TRADIÇÃO PRIMORDIAL
Francisco García Bazán: Excertos de “RENÉ GUÉNON OU A TRADIÇÃO VIVENTE”
Tradición del vocablo latino traditio es “lo que se trasmite”. Luego este concepto envuelve una significación doble: 1) el objeto que se transfiere; 2) el acto de cesión. 1) Lo que se lega posee por su misma naturaleza un carácter trascendente, o sea, no se confunde, sino que está más allá y por encima del cosmos, de la historia y del hombre. Por ese motivo el núcleo íntimo del legado es eterno e inmutable, anhistórico y de “origen no, humano” (apaurusheya, para usar el término sánscrito que tanto place a nuestro escritor). Lo descripto hasta este momento corresponde por esencia a la denominada tradición primordial o, dicho en otros términos, el universo de principios trascendentes que sostiene y constituye al universo de la mudanza. De más está decir que la traditio primordialis en absoluto puede enmarañarse con el curso del devenir cósmico e histórico, de lo contrario difícilmente podríamos referirnos a su trascendencia. Sin embargo, como primordial, es fundamento constitutivo del cosmos y de su inteligencia exacta y correcta ¿Cómo es esto posible? 2) Porque la ‘tradición’ es también y simultáneamente acto de entrega. De cesión primitiva (o primera en el tiempo) y de sucesivos y normales legados. La tradición primordial se refleja en el cosmos, en un universo que es un organismo dotado de vida y de un desarrollo intrínseco armonioso, involutivo y evolutivo, como lo atestiguan las exégesis regulares de los ciclos cósmicos. En este nexo necesario entre tradición primordial e histórica o cósmica, radica lógicamente, el fundamento y dinamismo simbólicos de las formas, el orden, los colores y las proporciones macro y microcósmicas y también el de los hechos políticos, sociales, económicos y culturales en general, es decir del mensaje anafórico que se desprende obligadamente de los fenómenos físicos, psíquicos y culturales cuando son fieles a su origen. Pero la primordialidad de la tradición universal incluye como uno de sus componentes la primordialidad de la Palabra, de la sabiduría que desciende espontáneamente entre los hombres, como espontáneamente surge el cosmos de las formas. El cosmos, por lo tanto, se desarrolla entregado a su albedrío, pero indisolublemente atado a los principios y a la conciencia individual de esos principios, vale decir, que el reflejo sabio de ellos se conserva implícito en su proceso a través del hombre. La tradición, entonces, como acto de entrega, encierra un carácter histórico y humano y consiste en la trasmisión fiel del reflejo de la tradición primordial o divina a partir del momento en que aparece en su vehículo espacio-temporal como tradición primitiva. Los símbolos estáticos, los gestos rituales y las doctrinas, merced a la tradición primera y a su trasmisión regular, van continuamente acompañados de una conciencia alerta de sí mismos, la que los torna instrumentos eficaces para la liberación, o sea, para trasportarse o remontar de la tradición refleja que circula entre los fenómenos cambiantes, hasta la primordial que es eterna e inmutable. En consecuencia, en este plano de la tradición histórica o trasmisión humana de la tradición primordial, subsisten dos ingredientes que adquieren ante nuestros ojos un relieve peculiar. Uno es de carácter comunitario, el otro de sesgo intelectual.
Si la tradición primitiva emergió inmediatamente desde la primordial, aunque nacida en un plano inferior, esto quiere decir que los portadores legítimos de la Palabra o sabiduría, los videntes primitivos, eran por el imperio propio de las condiciones del orden cósmico universal, soportes calificados para sobrellevar semejante experiencia y que constituían, por lo tanto, comunidades natural o espontáneamente tradicionales. Además, no hay otra alternativa que mantener aquellos requisitos y exigencias primitivos, para poder ser con fidelidad sujetos trasmisores de la tradición. En este punto se encuentran tradición e iniciación, manifestándose o apareciendo la segunda, como un resultado histórico del oscurecimiento de la primera. Por otra parte, es la trasmisión normal y uniforme conservada en el seno de las organizaciones iniciáticas la que acredita en la historia del mundo la correcta interpretación de símbolos y ritos necesarios para la autorrealización del hombre, luego la hermenéutica tradicional o adecuación de la doctrina es el otro elemento que brilla aquí por propia imposición.
Henry Corbin
( … ) Sea cual sea el nombre que se atribuya al guía personal invisible, los acontecimientos determinados por su relación con el discípulo no se enmarcan en el tiempo físico cuantitativo; no son mesurables por las unidades del tiempo cronológico, homogéneo y uniforme, reguladas por los movimientos de los astros; no se insertan en la trama continua de los acontecimientos irreversibles. Estos acontecimientos tienen lugar en un tiempo, un tiempo psíquico discontinuo, puramente cualitativo, cuyos momentos no pueden evaluarse sino en su propia medida, una medida que en cada ocasión varía por su propia intensidad. Y esta intensidad mide un tiempo en el que el pasado permanece presente en el futuro, donde el futuro está ya presente en el pasado, al igual que las notas de una frase musical, sucesivamente entonadas, no dejan de persistir conjuntamente dicha frase. De ahí las recurrencias, la reversibilidad, los sincronismos racionalmente incomprensibles, que escapan al realismo histórico, pero resultan accesibles a otro «realismo», al del mundo sutil, ‘alam al-mithal, al que Sohravardí denomina el «Oriente Medio» de las Almas celestes, que tiene por órgano la «Imaginación teofánica», de la que vamos a ocuparnos.
Una vez que ha reconocido a su guía invisible, el místico desea establecer el camino de su isnad, es decir, reconstruir la «cadena de transmisión» que conduce a su persona a la ascendencia espiritual a la que apela a través de las generaciones humanas. No hace nada más ni nada menos, que designar por su nombre a los espíritus a cuya familia tiene conciencia de pertenecer. Leídas en sentido inverso a su aparición fenomenológica, estas genealogías se presentan como una descendencia positiva. Si se les aplica las reglas de nuestra crítica histórica, las cadenas de estos isnad no parecen ofrecer sino una garantía precaria. Pero estas genealogías designan algo distinto, algo cuya verdad «transhistórica» no debe ser considerada inferior, pues tiene otro sentido y es de un orden distinto al de la verdad materialmente histórica, cuyo control, con la documentación de que disponemos, es con frecuencia no menos precario. Así procede Sohravardí, por su parte, al establecer el árbol genealógico de los ishráqiyun a partir de Hermes, el ancestro de los sabios (el Idris-Enoc de la profetología islámica que Ibn Arabi califica como «profeta de los filósofos»), ramificándose con los sabios de Grecia y Persia a los que suceden ciertos sufíes (Abü Yazíd Bastámí, Kharraqání, Halláj, y la elección parece particularmente significativa si se la relaciona con lo dicho anteriormente respecto a los owaysis), para culminar finalmente en su doctrina y en su escuela. No es ésa una historia de la filosofía en el sentido en que nosotros lo entendemos, pero no es tampoco — menos todavía — lo que llamaríamos simplemente una «especulación». (HCIbnArabi)