IDADE DE BRONZE
Julius Evola
Excertos da versão espanhola de “Rivolta contro il mondo moderno (Opere di Julius Evola)”
A propósito de un período anterior al diluvio, el mito bíblico habla de una raza de “hombres poderosos que habían sido, antiguamente, hombre gloriosos”, isti sunt potentes a sasculo viri famosi, nacidos de la unión de seres celestes con mujeres, que los habían “seducido”: unión que, como hemos visto, puede ser considerada como uno de los símbolos del proceso de mezcla, en virtud del cual la espiritualidad de la edad de la Madre sucedió a la espiritualidad de los orígenes. Es la raza de los Gigantes — Nephelin — que son llamados también en el Libro de Enoch, “gentes de extremo-Occidente”. Según el mito bíblico, a causa de esta raza la violencia reinó sobre la tierra, hasta el punto de provocar la catástrofe diluviana.
Recuerda, por otra parte, el mito platónico del andrógino. Una raza fabulosa y “andrógina” de seres poderosos habían logrado inspirar temor a los mismos dioses. Estos, a fin de paralizarlos, separaron a estos seres en dos partes, “macho” y “hembra”. Tal división destruyó su poder capaz de inspirar terror a los dioses, y en ocasiones se hace alusión al simbolismo de la “pareja enemiga” que se repite en muchas tradiciones y cuyo tema es susceptible de una interpretación no solo metafísica, sino igualmente histórica. Se puede hacer corresponder la raza original poderosa y divina, andrógina, con el estadio durante el cual los Nephelin “fueron hombres gloriosos”: es la raza de la edad de oro. Luego, se produjo una división; del “dos”, la pareja, la díada, se diferenció “uno”. Uno de los términos es la Mujer (Atlántida): frente a la Mujer, el Hombre, un Hombre que ha dejado de ser espíritu y sin embargo se revuelve contra el simbolismo lunar afirmándose en tanto que tal, entregándose a la conquista violenta y usurpando poderes espirituales determinados.
Es el mito titánico. Son los “Gigantes”. Es la edad de bronce. En el Critias platónico, la violencia y la injusticia, el deseo de poder y la avidez están asociadas a la degeneración de los atlantes. En otro mito helénico, se dice que “los hombres de los tiempos primordiales (a los cuales pertenece Deucalión, el superviviente del diluvio) estaban henchidos de prepotencia y orgullo, cometieron mas de un crimen, rompieron los juramentos y se mostraron despiadados”.
Lo propio del mito y del símbolo es poder expresar una gran diversidad de sentido que conviene distinguir y ordenar interpretándolos caso por caso. Esto se aplica al símbolo de la pareja enemiga y de los titanes.
Es en función de la dualidad Hombre-Mujer (en el sentido de virilidad materializada y de espiritualidad simplemente sacerdotal), premisa de los nuevos tipos de civilización que han sucedido involutivamente a la de los orígenes, como podemos comprender la definición de estos tipos.
La primera posibilidad es precisamente la posibilidad titánica en sentido negativo, propia al espíritu de una raza materializada y violenta, que no reconoce la autoridad del principio espiritual correspondiente al símbolo sacerdotal o bien al “hermano” espiritualmente femenino (por ejemplo Abel frente a Caín) y se apoya — cuando no se apropia, frecuentemente por sorpresa, y para un uso inferior — en conocimientos que le permiten dominar ciertas fuerzas invisibles que actúan en las cosas y en el hombre. Se trata pues de una rebelión prevaricadora, de una deformación de lo que podía ser el derecho propio de los “hombres gloriosos” anteriores, es decir de una espiritualidad viril inherente a la función de orden y de dominación de lo alto. Es Prometeo quien usurpa el fuego celeste en provecho de razas solamente humanas, pero no sabe como soportarlo. El fuego se convierte así para él en una fuente de tormento y condenación hasta que otro héroe, más digno, reconciliado con el principio olímpico — con Zeus — y aliado de este en la lucha contra los Gigantes — Hércules — lo libera. Se trata de la raza “muy inferior” tanto por su naturaleza, ryne, como por su inteligencia, noema. Según Hesiodo, tras la primera edad, rechaza respetar a los dioses, se entrega a las fuerzas telúricas (al final de su ciclo, se convertirá — según Hesiodo — en la raza de los demonios subterráneos, hypochtonioi). Preludia así a una generación ulterior, mortal, caracterizada solo por la tenacidad, la fuerza material, un gusto salvaje por la violencia, la guerra y el poder absoluto (la edad de Bronce de Hesiodo, la edad de acero según los iranios, de los gigantes — Nephelin — bíblicos). Según otra tradición helénica, Zeus habría provocado el diluvio para extinguir al elemento “fuego” que amenazaba con destruir toda la tierra, cuando Faeton, hijo del Sol, no consiguió dominar la cuádriga cuyos caballos desbocados habían acercado demasiado el disco solar a la tierra. “Tiempo del hacha y de la espada, tiempo del viento, tiempo del Lobo antes que el mundo sucumba. Ningún hombre perdonará a otro”, tal es el recuerdo de los Edas. Los hombres de esta edad “tienen el corazón duro como el acero”. Pero “aunque suscitan el miedo”, no pueden evitar sucumbir ante la muerte negra y desaparecen en la humedad (euroenta), morada larvaria del Hades. Si, según el mito bíblico, el diluvio puso fin a esta civilización, se debe pensar que es con el mismo linaje que se cierra el ciclo atlante, que es la misma civilización que fue tragada por las aguas a fines de la catástrofe oceánica, quizás (como lo presentan algunos) por efecto del abuso, mencionado anteriormente, de algunos poderes secretos (magia negra titánica).
Sea como fuere, los “tiempos del hacha” según la tradición nórdica, de forma general, habrían abierto la vía al desencadenamiento de las fuerzas elementales. Estas terminaron por derribar a la raza divina de los Ases — que puede corresponder aquí a las fuerzas residuales de la raza de oro — y romper las barreras de la “fortaleza del centro del mundo”, es decir, los límites creadores definidos por la espiritualidad “polar” primordial. Es, tal como hemos visto, la aparición de mujeres, en el seno de una espiritualidad desvirilizada, lo que anunció el “crepúsculo de los Ases”, el fin del ciclo de oro. Y he aquí que la fuerza oscura que los Ases mismos habían alimentado, pero que anteriormente mantenían encadenada — el lobo Fenrir e incluso, algunas versiones aluden a dos lobos-, “creció desmesuradamente”. Es la prevaricación titánica, inmediatamente seguida por su revuelta y el advenimiento de todas las potencias elementales, del Fuego interior del Sur, de los seres de la tierra — hrinthursen — mantenidos anteriormente fuera de los muros del Asgard. El lazo se rompió. Tras la “época del hacha” (edad de bronce) no fue solamente el sol quien “perdió su fuerza”, sino también la Luna que resultó devorada por dos Lobos. Y en otros términos, no fue solamente la espiritualidad solar, sino también la espiritualidad lunar, demetríaca, quien desapareció. Es la caída de Odín, rey de los Ases y de Thor mismo, que había conseguido matar al lobo Fenrir, pero que sucumbió a su veneno, es decir sucumbió por haber corrompido su naturaleza divina de As con el principio mortal que le transmitía esta criatura salvaje. El destino y el declive — rök — se consumó con el hundimiento del arco Bifröst que unía el cielo y la tierra; tras la revuelta titánica, la tierra fue abandonada a sí misma, privada de todo lazo con lo divino. Es la “edad sombría” o “edad de hierro”, sobrevenida tras la del “bronce”. Los testimonios concordantes de las tradiciones orales o escritos de numerosos pueblos facilitan, a este respecto, referencias más concretas. Hablan de una frecuente oposición entre los representantes de los dos poderes, el poder espiritual y el poder temporal (real o guerrero), cualquiera que sean las formas especiales revestidas por uno y otro para adaptarse a la diversidad de circunstancias. Este fenómeno es otro aspecto del proceso que desembocó en la tercera edad. A la usurpación del sacerdote sucedió la revuelta del guerrero, su lucha contra el sacerdote para asegurarse la autoridad suprema, fenómeno que produjo el advenimiento de un estadio aún más bajo que el de la sociedad demetríaca, sacerdotalmente sagrada. Tal es el aspecto social de la “edad del bronce”, del tema titánico, luciferino, o prometeico.