Jesus Infante [AOCG]

ANTONIO ORBE — Egito

  • 5. Jesus em Nazaré
    • a) Aos sete anos
    • b) Na escola
    • c) No templo
    • d) Pastor de doze anos, e com José na vinha
  • 6. O incremento de Jesus
  • 7. Conclusão

    Aunque los gnósticos conozcan la infancia y juventud del Salvador, apenas hacen uso de ella. Les cautiva el mensaje que trajo del cielo, y se detienen con atención singular en los grandes misterios de su vida pública. Sólo el de la encarnación les merece particular estudio.

  • Corrían en los siglos II y III varios evangelios de infancia; pero a excepción de algunos elementos esporádicos, tampoco parecen haberles impresionado mayormente.

    Ha habido que recoger con escrúpulo las cortas alusiones a la vida privada de Jesús dispersas entre heresiólogos y herejes para restituir no su infancia y juventud, sino pormenores, ráfagas de luz a ella pertinentes. En los cuales lo riguroso histórico se pierde como noticia, en beneficio de la doctrina.

    La resultante es abigarrada e instructiva. Hay puntos más iluminados que otros. Los basilidianos se ocuparon de la fecha del nacimiento, bautismo y pasión de Jesús. Pero sobre las circunstancias del misterio de Belén sólo tenemos noticias vagas («en los tiempos de Herodes») o indirectas (los ángeles anunciadores de paz), que no van por caminos históricos. Así, v.gr., en torno a los ángeles de Belén, importa menos lo que dijeron y el tiempo de su aparición que su naturaleza y la región de su habitual residencia. ¿Eran los satélites del Salvador o los ángeles del demiurgo ? ¿Dónde estaban cuando descubrieron la persona del Salvador ?

    Muy curioso y doctrinalmente rico, el misterio de la circuncisión discurre por derroteros inesperados: desde los tratados gnósticos (¿en plural?) sobre la suerte que corrió el prepucio de Jesús, hasta las resonancias teológicas (a raíz del origen del Logos) y antropológicas (secesión de Eva) del misterio, literariamente favorecidas por algunos mitos paganos (misterio de Attis, mitos de Saturno y Júpiter). La circuncisión adquiere, además de lo sensible y de lo espiritual, un alcance doctrinal vastísimo, que se extiende a todos los campos de la economía.

    Algo similar ocurre con la presentación en el templo a los cuarenta días. Un elemento registrado por cronógrafos tardíos, de inspiración judía, nos pone sobre la pista del sentido gnóstico. A los cuarenta días de plasmado entraba Adán en el paraíso, como paradigma de la presentación futura de Jesús en el templo e ingreso en una economía superior a la de Yahvé. A la desconcertante correlación de los dos Adán se suma el simbolismo del viejo Simeón y de Ana la profetisa: Simeón, figura del Demiurgo, y Ana, símbolo de Sofía Achamot. Merced a unas líneas de San Efrén, se llega a descubrir en las palabras del Nunc dimittis — concretamente en aquellas en eirene — , el misterio de la comunión pacífica de ambos Testamentos. No están reñidas las economías del Salvador y de Yahvé. Este comprende el término de la propia dispensación y se dispone pacíficamente a morir para dar paso a la de Jesús.

    Aquí se ofrecía ocasión para estudiar la historia de los magos y su estrella. La omitimos por haberla estudiado en páginas anteriores (c.6: «El triunfo sobre el destino»).

    La vida de Nazaret aporta algunas novedades. Si el nombre mismo de Belén mereció absoluto silencio a los gnósticos, el de Nazaret movió al Evangelio según Felipe a prefabricadas etimologías. Imagen de Nazara o «la verdad», la aldea en que se deslizó la vida oculta de Jesús simbolizaba la región divina, trascendente, donde pasó sus «verdaderos» años entre los treinta eones del Pleroma.

    A los datos canónicos agregan los valentinianos algunos tomados de evangelios de infancia, de singular alcance dogmático. El Niño en la escuela, con el maestro de primerísimas letras, descubre, entre misteriosas preguntas, su futura misión. Alfa y omega como la paloma del Jordán, compendia los tesoros de la Luz, y viene a enseñar — no a ser enseñado — el Evangelio del Dios sumo.

    Pastorcito de doce años, no levanta, al parecer, sobre los grandes pastores del AT — símbolo de la economía animal — ; pero la visitación del ángel Baruc manifiesta su dignidad de Hiio de Dios, que le coloca por encima de las humanas miserias y le dispone a la revelación del Jordán.

    Las noticias, bastante estrafalarias, de Pistis Sophia sobre la visita del Espíritu Santo, hermano de Jesús, indican algo parecido, y se orientan más hacia la teología que hacia la anécdota edificante de los evangelios de infancia.

    Las palabras de Jesús niño descubren, tanto en la escuela de Nazaret como en el templo de Jerusalén, la conciencia de su filiación única. Antes aún de acoger, con el bautismo del Jordán, al Espíritu, anuncia la novedad que sintetiza el Evangelio: la economía del Padre, ignorado en Israel. Por su boca habla Sofía, como a lo largo del Antiguo Testamento, en virtud de una inspiración excepcional, pasajera.

    Los datos, por lo demás, no son uniformes ni revisten igual trascendencia. Los más proceden de la gnosis valentiniana y denuncian su impronta doctrinal. Algunos interesan a la exégesis, aunque, en su mayoría, indirectamente. Es ya mucho que la infancia y juventud de Cristo haya merecido examen tan prematuro a las familias heterodoxas del siglo II. Ninguna de las grandes discute su historicidad. Por tendencia espontánea buscan el simbolismo de misterios y personajes: circuncisión, presentación al templo, encuentro con Simeón y Ana, revelación a los doce años, incremento en sabiduría…

    Ignoran la anécdota como anécdota. Los treinta años de vida oculta adquieren particular misterio a la luz de los treinta siglos del Verbo, escondido en el seno del Padre.

    El escondimiento responde al paradigma de los «años luminosos» (aiones) del Unigénito. Sería un contrasentido esclarecerlos. En la vida de Jesús no interesan sus perfecciones humanas ni divinas. Sólo importa el mensaje de salud a que le envió el Dios ignoto. Y, por lo mismo, sus enseñanzas de la vida pública (entre parábolas) y gloriosa (desnudamente), y el triunfo sobre la ignorancia (resp. muerte y pecado). Mediador entre el Padre y los hombres, Jesús no orienta su actividad a sí, esto es, hacia los treinta eones que le constituyen, sino — a través de ellos, pasando por encima de los treinta — hacia el conocimiento de Dios.