicio, las palabras ‘Id, malditos, al fuego eterno’ caerán sobre algunos hombres. Representan para ellos la perdición absoluta. Los primeros padres no oyeron semejantes palabras que los hubieran ipso facto condenado para siempre.

La razón la apunta Ireneo a propósito de Jonás, símbolo del hombre y de su triste primera historia. El pecado de Adán délataba debilidad, no malicia; así como el de Satanás descubría malicia, no debilidad. A la malicia diabólica respondió el Señor con la maldición. A la debilidad humana, con sola imprecación, dando prueba de paciencia.

Porque así como sufrió pacientemente que Jonás fuera absorbido (o tragado) por la ballena, no para que fuera tragado (definitivamente) y pereciese del todo, sino para que una vez vomitado se sujetase a Dios y glorificara más a quien le había otorgado una salud inesperada…, así también desde el principio tuvo Dios paciencia (y sufrió) que el hombre fuera tragado por el gran cetáceo, que fue (Satanás) el autor de la prevaricación, no para que una vez tragado pereciese del todo, sino anticipando y preparando la invención de la salud que llevó a cabo el Verbo mediante el signo de Jonás.

La transgresión atolondrada de Adán distaba mucho del pecado del diablo. Su castigo definitivo, a merced de Satanás, no hubiera glorificado a Dios tanto como había de glorificarle su salvación inesperada. Lejos, pues, de maldecirle, retuvo el Señor su primera bendición con paciencia y magnanimidad para que resplandeciera más su virtud en la humana miseria.

Dios sopesa la falta. Quien espontáneamente se aparta de El merece que Dios le aparte definitivamente de sí. No habiendo en el hombre estricta apostasía, sino transgresión por engaño, responde el Creador con indulgencia, sin retirar la bendición.

Las mismas preguntas que dirige a la mujer, al hombre y a la serpiente lo persuaden.

Por eso también les pregunta, a fin de que la acusación vaya a parar a la mujer. Y la interroga de nuevo a ella, para que transmita la culpa a la serpiente. Pues ella dijo (sin mentira) lo que habia tenido lugar: ‘La serpiente — dice (Gen 3,13) — me sedujo, y comí’. Mas a la serpiente no la interrogó. Sabía bien que se había hecho príncipe (= cabecilla) de la transgresión. Sino que lanzó contra ella primero la maldición, para que llegara al hombre (solo) en segundo lugar la reprimenda. Dios, en efecto, odió a quien sedujo al hombre; pero se fue apiadando poco a poco (’sensim paulatimque’) del que sufrió el engaño (III 23,5).

San Ireneo se inspira quizás en Sap 10,1s. Dios levantó a Adán de su caída sin permitir que incurriera en maldición.

Otro hubiera desoído las respuestas de Adán y Eva como excusas. San Ireneo las acepta como verdaderas. Ni Adán habría cedido a no habérselo rogado su mujer ni ésta a no haber sido engañada por la sierpe. Nadie fue espontáneamente a la transgresión fuera del diablo, inicio de maldad. Y sólo la serpiente incurrió en maldición por su insalvable apostasía.

Porque desde entonces es el ángel apóstata y enemigo de El, desde que tuvo envidia del hombre (plasma Dei) y procuró enemistarle con El. Debido también a esto, a aquel que sembró escondidamente1 por iniciativa propia, esto es, al que introdujo la transgresión, le apartó de su convivencia; mientras a aquel que, por descuido, aunque malamente, acogió la desobediencia, al hombre, le perdonó misericordioso, y retorció contra él (= el ángel) la enemistad con que le había enemistado (ante Dios)… (IV 40,3).

San Ireneo distingue entre apostasía (diabólica), transgresión (de Adán), maldición e increpación. A la medida del pecado será el castigo. La apostasía diabólica fue castigada con la pena máxima. La parabasis humana, con la ‘increpación’.

  • Maldição do diabo
  • Repreensão severa do homem
  • Maldição da terra
  • A modo de complemento: a maldição de Caim



  1. cizaña