enfermedad

Pero existe otra cosa más que ha de consolar al hombre. Si está enfermo y sufre fuertes dolores físicos, mas tiene su techo y lo necesario en cuanto a comida y bebida, consejos médicos y atención de parte de sus criados, compasión y asistencia de sus amigos: ¿cómo debería comportarse? Pues, ¿qué hace la gente pobre que sufre de lo mismo e incluso de una ENFERMEDAD y malestares peores y no tienen nadie ‘que les alcance siquiera (un vaso de) agua fría? Tienen que buscar un mendrugo seco bajo la lluvia, la nieve y el frío (yendo) de casa en casa. Por eso, si quieres ser consolado, olvídate de quienes están mejor (que tú) y piensa en todos aquellos que están peor. TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 2

Ahora, ¡prestad atención! Tenéis que saber lo siguiente: los hombres que se entregan a Dios y que buscan con todo ahínco sólo (hacer) su voluntad, cualquier cosa que Dios da a semejante hombre es la mejor; con la misma certeza que tienes con respecto a la existencia de Dios, has de saber que necesariamente debe ser lo mejor de todo y que no podría haber otro modo mejor. Por más que alguna otra cosa parezca mejor, para ti no sería tan buena, porque Dios quiere justamente este modo y no otro, y este modo ha de ser, necesariamente, el mejor para ti. Sea pues, ENFERMEDAD o pobreza o hambre o sed o lo que sea, aquello que Dios te imponga o no te imponga o lo que Dios te dé o no te dé, para ti todo esto es lo mejor; aun cuando no tengas ni recogimiento ni fervor, ninguno de los dos, y lo que tengas o no tengas: disponte sin embargo a tener bien presente en todas las cosas la gloria de Dios y luego, cualquier cosa que te haga, será la mejor. SERMONES: SERMÓN IV 3

Ahora podrías decir acaso: ¿Cómo sé que es o no la voluntad de Dios? Sabed pues: si no fuera la voluntad de Dios, tampoco sería. No tienes ninguna ENFERMEDAD ni otra cosa alguna sin que lo quiera Dios. Y ya que sabes que es la voluntad de Dios, debería darte tanto placer y contento, que no consideraras ninguna pena como pena; cierto, si la pena llegase al extremo máximo y tú sintieras alguna pena o sufrimiento, aun en este caso sería un error completo; pues debes aceptarlo de Dios como lo mejor de todo ya que necesariamente ha de ser lo mejor de todo para ti. Pues el ser de Dios depende de que quiere lo mejor. Por ello yo también debo quererlo y ninguna otra cosa ha de contentarme más. Si existiera una persona a la cual yo quisiera complacer con todo ahínco y si supiera con seguridad que yo a ese hombre le gustaba más con un vestido gris que con otro cualquiera por bueno que fuese, no cabe duda de que este vestido me gustaría más y lo preferiría a cualquier otro por bueno que fuera. Puesto el caso de que quisiera complacer a todos: yo haría la cosa y ninguna otra de la cual sabría que a alguien le gustaba, ya sea en palabras u obras. Pues bien ¡ahora examinaos vosotros mismos sobre cuál es el carácter de vuestro amor! Si amarais a Dios, nada podría resultaros más placentero que aquello que a Él le gustara ante todo y que su voluntad se hiciera en nosotros más que nada. Por pesados que parezcan la pena o el infortunio, si tú al sufrirlos no sientes un gran bienestar, entonces está mal. SERMONES: SERMÓN IV 3

El tercer significado de: ¡Obra tu provecho en todas las cosas! es éste: ¡Amarás a Dios de la misma manera en todas las cosas!; esto quiere decir: Ama a Dios tan gustosamente en (la) pobreza como en (la) riqueza, y tenle tanto amor en (la) ENFERMEDAD como en (la) salud; ámalo tanto en (la) tentación como sin tentación y en (el) sufrimiento como sin sufrimiento. Ah sí, cuanto mayor (el) sufrimiento, tanto menor (el) sufrimiento; (es) como dos baldes: cuanto más pesado (es) el uno, tanto más liviano (es) el otro, y cuanto más sacrifica el hombre, tanto más fácil le resulta el sacrificio. A un hombre que ama a Dios, le resultaría tan fácil renunciar a todo este mundo como a un huevo. Cuanto más sacrifica, tanto más fácil le resulta el sacrificio, como (fue con) los apóstoles: cuanto más pesados eran (sus) sufrimientos, con tanta más facilidad los soportaban (Cfr. Hechos 5, 41). SERMONES: SERMÓN XXX 3

Ahora prestad atención a la palabrita que dice: «Tienen hambre y sed de justicia». Nuestro Señor dice: «Quienes me coman tendrán más hambre; quienes me beban tendrán más sed» (Eclesiástico 24, 29). Esto ¿cómo hay que entenderlo? Porque no sucede lo mismo con las cosas corpóreas; cuanto más se come de ellas, tanto más se sacia uno. Pero, con respecto a las cosas espirituales, no hay saciedad; pues, cuanto más se tiene de ellas, tanto más se las apetece. Por ello dice esta palabra: «Habrán de tener más sed aún quienes me beban, y más hambre quienes me coman». Esos tienen tanta hambre de (que se cumpla) la voluntad de Dios, y ella les sabe tan bien que todo cuanto Dios les inflige, los contenta y les gusta tanto que no serían capaces de querer ni de pretender otra cosa. Mientras el hombre tiene hambre, la comida le gusta; y cuanto mayor sea el hambre, tanto más placer le dará comer. Lo mismo sucede a quienes tienen hambre de (que se cumpla) la voluntad de Dios: a ésos, su voluntad (= la de Dios) les gusta tanto, y todo cuanto Él quiere y les inflige los satisface tanto, que aun si Dios les quisiera ahorrar (el infortunio), no querrían que así se hiciese; tanto les gusta esa primera voluntad de Dios. Si yo quisiera congraciarme con una persona y gustarle a ella sola, entonces preferiría a cualquier otra cosa todo cuanto fuera placentero a esa persona y con lo cual yo le resultaría agradable. Y si sucediera que yo le gustara más con un vestido sencillo que con uno de terciopelo, indudablemente preferiría el vestido sencillo a cualquier otro. Lo mismo sucede con aquel a quien le gusta la voluntad de Dios; todo cuanto le da Dios, sea ENFERMEDAD o pobreza o lo que fuera, lo prefiere a cualquier otra cosa. Justamente, porque lo quiere Dios, le resulta más sabroso que nada. SERMONES: SERMÓN XLI 3

«Ellos siguen al cordero dondequiera que va» (Apocalipsis 1-4, 4). Esa gente sigue a Dios a dondequiera Él la guía: en los días de ENFERMEDAD o en (la) salud, hacia (la) buena suerte o (el) infortunio. San Pedro se iba adelantando a Dios; entonces dijo Nuestro Señor: «¡Satanás, vete detrás de mí!» (Mateo 16, 23). Resulta que Nuestro Señor dijo: «Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí» (Juan 14, 11). Del mismo modo, Dios está en el alma y el alma está en Dios. SERMONES: SERMÓN LIX 3