De ahí que un hombre bueno debiera avergonzarse mucho ante Dios y ante sí mismo, si todavía observara que en él no se hallaba Dios y que Dios Padre no hacia las obras en el, sino que aun vivía en él la fastidiosa criatura y determinaba sus inclinaciones y hacía sus obras. Por eso se lamenta el rey David en el Salterio, diciendo: «De día y de noche (las) lágrimas eran mi consuelo mientras decían todo el tiempo: ¿Dónde está tu Dios?» (SALMO 41,4). Porque la tendencia hacia lo exterior y el hecho de hallar consuelo en el desconsuelo y las muchas conversaciones placenteras y afanosas sobre ello, son verdadera señal de que Dios no se presenta ni vigila ni obra en mí. Y además él (es decir, el hombre bueno) debería avergonzarse ante la gente buena porque notan en él (semejante conducta). Un hombre bueno nunca ha de quejarse de daños ni penas; debe lamentarse solamente de que se lamente y perciba en su fuero íntimo lamentos y penas. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Debe saberse también que, sin duda alguna, ya la virtud natural (y) humana es tan noble y fuerte que ninguna obra externa le resulta demasiado pesada o grande para no ponerse a prueba con ella y en ella y formarse dentro de esta (obra). Y por eso existe una obra interior que no pueden encerrar y abarcar ni (el) tiempo ni (el) espacio, y en esta (obra interior) hay algo que es divino e igual a Dios a quien no encierran ni (el) tiempo ni (el) espacio. Él está en todas partes y se halla presente de igual manera en todo momento, y (esta obra) se asemeja a Dios también en el sentido de que a Él ninguna criatura lo puede recibir por completo, ni es capaz de configurar en sí misma la bondad divina. De ahí que debe haber algo más íntimo y más elevado e increado, sin medida y sin modo, en lo cual el Padre en los cielos puede acuñar su imagen y verterse y demostrarse íntegramente: me refiero al Hijo y al Espíritu Santo. Además, nadie es capaz de impedir la obra interior de la virtud, como tampoco se pueden poner estorbos a Dios. La obra resplandece y brilla de día y de noche. Exalta y canta la loa divina y un himno nuevo según dice David: «Cantad un himno nuevo a Dios» (SALMO 95,1). Es terrestre aquella loa y Dios no ama aquellas obras que son externas y encierran (el) tiempo y (el) espacio, que son estrechas (y) pueden ser impedidas y vencidas, que se cansan y envejecen con el tiempo y la ejecución. Pero es obra (íntima): amar a Dios, querer el bien y la bondad en cuyo caso el hombre ya ha hecho todas las buenas obras que quiere y querría hacer con voluntad pura (y) cabal, asemejándose de esta manera también a Dios de quien escribe David: «Todo cuanto quiso hacer lo ha hecho y obrado ahora» (SALMO 134,6). TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
En otro orden de cosas se debería pensar lo siguiente: Si un hombre tuviera un amigo que por causa suya sufriera y sintiera dolores y molestias, sería por cierto muy justo que le hiciese compañía y lo consolase con su presencia y con todo el consuelo que fuese capaz de darle. Por eso dice Nuestro Señor en el Salterio con referencia a un hombre bueno que está con él en el sufrimiento (SALMO 33, 19). De esta palabra se pueden desprender siete enseñanzas y siete clases de consuelo. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Dice Nuestro Señor: «Estoy con el hombre en el sufrimiento» (SALMO 90, 15). Con referencia a este (versículo) dice San Bernardo: Señor, si estás con nosotros en el sufrimiento, dame que sufra continuamente para que estés siempre conmigo, para que te posea siempre. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Pueden verse ahora la equidad y las múltiples maneras por las cuales un hombre bueno por doquier recibe consuelo en sus sufrimientos, sea padeciendo, sea actuando. De una manera sucede cuando sufre y obra por amor de Dios; de otra manera, cuando se halla dentro del amor divino. El hombre también puede conocer y saber si hace todas sus obras por amor de Dios y si se mantiene en el amor de Dios, pues seguramente, en cuanto el hombre se ve apenado y sin consuelo, en tanto no ha realizado su acción solamente por Dios y ¡mira! tampoco se mantiene siempre en el amor de Dios. Un fuego – dice el rey David -, viene con Dios y delante de Dios, que quema por doquier todo cuanto Dios halla adverso a Él mismo (Cfr. SALMO 96, 3) y que le es disímil, a saber, (la) pena, (el) desconsuelo, (el) desasosiego y (la) amargura. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
¡Sufrid, pues, de esta manera por amor de Dios ya que es sumamente saludable y es la bienaventuranza! «Bienaventurados» – dijo Nuestro Señor – «son los que sufren a causa de la justicia» (Mateo 5, 10). ¿Cómo puede permitir Dios, el amante de la bondad, que sus amigos, o sea (los) hombres buenos, no tengan sufrimientos continua, ininterrumpidamente? Si un hombre tuviera un amigo que aceptara sufrir durante unos pocos días para que debido a ello mereciera gran provecho, honra y comodidad para poseerlos durante mucho tiempo, (y) si (este hombre) tratara de impedirlo o si fuera su deseo de que otra persona lo impidiese, no se diría que era amigo del otro o que lo amaba. De ahí que Dios en absoluto podría permitir que sus amigos, (esa) gente buena, estuvieran jamás sin sufrimiento sino fueran capaces de sufrir no sufriendo. Toda la bondad del sufrimiento externo proviene y emana de la bondad de la voluntad, tal como he escrito arriba. Y por ende: todo cuanto un hombre bueno quiere sufrir y está dispuesto para ello y desea hacerlo por amor de Dios, lo sufre (efectivamente) ante el rostro divino y por Dios en Dios. El rey David dice en el Salterio: Estoy preparado para cualquier infortunio, y a mi dolor lo tengo siempre presente en mi corazón y ante mi rostro (SALMO 37, 18). Dice San Jerónimo que la cera pura, la cual es totalmente blanda y se presta para formar de ella y con ella cualquier cosa que se deba y quiera hacer, contiene en sí todo cuanto se puede formar con ella, aun cuando nadie la use para configurar ninguna cosa exteriormente visible. También he escrito arriba que la piedra no tiene menor peso cuando no se apoya sobre el suelo en forma exteriormente visible; todo su peso reside completamente en el hecho de que tiende hacia abajo y está dispuesta en sí misma a caer hacia abajo. Así he escrito también arriba que el hombre bueno ya en este momento ha hecho en el cielo y en la tierra todo cuanto querría hacer, asemejándose a Dios también en este aspecto. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2
Dice San Agustín: Cuando el alma humana se eleva por completo hacia la eternidad, hacia Dios solo, resplandece y brilla la imagen de Dios; pero cuando el alma se torna hacia fuera, aunque sea para el ejercicio exterior de una virtud, esta imagen se encubre del todo. Y esto sería el significado del hecho de que las mujeres tienen la cabeza velada, mientras los hombres la tienen descubierta según la enseñanza de San Pablo (Cfr. 1 Cor. 11, 4 ss.). Por lo tanto: toda parte del alma que se dirige hacia abajo, recibe de aquello a que se torna un velo, una toca; pero la parte del alma que es elevada hacia arriba, es desnuda imagen de Dios, el nacimiento de Dios, descubierto (y) desnudo en el alma desnuda. Con referencia al hombre noble y de cómo la imagen de Dios, el Hijo de Dios, la semilla de naturaleza divina dentro de nosotros, nunca es extirpada aun cuando se la encubre, (de todo esto) habla el rey David en el Salterio, diciendo: El hombre si bien es atacado por diversas nonadas, sufrimientos y penas dolorosas, permanece, sin embargo, dentro de la imagen de Dios y la imagen dentro de él (Cfr. SALMO 4,2 a 7). La luz verdadera brilla en las tinieblas aun cuando no la notamos (Cfr. Juan 1, 5). TRATADOS DEL HOMBRE NOBLE 3
Los maestros ensalzan también la humildad ante muchas otras virtudes. Mas yo ensalzo el desasimiento ante toda humildad, y lo hago porque la humildad puede subsistir sin desasimiento, pero el desasimiento perfecto no puede subsistir sin la humildad perfecta, porque la humildad perfecta persigue el aniquilamiento perfecto de uno mismo. (Pero) el desasimiento toca tan de cerca a la nada que no puede haber cosa alguna entre el desasimiento perfecto y la nada. Por ende, (el) desasimiento perfecto no puede existir sin (la) humildad. Ahora. bien, dos virtudes siempre son mejores que una sola. La segunda razón por la cual elogio al desasimiento más que a la humildad, consiste en que la humildad perfecta se rebaja ante todas las criaturas y en esta humillación el hombre sale de sí mismo en dirección a las criaturas; el desasimiento, en cambio, permanece en sí mismo. Ahora resulta que ninguna salida puede llegar a ser tan noble que la permanencia dentro de uno mismo no sea mucho más noble. De esto habló el profeta David (diciendo): «Omnis gloria eius filiae regis ab intus» (SALMO 44, 14), esto quiere decir: «La hija del rey debe todo su honor a su ensimismamiento». El desasimiento perfecto no persigue ningún movimiento, ya sea por debajo de una criatura, ya sea por encima de una criatura; no quiere estar ni por debajo ni por encima, quiere subsistir por sí mismo sin consideración de nadie, y tampoco quiere tener semejanza o desemejanza con ninguna criatura, (no quiere) ni esto ni aquello: no quiere otra cosa que ser. Pero la pretensión de ser esto o aquello, no la desea (tener). Pues, quien quiere ser esto o aquello, quiere ser algo; el desasimiento, en cambio, no quiere ser nada. Por ello, todas las cosas permanecen libres de él. A este respecto alguien podría decir: Pero si todas las virtudes se hallaban perfectas en Nuestra Señora, entonces debía de haber en ella también el desasimiento perfecto. Luego, si el desasimiento es más elevado que la humildad ¿por qué se preció Nuestra Señora de su humildad y no de su desasimiento, cuando dijo: «Quia respexit dominus humilitatem ancillae suae», lo cual quiere decir: «Él ha puesto sus ojos en la humildad de su sierva»? (Lucas 1,48)… ¿Por qué no dijo ella: Ha puesto sus ojos en el desasimiento de su sierva? A ello contesto, diciendo: En Dios hay desasimiento y humildad, en cuanto podamos hablar de virtudes en Dios. Ahora has de saber que su humildad llena de amor, lo movió a Dios a que se inclinara a la naturaleza humana, mientras su desasimiento se mantenía inmóvil en Sí mismo, tanto cuando se hizo hombre como cuando creó el cielo y la tierra, según te diré más adelante. Y como Nuestro Señor, cuando quiso hacerse hombre, permaneció inmóvil en su desasimiento, Nuestra Señora entendió bien que le pedía lo mismo también a ella y que Él, en este caso, tenía puestos sus ojos en la humildad de ella y no en su desasimiento. Por eso, ella se mantenía inmóvil en su desasimiento y se preció de su humildad y no de su desasimiento. Y si ella hubiera recordado, aunque hubiese sido con una sola palabra, su desasimiento de modo que hubiera dicho: Él ha puesto sus ojos en mi desasimiento, esto habría empañado su desasimiento que ya no habría sido ni entero ni perfecto porque se habría producido un efluvio (del desasimiento). Mas no puede haber ningún efluvio por insignificante que sea, sin que el desasimiento sea manchado. Y ahí tienes la razón por la cual Nuestra Señora se preciaba de su humildad y no de su desasimiento. Por eso dijo el profeta: «audiam, quid loquatur in me dominus deus» (SALMO 84, 9), esto quiere decir: «Yo quiero callar y quiero escuchar lo que mi Dios y mi Señor le diga a mi fuero íntimo», como si dijera: Si Dios me quiere hablar que se adentre en mí porque yo no quiero salir. TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3
Por otra parte, se revela Jesús en el alma con una sabiduría inconmensurable que es Él mismo, (y) el propio Padre, con toda su soberanía paterna, se reconoce a sí mismo en esa sabiduría y además (reconoce) a ese mismo Verbo, que es también la Sabiduría misma, y a todo cuanto se contiene en Él (el Verbo) en su carácter de ser uno. Cuando esa Sabiduría se une con el alma, se le quita completamente (a esta última) cualquier duda y equivocación y niebla, y se la ubica dentro de una luz pura (y) clara que es Dios mismo, según dice el profeta «Señor, a tu luz se conocerá la luz» (SALMO 35, 10). Ahí, Dios se conoce en el alma por intermedio de Dios; luego (el alma) se conoce con esa Sabiduría a sí misma y a todas las cosas y conoce a esa misma Sabiduría por intermedio de Él mismo y a través de esa Sabiduría conoce el poderío del Padre en (su) fecunda facultad procreativa, y (conoce) su esencia primigenia en su simple unidad sin diferenciación alguna. SERMONES: SERMÓN I 3
Cuando Pedro, gracias al poder de Dios sumo, Altísimo, había sido liberado de los vínculos de su cautiverio, dijo: «Ahora sé verdaderamente que Dios me ha enviado su ángel y me ha salvado del poder de Herodes y de las manos de los enemigos» (Hechos 12, 11; cfr. también SALMO 17, 1). SERMONES: SERMÓN III 3
Ahora bien, el segundo significado es éste: «Lo ha enviado al mundo». Entendamos pues, que se trata del gran mundo en cuyo interior miran los ángeles. ¿Cómo hemos de ser? Debemos estar allí con nuestro amor íntegro y con todo nuestro anhelo, según dice San Agustín: En aquello que el hombre ama, se transforma con el amor. ¿Hemos de decir, pues: Cuando el hombre ama a Dios se transforma en dios? Esto suena a incredulidad. En el amor que brinda un hombre no hay dos sino sólo uno y unión, y en el amor, antes que hallarme en mí mismo, soy más bien dios. Dice el profeta: «He dicho que sois dioses e hijos del Altísimo» (SALMO 81, 6). Suena extraño (cuando se dice) que el hombre de tal manera puede llegar a ser dios en el amor; sin embargo, es verdad dentro de la verdad eterna. Nuestro Señor Jesucristo poseía esta (unión)4. SERMONES: SERMÓN IV 3
Dice San Juan: «A quienes lo recibieron, les dio poder de llegar a ser hijos de Dios. Quienes son hijos de Dios traen su origen ni de la carne ni de la sangre: han nacido de Dios» (Juan 1, 12 ss.), no hacia fuera, sino hacia dentro. Dijo Nuestra querida Señora: «¿Cómo podrá ser que llegue a ser madre de Dios?» Entonces dijo el ángel: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti» (Cfr. Lucas 1, 34 ss.). Dijo David: «Hoy te he engendrado» (SALMO 2, 7). ¿Qué es hoy? (La) eternidad. Yo he engendrado eternamente, a mí (como) tú, y a ti (como) yo. Sin embargo, el hombre humilde (y) noble no se contenta con ser el hijo unigénito, engendrado eternamente por el Padre: quiere ser también Padre y adentrarse en la misma igualdad de la paternidad eterna y engendrar a Aquel de quien fui engendrado desde la eternidad. Según dije en (el convento de) Mergarden: Ahí Dios entra en lo suyo. Entrégate a Dios, entonces Dios llega a ser tuyo, tanto como se pertenece a sí mismo. Aquello que me es engendrado, permanece. Dios nunca se separa del hombre dondequiera que éste se dirija. El hombre puede separarse de Dios; por más que el hombre se aleje de Dios, Él se mantiene firme y lo espera y se le cruza en el camino antes de que él lo sepa. Si quieres que Dios sea tuyo debes ser suyo como (lo son para mí) mi lengua o mi mano, de modo que yo pueda hacer con (lo mío) lo que quiera. Así como yo no puedo hacer nada sin Él, Él tampoco puede obrar nada sin mí. Si quieres, pues, que Dios te pertenezca de tal manera, hazte propiedad de Él y no retengas en tu intención nada fuera de Él; entonces Él será el comienzo y el fin de todas tus obras así como su divinidad consiste en que es Dios. El hombre que de tal modo no pretende ni ama en sus obras nada que no sea Dios, a aquél Dios le da su divinidad. Todo cuanto obra el hombre (…) (lo obra Dios) pues mi humildad le otorga a Dios su divinidad. «La luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la han comprendido» (Juan 1, 5); esto quiere decir que Dios es no sólo el comienzo de nuestras obras y de nuestro ser, sino que es también el fin y el descanso para todo ser. SERMONES: SERMÓN XIV 3
«Señor, conviene a tu casa», en la cual te dan loa, «que sea santa», y que sea una casa de oración «a lo largo de los días» (SALMO 92, 5). No me refiero a los días de acá (=los días terrestres). Si digo «largor sin largor» se trata del largor (verdadero); un «ancho sin ancho» esto es ancho (verdadero). Si digo «todo el tiempo» quiero significar: por encima del tiempo; más aún: muy por encima (del tiempo), según dije hace poco, allá donde no existe ni «acá» ni «ahora». SERMONES: SERMÓN XIX 3
San Lucas nos escribe en su Evangelio: «Un hombre había preparado una cena o un gran banquete nocturno» (Lucas 14, 16). ¿Quién la preparó? Un hombre. ¿Qué quiere decir que lo llame una cena? Un maestro dice que significa un gran amor porque Dios no permite el acceso a nadie que no sea íntimo de Dios. En segundo lugar da a entender lo puros que deben ser quienes disfrutan de esta cena. Ahora bien, nunca llega el anochecer sin que le haya precedido un día entero. Si no existiera el sol, nunca se haría de día. Cuando sale el sol hay luz matutinal; luego brilla cada vez más hasta que llegue el mediodía. Del mismo modo surge la luz divina en el alma para iluminar cada vez más las potencias del alma hasta que llegue el mediodía. Si el alma no ha recibido una luz divina, de ninguna manera se hace jamás de día en el alma, (hablando) espiritualmente. En tercer lugar nos da a entender que, quienquiera que desee participar dignamente de esta cena, tiene que llegar al anochecer. Cada vez que fenece la luz de este mundo, se hace de noche. Ahora bien, dice David: «Él asciende hacia el anochecer y su nombre es el Señor» (SALMO 67, 5). Así (hizo) Jacobo: cuando era de noche, se acostó y se durmió (Cfr. Génesis 28, 11). Esto significa el descanso del alma. En cuarto lugar (el pasaje de la Escritura) da a entender, según dice San Gregorio, que luego de la cena ya no hay más comida. A quien Dios da esta comida, le sabe tan dulce y deliciosa que no apetece nunca más otra comida. Dice San Agustín: Dios es de tal índole que aquel que la comprende, nunca más puede descansar en otra cosa. Dice San Agustín: Señor, si te nos quitas a ti, danos otro tú, o no descansaremos nunca; no queremos nada más que a ti. Ahora bien, dice un santo con respecto a un alma amante de Dios, que lo obliga a Dios a (hacer) todo cuanto ella quiere y que lo seduce completamente de modo que Él no le puede negar nada de todo cuanto Él es. De una manera se retiró y de otra se entregó; se retiró en cuanto Dios y hombre y se entregó en cuanto Dios y hombre como otro sí mismo en un pequeño recipiente secreto. No nos gusta permitir que una gran reliquia sea tocada o vista de-velada. Por eso, se puso la vestimenta bajo la forma del pan, exactamente así como la comida material es transformada por mi alma de modo tal que no haya rinconcito en mi naturaleza que no le sea unido. Porque en la naturaleza existe una fuerza que desprende lo más burdo y lo echa afuera; y lo más noble lo lleva hacia arriba para que no quede en ninguna parte tanto como la punta de una aguja que no le sea unido. Lo que comí hace quince días, está tan unido a mi alma como aquello que recibí en el vientre materno. Lo mismo le sucede a quien recibe con pureza esta comida; se une tan verdaderamente con ella, como la carne y la sangre son uno con mi alma. SERMONES: SERMÓN XIX 3
Era «un hombre», ese hombre no tenía nombre porque ese hombre es Dios. Ahora bien, dice un maestro, con referencia a la causa primigenia, que ésta se halla por encima de las palabras. La deficiencia reside en la lengua. Ello se debe a la excesiva pureza de su ser (=de Dios). Uno no puede hablar de las cosas sino de tres maneras: primero, por medio de aquello que se encuentra por encima de las cosas, segundo, por medio de las semejanzas de las cosas (y) tercero, mediante el efecto de las cosas. Traeré a colación un símil. Cuando la fuerza del sol hace subir desde la raíz hasta las ramas la savia más noble produciendo así la flor, la fuerza del sol permanece, sin embargo, por encima. Exactamente del mismo modo, digo yo, obra la luz divina en el alma. Aquello con lo cual el alma enuncia a Dios, sin embargo, no encierra en sí nada de la verdad propia de su ser: sobre Dios nadie sabe decir en sentido propio lo que es. A veces se dice: Una cosa se asemeja a otra. Como, pues, todas las criaturas encierran en sí poco menos que nada de Dios, tampoco saben revelar nada de Él. El arte de un pintor que ha creado un cuadro perfecto, se conoce por este último. Sin embargo, no es posible conocerlo por él íntegramente. Todas las criaturas (juntas) no son capaces de expresar a Dios, porque no son susceptibles de lo que Él es. Este Dios y hombre (pues) ha preparado la cena, este hombre inefable para el cual no existe palabra alguna. Dice San Agustín: Cuanto se enuncia de Dios no es verdad, y lo que no se enuncia de Él, esto es verdad. Cualquier cosa de la que se dice que es Dios, no lo es; lo que no se enuncia de Él, lo es más verdaderamente que aquello de lo cual se dice que lo es. ¿Quién ha preparado este banquete? «Un hombre»: el hombre que es Dios. Ahora bien, dice el rey David: «Oh Señor, cuán grande y múltiple es tu banquete y el sabor de la dulzura preparada para quienes te aman, (mas) no para aquellos que te temen» (SALMO 30, 20). San Agustín reflexionaba sobre esta comida, entonces se estremeció y no le gustaba. En eso, escuchó una voz de arriba, cerca de él, (que dijo): «Yo soy una comida para gente mayor, crece y vuélvete grande y cómeme. Pero no creas que yo sea transformado en ti: tú serás transformado en mí». Cuando Dios obra en el alma, luego es transformado en el ardor del fuego y echado afuera aquello que hay de desigual en el alma. ¡Por la verdad acendrada! el alma entra más en Dios de lo que (entra) cualquier comida en nosotros, más aún: el alma es transformada en Dios. Y en el alma hay una potencia que va segregando lo más burdo y es unida con Dios: ésta es la chispita del alma. Más que la comida con mi cuerpo, mi alma se une con Dios. SERMONES: SERMÓN XIX 3
«Un hombre preparó una cena, un gran banquete nocturno» (Lucas 14, 16). Quien, por la mañana, ofrece una comida, invita a toda clase de gente, pero para la cena se invita a personas destacadas y queridas y amigos muy íntimos. En el día de hoy la Cristiandad celebra el día de la Cena que Nuestro Señor preparó a sus discípulos, sus amigos íntimos, cuando les dio de comer su sagrado Cuerpo. Esto es lo primero. Otro significado de la cena (es el siguiente): Antes de que se llegue al anochecer debe haber una mañana y un mediodía. La luz divina surge en el alma y crea una mañana y el alma trepa en la luz a la extensión y altura del mediodía; luego sigue el atardecer. Ahora hablaremos en un tercer sentido sobre el atardecer. Cuando baja la luz, anochece; cuando todo el mundo se desprende del alma, entonces anochece (y) así el alma halla su descanso. Pues bien, San Gregorio dice de la cena: Cuando se come por la mañana, sigue más tarde otra comida; pero después de la cena no sigue ninguna otra comida. Cuando el alma prueba la comida en la Cena, y la chispita del alma aprehende la luz divina, entonces ya no le hace falta comida alguna ni busca nada de afuera y se mantiene enteramente dentro de la luz divina. Ahora bien, San Agustín dice: Señor, si te nos quitas, danos otro tú; no encontramos satisfacción en nada que no seas tú, porque no queremos nada fuera de ti. Nuestro Señor se alejó de sus discípulos como Dios y hombre, y se les devolvió como Dios y hombre, pero de otra manera y bajo otra forma. (Es) como allí donde hay una gran reliquia; no se permite que sea tocada o vista descubierta; se la engarza en un cristal o en otra cosa. Así hizo también Nuestro Señor cuando se dio como otro sí mismo. En la Cena Dios se da como comida, con todo cuanto es, a sus queridos amigos. San Agustín se estremeció ante esta comida; entonces le dijo en el espíritu una voz: «Soy una comida para gente mayor; ¡crece y aumenta y cómeme! Tú no me transformas en ti, sino que eres transformado en mí». De la comida y bebida que yo probara hace quince noches, una potencia de mi alma se eligió lo más puro y lo más fino y lo introdujo en mi cuerpo y lo unió con todo cuanto hay dentro de mí de modo que no existe nada tan pequeño que se le pueda poner encima una aguja, que no se haya unido con ello; y es tan propiamente uno conmigo como lo que fue concebido en el seno de mi madre, al principio, cuando se me infundió la vida. La fuerza del Espíritu Santo toma con igual propiedad lo más límpido y lo más fino y lo más elevado, (o sea), la chispita del alma, y lo lleva íntegramente hacia arriba dentro del fuego, (o sea) el amor, tal como diré ahora del árbol: La fuerza del sol elige en la raíz del árbol lo más puro y lo más fino y lo tira todo hacia arriba hasta la rama; allí se convierte en flor. Exactamente de la misma manera, la chispita del alma es llevada arriba en la luz y en el Espíritu Santo, y es levantada de este modo al origen primigenio, y así se hace totalmente una con Dios y tiende completamente hacia lo Uno y es una sola con Dios en un sentido más propio de lo que es la comida con relación a mi cuerpo, ah sí, lo es mucho más en la medida en que es más acendrada y más noble. Por eso se dice: «Una gran cena». Pues bien, dice David: «Señor, cuán grandes y múltiples son la dulzura y la comida que tienes ocultadas para todos aquellos que te temen» (SALMO 30, 20); y a quien reciba con miedo esta comida, nunca le gustará realmente; hay que recibirla con amor. Por eso, un alma amante de Dios vence a Dios para que tenga que entregársele por completo. SERMONES: SERMÓN XIX 3
Dice, pues, San Lucas: «Un hombre preparó una gran cena». Ese hombre no tenía nombre, ese hombre no tenía rival, ese hombre es Dios. Dios no tiene nombre. Dice un maestro pagano que no hay lengua capaz de pronunciar una palabra acertada sobre Dios a causa de la eminencia y limpidez de su ser. Cuando hablamos del árbol, hacemos enunciados sobre él por medio de las cosas que se hallan por encima del árbol, como el sol que opera en el árbol. Por eso no se puede hablar de Dios en sentido propio, pues por encima de Dios no hay nada y Dios no tiene causa. En segundo lugar, hacemos enunciados sobre las cosas por medio de la igualdad. De ahí que tampoco se pueda hablar de Dios en sentido propio, porque no existe nada igual a Él. En tercer lugar, se hacen enunciados sobre las cosas por medio de sus efectos: cuando se quiere hablar del arte de un maestro, se habla del cuadro creado por él; el cuadro revela el arte del maestro. Todas las criaturas valen demasiado poco como para revelar a Él; son todas (juntas) una nada en comparación con Dios. Por eso, ninguna criatura sabe expresar una sola palabra relativa a Dios en sus creaciones. Por ende dice Dionisio: Todos cuantos pretenden hablar de Dios no tienen razón, porque no dicen nada sobre Él. (Mas) quienes no quieren hablar de Él, tienen razón, porque no hay palabra capaz de expresar a Dios; pero eso sí, Él mismo habla sobre sí en sí mismo. Por eso dice David: «Veremos esta luz en tu luz» (SALMO 35, 10). Lucas dice: «Un hombre». Él es «uno solo» y es un «hombre» y no se iguala a nadie y flota por encima de todo. SERMONES: SERMÓN XIX 3
El tercer interrogante trata de si él estaba en Dios o Dios en él. Yo digo: Dios conoció en él, y él como no (hallándose) en Dios. Escuchad un símil: El sol brilla a través del vidrio y expele el agua de la rosa; esto se debe a la fineza de la materia del vidrio (y) a la fuerza generadora del sol: así el sol da a luz en el vidrio y no el vidrio en el sol. Lo mismo sucedió con San Pablo: cuando el claro sol de la divinidad bañó a su alma, se expelió de la diáfana rosa de su espíritu el río amoroso de la contemplación divina, del que dice el profeta: «El ímpetu del río da alegría a mi ciudad» (SALMO 45, 5), o sea, a mi alma. Y esto le sucedió gracias a la claridad de su alma. El amor penetró a través de ésta debido a la facultad procreativa de la divinidad. SERMONES: SERMÓN XXIII 3
Al desasirse el hombre de sí mismo, acoge a Cristo, Dios, bienaventuranza, beatitud y santidad. Si un muchacho contara cosas extrañas, se las creerían; San Pablo, en cambio, promete grandes cosas y apenas se las creéis. En caso de que te despojes, te promete (que encontrarás a). Dios, (la) bienaventuranza y (la) santidad. Es sorprendente: si el hombre se ve obligado a desasirse, entonces, al hacerlo él introduce en su fuero íntimo a Cristo y (la) santidad y (la) bienaventuranza, y es muy grande. El profeta se maravilla de dos cosas. En primer lugar, de lo que opera Dios con las estrellas, con la luna y el sol. En segundo lugar, su asombro se refiere al alma: de que Dios hiciera y siga haciendo cosas tan grandes con ella y por medio de ella, porque hace cuanto puede por amor de ella. Hace muchas cosas grandes a causa de ella y se dedica completamente a ella y esto se debe a la grandeza con que fue creada (Cfr. SALMO 8, 2ss.). ¡Fijaos pues, en lo grande que la ha hecho! Compongo una letra según la imagen que corresponde a la letra dentro de mí, en mi alma, pero no según mi alma. Lo mismo sucede con Dios. Dios ha creado todas las cosas en general, según la imagen de todas las cosas (vale decir: las ideas), la que abarca dentro de sí, y no según Él mismo. A algunas las ha hecho en especial según algo que emana de Él, como ser (la) bondad, (la) sabiduría y cuanto se enuncia de Dios. Pero al alma no la ha creado sólo según la imagen que se halla dentro de Él, ni según aquello que de Él emana (y) se enuncia de Él, sino que la ha hecho según Él mismo, ah sí, de acuerdo con todo cuanto Él es según su naturaleza, su esencia y su obra emanante e inmanente (inneblîbend), y según el fondo donde permanece en sí mismo, donde está engendrando a su Hijo unigénito, del cual sale floreciendo el Espíritu Santo: según esta obra emanante (e) inmanente Dios ha creado al alma. SERMONES: SERMÓN XXIV 3
«¡Di la palabra, enúnciala, sácala afuera, prodúcela y da a luz a la palabra!» «¡Enúnciala!» Lo hablado desde fuera hacia dentro, es cosa burda; mas (aquella palabra) se pronuncia adentro. «¡Enúnciala!», esto quiere decir: Date cuenta de que esto se halla dentro de ti. Dice el profeta: «Dios dijo una cosa y yo escuché dos» (Cfr. SALMO 61,12). Es verdad: Dios nunca dijo sino una sola cosa. Su dicho no es sino uno solo. En este único dicho pronuncia a su Hijo y al mismo tiempo al Espíritu Santo y a todas las criaturas y, no obstante, no hay sino un solo dicho en Dios. Mas el profeta dice: «Escuché dos», esto quiere decir, escuché a Dios y a las criaturas. Allí donde Dios las pronuncia (= a las criaturas), allí es Dios; mas aquí (= en esta tierra) es criatura. La gente se imagina que Dios sólo se había hecho hombre allí (en su Encarnación histórica). No es así, pues Dios (aquí) se ha hecho hombre lo mismo que allí3, y se hizo hombre a fin de engendrarte a ti como a su Hijo unigénito y no (en condición) inferior. SERMONES: SERMÓN XXX 3
Si el hombre poseyera todo el mundo, debería, sin embargo, pensar que era pobre y extender siempre la mano hacia la puerta de Dios, Nuestro Señor, pidiendo como limosna la gracia de Nuestro Señor, porque la gracia convierte a los (hombres) en hijos de Dios. Por eso dice David: «Señor, todo mi anhelo está delante de ti y detrás de ti» (SALMO 37, 10). San Pablo afirma: «Todo lo tengo por basura a fin de ganar a Nuestro Señor Jesucristo» (Cfr. Filipenses 3, 8). Es imposible que alma alguna esté sin pecado, a no ser que la gracia divina caiga en ella. Es obra de la gracia hacer al alma ágil y dócil para (llevar a cabo) todas las obras divinas, porque la gracia brota de la fuente divina y es un signo de Dios y tiene el mismo sabor que Dios y asemeja el alma a Dios. Cuando esta misma gracia y este sabor se vuelcan en la voluntad, se habla de amor; y cuando la gracia y el sabor se vuelcan en el entendimiento, se lo llama luz de la fe; y cuando esta misma gracia y el sabor se vuelcan en la «iracunda», o sea, la fuerza ascendente, entonces se lo llama esperanza. Tienen el nombre de virtudes teologales porque operan una obra divina en el alma, así como en la fuerza del sol se puede reconocer que realiza obras vivas en la tierra ya que vivifica todas las cosas y las conserva en su ser. Si pereciera la luz, perecerían todas las cosas, (volviendo a su estado anterior) cuando aún no existían. Lo mismo sucede en el alma: donde hay gracia y amor, le resulta fácil al hombre hacer todas las obras divinas, y es segura señal de que allí donde le resulta difícil al hombre hacer obras divinas, no reside la gracia. Por eso dice un maestro: No juzgo a las personas que usan vestimenta buena o comen bien, con tal de que tengan amor. Tampoco me considero más grande cuando llevo una vida dura que cuando compruebo que tengo más amor. Es una gran necedad que algunas personas ayunan y rezan mucho y hacen grandes obras y se mantienen solas todo el tiempo, (pero) no corrigen su comportamiento y están inquietas y son iracundas. Deberían examinar dónde se ven con más flaquezas, y en este punto deberían afanarse por superarlo. Cuando tienen la conducta bien ordenada, cualquier cosa que hagan, es agradable a Dios. SERMONES: SERMÓN XXXIII 3
El otro enunciado reza: «El Señor está acá». Él está consigo mismo y no se aleja. Ahora bien, dice David: «¡Señor, alegra a mi alma porque la he elevado hacia ti!» (SALMO 85, 4). El alma se debe elevar por encima de sí misma con toda su fuerza y ha de ser llevada por encima del tiempo y del espacio hacia la vastedad y la extensión, allí donde Dios está consigo y cerca de sí mismo y no se aleja ni toca nada ajeno. Dice Jerónimo: Tan (im)posible como es que una piedra tenga sabiduría angelical, tan (im)posible es que Dios se dirija alguna vez al tiempo o a las cosas temporales. Por eso dice: «El Señor está acá cerca». David afirma: «Dios está cerca de todos cuantos lo alaban y lo enuncian y lo nombran haciéndolo en la verdad» (Cfr. SALMO 144, 18). Paso por alto el modo cómo se lo alaba y enuncia y nombra; (me refiero) más bien a que él dice: «en la verdad». ¿Qué es (la) verdad? Sólo el Hijo es la Verdad y no (lo son) ni el Padre ni el Espíritu Santo, excepto en cuanto son una sola Verdad en su esencia. Es verdad cuando revelo lo que llevo en mi corazón y lo pronuncio con la boca, tal cual lo albergo en mi corazón, sin hipocresía ni ocultamiento. Tal revelación es (la) verdad. Por eso, el Hijo solo es la Verdad. Todo cuanto el Padre tiene y puede realizar, lo dice íntegramente en su Hijo. Esta revelación y este efecto son verdad. Por eso dice (David): «en la verdad». SERMONES: SERMÓN XXXIV 3
Existen tres señales (para ver) si resucitamos por completo. La primera: si buscamos «las cosas que están arriba». La segunda: si nos gustan «las cosas que están arriba». La tercera: si no nos gustan «las cosas que están en la tierra». Ahora bien, San Pablo dice: «Buscad las cosas que están arriba». Pues ¿dónde y de qué modo? El rey David dice: «Buscad el rostro de Dios» (SALMO 104,4). Aquello que ha de existir (junto) con muchas cosas, necesariamente debe hallarse arriba. Aquello que produce el fuego, tiene que estar, necesariamente, por encima de lo (que enciende), como el cielo y el sol. Nuestros más insignes maestros opinan que el cielo es el lugar de todas las cosas y, sin embargo, (él mismo) no tiene lugar, ningún lugar natural, y da lugar a todas las cosas. Mi alma es indivisa y, no obstante, se encuentra del todo en cada uno de los miembros. Donde ve mi ojo, no oye mi oído; donde oye mi oído, no ve mi ojo. Lo que yo veo u oigo físicamente, se me infunde espiritualmente. Mi ojo recibe el color con la luz; pero éste no entra en el alma porque aquello (=que entra en el alma) es una reducción (del color). Todo cuanto reciben los sentidos exteriores, para que sea introducido espiritualmente, viene de arriba, de parte del ángel: éste lo estampa en la parte superior del alma. Ahora bien, nuestros maestros afirman: Aquello que se halla arriba, ordena y ubica lo inferior. Santiago dice al respecto: «Todos los dones buenos y perfectos descienden desde arriba» (Santiago 1, 17). La señal de que alguien ha resucitado por completo con Cristo, consiste en que busca a Dios por encima del tiempo. Busca a Dios por encima del tiempo quien busca sin tiempo. SERMONES: SERMÓN XXXV 3
Cristo está sentado a la diestra de su Padre. El mayor bien que puede ofrecer Dios, lo constituye su mano derecha. Cristo dice: «Yo soy una puerta» (Juan 10, 9). El primer efluvio violento y el primer derretimiento, allí donde Dios se derrite (sucede) donde se derrite en su Hijo y allí, Éste vuelve a derretirse en el Padre. Yo dije un buen día que la puerta es el Espíritu Santo: a través de ella se derrite en (su) bondad en todas las criaturas. Donde hay un hombre natural, éste comienza a obrar con «la mano derecha». Dice un maestro que el cielo recibe inmediatamente de Dios. Otro maestro dice que no es así: porque Dios es un espíritu y una luz acendrada; por eso, aquello que ha de recibir inmediatamente de Dios, ha de ser, con necesidad, un espíritu y una luz acendrada. Dice un maestro: Es imposible que alguna cosa corpórea sea susceptible del primer efluvio violento allí donde emana Dios, si no es una luz o un espíritu acendrado. El cielo se halla por encima del tiempo y es la causa del tiempo. Un maestro dice que el cielo, en su naturaleza, es tan noble que no puede degradarse a ser la causa del tiempo. En su naturaleza no puede ser causa del tiempo; (pero), en su trayectoria es la causa del tiempo, es decir, en la deserción (de la naturaleza) del cielo, (mas) él mismo es atemporal. Mi color no es mi naturaleza, antes bien, es una deserción de mi naturaleza, y nuestra alma se halla muy por encima y «está oculta en Dios». Entonces no digo solamente: por encima del tiempo, sino «oculta en Dios». ¿Es esto lo que significa el cielo? Todo cuanto es corpóreo es una deserción y un azar y un rebajamiento. El rey David dice: «Ante la vista de Dios, mil años son como un día que ha pasado» (SALMO 89, 4); porque todo cuanto es futuro y cuanto ha pasado se halla todo allá en un solo «ahora». SERMONES: SERMÓN XXXV 3
San Agustín dice: «El alma se iguala a aquello que ama. Si ama cosas terrestres, se vuelve terrestre. Si ama a Dios» – podría preguntarse – «se convierte entonces en Dios?» Si yo dijera tal cosa les parecería increíble a quienes tienen la inteligencia demasiado pobre y no lo comprenden. Pero San Agustín dice: «Yo no lo digo, antes bien os remito a la Escritura que expresa: “He dicho que sois dioses”» (SALMO 81, 6). Quien poseyera un poco no más de la riqueza a la que me he referido antes, sea (que le haya echado) una mirada, o sea (que tenga) sólo una esperanza o convicción (respecto a ella), ¡éste sí lo comprendería bien! Nunca cosa alguna llegó a ser tan afín ni tan igual ni tan unida por un nacimiento, como le sucede al alma para con Dios en ese nacimiento. Si se ocasiona algún impedimento, de modo que ella no se (le) asemeja en todo sentido, no es culpa de Dios; en la medida en que se pierden sus insuficiencias, en esta misma medida Él se la iguala. El hecho de que el carpintero no pueda hacer una casa hermosa con madera apolillada, no es culpa suya, la falla reside en la madera. Lo mismo sucede con la operación divina en el alma. Si el ángel más humilde pudiera configurarse o nacer en el alma, todo el mundo no sería nada en comparación; porque gracias a una sola chispita del ángel, reverdece, se cubre de hojas y resplandece todo cuanto hay en el mundo. Mas, este nacimiento lo obra Dios mismo; ahí el ángel no puede realizar ninguna obra fuera de una obra servil. SERMONES: SERMÓN XXXVIII 3
«Dios contigo»… ahí se opera el nacimiento. A nadie le debe parecer imposible llegar hasta ese punto. Por más difícil que sea ¿qué me importa, ya que Él opera? Todos sus mandamientos me resultan fáciles de observar. Si Él me da su gracia, que me mande todo cuanto quiera, lo considero nonada y todo me resulta poca cosa. Algunos dicen que no tienen nada de esto; a lo cual digo yo: «Lo lamento. Pero ¿es que lo deseas?»… «¡No!»… «Lo lamento más aún». Cuando uno no puede tenerlo, que abrigue por lo menos el deseo de poseerlo. Y cuando uno no puede tener el deseo, entonces que anhele tener el deseo. Dice David: «He anhelado desear tu justicia, Señor» (SALMO 118, 20). SERMONES: SERMÓN XXXVIII 3
Ahora sucede que algunas personas se imaginan que son muy santas y perfectas, y pretenden (hacer) grandes cosas y (usar) grandes palabras y, sin embargo, anhelan y apetecen muchísimo y también quieren poseer mucho y se fijan mucho en sí mismas y en esto y aquello, y piensan que son propensas al recogimiento, y (no obstante) no son capaces de aceptar ninguna palabra (sin contestar). Por cierto, tened la seguridad de que se hallan lejos de Dios y fuera de la unión mencionada. Dice el profeta: «Vertí mi alma dentro de mí» (SALMO 41, 5). Mas, San Agustín pronuncia una palabra superior él dice: Vertí mi alma por encima de mí. Si el alma ha de ser uno con el Hijo, es necesario que llegue por encima de sí misma; y cuanto más salga de sí misma, tanto más será uno con el Hijo. Dice San Pablo: «Hemos de ser transformados en la misma imagen que es Él» (Cfr. 2 Cor. 3, 18). SERMONES: SERMÓN XLI 3
Dice un maestro que cada igualdad significa un nacimiento. Afirma además: La naturaleza nunca encuentra cosa igual a sí, sin que haya, necesariamente, un nacimiento. Nuestros maestros dicen: El fuego, por fuerte que sea, no encendería nunca si no esperara un nacimiento. Por seca que estuviera la leña que se colocase adentro, jamás ardería si no fuera capaz de adquirir igualdad con él (= el fuego). El fuego desea nacer en la leña y que todo se haga un solo fuego y que éste se conserve y perdure. Si se extinguiera y deshiciera, ya no sería fuego; por eso desea ser conservado. La naturaleza del alma nunca contendría lo igual (= a Dios) a no ser que desease que Dios naciera en ella. Nunca se ubicaría en su naturaleza, ni desearía hacerlo si no esperara el nacimiento y éste lo opera Dios; y Dios nunca lo operaría si no quisiera que el alma naciese dentro de Él. Dios lo opera y el alma lo desea. De Dios es la obra y del alma, el deseo y la capacidad de que Dios nazca en ella y ella en Dios. El que el alma se le asemeje, lo obra Dios. Ella ha de esperar, necesariamente, que Dios nazca en ella y que sea sostenida dentro de Dios y ansíe la unión, para que sea sostenida en Dios. La naturaleza divina se derrama en la luz del alma, y es sostenida allí adentro. Con ello Dios se propone nacer en ella y serle unido y sostenido en ella. Esto ¿cómo puede ser? ¿Si decimos que Dios es su propio sostenedor? Cuando Él tira al alma hacia ahí adentro (= a su naturaleza divina), ella descubre que Dios es su propio sostenedor y entonces permanece ahí, de otro modo no se quedaría nunca. Dice Agustín: «Exactamente así como amas, así eres: si amas a la tierra, te vuelves terrestre; si amas a Dios, te vuelves divino. Si amo, pues, a Dios ¿me convierto en Dios? Esto no lo digo yo, os remito a la Sagrada Escritura. Dios ha dicho por intermedio del profeta: “Sois dioses e hijos del Altísimo”» (SALMO 81, 6). Y por eso digo: Dios da el nacimiento en lo igual. Si el alma no contara con ello, nunca desearía entrar ahí. Ella quiere ser sostenida dentro de Él; su vida depende de Él. Dios tiene un sostén, una permanencia en su ser; y por ello no hay otra alternativa que pelar y separar todo cuanto es del alma: su vida, (sus) potencias y (su) naturaleza, todo ha de ser quitado, manteniéndose ella en la luz acendrada donde constituye una sola imagen con Dios, allí encuentra a Dios. Es esta la peculiaridad de Dios de que no cae en Él nada extraño, nada sobrepuesto, nada agregado. Por ello, el alma no ha de recibir ninguna impresión ajena, nada sobrepuesto, nada agregado. Esto es lo (que decimos) del primer (punto) (= et). SERMONES: SERMÓN XLIV 3
El tercer nombre es: «Simón», esto quiere decir tanto como «algo que es obediente» y «algo que es sumiso». Quien ha de escuchar a Dios, tiene que estar separado (y) a gran distancia de la gente. Por ello dice David: «Me quiero callar y escuchar lo que dice Dios dentro de mí. Dice paz para su pueblo y sobre sus santos y a todos aquellos que han regresado a su corazón» (SALMO 84, 9). Bienaventurado es el hombre que escucha afanosamente a cuanto Dios dijere en su interior, y él se ha de doblegar directamente bajo el rayo de la luz divina. El alma que se ha ubicado con toda su fuerza por debajo de la luz divina, se torna enardecida e inflamada en el amor divino. (La) luz divina entra con su irradiación directamente desde arriba. Si el sol diera verticalmente sobre nuestra cabeza, casi nadie sobreviviría. De esta manera, la potencia suprema del alma, que es la cabeza, debería erguirse equilibradamente bajo el rayo de la luz divina para que pudiera brillar dentro de ella esa luz divina, de la cual he hablado a menudo: ésta es tan pura y flota tan por encima y es tan elevada que en comparación con esta luz todas las luces son tinieblas y nonadas. Todas las criaturas, tal como son, son como nada; cuando se proyecta sobre ellas la luz, dentro de la cual reciben su ser, entonces son algo. Por eso, el conocimiento natural nunca puede ser tan noble que toque o aprehenda inmediatamente a Dios, a no ser que el alma posea las seis cualidades a las que me he referido antes. La primera: que uno haya muerto para toda desigualdad. La segunda: que uno se halle bien purificado en la luz (divina) y en la gracia. La tercera: que se carezca de medios. La cuarta: que uno, en su fondo más íntimo, escuche la palabra de Dios. La quinta: que uno se someta a la luz divina. La sexta es la que menciona un maestro pagano: Esta es la bienaventuranza de que uno viva de acuerdo con la suprema potencia del alma; ella debe tender continuamente hacia arriba y recibir su bienaventuranza en Dios. Allí, en el primer efluvio violento, donde recibe el Hijo mismo, allí en lo más excelso de Dios, hemos de recibir también nosotros; (mas) entonces, nosotros también debemos presentar parejamente lo más elevado que poseemos. SERMONES: SERMÓN XLV 3
«El Espíritu del Señor.» ¿Por qué se llama «Señor»?… A fin de que nos llene. ¿Por qué se llama «Espíritu»?… A fin de que nos una consigo. (El) señorío se conoce por tres cosas. Una consiste en que él (= el señor) es rico. Es rico aquello que lo tiene todo sin insuficiencia alguna. Soy un hombre y soy rico, pero por eso no soy otro (= segundo) hombre. Si yo fuera todos los hombres, no sería, empero, un ángel. Mas, si yo fuera ángel y hombre, no sería, sin embargo, todos los ángeles. Por eso, nada es verdaderamente rico, a excepción de Dios que mantiene encerradas en sí, con simplicidad, todas las cosas. De ahí que pueda dar en todo momento: éste es el otro aspecto de la riqueza. Dice un maestro que Dios se ofrece a todas las criaturas para que cada una tome cuanto quiera. Yo digo que Dios se me brinda como al más elevado de los ángeles, y si yo estuviera tan dispuesto como éste, recibiría lo mismo que él. Os he dicho también varias veces que Dios desde la eternidad se ha comportado como si se esforzara por hacerse agradable al alma. El tercer aspecto de la riqueza consiste en que se da sin esperar reciprocidad; pues quien da algo por alguna cosa, no es completamente rico. Por eso, la riqueza de Dios se demuestra por el hecho de que da gratuitamente todos sus dones. De ahí que dice el profeta: «Yo le dije a mi Señor: Tú eres mi Dios porque no necesitas de mis bienes» (SALMO 15, 2). Sólo Él es «Señor» y «Espíritu». Digo que es «Espíritu»: nuestra bienaventuranza consiste en que nos aúna consigo. Lo más noble que opera Dios en todas las criaturas es (el) ser. Mi padre, si bien me da mi naturaleza, no me da mi ser; a éste lo produce exclusivamente Dios. Por ello, todas las cosas que existen, tienen un placer razonable por su ser. Observad por lo tanto que – como ya he dicho en varias ocasiones sin que se me haya interpretado correctamente – Judas en el infierno no querría ser otro que en el reino de los cielos. ¿Por qué? Pues, si hubiera de ser distinto, debería aniquilarse en lo que es en esencia. Esto no puede suceder, porque (el) ser no reniega de sí mismo. El ser del alma es susceptible del influjo de la luz divina, mas no tan pura ni clara como Dios puede darla, sino en una envoltura. Es cierto que se ve la luz del sol ahí donde se irradia sobre un árbol u otra cosa, pero no se la puede aprehender dentro del (sol). Mirad, lo mismo sucede con los dones divinos; hay que medirlos según (sea) quien habrá de recibirlos y no de acuerdo con quien los da. SERMONES: SERMÓN XLVII 3
David dice: «Su nombre es el Señor» (SALMO 67, 5). «Señor» significa lo mismo que la superposición de un señorío; «siervo» implica una sujeción. Algunos nombres son propios de Dios y se hallan desprendidos de todas las otras cosas, como «Dios». «Dios», este nombre es el nombre más propio de Dios, como «hombre» es el nombre del ser humano. Un hombre siempre es un ser humano, por estúpido o sabio que sea. Séneca dice: «Es ruin el hombre que no llega más allá del hombre»… Algunos nombres tienen un apego (accidental) a Dios, como «paternidad» y «filiación». Donde se habla de «padre» se sobreentiende «hijo». No puede haber ningún padre que no tenga hijo, y ningún hijo que no tenga padre; pero ambos contienen en sí, más allá del tiempo, un solo ser eterno… En tercer lugar: algunos nombres significan una elevación hacia Dios y (al mismo tiempo) una vuelta hacia el tiempo. También en la Escritura se menciona a Dios con muchos nombres. Digo yo: Cuando alguien conoce algo en Dios y le pone un nombre, esto no es Dios. Dios se halla por encima de (los) nombres y de (la) naturaleza. Leemos que un hombre bueno imploraba a Dios en sus rezos queriendo darle un nombre. Entonces dijo un hermano: «¡Cállate, estás deshonrando a Dios!» No sabemos encontrar ningún nombre que le podamos dar a Dios. Mas, nos está permitido (usar) los nombres con los cuales lo han llamado los santos a quienes Dios ha santificado para ello en sus corazones, inundándolos con divina luz. Y para ello debemos aprender en primer lugar cómo hemos de rogar a Dios. Debemos decir: «Señor; te imploramos y te alabamos con los mismos nombres que Tú has santificado así en los corazones de tus santos, inundándolos con tu luz»… En segundo lugar hemos de aprender a no dar ningún nombre a Dios como si pensáramos que al hacerlo lo hubiésemos alabado y ensalzado suficientemente; porque Dios se halla «por encima de nombres» y es inefable. SERMONES: SERMÓN LIII 3
El Padre, a partir de todo su poder, enuncia al Hijo y en Él a todas las cosas. Todas las criaturas son un hablar de Dios. Así como mi boca habla de Dios y lo revela, así lo hace el ser de la piedra, y por la obra se llega a conocer más que por las palabras. La obra realizada por la naturaleza suprema a causa de su poder supremo, no puede ser comprendida por la naturaleza que se halla por debajo de ella. Si obrara lo mismo, ya no se encontraría por debajo de ella: sería igual. Todas las criaturas desean imitar en sus obras el hablar de Dios. Mas, es muy modesto lo que saben revelar. Aun el hecho de que los ángeles supremos asciendan y toquen a Dios, es tan desigual en comparación con aquello que hay en Dios, como el blanco al negro. Es muy disímil lo que han recibido todas las criaturas (juntas), sin embargo, desearían expresar lo máximo de lo que son capaces. Dice el profeta: «Señor, tú dices una cosa y yo entiendo dos» (SALMO 61, 12). Cuando Dios le habla al fuero íntimo del alma, ella y Él son uno solo; mas, tan pronto como esto cae (hacia fuera), es dividido. Cuanto más ascendemos con nuestro conocimiento, tanto más somos uno en Él (el Hijo). Por ello, el Padre enuncia al Hijo todo el tiempo en la unidad y derrama en Él a todas las criaturas. Estas piden todas entrar otra vez allí de donde emanaron. Toda su vida y su ser, todo esto es un clamor y un volver corriendo hacia aquello de donde salieron. SERMONES: SERMÓN LIII 3
Un maestro dice: Todas las criaturas están repletas de lo ínfimo de Dios, y su grandeza no se encuentra en ninguna parte. Os relataré un cuento. Una persona preguntó a un hombre bueno qué significaba que algunas veces lo atraían mucho la devoción y las oraciones y otras veces no lo atraían. Entonces le dio la siguiente contestación: El perro, cuando ve a la liebre y la olfatea y halla su rastro, corre en pos de la liebre; los otros (perros) lo ven correr y entonces ellos corren, pero pronto se cansan y desisten. Así sucede con un hombre que ha visto a Dios y lo ha olfateado: él no desiste, todo el tiempo corre (tras Él). Por eso dice David: «¡Gustad y mirad lo dulce que es Dios!» (SALMO 33, 9). Ese hombre no se cansa, pero los otros se cansan pronto (de correr detrás de Dios). Algunas personas corren adelantándosele a Dios, algunos (corren) al lado de Dios, algunos lo siguen a Dios. Quienes se le adelantan, son los que siguen a su propia voluntad y no quieren aprobar la voluntad de Dios; eso está del todo mal. Otros, aquellos que van al lado de Dios, dicen: «Señor, no quiero otra cosa que la que Tú quieres» (Cfr. Mateo 26, 39). Mas, cuando están enfermos, desean que Dios quiera que estén sanos, y eso se puede perdonar. Los terceros le siguen a Dios adonde quiera (ir), ellos lo siguen de buena voluntad, y ésos son perfectos. De ello habla San Juan en el Libro de la Revelación: SERMONES: SERMÓN LIX 3