heimarmene

HEIMARMENE — DESTINO, DESTINAÇÃO, FADO, FORTUNA

heimarménê: uma (porção) destinada, destino

Os estoicos identificaram o destino com logos e pronoia e Zeus (SVF II, 913, 937). A transcendência crescente de Deus na filosofia grega tardia (ver hyperousia) leva a re-separação de theos e heimarmene, Fílon, De migr. Abr. 179-181; Ps-Plutarco, De jato 572f-573b; ver pronoia. (FEPeters)


Termo grego que significa “fatalidade”. (BNH)


Substantivo grego, atestado pela primeira vez no século V aC e formado a partir do verbo meiromai, que significa receber sua parte ou seu devido. No passivo, o verbo significa “ser decretado” (República VIII 566a3). Tradução usual: destinação, destino.

O termo significou na origem a parte atribuída, o lote e mais tarde a destinação, por vezes identificada à vontade divina, por vezes posta acima dos deuses (Heráclito). Em Platão, a especialização filosófica do termo é confirmada (Górgias, Fedro, Teeteto, Leis), Aristóteles não concede nenhuma significação à terminologia do heimarmene. No estoicismo que se torna conceito central, Zenão o identifica à conexão e à sucessão das causas. Cícero e Proclus irão escrever obras sobre o Destino. O conceito do destino se exprime de maneira equivalente no vocabulário da pronoia e a physis: trata-se de uma força todo-poderosa ligando o Cosmo e o destino pessoal. A identificação com Zeus é corrente. A evolução do termo desde o estoicismo se liga ao desenvolvimento da Astrologia ocidental.(Excertos de Les notions philosophiques, PUF)


C.S.Lewis: A IMAGEM DO MUNDO
Ya hemos visto que todo lo que hay por debajo de la Luna es mutable y contingente. También hemos visto que cada una de las esferas celestes está guiada por una inteligencia. Como la Tierra no se mueve y, por tanto, no necesita guía, en general no se sintió la necesidad de asignarle una inteligencia. Que yo sepa, a Dante fue a quien se le ocurrió la brillante sugerencia de que, después de todo, tiene una, y que la inteligencia terrestre no es otra que la Fortuna. Indudablemente, la Fortuna no guía a la Tierra a través de una órbita; cumple la función de inteligencia de la forma apropiada para un globo inmóvil. Dios, dice Dante, que dio guías a los cielos «para que cada parte comunique su esplendor a las demás, con lo que se reparten la luz equitativamente, estableció también un ministro y guía general para los esplendores humanos, el cual ha de transferir de vez en cuando esos beneficios ilusorios de una nación o linaje a otro de un modo que no hay juicio humano que pueda preverlo. Ésa es la razón por la que un pueblo domina mientras otro se debilita». A causa de ello las lenguas humanas la denostan mucho, «pero es dichosa y nunca las oye. Está feliz entre las demás criaturas primeras, da vueltas a su esfera y se complace en su beatitud» (Inferno, VII, 73-96). Generalmente, la Fortuna tiene una rueda; al convertirla en una esfera, Dante recalca el nuevo rango que le ha concedido.

Todo eso constituye el fruto maduro de la doctrina de Boecio. Que la contingencia reine en el mundo que ha conocido la caída y está situado por debajo de la Luna no es un hecho contingente. Como los esplendores humanos son ilusorios, es lógico que circulen. Hay que agitar constantemente el agua de la alberca para que no se corrompa. El ángel que la agita se complace en esa acción de igual forma que las esferas celestes se complacen en la suya.

La concepción de que el ascenso y la caída de los imperios dependen, no del mérito, ni de «tendencia» alguna en la evolución total de la humanidad, sino simplemente de la implacable e irresistible justicia de la Fortuna, no murió con la Edad Media. «Todos no pueden ser felices a la vez», dice Thomas Browne, «pues, dado que la gloria de un estado depende de las ruinas de otro, sus grandezas conocen mudanzas y vicisitudes» (Religio, I, XVII). Cuando hablemos de la concepción medieval de la historia, tendremos que volver a tratar esta cuestión.