La division del império comenzada por Diocleciano y consumada a la muerte de Teodosio, aunque en si misma tenia un carácter técnico-administrativo, creó una diversidad de condiciones políticas y de evolución histórica que, cayendo en terreno abonado por las profundas diferencias existentes entre el espíritu oriental y el occidental, manifiestas ya en la teologia patrística, contribuyó primero a distanciar de la Iglesia romano-griega a los cristianos no romanos y no griegos y, finalmente, acabo por separar a la Iglesia bizantina de la romana. El abismo espiritual que separaba a Oriente de Occidente se manifesto desde un principio. Desde un punto de vista político, Oriente estaba compuesto por comunidades nacionales de estructura patriarcal. En Oriente, la monarquia patriarcal se convierte en despotismo patriarcal. Desde un punto de vista religioso, Oriente se siente, en mayor medida que Occidente, determinado por Dios. La religion oriental es teocracia, y el poder que a todo alcanza es el poderio de Dios. En Oriente el pensamiento y la imaginación parten de arriba. De arriba parten la religion, la fe, la ciência, el arte y la política. Aqui reside la superioridad del hombre oriental, su atemporalidad y su magnífica aristocracia en su modo de estar por encima de las cosas cotidianas. Cierto que esta actitud de humildad ante Dios y ante el mundo circundante tiene también sus aspectos sombrios: la humildad puede transformarse en sumisión indigna del hombre, ese aristocrático estar por encima de las cosas puede llevar a una apatia pecaminosa y a un indiferentismo que acepte estados y usos que harían de cualquier occidental un revolucionário fanático. La atemporalidad del hombre oriental ha tenido como consecuencia muchas veces una insana fidelidad a la tradición, casi podríamos decir un entumecimiento en la tradición. En cambio, en Occidente el principio dominante es el de la salvaguarda de la persona y del valor personal. Pueblos y naciones pierden importancia ante lo individual. El primer plano lo ocupan el hombre individual y su espíritu y su libertad. El hombre occidental se inclina ante la fuerza del saber y del poder humanos; no se somete naturalmente, como el hombre oriental, sino libremente. Por eso impera en Occidente una mayor unidad cultural que en Oriente, pero también una mayor diferenciación política. La cultura cristiana y unitaria de Occidente fue capaz de dar albergue hasta a los mismos germanos. La comunidad cultual y la postura vital que desempeñaron en Occidente el papel de elementos unitivos fueron las latinas ; la lengua latina medieval fue la lengua nacional de Occidente. En cambio, en Oriente el império bizantino no fue capaz de unir ni a los sírios cristianos ni a los egípcios, y todavia menos a los armemos, a los georgianos y a los etíopes. Las diferencias culturales, políticas y nacionales existentes entre ellos favorecieron los cismas y la evolución separada de las distintas Iglesias orientales.
Jerusalén y Antioquia como puntos de partida de la difusión del cristianismo hacia el Asia Anterior, Africa, Europa y Asia
El punto de partida de la difusión del cristianismo hacia Oriente y Occidente fue Jerusalén. Los apóstoles y sus colaboradores comenzaron a misionar el mundo desde el judaísmo, ensenando en las sinagogas de las comunidades judias. La misión de los gentiles partió de la Antioquia síria. Desde allí el cristianismo fue llevado al Asia Menor, a Grécia, a Italia, a la Galia, a Espana, a todos los lugares en que se hablaba griego como lengua común. En el Asia Menor, el centro de la vida Cristiana estuvo en Efeso, en Grécia, en Corinto, y en Ítalia en Roma. Desde Antioquia y Damasco la religión de Jesus llegó hasta Síria, a través, también en este caso, de las colonias judias, que allí eran numerosas. Los primeros documentos que po-seemos de la existencia del cristianismo en Síria datan del siglo II. Edesa, Arbela, Nisibis y Seleucia-Ctesifonte fueron los centros de la Iglesia síria. Desde Jerusalén, Antioquia, Damasco, Adiabena, Edesa y Seleucia-Ctesifonte, el cristianismo fue llevado a Pérsia, al sudoeste de la Índia, al Asia cential y a la China. En el ano 280, el rey arménio Trdat III con todo su pueblo aceptó el Evangelio de Cristo En aquel mismo siglo, misioneros que bien pudieron ser armemos llevaron el cristianismo a los georgianos. Sobre cuándo llegó a Egipto el cristianismo, nada sabemos. A finales del siglo II, la Iglesia de Alejandría aparece ya en pleno esplendor. Desde Egipto la religión de Cristo llegó hasta los nubios del vecino Sudan. Los sírios llevaron el cristianismo a Arabia, y desde allí pasó el mar Rojo y se difundió en Abisinia. Es evidente que, a partir del siglo IV, la religión Cristiana desempeñó el papel de lazo de unión entre los impérios romanos de Oriente y de Occidente y las naciones limítrofes; pero no es menos evidente que las Iglesias de estas últimas tuvieron una estructura totalmente diferente a las del cristianismo del império greco-romano y de las ciudades de sus protectorados, una estructura nacional, y que esa disparidad de estructuras acabó por producir una escisión en el seno de la Iglesia del império y en la unidad católica. El motivo inmediato de esa escisión lo dieron las luchas cristológicas.
Excertos de Franz König (dir.), “Cristo y las Religiones de la Tierra”