Subrayemos antes que nada la ignorancia casi total de los cristianos y su incomprensión fundamental hacia uno de los más grandes Misterios del cristianismo y hacia el papel irremplazable de la Virgen en la «vida espiritual». Ciertamente la «devoción» a María, su lugar en la Liturgia y la intuición de los grandes místicos deberían de ser suficientes para las almas de «buena voluntad». Pero hoy en día, más que nunca, se evita hablar de eso, sin duda para no molestar a nuestros «hermanos separados», y los partidarios de la «desmitificación» se hallan en condiciones favorables para tratar el comienzo del Evangelio según San Lucas con el desprecio que ya sabemos. Podríamos decir que en este punto Satán a obtenido una victoria aplastante. 8 Abbé Henri Stéphane: EL MISTERIO DE LA VIRGEN MARÍA
Esta corona –cuya palabra latina «corona» traduce la palabra «chapelet» (rosario)– evoca en el Apocalipsis «la mujer revestida de Sol, la Luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas en su cabeza» (XII, 1). Evoca también la corona de espinas puesta sobre la cabeza de Jesús en el momento de la Pasión, ya que, podríamos decir, no hay rosas sin espinas, y no hay que separar la Rosa de la Cruz (cf. El símbolo de la Rosa-Cruz). A continuación la Liturgia compara la Virgen María con una Rosa plantada al borde de las aguas «quasi rosa plantata super rivos aquarum» (capítulo de Vísperas del 7 de Octubre) y en fin las letanías de la Santa Virgen la invocan bajo el nombre de «Rosa Mística». 117 Abbé Henri Stéphane: Homilía sobre el Rosario
En esta perspectiva «asuncionista», el cuerpo de la Virgen es en si mismo «asumido» por los Angeles (assumpta est in coelis) [NA: María es «asumida» en los Cielos. (Liturgia de la Asunción)]; el Corpus natum [NA: El «Cuerpo nacido» de la Virgen.] está ya glorificado, como lo manifiesta el acontecimiento de la Transfiguración, prefiguración de la Resurrección y de la Ascensión, y origen de la Luz thabórica ]NA: La luz que los Apóstoles han contemplado en el monte Thabor durante la Transfiguración.] que irradia a través del Icono. En cuanto al «Cuerpo eucarístico», es a la vez el «Pan vivo descendido del Cielo» y el pan que Jesús tomo en sus «santas y venerables manos» ]NA: Canon de la misa romana.], diciendo «Este es mi Cuerpo»; y así «transubstanciado», pero no transfigurado por la Luz Thabórica, este pan se vuelve el Panis angelicus [NA: El «pan de los ángeles»; esta expresión tiene un doble significado. Por una parte, el Verbo divino es el «verdadero pan de los ángeles» que «se alimentan» directamente de él en el Cielo, y el mismo prodigio tiene lugar en la tierra gracias a la Eucaristía; por otra parte, después de la transubstanciación del pan y del vino, los accidentes (forma, color, sabor) subsisten como «cualidades puras» a la manera de los Angeles y gravitan como ellos alrededor de la substancia divina. Cf. Summa Theologica, III,q. 77, a.1.], y las santas especies, permanecen incambiadas según las apariencias, adheridas a la Substancia del Cuerpo de Cristo modo angélico [NA: «De una manera angélica», ver la nota precedente.]. 150 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA ASUNCIÓN
Es también en este contexto que se realiza la Asunción del cuerpo místico: transfigurado por la Luz thabórica, asimilado por las especies eucarísticas, elevado a la dignidad angélica, el Cuerpo místico participa de la liturgia celeste (Apoc.IV) que es mediadora –por el ministerio de los Angeles, de la Theotokos y del Cordero inmolado– entre la liturgia terrestre y la Liturgia Suprema del «Trisagion» [NA: «Tres veces Santo»: Sanctus, Sanctus, Sanctus.]. 154 Abbé Henri Stéphane: SOBRE LA ASUNCIÓN
En ambiente cristiano, no hay otra actitud que la del Orante: es la actitud de la Theotokos, cuyo seno virginal espera el descenso del Logos, por que el Padre no tiene otra voluntad que la de engendrar el Hijo único, por el Espíritu Santo. Así el alma o la inteligencia, semejante a la Theotokos, iluminada por el Logos y transformada por el Espíritu Santo, entra en la Circumincesión de las Tres Personas, y participa en la Liturgia divina, «Porque, nosotros no sabemos lo que debemos pedir a Dios en nuestras plegarias, pero el Espíritu mismo ora por nosotros con gemidos inefables, diciendo: Abba, Padre» (Rom. VIII, 26 y 15). Según Evágiro «El cuerpo tiene el pan para la nutrición, el alma tiene la virtud, la inteligencia tiene la oración espiritual». «El estado de oración es un habitus impasible que, por un amor supremo, arrebata sobre las cimas intelectuales a la inteligencia prendada de sabiduría». 399 Abbé Henri Stéphane: NOTA SOBRE LA ORACIÓN
2.- Punto de vista teológico. a. La Presencia eucarística. Se refiere a la Substancia. Hay «transubstanciación» del Pan que se vuelve substancia del Cuerpo de Cristo, sin cambio de las apariencias y sin semejanza. b. La Presencia icónica. Se refiere a la Hipostasis de la que es la imagen. Centro de la irradiación energética, esta presencia conduce a la Hipostasis a través de la semejanza de la imagen, y mediante la iluminación de la mirada interior por la Luz thaborica que irradia. No hay transubstanciación sino semejanza. c. La Presencia de gracia. Se refiere a la naturaleza divina, cuya Esencia se expande en Tres Hipostasis que vienen a «habitar» en el alma del fiel; estando esta alma «participante de la Naturaleza divina» por la Gracia, entra en la Circumincesión de las Tres Personas, y participa de la Liturgia divina del «Trisagion», en la Eucaristía principial y eterna. d. La Presencia de Dios en su Nombre. Se refiere a la Esencia, es decir a la Sobreesencia de la Deidad: «Dios y su Nombre son idénticos». Dios revela su nombre a Moises en la «Tiniebla más que luminosa del silencio». Por la Invocación del Nombre divino, el alma participa en la Realidad Suprema, y se identifica con su propia esencia eterna. 471 Abbé Henri Stéphane: LOS DIFERENTES MODOS DE LA PRESENCIA DIVINA
La misa, que es el acto central de la liturgia cristiana, puede ser vista bajo múltiples aspectos. Puede decirse en primer lugar que es la realización ritual o sacramental del misterio de la Iglesia, y que por ello mismo se vincula con el mysterium magnum, con el mysterium fidei y con el mysterium caritatis. También puede decirse que abarca toda la Revelación judeo-cristiana, desde el sacrificio de Abel hasta la inmolación del Cordero – es decir, la Liturgia celeste tal como es descrita en la visión apocalíptica-, pasando por los sacrificios de Melkisedek y de Abraham, para culminar en el sacrificio de Cristo – el servidor de YHVH – y extenderse después en la Iglesia, que es el Cuerpo místico de Cristo, la verdadera tierra de Israel, el «pueblo de Dios», la asamblea de los Santos (Ecclesia), la auténtica Jerusalén, la Esposa sagrada, la Ciudad Santa del Apocalipsis, la Esposa del «Cántico», la Virgen Esposa y Madre, la Mujer eterna. Así considerada, la Iglesia es el «sacramento» de las Bodas místicas del Cordero y la Esposa (cf. Efesios, V, 21-24 y 32, Apoc., XXI, 2; XXII, 5). La misa es entonces esencialmente un misterio de unión, el matrimonio espiritual entre el Esposo y la Esposa. Añadamos enseguida que, si bien la misa presenta un aspecto «individual», en el sentido en que el alma de cada fiel debe realizar la unión mística con el Verbo divino, es todavía más importante no olvidar su aspecto «colectivo», donde precisamente debe «desaparecer» la individualidad, que encuentra así su verdadero culminación, gracias a la transformación o a la «transfiguración» que efectivamente realiza la unión con el Verbo divino por mediación de la Iglesia. 866 Abbé Henri Stéphane: CONSIDERACIONES SOBRE LA MISA
El mismo simbolismo de la piedra se halla en la descripción de la Jerusalén Celeste, explícitamente descrita como «la nueva novia, la Esposa del Cordero» (Apoc., XXI, 9). En ella se encuentran las piedras fundamentales correspondientes a los doce apóstoles del Cordero (Apoc., XXI, 14), pero debe notarse además que el cristal, el oro puro y todas las piedras preciosas que en ella figuran demuestran la superioridad de la nueva Jerusalén sobre la antigua Jerusalén, así como el verdadero Israel es superior al primero. Esto nos lleva a considerar la misa en su aspecto celestial, del más allá, escatológico o apocalíptico: la Eucaristía retoma entonces su auténtico sentido, que es el de una «acción de gracias» (gratias agamus…) y el de un «sacrificio de alabanza», que es el aspecto «interior» del Sacrificio (cf. Ef., I, 12-16). La liturgia terrestre está así orientada hacia su cumplimiento último, la Liturgia celestial, así como es descrita en el Apocalipsis: son las copas de oro cargadas de perfumes, que son las oraciones de los Santos, mantenidas por los ancianos prosternados ante el Cordero inmolado (Apoc., IV, 6-14); es también el humo de los perfumes ofrecidos por el Ángel sobre el Altar de oro que está ante el Trono (VIII, 3-4); son los cánticos que los ancianos, acompañados por miríadas de ángeles y de todas las criaturas, cantan en alabanza al Cordero (V, 9, 11, 13; XV, 3-4), así como la acción de gracias de los elegidos, ataviados con ropas blancas (VII, 9-12). La liturgia terrestre evoca la Liturgia celestial en numerosos pasajes: el incienso del Ofertorio, el Prefacio y los diferentes pasajes del Canon. 882 Abbé Henri Stéphane: CONSIDERACIONES SOBRE LA MISA
Si se intenta caracterizar la liturgia ortodoxa, se puede decir que ella es esencialmente un reflejo de la Liturgia celeste. Si se precisa que es eminentemente escatológica y apocalíptica, hay que añadir inmediatamente que este Apocalipsis ( = Revelación) no es visto como un acontecimiento que vendrá en el futuro, sino que es «hecho presente» por la acción litúrgica y por el cuadro en el que ella se desarrolla. El Cristo Pantocrator, la Theotokos, los Angeles, los Santos están ahí, representados en los Iconos o las pinturas murales: el mundo celeste participa en la liturgia terrestre, si bien que no hay finalmente más que una Liturgia, a la vez terrestre y celeste, de la cual la Liturgia trinitaria, el Trisagion –la triple «acción de gracias» in divinis– es el prototipo eterno e inmutable. Es por eso, tras las oraciones penitenciales, que el diácono comienza por incensar los Iconos, después a los celebrantes (siendo la jerarquía eclesiástica la imagen de la jerarquía celeste) y finalmente el pueblo fiel. 921 Abbé Henri Stéphane: LITURGIA ORTODOXA