Ah sí, cuanto más nos pertenezcamos (a nosotros), tanto menos le pertenecemos (a Dios). El hombre que hubiera abandonado lo suyo, nunca podría echar de menos a Dios en ninguna actividad. Pero, si sucediera que el hombre diese un paso en falso o dijese palabras equivocadas o si las cosas realizadas por él resultaran mal hechas, (Dios), ya que se hallaba en el comienzo de la acción, debería cargar por obligación con el daño; (pero), en tal caso, tú no debes en absoluto abandonar tu obra. A este respecto encontramos un ejemplo en San Bernardo y en otros muchos santos. En esta vida nunca es posible librarse del todo de semejantes percances. Mas no se debe rechazar el NOBLE trigo porque, de vez en cuando, cae neguilla por entre ese trigo. De veras, quien estuviera bien intencionado y poseyera un buen entendimiento de Dios, a ese hombre todos esos sufrimientos y percances le resultarían una gran bendición. Pues, a los buenos todas las cosas les redundan en bien, como dice San Pablo (cfr. Romanos 8, 28), y como manifiesta San Agustín: «Ah sí, incluso los pecados». (ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 11.)
Esta propiedad debemos ganárnosla careciendo en esta tierra de toda posesión de nosotros mismos y de todo cuanto no es Él. Y cuanto más perfecta y desnuda sea esta pobreza, tanto más nos pertenecerá esta propiedad. Pero no debemos poner nuestras miras en semejante recompensa ni contemplarla nunca, y el ojo jamás habrá de fijarse, aunque fuera por una sola vez, en si ganamos o recibimos algo fuera del amor a la virtud. Pues, cuanto menos atados estemos a la posesión, tanto más nos pertenecerá, como dice San Pablo, (este hombre) NOBLE: «Debemos tener como si no tuviéramos y, sin embargo, poseer todas las cosas» (Cfr. 2 Cor. 6, 10). No tiene propiedad quien no apetece ni quiere tener nada, ni en sí mismo, ni con respecto a todo aquello que se halla fuera de él, ah sí, y ni siquiera en lo que a Dios y a todas las cosas se refiere. (ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 23.)
San Pablo, el NOBLE apóstol, dice estas palabras: «Bendito sea Dios y el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, un Padre de la misericordia y el Dios de toda consolación que nos consuela en todas nuestras tribulaciones» (2 Cor. 1, 3 s.) Hay tres clases de tribulación que afectan y acosan al hombre en este destierro. Una proviene del daño sufrido en los bienes exteriores, otra (del daño) hecho a sus parientes y amigos, (y) la tercera (del daño) que soporta él mismo a causa del menosprecio e infortunio, de dolores físicos y hondos pesares. (ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 23.)
Alguien podría decir entonces: ¿Cristo tuvo también un desasimiento inmóvil cuando dijo: «Mi alma está entristecida hasta la muerte» (Mateo 26, 38 y Marcos 14, 34) y María, cuando estaba al pie de la cruz y se habla mucho de sus lamentaciones?… ¿cómo concuerda todo esto con el desasimiento inmóvil? A este respecto debes saber que — según dicen los maestros — hay en cualquier hombre dos clases de hombre: uno se llama el hombre exterior, eso es la sensualidad; a este hombre le sirven los cinco sentidos y, sin embargo, el hombre exterior obra en virtud del alma. El otro hombre se llama el hombre interior, eso es la intimidad del hombre. Ahora has de saber que un hombre espiritual que ama a Dios, no emplea las potencias del alma en el hombre exterior sino en la medida en que lo necesitan forzosamente los cinco sentidos; y lo interior se vuelve hacia los cinco sentidos sólo en cuanto es conductor y guía de los cinco sentidos y los protege para que no se entreguen a su objeto en forma bestial, según hacen algunas personas que viven de acuerdo con su voluptuosidad carnal al modo de las bestias irracionales; y semejantes gentes antes que gente se llaman con más razón animales. Y las potencias que posee el alma más allá de lo que dedica a los cinco sentidos, las da todas al hombre interior, y cuando este hombre tiene un objeto elevado (y) NOBLE, el (alma) atrae hacia sí todas las potencias que ha prestado a los sentidos, y de este hombre dicen que está fuera de sí y arrobado porque su objeto es una imagen racional o algo racional sin imagen. Pero debes saber que Dios espera de cualquier hombre espiritual que lo ame con todas las potencias del alma. Por esto dijo: «Amarás a tu Dios de todo corazón» (Cfr. Marcos 12, 30; Lucas 10, 27). Ahora bien, hay algunas personas que gastan las potencias del alma completamente en (provecho) del hombre exterior. Esta es la gente que dirige todos sus sentidos y entendimiento hacia los bienes perecederos; no saben nada del hombre interior. Debes saber pues, que el hombre exterior puede actuar y, sin embargo, el hombre interior se mantiene completamente libre de ello e inmóvil. Resulta que en Cristo hubo también un hombre exterior y un hombre interior, y lo mismo (vale) para Nuestra Señora; y todo cuanto Cristo y Nuestra Señora dijeron alguna vez sobre cosas externas, lo hicieron según el hombre exterior, y el hombre interior se mantenía en un desasimiento inmóvil. Y así habló (también) Cristo cuando dijo: «Mi alma está entristecida hasta la muerte» (Mateo 26, 38 y Marcos 14, 34), y pese a todos los lamentos de Nuestra Señora y a otras cosas que hacía, su intimidad siempre se mantuvo en inmóvil desasimiento. Escucha para ello una comparación: Una puerta se abre y cierra en un gozne. Ahora comparo la hoja externa de la puerta al hombre exterior y el gozne al hombre interior. Entonces, cuando la puerta se abre y cierra, la hoja exterior se mueve de acá para allá y el gozne permanece, no obstante, inmóvil en el mismo lugar y esto es la causa de que no cambie nunca. Lo mismo sucede en nuestro caso, supuesto que lo sepas entender bien. (ECKHART: TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3)
Con referencia a ello pregunto ahora ¿ cuál es el objeto del desasimiento puro? Contesto como sigue, diciendo que ni esto ni aquello constituye el objeto del desasimiento puro. (Porque) éste se yergue sobre la nada desnuda y te diré por qué es así: El desasimiento puro está situado sobre lo más elevado. Se yergue pues, sobre lo más elevado aquel en que Dios puede obrar de acuerdo con toda su voluntad. Resulta, empero, que Dios no puede obrar en todos los corazones según su entera voluntad porque Dios, si bien es todopoderoso, no puede obrar sino en la medida en que encuentra o crea una predisposición. Y digo «o crea» a causa de San Pablo porque en él no encontró la predisposición, pero lo preparó mediante la infusión de la gracia. Por eso digo: Dios obra en la medida en que halla predisposición. Su operación es distinta en el hombre y en la piedra. Para ello encontramos un símil en la naturaleza: Cuando se hace fuego en un horno y se coloca adentro una masa de avena y una de cebada y una de centeno y una de trigo, no hay más que un solo calor en el horno y, sin embargo, aquél no opera del mismo modo en las masas, porque una llega a ser pan blanco, la otra se vuelve más morena y la tercera más negra aún. Y la culpa de ello no la tiene el calor sino la masa porque es distinta. Igualmente, Dios no opera del mismo modo en todos los corazones, sino que obra según la disposición y susceptibilidad que halla. Pues bien, en el corazón en el que hay «esto» y «aquello», puede haber algo en «esto» o «aquello» a causa de lo cual Dios no puede obrar de la manera más elevada. Por ello, si el corazón ha de tener una disposición para lo más elevado, tiene que estar situado sobre la nada desnuda, y en esto reside también la mayor posibilidad que pueda haber. Dado que el corazón desasido se halla sobre lo más elevado, ha de ser sobre la nada porque en ésta se contiene la mayor susceptibilidad. Toma para ello un símil de la naturaleza. Si quiero escribir sobre una tabla de cera, no puede haber nada escrito en la tabla, no importa lo NOBLE que sea, sin que ello me impida que yo escriba sobre dicha (tabla); y si quiero escribir, no obstante, tengo que tachar y anular todo cuanto esté escrito en la tabla, y ésta nunca se me presta tanto para escribir como cuando no hay en ella nada escrito. Del mismo modo: si Dios ha de escribir en mi corazón de la manera más elevada, tiene que salir del corazón todo cuanto se llama «esto» y «aquello», así son las cosas con el corazón desasido. Por eso, Dios puede obrar en él del modo más elevado y según su voluntad altísima: De ahí que el objeto del corazón desasido no es ni «esto» ni «aquello». (ECKHART: TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3)
¡Mirad, ahora prestad atención! Esta «villeta» en el alma, de la cual hablo y en la que pienso, es tan una y simple (y) por encima de todo modo (de ser) que esta NOBLE potencia de la que he hablado, no es digna de mirar jamás en el interior de esa «villeta», aunque fuera una sola vez, por un instante, y la otra potencia, de la cual he hablado, donde Dios fosforece y arde con toda su riqueza y todo su deleite, tampoco se atreve nunca a mirar allí adentro; tan completamente una y simple es esa villeta, y ese Uno único se halla tan por encima de todos los modos y potencias, que nunca jamás pueden echarle un vistazo una potencia y un modo y ni siquiera el mismo Dios. ¡Digo con plena verdad y juro por la vida de Dios!: Dios mismo nunca mirará ahí adentro ni por un solo momento y nunca lo ha hecho en cuanto existe al modo y en la cualidad de sus personas. Esto es fácil de comprender, pues ese Uno único carece de modo y cualidad. Y por eso: si Dios alguna vez ha de mirar adentro, debe ser a costa de todos sus nombres divinos y de su cualidad personal; todo esto lo tiene que dejar afuera si alguna vez ha de mirar adentro. Antes bien, en cuanto Él es un Uno simple, sin ningún modo ni cualidad, en tanto no es, en este sentido, ni Padre ni Hijo ni Espíritu Santo y, sin embargo, es un algo que no es ni esto ni aquello. (ECKHART: SERMONES: SERMÓN II 3)
Pues bien, Pedro dice: «Ahora conozco verdaderamente». ¿Por qué se conoce verdaderamente en este caso? Porque se trata de una luz divina que no engaña a nadie. En segundo lugar, porque ahí se conoce desnuda y puramente sin que haya ninguna cosa encubridora. Por eso dice Pablo: «Dios mora en una luz a la cual no hay acceso» (1 Timoteo 6, 16). Dicen los maestros: La sabiduría que aprendemos acá, nos habrá de subsistir allá. Mas Pablo dice que desaparecerá (1 Cor. 13, 8). Afirma un maestro que el conocimiento puro, aun aquí, en esta vida, encierra en sí un placer tan grande, que el placer de todas las cosas creadas sería de veras como nada en comparación con el placer que abarca el conocimiento puro. Sin embargo, por NOBLE que sea, no es sino una «casualidad»; y tan pequeña como es una palabrita comparada con todo el mundo, así de pequeña es toda la sabiduría que podemos aprender en esta tierra frente a la verdad desnuda (y) pura. Por eso dice Pablo que perecerá. Aun perdurando, se convierte de veras en una tonta y (es) como si no fuera nada frente a la verdad desnuda que allá se conoce. La tercera (razón) de por qué allá se conoce de verdad, reside en el siguiente hecho: las cosas que acá se ven sometidas al cambio, allá se las conoce como inmutables y se las aprehende allá como son totalmente indivisas y cercanas unas a otras; porque aquello que acá está lejos, allá está cerca, pues allá todas las cosas se hallan presentes. Lo que ha de suceder al primer día y al Día del Juicio, allá está presente. (ECKHART: SERMONES: SERMÓN III 3)
Donde termina la criatura, ahí Dios comienza a ser. Pues bien, lo único que Dios te exige, es que salgas de ti mismo, en cuanto a tu índole de criatura, y que permitas a Dios ser Dios dentro de ti. La menor imagen de lo creado, que en algún instante se forma dentro de ti, es tan grande como lo es Dios. ¿Por qué? Porque te impide (tener) un Dios entero. Justamente allí donde entra la imagen, Dios debe retirarse así como toda su divinidad. Mas, donde sale la imagen, allí entra Dios. Él desea tanto que tú salgas de ti mismo, en cuanto a tu índole de criatura, como si de ello dependiera toda su bienaventuranza. Pues bien, mi querido hombre, ¿qué daño te hace si le permites a Dios que sea Dios dentro de ti? Sal completamente de ti mismo por amor de Dios, luego Dios saldrá por completo de sí mismo por amor de ti. Cuando estos dos salen, entonces lo que queda es un Uno simple. En este Uno el Padre engendra a su Hito dentro del manantial más íntimo. Allí sale floreciendo el Espíritu Santo y allí surge dentro de Dios una voluntad que pertenece al alma. La voluntad es libre mientras no se halla afectada por ninguna criatura y por nada que sea criaturidad. Cristo dice: «Nadie asciende al cielo sino Aquel que ha bajado del cielo» (Juan 3, 13). Todas las cosas fueron creadas de (la) nada; por eso su verdadero origen es (la) nada, y en cuanto esta NOBLE voluntad se inclina hacia las criaturas, en tanto se derrama con ellas en su nada. (ECKHART: SERMONES: SERMÓN V b 3)
Ahora cabe preguntar: Esta NOBLE voluntad ¿se derrama hasta un punto tal que nunca puede volver? Los maestros dicen por regla general que nunca volverá, en cuanto se haya derramado junto con el tiempo. Mas yo digo: Toda vez que esta voluntad se aparte de sí misma y de toda criaturidad, volviendo por un solo instante hacia su primer origen, la voluntad se presentará (otra vez) en su recta índole libre y es libre; y en ese instante se recupera todo el tiempo perdido. (ECKHART: SERMONES: SERMÓN V b 3)
Resulta que un maestro pregunta si la luz divina entra fluyendo en las potencias del alma con la misma pureza que tiene en el ser (del alma), ya que ésta tiene su ser inmediatamente de Dios y las potencias fluyen inmediatamente del ser del alma. (La) luz divina es demasiado NOBLE como para poder tener cualquier relación con las potencias; porque a todo cuanto toca y es tocado, Dios le resulta alejado y extraño. Y de ahí que las potencias, porque son tocadas y tocan, pierden su virginidad. (La) luz divina no puede alumbrar en ellas; pero es posible que se hagan susceptibles mediante el ejercicio y la purificación. A este respecto dice otro maestro que se les da a las potencias una luz que se asemeja a la (luz) interior. Se asemeja, es cierto, a la luz interior, pero no es la luz interior. Resulta pues, que esta luz les produce a ellas (las potencias) una impresión de modo que llegan a ser susceptibles de la luz interior. Otro maestro dice que todas las potencias del alma que actúan en el cuerpo, mueren con el cuerpo a excepción del conocimiento y de la voluntad: sólo éstos le quedan al alma. (Aun) cuando mueren las potencias que actúan en el cuerpo, ellas permanecen intactas en su raíz. (ECKHART: SERMONES: SERMÓN X 3)
Estos tres aspectos significan tres clases de conocimiento. El primero es sensitivo: el ojo ve hasta muy lejos las cosas que están fuera de él. El segundo es racional y mucho más elevado. El tercero significa una potencia NOBLE del alma, tan elevada y NOBLE que aprehende a Dios en su propia esencia desnuda. Esta potencia no tiene ninguna cosa en común con nada, de nada hace algo y todo. No sabe nada de ayer ni de anteayer ni de mañana ni de pasado mañana, porque en la eternidad, no existe ni (el) ayer ni (el) mañana, allí hay un «ahora» presente; lo que fue hace mil años y lo que sobrevendrá luego de mil años, allí se halla presente, e (igualmente) aquello que se encuentra allende el mar. Esta potencia aprehende a Dios en su vestuario. Un escrito dice: «En Él, por intermedio de Él y por Él» (Cfr. Romanos 11, 36). «En Él», esto es en el Padre, «por intermedio de Él», esto es en el Hijo, y «por Él», esto es en el Espíritu Santo. San Agustín pronuncia una palabra que suena muy desigual con respecto a la anterior y, sin embargo, le resulta del todo igual: Nada es verdad a no ser que encierre en sí toda la verdad. Esta potencia aprehende todas las cosas en la verdad. Para esta potencia no hay cosa encubierta. Dice un escrito: «La cabeza de los varones ha de estar desnuda y la de las mujeres cubierta» (Cfr. 1 Cor. 11, 7 y 6). Las «mujeres» son las potencias inferiores que deben estar cubiertas. El «varón» (en cambio), es dicha potencia que ha de estar desnuda y descubierta. (ECKHART: SERMONES: SERMÓN XI 3)
Dice San Juan: «A quienes lo recibieron, les dio poder de llegar a ser hijos de Dios. Quienes son hijos de Dios traen su origen ni de la carne ni de la sangre: han nacido de Dios» (Juan 1, 12 ss.), no hacia fuera, sino hacia dentro. Dijo Nuestra querida Señora: «¿Cómo podrá ser que llegue a ser madre de Dios?» Entonces dijo el ángel: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti» (Cfr. Lucas 1, 34 ss.). Dijo David: «Hoy te he engendrado» (Salmo 2, 7). ¿Qué es hoy? (La) eternidad. Yo he engendrado eternamente, a mí (como) tú, y a ti (como) yo. Sin embargo, el hombre humilde (y) NOBLE no se contenta con ser el hijo unigénito, engendrado eternamente por el Padre: quiere ser también Padre y adentrarse en la misma igualdad de la paternidad eterna y engendrar a Aquel de quien fui engendrado desde la eternidad. Según dije en (el convento de) Mergarden: Ahí Dios entra en lo suyo. Entrégate a Dios, entonces Dios llega a ser tuyo, tanto como se pertenece a sí mismo. Aquello que me es engendrado, permanece. Dios nunca se separa del hombre dondequiera que éste se dirija. El hombre puede separarse de Dios; por más que el hombre se aleje de Dios, Él se mantiene firme y lo espera y se le cruza en el camino antes de que él lo sepa. Si quieres que Dios sea tuyo debes ser suyo como (lo son para mí) mi lengua o mi mano, de modo que yo pueda hacer con (lo mío) lo que quiera. Así como yo no puedo hacer nada sin Él, Él tampoco puede obrar nada sin mí. Si quieres, pues, que Dios te pertenezca de tal manera, hazte propiedad de Él y no retengas en tu intención nada fuera de Él; entonces Él será el comienzo y el fin de todas tus obras así como su divinidad consiste en que es Dios. El hombre que de tal modo no pretende ni ama en sus obras nada que no sea Dios, a aquél Dios le da su divinidad. Todo cuanto obra el hombre (…) (lo obra Dios) pues mi humildad le otorga a Dios su divinidad. «La luz brilla en las tinieblas, pero las tinieblas no la han comprendido» (Juan 1, 5); esto quiere decir que Dios es no sólo el comienzo de nuestras obras y de nuestro ser, sino que es también el fin y el descanso para todo ser. (ECKHART: SERMONES: SERMÓN XIV 3)
La otra palabra (dice): «Amigo, sube más arriba, asciende más». Yo hago de las dos (palabras) una sola. Cuando dice: «Amigo, sube más arriba, asciende más», se trata de un diálogo del alma con Dios, y se le contestó: «Un solo Dios y Padre de todos». Dice un maestro: (La) amistad reside en la voluntad. (La) amistad, en cuanto reside en la voluntad, no une. Ya lo he dicho en otras ocasiones: (El) amor no une; lo hace, es cierto, en una obra, mas no en el ser. Sólo por eso dice (el amor): «Un solo Dios», «sube más arriba, asciende más». Al fondo del alma no puede (llegar) nada que no sea la pura divinidad. Hasta el ángel supremo, por cerca que se halle de Dios, y por más afín que le sea y por grande que sea lo que posee de Dios — sus obras se realizan permanentemente en Dios, se halla unido con Dios en el ser (y) no en el obrar, le corresponde permanecer siempre en Dios y estar con Él — es, por cierto, un milagro lo NOBLE que es el ángel; sin embargo, no puede (entrar) en el alma. Dice un maestro: Todas las criaturas que tienen diferenciación, son indignas de que Dios mismo opere en ellas. El alma en sí misma, allí donde se halla por encima del cuerpo, es ,tan acendrada y delicada que no acepta nada fuera de la mera divinidad acendrada. Sin embargo, ni siquiera Dios puede entrar, a no ser que se le haya quitado todo cuanto se le ha añadido. Por eso, se le contestó (al alma): «Un solo Dios». (ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXI 3)
Ahora bien, dice Nuestro Señor: «Nadie conoce al Padre, sino el Hijo y nadie (conoce) al Hijo, sino el Padre» (Mateo 11, 27). En verdad, si hemos de llegar a conocer al Padre, debemos (cada uno) ser hijo. En alguna oportunidad pronuncié tres palabritas, comedlas como (si fueran) tres nueces moscadas picantes y luego tomad un trago. Primero: si queremos (cada uno) ser hijo debemos tener un padre, porque nadie puede decir que es hijo, a no ser que tenga un padre, y nadie es padre, a no ser que tenga un hijo. Si el padre ha muerto, uno dice: «Era mi padre». Si el hijo ha muerto, uno dice: «Era mi hijo», porque la vida del hijo pende del padre y la vida del padre pende del hijo; y por eso nadie puede decir: «Soy hijo», a no ser que tenga un padre; y en verdad es hijo el hombre que hace todas sus obras por amor… Otra cosa que más que nada convierte al hombre en hijo, es (la) ecuanimidad. Si está enfermo, que le guste tanto estar enfermo como sano (y) sano como enfermo. Si se le muere su amigo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Si le vacían un ojo… ¡(sea) en el nombre de Dios!… La tercera cosa que debe tener un hijo consiste en que no puede inclinar su cabeza sobre algo que no sea el Padre. ¡Oh, cuán NOBLE es esa potencia que se halla elevada por encima del tiempo, y que se mantiene sin (tener) lugar! Porque al encontrarse por encima del tiempo, tiene encerrado en sí todo el tiempo, y es todo el tiempo. Mas, aun cuando fuera poco lo que uno poseyese de aquello que se halla elevado por encima del tiempo, se habría enriquecido con gran rapidez; porque lo que se encuentra allende el mar, no está a mayor distancia de esa potencia que aquello que ahora está presente. (ECKHART: SERMONES: SERMON XXVI 3)
Ahora dice Él: «Que os améis los unos a los otros». ¡Oh, ésta sería una vida NOBLE, sería una vida bienaventurada! ¿No sería una vida NOBLE si cada uno se fijara tanto en la paz de su prójimo como en su propia paz, y su amor fuera tan desnudo y tan acendrado y tan desapegado en sí mismo que no tuviera otra meta que (la) bondad y Dios? Si se preguntara a un hombre bueno: «¿Por qué amas a (la) bondad?» — «¡Por amor de (la) bondad»! «¿Por qué amas a Dios?» — «¡Por amor de Dios!» Y si las cosas son así, que tu amor es tan acendrado, tan desasido, tan desnudo en sí mismo que no amas nada fuera de (la) bondad y de Dios, entonces es una verdad segura que todas las virtudes obradas jamás por todos los hombres, te pertenecen tan completamente como si tú mismo las hubieras obrado, y ello de modo más acendrado y mejor, porque el hecho de que el Papa es Papa, a él le produce a menudo gran trabajo, (mas) tú posees esa virtud de manera más pura y desapegada y con tranquilidad, y ella te pertenece más a ti que a él, siempre y cuando tu amor sea tan acendrado, tan desnudo en sí mismo que no pienses en nada ni ames cosa alguna fuera de (la) bondad y de Dios. (ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXVII 3)
Nadie puede recibir al Espíritu Santo a no ser que more por encima del tiempo en (la) eternidad. En las cosas temporales el Espíritu Santo no puede ser ni recibido ni dado. Cuando el hombre se aparta de las cosas temporales y se vuelve hacia su fuero íntimo, percibe allí una luz celestial que ha venido del cielo. Se halla por debajo del cielo y, sin embargo, es del cielo. En esta luz el hombre queda satisfecho, y, sin embargo, ella es (aún) corpórea; dicen que es materia. Un (trozo de) hierro cuya naturaleza consiste en caer hacia abajo, se levanta hacia arriba en contra de su naturaleza y se apega a la piedra imán a causa de la NOBLE influencia que la piedra ha recibido del cielo. Dondequiera se dirija la piedra, hasta ahí se dirige también el hierro. Lo mismo hace el espíritu: no se contenta así sin embargo con esa luz; va avanzando siempre por el firmamento y penetra a través del cielo hasta llegar al espíritu que hace girar al cielo, y debido a la rotación del cielo reverdece y se cubre de hojas todo cuanto hay en el mundo. Pero el espíritu aún no está satisfecho si no avanza hasta la cima y la fuente primigenia donde el espíritu tiene su origen. Este espíritu (= el espíritu humano) comprende de acuerdo con el número sin número, y semejante número (sin número) no existe en el tiempo de la caducidad. En la eternidad (en cambio), nadie tiene otra raíz, allí nadie carece de número. Este espíritu tiene que ir más allá de todo número atravesando toda cantidad, y luego es atravesado por Dios; y así como Él me atraviesa, lo atravieso yo, a mi vez. Dios conduce a este espíritu al desierto y a la unidad suya allí donde Él es un Uno puro y (sólo) brota en sí mismo. Este espíritu (ya) no tiene porqué; si tuviera algún porqué (también) debería tener su porqué la unidad. Este espíritu se halla en unidad y en libertad. (ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXIX 3)
El Hijo nace en nosotros del siguiente modo: cuando no conocemos ningún porqué y, (por nuestra parte), volvemos a nacer en el Hijo. Orígenes anota una palabra muy NOBLE y si yo la pronunciara os parecería increíble. «No nacemos solamente en el Hijo, sino que nacemos hacia fuera y otra vez nacemos en Él y nacemos de nuevo y nacemos inmediatamente en el Hijo. Digo — y es verdad — : En cualquier pensamiento bueno o buena intención u obra buena, todo el tiempo nacemos de nuevo en Dios». Por ello — según dije el otro día — : El Padre no tiene sino un único Hijo, y en la medida en que pongamos menor intención o atención en otra cosa que no sea Dios, y miremos menos hacia alguna cosa de afuera, en la misma medida seremos transfigurados en la imagen del Hijo y en la misma medida nacerá el Hijo en nosotros y nosotros naceremos en el Hijo y llegaremos a ser un solo Hijo: Nuestro Señor Jesucristo es el único Hijo del Padre y Él sólo es hombre y Dios. Ahí no hay sino un solo Hijo en una sola esencia, y ésta es esencia divina. De este modo, nosotros llegamos a ser uno en Él, siempre y cuando fijemos nuestra mente sólo en Él. Dios siempre quiere estar solo; ésta es una verdad necesaria y no puede ser de otro modo: tenemos que fijar la mente siempre en Dios solo. (ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLI 3)
¡Hola, esforzaos mucho y prestad atención! Resulta que el Padre celestial, en esta potencia NOBLE, le dice a su Hijo unigénito: «¡Joven, levántate!» Hay una unión tan grande entre Dios y el alma que es increíble, y Dios en sí mismo es tan alto que no puede llegar hasta allí ningún conocimiento ni anhelo alguno. El anhelo llega más lejos que todo aquello que se puede aprehender por el conocimiento. Aquél es más extenso que todos los cielos, ah sí, (y) que todos los ángeles, y eso que todo cuanto hay en la tierra, vive por una chispita del ángel. El anhelo es extenso, desmedidamente extenso. Todo cuanto el conocimiento puede aprehender y el anhelo puede desear, no es Dios. Ahí donde terminan el conocimiento y el anhelo, ahí está oscuro, ahí luce Dios. (ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLII 3)
Primero: el bien que conocían y veían en Dios era tan grande y tan oculto que no podía configurarse en su conocimiento; porque todo cuanto podía configurarse era tan desigual a lo que veían en Dios y era tan falso frente a la verdad que se callaban y no querían mentir… La segunda razón: todo cuanto veían en Dios era tan grande y NOBLE que no eran capaces de tomar de ello ni (una) imagen ni (una) forma para hablar (de lo visto)… La tercera razón porque enmudecieron, consistía en que miraban dentro de la verdad oculta y encontraban el arcano en Dios, que no sabían expresar con palabras. Pero algunas veces sucedió que se dirigieron hacia fuera y hablaron; mas, por la disimilitud (en comparación con) la verdad, echaban mano de la materia burda y pretendían enseñarnos a conocer a Dios por medio de las cosas inferiores de la criatura. (ECKHART: SERMONES: SERMÓN L 3)