Dije alguna vez: Aquello que en sentido propio puede expresarse mediante palabras, debe salir de adentro y moverse por la forma interior y no ha de entrar desde fuera: al contrario, debe salir desde dentro. Ello vive por excelencia en lo más íntimo del alma. Allí tienes presentes a todas las cosas y ellas viven y buscan en el fuero íntimo, hallándose allí en lo óptimo y lo más elevado. ¿Por qué no notas nada de ello? Porque ahí no estás en tu casa. Cuanto más noble es una cosa, tanto más universal es. Los sentidos los tengo en común con los animales, y la vida con los árboles. El ser me resulta todavía más íntimo, lo tengo en común con todas las criaturas. El cielo es más abarcador que todo cuanto está por debajo de él; por eso es también más noble. Cuanto más nobles son las cosas, tanto más abarcadoras y universales son. El amor es noble por ser universal. ECKHART: SERMONES: SERMÓN IV 3
Ahora bien, se dice: «Fue hallado en su interior». «Interior» es aquello que vive en el fondo del alma, en lo más íntimo del alma, en (el) entendimiento, y que no sale ni mira a ninguna cosa. Allí todas las potencias del alma son igualmente nobles; allí «fue hallado justo en su interior». Justo es aquello que es igual en el amor y en el sufrimiento y en la amargura y en la dulzura, (justo es) aquel a quien no lo estorba ninguna cosa para hallarse (como) uno en la justicia. El hombre justo es uno con Dios. (La) igualdad es amada. (El) amor siempre ama a lo igual; por eso, Dios ama al hombre justo como igual a Él mismo. ECKHART: SERMONES: SERMÓN X 3
Ahora bien, Él dice: «Mirad, envío a mi ángel». Cuando se dice: «Mirad», se entienden tres cosas: una que es grande, u otra que es maravillosa o una tercera que es extraordinaria. «Mirad, envío a mi ángel para que prepare» y purifique al alma a fin de que pueda recibir la luz divina. La luz divina se halla, en todo momento, firmemente insertada en la luz del ángel, y la luz del ángel le resultaría molesta al alma y no le gustaría, si dentro de aquélla no estuviera escondida la luz divina. Dios se esconde en la luz angelical y se cubre con ella esperando continuamente el instante en el que pueda arrastrarse hacia fuera para entregarse al alma. He dicho también en otras ocasiones: Si alguien me preguntara qué es lo que hace Dios en el cielo, diría: Engendra a su Hijo y lo engendra completamente nuevo y lozano, y al hacerlo siente un deleite tal que no hace sino realizar esa obra. Por eso dice: «Mirad, Yo». Aquel que dice «Yo» tiene que hacer la obra de la mejor manera imaginable. Nadie puede pronunciar esta palabra, en sentido propio, sino el Padre. La obra le es tan propia que nadie sino el Padre es capaz de realizarla. En esta obra Dios opera todas sus obras y de ella penden el Espíritu Santo y todas las criaturas, porque Dios realiza la obra, que es su nacimiento, en el alma; su nacimiento es su obra y el nacimiento es el Hijo. Esta obra la opera Dios en el fondo más íntimo del alma y tan a escondidas que no lo saben ni los ángeles ni los santos, y el alma no puede contribuir con nada sino sólo sufrirlo; pertenece únicamente a Dios. Por eso dice con propiedad el Padre: «Yo envío a mi ángel». Ahora digo yo: No lo queremos, esto no nos basta. Dice Orígenes: «María Magdalena buscaba a Nuestro Señor; buscaba a un muerto y encontró a dos ángeles vivos (Cfr. Juan 20, lis.) y no le bastó. Tenía razón porque buscaba a Dios». ECKHART: SERMONES: SERMÓN XXXI 3
El Padre, a partir de todo su poder, enuncia al Hijo y en Él a todas las cosas. Todas las criaturas son un hablar de Dios. Así como mi boca habla de Dios y lo revela, así lo hace el ser de la piedra, y por la obra se llega a conocer más que por las palabras. La obra realizada por la naturaleza suprema a causa de su poder supremo, no puede ser comprendida por la naturaleza que se halla por debajo de ella. Si obrara lo mismo, ya no se encontraría por debajo de ella: sería igual. Todas las criaturas desean imitar en sus obras el hablar de Dios. Mas, es muy modesto lo que saben revelar. Aun el hecho de que los ángeles supremos asciendan y toquen a Dios, es tan desigual en comparación con aquello que hay en Dios, como el blanco al negro. Es muy disímil lo que han recibido todas las criaturas (juntas), sin embargo, desearían expresar lo máximo de lo que son capaces. Dice el profeta: «Señor, tú dices una cosa y yo entiendo dos» (Salmo 61, 12). Cuando Dios le habla al fuero íntimo del alma, ella y Él son uno solo; mas, tan pronto como esto cae (hacia fuera), es dividido. Cuanto más ascendemos con nuestro conocimiento, tanto más somos uno en Él (el Hijo). Por ello, el Padre enuncia al Hijo todo el tiempo en la unidad y derrama en Él a todas las criaturas. Estas piden todas entrar otra vez allí de donde emanaron. Toda su vida y su ser, todo esto es un clamor y un volver corriendo hacia aquello de donde salieron. ECKHART: SERMONES: SERMÓN LIII 3