Jesucristo (Eckhart)

Esta es la verdadera penitencia y ella proviene en especial y ‘lo más perfectamente de la digna Pasión de Nuestro Señor Jesucristo (sufrida) con perfecta penitencia. Cuanto más el hombre vaya formando su imagen dentro (de esta penitencia) tanto más se le quitarán todos los pecados y los castigos correspondientes. Además, el hombre debe adquirir, en todas sus obras, el hábito de formar su imagen dentro de la vida y actuación de Nuestro Señor Jesucristo, en todo su hacer y no hacer, en sus sufrimientos y su vida, y, al hacerlo, debe pensar siempre en Él, tal como Él ha pensado en nosotros. 131 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 16.

La gente bien podrá sentirse presa del miedo y de la pusilanimidad frente al hecho de que la vida de Nuestro Señor Jesucristo y de los santos era muy rigurosa y penosa, mientras el hombre en este aspecto no es capaz de hacer gran cosa y tampoco se siente impulsado a hacerla. Por ende, cuando la gente se nota tan distinta en este aspecto, a menudo se considera muy apartada de Dios a quien — (según dicen) — no pueden seguir. ¡Que nadie haga esto! El hombre nunca (y) de ninguna manera debe considerarse alejado de Dios, ni a causa de un defecto, ni por una flaqueza, ni por ninguna otra cosa. Aun en el caso de que tus grandes pecados te desvíen alguna vez tanto que tú no te puedas considerar cerca de Dios, debes suponer, sin embargo, que Dios se halla cerca de ti. Porque el hecho de que el hombre aleje de sí a Dios implica un gran perjuicio; pues, aun cuando el hombre ambula a distancia o en la proximidad, Dios no se aleja nunca, siempre permanece cerca; y si no puede permanecer adentro, a lo sumo se aleja para permanecer delante de la puerta. 138 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 17.

Ahora podrías decir: Nuestro Señor Jesucristo observó siempre el más elevado modo; de derecho deberíamos imitarlo en todo momento. 142 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 17.

Interiormente, el hombre debe haber formado su imagen dentro de Nuestro Señor Jesucristo con miras a todas las cosas, de un modo tal que se encuentre en él un reflejo de todas las obras y de la apariencia divinas; y el hombre, en cuanto sea capaz de hacerlo, debe, con perfecta adaptación, llevar en su fuero íntimo todas las obras de (Cristo). Tú debes obrar y Él debe adquirir (forma). Haz tu obra con recogimiento íntegro y toda la disposición de tu ánimo; acostúmbralo a éste en todo momento a proceder así y (acostúmbrate) a formar tu imagen dentro de Él en todas tus obras. 153 ECKHART: TRATADOS PLÁTICAS INSTRUCTIVAS 18.

San Pablo, el noble apóstol, dice estas palabras: «Bendito sea Dios y el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, un Padre de la misericordia y el Dios de toda consolación que nos consuela en todas nuestras tribulaciones» (2 Cor 1, 3 s) Hay tres clases de tribulación que afectan y acosan al hombre en este destierro. Una proviene del daño sufrido en los bienes exteriores, otra (del daño) hecho a sus parientes y amigos, (y) la tercera (del daño) que soporta él mismo a causa del menosprecio e infortunio, de dolores físicos y hondos pesares. 246 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 23.

Mas, ahora pregunto yo: ¿ cuál es la oración del corazón desasido? Contesto diciendo que la pureza desasida no puede rezar, pues quien reza desea que Dios le conceda algo o solicita que le quite algo. Ahora bien, el corazón desasido no desea nada en absoluto, tampoco tiene nada en absoluto de lo cual quisiera ser librado. Por ello se abstiene de toda oración, y su oración sólo implica ser uniforme con Dios. En esto se basa toda su oración. En este sentido podemos traer a colación lo dicho por San Dionisio con respecto a la palabra de San Pablo donde éste dice: «Son muchos quienes corren detrás de la corona y, sin embargo, uno solo la consigue» (Cfr 1 Cor 9, 24) — todas las potencias del alma corren para obtener la corona y, sin embargo, la consigue sólo la esencia — Dionisio dice pues: La carrera no es otra cosa que el apartamiento de todas las criaturas y el unirse dentro de lo increado. Y el alma, cuando llega a esto, pierde su nombre y Dios la atrae hacia su interior de modo que se anonada en sí misma, tal como el sol atrae hacia sí el arrebol matutino de manera que éste se anonada. A tal punto nada lo lleva al hombre a excepción del puro desasimiento. A este respecto podemos referirnos también a la palabra pronunciada por Agustín: El alma tiene una entrada secreta a la naturaleza divina donde se le anonadan todas las cosas. En esta tierra la tal entrada no es sino el desasimiento puro. Y cuando el desasimiento llega a lo más elevado, se vuelve carente de conocimiento a causa del conocimiento, y carente de amor a causa del amor y oscura a causa de la luz. En este sentido podemos citar también lo dicho por un maestro: Los pobres en espíritu son aquellos que le han dejado a Dios todas las cosas, tal como las tenía cuando nosotros todavía no existíamos. Semejante cosa no la puede hacer nadie sino un corazón acendradamente desasido. El que Dios prefiera morar en un corazón desasido antes que en todos los corazones, lo conocemos por lo siguiente: Si tú me preguntas: ¿Qué es lo que Dios busca en todas las cosas? te contesto (con una cita) del Libro de la Sabiduría; allí dice: «¡Busco descanso en todas las cosas!» (Eclesiástico 24, 11). Mas no hay descanso absoluto en ninguna parte con la única excepción del corazón desasido. Por eso Dios prefiere morar allí antes que en otras virtudes o en cualquier cosa. Has de saber también: Cuanto más se empeñe el hombre en ser susceptible del influjo divino, tanto más bienaventurado será; y quien es capaz de ubicarse dentro de la disposición más elevada, se mantiene también en la bienaventuranza suprema. Ahora bien, ningún ser humano se puede hacer susceptible del influjo divino si no tiene uniformidad con Dios, porque en la medida en que cada cual es uniforme con Dios, en la misma medida es susceptible del influjo divino. Ahora bien, la uniformidad proviene del hecho de que el hombre se somete a Dios; y en la medida en la cual el hombre se somete a las criaturas, en la misma medida es menos uniforme con Dios. Pues bien, el corazón acendradamente desasido se abstiene de todas las criaturas. Por lo tanto se halla completamente sometido a Dios y por eso se mantiene en suprema uniformidad con Dios y es también lo más susceptible del influjo divino. En esto pensó San Pablo cuando dijo: «¡Revestíos de Jesucristo!» (Rom 13, 14), y lo que quiere decir es: en uniformidad con Cristo, y esto de revestirse no puede suceder sino mediante la uniformidad con Cristo. Y sabe: Cuando Cristo se hizo hombre no tomó para sí (el ser de) determinado hombre sino la naturaleza humana. Deshazte, pues, de todas las cosas, entonces queda sólo aquello que tomó Cristo, y de esta manera te has revestido de Cristo. 387 ECKHART: TRATADOS DEL DESASIMIENTO 3

He mencionado, además, que Nuestro Señor dijo a la gente que vendía palomas: «¡Quitad esto de aquí, sacadlo!» A esas personas no las expulsó ni las increpó mucho, sino que dijo muy amigablemente: «¡Quitad esto de aquí!», como si hubiera querido decir: Esto, si bien no es malo, trae obstáculos para la verdad pura. Esas personas son todas personas buenas que hacen sus obras exclusivamente por amor de Dios y no buscan en ellas nada de lo suyo, pero las hacen con apego al propio yo, al tiempo y al número, al antes y al después. (Entonces) esas obras les impiden (alcanzar) la verdad óptima es decir, que deberían ser libres y desasidos tal como Nuestro Señor Jesucristo es libre y desasido y, en todo momento, se recibe como nuevo de su Padre celestial, sin cesar y en forma atemporal, y al mismo instante y sin cesar renace otra vez (y) del todo, con loa agradecida, en la majestad paterna, con dignidad igual (a la del Padre). De la misma manera debería comportarse el hombre que querría hacerse susceptible de la verdad suma y vivir en ella sin «antes» ni «después», y sin que se lo impidieran todas las obras y todas aquellas imágenes de las que en algún momento ha tenido conciencia, de modo que volvería a recibir en este instante y con absoluta libertad el don divino y lo haría renacer en Nuestro Señor Jesucristo sin trabas (y) a esa misma luz, con loa agradecida. De este modo, las palomas habrían desaparecido, es decir, los obstáculos y el apego al yo en todas esas obras, buenas por lo demás, con las cuales el hombre no busca lo suyo. Por eso dijo Nuestro Señor muy amigablemente: «¡Quitad esto de aquí, sacadlo!», como si hubiera querido decir: Está bien, pero trae obstáculos. 409 ECKHART: SERMONES: SERMÓN I 3

He dicho una palabrita, primero en latín, la que está escrita en el Evangelio y reza así en lengua vulgar: «Nuestro Señor Jesucristo subió a una villeta y fue recibido por una virgen que era mujer» (Lucas 10, 38). 421 ECKHART: SERMONES: SERMÓN II 3

Dice un maestro: Cuando pienso en el hecho de que nuestra naturaleza está enaltecida por sobre las criaturas y sentada en el cielo por encima de los ángeles, siendo adorada por ellos, he de regocijarme en lo más íntimo de mi corazón, pues Jesucristo, mi querido Señor, me ha dado por propiedad todo cuanto Él posee en sí mismo. Él (=el maestro)2 dice también que el Padre con todo cuanto alguna vez le ha dado a su Hijo Jesucristo en su naturaleza humana, antes bien me miró a mí, amándome más a mí que a Él y dándomelo a mí antes que a Él. ¿Cómo es esto? Se lo dio por amor de mí porque me hacía falta. Por eso, con cuanto le dio, pensó también en mí y me lo dio al igual que a Él; no hago ninguna excepción de nada, ni de unión ni de santidad de la divinidad ni de cosa alguna. Todo cuanto, en algún momento, le dio a Él en (su) naturaleza humana, no me resulta ni más extraño ni más distante que a Él. Pues Dios no puede dar poca cosa; tiene que dar todo o nada. Su don es completamente simple y perfecto sin división, y no en el tiempo sino todo en la eternidad; y tenedlo por tan seguro como el hecho de que vivo: si hemos de recibir de Él en la manera señalada, debemos estar en la eternidad, elevados por encima del tiempo. En la eternidad todas las cosas están presentes. Lo que está por encima de mí, se me halla tan cerca y tan presente como aquello que tengo conmigo aquí; y allí recibiremos de Dios lo que Él nos ha destinado. Dios tampoco conoce nada fuera de sí, sino que su mirada sólo está dirigida hacia Él mismo. Lo que ve, lo ve todo en Él. Por eso, Dios no nos ve cuando estamos en pecado. De ahí: Dios nos conoce en la medida en que estemos dentro de Él, es decir, en cuanto estemos sin pecado. Y todas las obras hechas por Nuestro Señor en cualquier momento, me las ha dado a mí como propias en forma tal que son para mí no menos dignas de recompensa que mis propias obras que hago yo. Entonces, como toda su nobleza nos pertenece y se nos acerca en igual medida a mí como a Él ¿por qué no recibimos lo mismo? ¡Ah, comprendedlo! Si uno pretende recibir esa donación de modo que reciba ese bien en la misma medida, así como la naturaleza humana y universal que está igualmente cerca de todos los hombres, entonces — así como en la naturaleza humana no hay nada extraño ni cosa más lejana o más cercana —, así es necesario que tú te encuentres en unión con los hombres de manera equidistante, no más cerca de ti mismo que de otra persona. Has de amar y estimar y considerar a todos los hombres como iguales a ti mismo; lo que sucede a otro, sea malo o bueno, debe ser para ti como si te sucediera a ti mismo. 474 ECKHART: SERMONES: SERMÓN V a 3

Ahora bien, el segundo significado es éste: «Lo ha enviado al mundo». Entendamos pues, que se trata del gran mundo en cuyo interior miran los ángeles. ¿Cómo hemos de ser? Debemos estar allí con nuestro amor íntegro y con todo nuestro anhelo, según dice San Agustín: En aquello que el hombre ama, se transforma con el amor. ¿Hemos de decir, pues: Cuando el hombre ama a Dios se transforma en dios? Esto suena a incredulidad. En el amor que brinda un hombre no hay dos sino sólo uno y unión, y en el amor, antes que hallarme en mí mismo, soy más bien dios. Dice el profeta: «He dicho que sois dioses e hijos del Altísimo» (Salmo 81, 6). Suena extraño (cuando se dice) que el hombre de tal manera puede llegar a ser dios en el amor; sin embargo, es verdad dentro de la verdad eterna. Nuestro Señor Jesucristo poseía esta (unión). 475 ECKHART: SERMONES: SERMÓN V a 3

Que aprendamos de Jesucristo la lección de humildad, a esto nos ayude a todos Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén. Deo gracias (sic). 666 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XIV 3

Ahora observad que Dios dice: «¡Moisés, deja que me enfurezca!» Podríais decir: ¿Por qué se enfurece Dios?… Por ninguna otra cosa que por la pérdida de nuestra propia bienaventuranza y no porque busque lo suyo; tanto le apena a Dios que actuemos en contra de nuestra bienaventuranza. A Dios no le pudo pasar nada más penoso que el martirio y la muerte de Nuestro Señor Jesucristo, su Hijo unigénito, que sufrió por nuestra bienaventuranza. Ahora observad (otra vez) que Dios dice: «¡Moisés, deja que me enfurezca!» Luego mirad qué es lo que un hombre bueno es capaz (de hacer) ante Dios. Ésta es una verdad cierta y necesaria: quienquiera que entregue por completo su voluntad a Dios, cautiva y obliga a Dios de modo que Él no puede hacer otra cosa sino lo que quiere el hombre. Quien le da por completo su voluntad a Dios, a ése Dios, (por su parte) le devuelve su voluntad tan completa y tan propiamente que la voluntad de Dios llega a ser propiedad del hombre, y Él ha jurado por sí mismo que no puede hacer nada fuera de lo que quiere el hombre; porque Dios no llega a ser propiedad de nadie que primero no haya llegado a ser su propiedad (la de Dios). Dice San Agustín: «Señor, tú no serás posesión de nadie a no ser que él antes se haya hecho propiedad tuya». Nosotros aturdimos a Dios de día y de noche diciendo: «¡Señor, hágase tu voluntad!» (Mateo 6, 10). Y luego, cuando se hace la voluntad de Dios, nos enojamos y eso está muy mal. Cuando nuestra voluntad se convierte en la voluntad de Dios, eso está bien; mas, cuando la voluntad de Dios llega a ser nuestra voluntad, está mucho mejor. Si tu voluntad llega a ser la voluntad de Dios y si luego estás enfermo, no querrías estar sano en contra de la voluntad de Dios, mas quisieras que fuese la voluntad de Dios de que estuvieras sano. Y cuando te va mal, querrías que fuera la voluntad de Dios de que te vaya bien. Pero cuando la voluntad de Dios llega a ser tu voluntad y estás enfermo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Si muere tu amigo… ¡(sea) en el nombre de Dios! Una verdad segura y necesaria es (ésta): Si de ello dependieran todas las penas del infierno y todas las penas del purgatorio y todas las penas de este mundo… (tal hombre) querría sufrir eternamente de acuerdo con la voluntad de Dios todas las penas del infierno y lo consideraría para siempre su bienaventuranza eterna, y de acuerdo con la voluntad de Dios renunciaría a la bienaventuranza y a toda la perfección de Nuestra Señora y de todos los santos y querría sufrir para siempre jamás las eternas penas y amarguras sin apartarse de ello por un solo instante; ah sí, ni siquiera sería capaz de tener un solo pensamiento para desear alguna otra cosa. Cuando la voluntad se une así (con la voluntad de Dios) de modo que lleguen a ser un Uno único, entonces el Padre, desde el reino de los cielos, engendra a su Hijo unigénito en sí (al mismo tiempo que) en mí. ¿Por qué en sí (al mismo tiempo que) en mí? Porque soy uno con Él, no me puede excluir, y en esa obra el Espíritu Santo recibe su ser y su devenir tanto de mí como de Dios. ¿Por qué? Porque estoy en Dios. Si (el Espíritu Santo) no lo toma de mí, tampoco lo toma de Dios; no me puede excluir en modo alguno. La voluntad de Moisés había llegado a ser tan completamente la voluntad de Dios que prefería la honra de Dios (manifestada) en su pueblo, a su propia bienaventuranza. 863 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXV 3

Digo yo: (La) humanidad y (el) hombre son (dos cosas) distintas. (La) humanidad en sí misma es tan noble que lo más elevado de ella tiene similitud con los ángeles y parentesco con la divinidad. La unión máxima que ha tenido Cristo con el Padre, me resulta asequible con tal de que sepa deshacerme de lo proveniente de esto o aquello, siendo capaz de entenderme como humanidad. Todo cuanto Dios ha dado alguna vez a su Hijo unigénito, me lo ha dado a mí tan completamente como a Él, y nada menos, sino que me lo ha dado en mayor medida: a mi humanidad en Cristo le dio más que a Él, porque a Él no se lo dio; a mí me lo ha dado y no a Él; no se lo dio, ya que Él lo poseyó en el Padre desde la eternidad. Si te golpeo, golpeo en primer término a un Burcardo o a un Enrique y sólo luego golpeo al ser humano. Mas Dios no hizo tal cosa; Él adoptó primero la humanidad. ¿Quién es un hombre? Un hombre que tiene su nombre propio de Jesucristo. Y por lo tanto dice Nuestro Señor en el Evangelio: «Quien toca a uno de éstos aquí, toca el ojo mío» (Cfr Zacarías 2,8). 866 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXV 3

Los santos conquistaron cuatro reinos, y nosotros, también, debemos conquistarlos. El primer reino es el mundo; el reino del mundo ha de vencerse por la pobreza del espíritu. El segundo reino es el de nuestra carne; a éste lo debemos vencer por el hambre y la sed. El tercer reino es el del diablo; a él lo tenemos que vencer con lamentos y penas. El cuarto reino es el de Nuestro Señor Jesucristo; a él lo debemos conquistar con la fuerza del amor. 990 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXIII 3

Si el hombre poseyera todo el mundo, debería, sin embargo, pensar que era pobre y extender siempre la mano hacia la puerta de Dios, Nuestro Señor, pidiendo como limosna la gracia de Nuestro Señor, porque la gracia convierte a los (hombres) en hijos de Dios. Por eso dice David: «Señor, todo mi anhelo está delante de ti y detrás de ti» (Salmo 37, 10). San Pablo afirma: «Todo lo tengo por basura a fin de ganar a Nuestro Señor Jesucristo» (Cfr Filipenses 3, 8). Es imposible que alma alguna esté sin pecado, a no ser que la gracia divina caiga en ella. Es obra de la gracia hacer al alma ágil y dócil para (llevar a cabo) todas las obras divinas, porque la gracia brota de la fuente divina y es un signo de Dios y tiene el mismo sabor que Dios y asemeja el alma a Dios. Cuando esta misma gracia y este sabor se vuelcan en la voluntad, se habla de amor; y cuando la gracia y el sabor se vuelcan en el entendimiento, se lo llama luz de la fe; y cuando esta misma gracia y el sabor se vuelcan en la «iracunda», o sea, la fuerza ascendente, entonces se lo llama esperanza. Tienen el nombre de virtudes teologales porque operan una obra divina en el alma, así como en la fuerza del sol se puede reconocer que realiza obras vivas en la tierra ya que vivifica todas las cosas y las conserva en su ser. Si pereciera la luz, perecerían todas las cosas, (volviendo a su estado anterior) cuando aún no existían. Lo mismo sucede en el alma: donde hay gracia y amor, le resulta fácil al hombre hacer todas las obras divinas, y es segura señal de que allí donde le resulta difícil al hombre hacer obras divinas, no reside la gracia. Por eso dice un maestro: No juzgo a las personas que usan vestimenta buena o comen bien, con tal de que tengan amor. Tampoco me considero más grande cuando llevo una vida dura que cuando compruebo que tengo más amor. Es una gran necedad que algunas personas ayunan y rezan mucho y hacen grandes obras y se mantienen solas todo el tiempo, (pero) no corrigen su comportamiento y están inquietas y son iracundas. Deberían examinar dónde se ven con más flaquezas, y en este punto deberían afanarse por superarlo. Cuando tienen la conducta bien ordenada, cualquier cosa que hagan, es agradable a Dios. 991 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXIII 3

Nuestro Señor Jesucristo dice en el Evangelio: «¡Permaneced en mí!» (Juan 15, 4), y en la Epístola se enuncia otra palabra: «Bienaventurado es el varón que mora en la sabiduría» (Eclesiástico 14, 22). Y estas dos palabras coinciden: la palabra de Cristo: «¡Permaneced en mí!» y la palabra de la Epístola: «Bienaventurado es el varón que mora en la sabiduría». 1096 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XL 3

Que nos ayude nuestro querido Señor Jesucristo para que en todo momento moremos en Dios. Amen. 1101 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XL 3

El Hijo nace en nosotros del siguiente modo: cuando no conocemos ningún porqué y, (por nuestra parte), volvemos a nacer en el Hijo. Orígenes anota una palabra muy noble y si yo la pronunciara os parecería increíble. «No nacemos solamente en el Hijo, sino que nacemos hacia fuera y otra vez nacemos en Él y nacemos de nuevo y nacemos inmediatamente en el Hijo. Digo — y es verdad —: En cualquier pensamiento bueno o buena intención u obra buena, todo el tiempo nacemos de nuevo en Dios». Por ello — según dije el otro día —: El Padre no tiene sino un único Hijo, y en la medida en que pongamos menor intención o atención en otra cosa que no sea Dios, y miremos menos hacia alguna cosa de afuera, en la misma medida seremos transfigurados en la imagen del Hijo y en la misma medida nacerá el Hijo en nosotros y nosotros naceremos en el Hijo y llegaremos a ser un solo Hijo: Nuestro Señor Jesucristo es el único Hijo del Padre y Él sólo es hombre y Dios. Ahí no hay sino un solo Hijo en una sola esencia, y ésta es esencia divina. De este modo, nosotros llegamos a ser uno en Él, siempre y cuando fijemos nuestra mente sólo en Él. Dios siempre quiere estar solo; ésta es una verdad necesaria y no puede ser de otro modo: tenemos que fijar la mente siempre en Dios solo. 1115 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLI 3

En el alma hay una potencia para la cual todas las cosas son igualmente dulces; ah sí, lo peor y lo mejor de todo le resultan completamente iguales a esta potencia; ella toma a todas las cosas por encima de «aquí» y «ahora». «Ahora»… esto es tiempo, y «aquí»… esto es lugar, el lugar donde me encuentro ahora. Mas, si hubiera salido enteramente de mí mismo, desasiéndome por completo, entonces ¡albricias! el Padre engendraría a su Hijo unigénito en mi espíritu con tanta pureza que el espíritu volvería a darlo a luz. Ah sí, (lo digo) con toda verdad: Si mi alma estuviera tan dispuesta como el alma de Nuestro Señor Jesucristo, el Padre obraría en mi interior tan puramente — y nada menos — como en su Hijo unigénito; porque me ama a mí con el mismo amor con el que se ama a sí mismo. San Juan dice: «Al comienzo era el Verbo y el Verbo estaba con Dios y Dios era el Verbo» (Juan 1, 1). Ea, aquel que ha de escuchar el Verbo en el Padre — allí reina gran silencio — debe estar muy tranquilo y apartado de todas las imágenes, ah sí, y de todas las formas. Ea, este hombre debería vincularse a Dios con tanta lealtad que todas las cosas juntas no fueran capaces de alegrarlo ni entristecerlo. Ha de recibir todas las cosas en Dios, tales como son en Él. 1133 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLII 3

Estas palabras están escritas en el santo Evangelio, y Nuestro Señor Jesucristo dice: «En esto consiste la vida eterna, en que te conozcan a ti solo, como Dios verdadero y a tu Hijo Jesucristo, a quien enviaste» (Cfr Juan 17, 3). 1196 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLVI 3

San Gregorio nos prescribe cuatro puntos que debe observar el hombre que ha de «escuchar y guardar la palabra de Dios». El primero es que se debe haber mortificado él mismo con respecto a todo deseo carnal, habiendo aniquilado en su fuero íntimo todas las cosas perecederas, y él mismo también debe estar muerto para todo lo perecedero. Segundo: que se halle totalmente y para siempre elevado hasta Dios con conocimiento y amor y con ternura verdadera (e) íntegra. El tercer punto consiste en que no le haga a nadie lo que le apenaría que se lo hicieran a él. El cuarto punto implica que sea generoso en cuanto a las cosas materiales y bienes espirituales, que lo dé todo generosamente. Hay muchas personas que aparentan dar y en verdad no lo hacen. Son aquellos que dan sus dones a quienes tienen más que ellos del don que dan, donde acaso ni se apetece ese (regalo), o donde aspiran que a trueque de su don se les haga algún servicio o se les devuelva algo en cambio o se les reverencie. El don de semejante gente se llamaría, más propiamente, una petición en vez de un don, porque en verdad no dan nada. Nuestro Señor Jesucristo era libre y pobre en todos sus dones que nos dio caritativamente: en todos sus dones no buscó nada suyo, más aún: aspiraba sólo a (la) loa y gloria del Padre y a nuestra bienaventuranza, y por el amor verdadero se entregó Él mismo a la muerte. El hombre, pues, que quiere dar por amor de Dios, ha de dar los bienes materiales puramente por Dios de modo que no piense en (recibir) ni un servicio ni una retribución ni honras perecederas, y que no busque para sí nada que no sea (la) loa y (la) honra de Dios, y que, por amor de Dios, ayude a su prójimo necesitado de alguna cosa para su sustento. Y del mismo modo habrá de dar también los bienes espirituales, allí donde sabe que su hermano en Cristo los recibe de buen grado para corregir así su vida por amor de Dios, y no ha de apetecer ni agradecimiento ni recompensa de ese hombre ni ventaja alguna y tampoco debe pedir ninguna recompensa de parte de Dios por el servicio (prestado), excepto que Dios sea loado. De tal modo ha de mantenerse libre con respecto a su dádiva, tal como Cristo permaneció libre y pobre con respecto a todos sus dones que nos dio. Dar de este modo significa dar en realidad. Quien cumple con estos cuatro puntos, puede confiar de veras en que ha escuchado y también guardado la palabra de Dios. 1239 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3

Ahora me voy a referir a la segunda sentencia pronunciada por Nuestro Señor: «Si el grano de trigo no cae a tierra y no muere allí, queda solo y no produce fruto. Pero, si cae a tierra y muere allí, produce cien veces más fruto». «Cien veces», dicho con significado espiritual, equivale a innumerables frutos. Pero ¿qué es el grano de trigo que cae a tierra, y qué es la tierra a la cual ha de caer? Este grano de trigo — según expondré ahora — es el espíritu al que se llama o se dice alma humana, y la tierra a la cual ha de caer, es la muy bendita humanidad de Jesucristo; porque ésta es el campo más noble que haya sido creado jamás de tierra o preparado para cualquier fecundidad. A este campo lo han preparado el mismo Padre y este mismo Verbo y el Espíritu Santo. Ea, ¿cuál era el fruto de este precioso campo de la humanidad de Jesucristo? Era su alma noble, desde el momento en que sucedió que, por la voluntad divina y el poder del Espíritu Santo, la noble humanidad y el noble cuerpo fueron formados en el seno de Nuestra Señora para la salvación de los hombres, y que fue creada el alma noble, de modo que el cuerpo y el alma en un solo instante fueron unidos con el Verbo eterno. Esta unión se hizo tan rápida y verdaderamente que, tan pronto como el cuerpo y el alma se enteraron de que Él (Cristo) estaba, en ese mismo momento Él se comprendió como naturalezas humana y divina unidas, (como) Dios verdadero y hombre verdadero, un solo Cristo que es Dios. 1243 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3

Ahora ¡fijaos en el fruto céntuplo e innumerable de este grano de trigo! El primer fruto consiste en que ha dado loa y gloria al Padre y a toda la naturaleza divina por el hecho de que Él, con sus potencias superiores, no se apartó, ni por un momento ni por un punto (de la contemplación del bien supremo), por causa de todo cuanto debía realizar la facultad intelectual ni por todo cuanto tenía que sufrir el cuerpo: así (y) a pesar de todo, seguía contemplando sin cesar a la divinidad con ininterrumpida loa, otra vez engendrada, de la dominación paterna. Esta es una de las maneras de la fecundidad del grano de trigo desde la tierra de su noble humanidad. La otra manera es la siguiente: todo el sufrimiento fecundo de su santa humanidad, que soportó en esta vida por el hambre, la sed, el calor, los vientos, las lluvias, los granizos, la nieve, por muchas penas y además, por su muerte amarga, todo esto lo ofrendó para honrar al Padre divino. Esto redunda en gloria para Él mismo y en fecundidad para todas las criaturas que, con su gracia (= la de Cristo), quieren imitarlo en su vida (poniendo) todos sus esfuerzos. Mirad, ésta es la otra fecundidad de su santa humanidad y del grano de trigo (que es) su alma noble, la cual en esa (condición) se ha hecho fértil para gloria de Él mismo y para (la) bienaventuranza de la naturaleza humana. Ahora acabáis de escuchar cómo el alma noble de Nuestro Señor Jesucristo se ha vuelto fecunda en su santa humanidad. Habéis de observar además, cómo también el hombre ha de llegar a esta (meta). Aquel hombre que intenta arrojar su alma, o sea el grano de trigo, al campo de la humanidad de Jesucristo, para que perezca ahí y se vuelva fecunda, también debe perecer de dos modos. Un modo tiene que ser corpóreo, el otro espiritual. Al corpóreo hay que interpretarlo como sigue: cuanto sufre a causa del hambre, de la sed, del frío, del calor y de que se lo desprecie y (tenga que soportar) muchos sufrimientos inmerecidos, cualquiera que sea la forma en que Dios lo disponga, (todo) esto lo habrá de aceptar de buen grado, alegremente, justo como si Dios no lo hubiera creado para nada que no fuese padecimiento e infortunio y trabajo, y no habrá de buscar y apetecer en ello cosa alguna para sí mismo, ni en el cielo ni en la tierra, y todo su sufrimiento le tendrá que parecer poco, como una gota de agua en comparación con el mar embravecido. Debes considerar tu sufrimiento así de pequeño frente al gran padecimiento de Jesucristo. De esta manera se vuelve fecundo el grano de trigo, (o sea) tu alma, en el noble campo de la humanidad de Jesucristo, y perece en él de forma tal que se abandona totalmente a sí mismo. Éste es el primero de los modos, (propio) de la fecundidad del grano de trigo que ha caído al campo y a la tierra de la humanidad de Jesucristo. 1247 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3

¡Ahora fijaos en el otro modo (propio) de la fecundidad del espíritu, (o sea) el grano de trigo! Es el siguiente: toda el hambre espiritual y la amargura, en las que lo sumerge Dios, lo habrá de soportar todo pacientemente; y aun cuando hace todo cuanto es capaz de hacer interior y exteriormente, no debe apetecer nada en recompensa. Y si Dios quisiera aniquilarlo o arrojarlo al infierno, no debería querer ni desear que Dios lo conservara en su ser o que lo librase del infierno, sino que debe dejar que Dios haga con él todo cuanto Él quiere o como si tú ni siquiera existieras: Dios ha de ser tan poderoso en todo cuanto eres tú, como en su propia naturaleza increada. Otra cosa más debes tener. Esto es: en el caso de que Dios te librara de la pobreza interior y te donara riqueza íntima y mercedes y te uniera con Él mismo en un grado tan alto como es capaz de experimentarlo tu alma, entonces deberías mantenerte tan libre de la riqueza y rendirle honor sólo a Dios, tal como tu alma se mantuvo libre cuando Dios la creó como algo desde la nada. Esta es la otra forma de la fecundidad que el grano de trigo, (o sea) el alma, ha recibido de la tierra (que es) la humanidad de Jesucristo, la que se mantuvo libre, por alta (que fuera) su fruición (del sumo bien), como dijo Él mismo en contra de los fariseos: «Si buscara mi gloria, mi gloria no sería nada; busco la gloria de mi Padre que me ha enviado» (Cfr Juan 8, 54 y 50). 1248 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3

La tercera parte de este sermón se refiere a lo que dijo Nuestro Señor: «Juan Bautista es grande; es el mayor que alguna vez haya nacido por entre todos los hijos de las mujeres. Pero, si alguien fuera inferior a Juan, sería mayor que él en el reino de los cielos» (Cfr Mateo 11, 11). ¡Ea, observad ahora lo maravillosas y peculiares que son estas palabras de Jesucristo con las que elogiaba la grandeza de Juan que sería el mayor que hubiera nacido alguna vez del seno de una mujer! y, sin embargo dijo: «Si alguien fuera inferior a Juan, sería mayor que él en el reino de los cielos». ¿Cómo hemos de entender tal cosa? Os lo demostraré. 1249 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3

Ahora bien, hay dos clases de pobreza: una es una pobreza exterior y ésta es buena y muy elogiable en la persona que carga con ella voluntariamente, por amor de Nuestro Señor Jesucristo, porque Él mismo la soportó en esta tierra. De esta pobreza no quiero decir más. Pero existe otra pobreza, una pobreza interior respecto a la cual hay que entender la palabra de Nuestro Señor cuando dice: «Bienaventurados son los pobres en espíritu». 1296 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LII 3

«María Magdalena llegó al sepulcro» y buscaba a Nuestro Señor Jesucristo y «se acercó y miró adentro. Vio a dos ángeles» al lado del sepulcro, y «ellos dijeron: “Mujer, ¿a quién buscas?” —”A Jesús de Nazareth”. —”Ha resucitado, no está aquí”». Y ella se calló y no les contestó «y miró hacia atrás y hacia adelante y por encima del hombro y vio a Jesús y Él dijo: “Mujer ¿a quién estás buscando?” —”Oh señor, si lo has llevado, muéstrame dónde lo has puesto, lo quiero sacar de ahí”. Y Él dijo: “¡María!”» Y como ella a menudo había oído que Él pronunciara esta palabra con gran ternura, lo reconoció y se echó a sus pies y quiso tocarlo. Y Él dio un paso hacia atrás «y dijo: “¡No me toques! Aún no he llegado a mi Padre”» (Cfr Juan 20, 1 y 11 a 17; Marcos 16, 6). 1351 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LV 3

Estas palabras las dijo Nuestro Señor Jesucristo: «Quien me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará mi servidor junto conmigo» (Cfr Juan 12, 26). 1390 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LVIII 3

El tercer (punto) consiste en que nos fijemos en esa recompensa, (o sea) en lo que dice Nuestro Señor: «Donde estoy yo, habrá de estar conmigo mi servidor» (Cfr Juan 12, 26). ¿Dónde se halla la morada de Nuestro Señor Jesucristo? Ella se encuentra en el ser-uno con su Padre. Es una recompensa demasiado grande el que todos cuantos lo sirven, habrán de habitar en unión con Él. Por eso dijo San Felipe, cuando Nuestro Señor hablara de su Padre: «Señor, muéstranos a tu Padre y nos basta» (Cfr Juan 14, 8), como si quisiera decir que le bastaba la (mera) visión. Debemos sentirnos mucho más contentos (empero) por habitar en unión con Él. Cuando Nuestro Señor se transfigurara en la montaña y les mostrara un símil de la claridad que hay en el cielo, San Pedro pidió también a Nuestro Señor que permanecieran allí eternamente (Cfr Mateo 17, 1 a 4; Marcos 9, 1 a 4; Lucas 9, 28 a 33). Deberíamos tener un anhelo desmedidamente grande de (llegar a) la unión con Nuestro Señor (y) Dios. Esta unión con Nuestro Señor (y) Dios se ha de conocer sobre la base de la siguiente instrucción: Así como Dios es trino en las personas, así es uno por naturaleza. De ese modo hay que comprender también la unión de Nuestro Señor Jesucristo con su Padre y con el alma. Así como se distingue entre (el) blanco y (el) negro — el uno no puede tolerar al otro, el blanco no es negro — así sucede (también) con (el) algo y (la) nada. Nada es aquello que no puede tomar nada de nada; algo es aquello que recibe algo de algo. Exactamente así sucede con Dios: aquello que es algo, se halla siempre en Dios; allí no falta nada de ello. Cuando el alma es unida a Dios, tiene en Él todo cuanto es algo, en su entera perfección. Allí, el alma se olvida de sí misma — tal como es en sí misma — y de todas las cosas y se reconoce como divina en Dios, por cuanto Dios se halla en ella; y hasta ese punto se ama en Él a sí misma como divina y se halla unida con Él sin diferenciación de modo que no goza ni se alegra de nada a excepción de Él. ¿Qué más quiere apetecer o saber el hombre cuando se halla unido con Dios con tanta felicidad? Dios creó al hombre para esta unión. Cuando el señor Adán infringiera el mandamiento, fue expulsado del paraíso. Entonces, Nuestro Señor colocó delante del paraíso a dos custodios: un ángel y una espada llameante que era de doble filo (Cfr Génesis 3, 23 ss). Esto significa dos cosas mediante las cuales el hombre puede volver al cielo así como cayó de él. La primera: por medio de la naturaleza del ángel. San Dionisio dice: «La naturaleza angelical significa lo mismo que la revelación de la luz divina». Con los ángeles, (y) por medio de los ángeles y la luz (divina), el alma ha de dirigirse otra vez hacia Dios hasta que retorne al origen primigenio… Segundo: por medio de la espada llameante, esto quiere decir que el alma ha de volver por medio de obras buenas y divinas, hechas con amor ardiente por Dios y el hermano en Cristo. 1393 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LVIII 3

El alma no tiene diferencia frente a Nuestro Señor Jesucristo, sólo que el alma tiene un ser más burdo, porque su ser (de Cristo) está vinculado a la persona eterna (del Hijo). Pues, en cuanto ella se deshiciera de su tosquedad — y si pudiera deshacerse de ésta por completo —, ella sería perfectamente lo mismo (que Cristo); y todo cuanto se puede decir de Nuestro Señor Jesucristo, se podría decir del alma. 1409 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LIX 3