manso

Dije en París, en el colegio (=la universidad), que todas las cosas serán concluidas en el hombre verdaderamente humilde. El sol (en la comparación anterior) corresponde a Dios: lo más elevado en su divinidad sin fondo, corresponde a lo más bajo en la profundidad de la humildad. El hombre verdaderamente humilde no tiene necesidad de rogar a Dios, puede mandar a Dios, porque la altura de la divinidad no pone sus miras sino en la hondura de la humildad, según dije en (el convento de) los Macabeos. El hombre humilde y Dios son uno; el hombre humilde tiene tanto poder sobre Dios como sobre sí mismo, y todo cuanto hay en todos los ángeles, le pertenece a este hombre humilde; lo que obra Dios, lo obra el hombre humilde, y él es lo que es Dios: una sola vida y un solo ser; y por ello dijo Nuestro querido Señor: «Aprended de mí, porque yo soy MANSO y humilde de corazón» (Mateo 11, 29). SERMONES: SERMÓN XIV 3

Nuestro Señor no contradice su propia palabra. Cuando elogiaba a Juan por ser mayor, quería decir que era pequeño a causa de su verdadera humildad, ésta era su grandeza. Lo sabemos por el hecho de que Cristo mismo dijera: «Aprended de mí que soy MANSO y humilde de corazón» (Mateo 11, 29). Todo cuanto en nosotros son virtudes, en Dios es ser puro y su propia naturaleza. Por ello dijo Cristo: «Aprended de mí que soy MANSO y humilde de corazón». Por humilde que fuera Juan, su virtud tenía, sin embargo, una medida, y más (allá) de esa medida no era ni más humilde ni mayor ni mejor de lo que era. Luego dijo Nuestro Señor: «Si alguien fuera inferior a Juan, sería mayor que él en el reino de los cielos», como si quisiera decir: Si hubiera alguien que sobrepasara esa humildad, aunque fuera por una pizca o por cualquier cosa, y fuese proporcionalmente más humilde que Juan, ése sería mayor en el reino de los cielos por toda la eternidad. SERMONES: SERMÓN XLIX 3