Subrayemos antes que nada la ignorancia casi total de los cristianos y su incomprensión fundamental hacia uno de los más grandes Misterios del cristianismo y hacia el papel irremplazable de la Virgen en la «vida espiritual». Ciertamente la «devoción» a María, su lugar en la Liturgia y la intuición de los grandes místicos deberían de ser suficientes para las almas de «buena voluntad». Pero hoy en día, más que nunca, se evita hablar de eso, sin duda para no molestar a nuestros «hermanos separados», y los partidarios de la «desmitificación» se hallan en condiciones favorables para tratar el comienzo del Evangelio según San Lucas con el desprecio que ya sabemos. Podríamos decir que en este punto Satán a obtenido una victoria aplastante. EL MISTERIO DE LA VIRGEN MARÍA
En la procesion de Inteligencia por la cual el Padre (Sat) engendra al Hijo (Chit), el Padre no conoce ningún «objeto»: «Tu no puedes conocer a Aquel que hace conocer lo que es conocido, y que es su Si mismo en todas las cosas. Lo mismo que Dios mismo no conoce aquello que él es, porque El no es ningún “esto”» [NA: Comienzo del Brhad Aranyaka Upanisad, III, 4,2.]. Dios (Sat) es conocimiento Puro y Absoluto (Chit), conocimiento de “nada”. Por eso mismo, este conocimiento se identifica a la Ignorancia (la Docta ignorancia) que no es otra que Mâyâ. Esta última, en tanto que Shakti [NA: La potencia de manifestación de Brahman (ver nota 17), la Omni-Posibilidad u Omni-Potencia divina. Ver también Mâyâ] de Brahma [NA: Nombre neutro que designa el Principio supremo en la metafísica del Vedanta (el punto de vista más elevado de la doctrina hindú, es decir el que llega a la metafísica pura, Shankara (nota 11) es su doctor más eminente).], no es otra que la Omni-Posibilidad, la Omni-Potencia, la Voluntad, el Amor puro y Absoluto, el Espíritu Santo, que procede así del Padre (y del Hijo) por modo de Voluntad, y que es también Beatitud (Ananda). Es en este contexto donde se sitúa entonces el misterio o el «milagro» de la Existencia, bajo cualquier modo que sea, desde el instante que ese modo está devuelto a su Principio, del cual no está separado más que ilusoriamente. No es en vano que la teología enseña que Dios ha creado el mundo por amor, pero no por «amor al mundo» que no tiene mas que una existencia ilusoria (el juego de Mâyâ), y que no existe mas que para permitir al Uno sin segundo afirmar que todo otro «diferente de El» no existe. [NA: L. Shaya, La Doctrina sufí de la Unidad.] INTERPRETACIÓN METAFÍSICA DE LA TRINIDAD
En definitiva todo el «mal» viene del desconocimiento o de la ignorancia de esta verdad fundamental. A partir del momento en el que el «receptáculo» se toma por algo diferente de un «receptáculo» y se afirma como una realidad autónoma, se «declara en rebelión» de alguna manera contra su «destino», revuelta por lo demás ilusoria, ya que a los ojos de Dios él siempre será tan solo un «receptáculo». Uno puede preguntarse evidentemente como una revuelta, incluso ilusoria, puede –o ha podido– producirse, aunque solo sea al nivel del mundo manifestado, puesto que la Esencia divina no podría estar afectada; pero una cuestión tal es insoluble «racionalmente», ya que esto, en el fondo, lleva a preguntarse por qué ciertas posibilidades «no existentes» (En el sentido de «todavía no manifestadas» como se ha dicho más arriba.) in divinis han podido manifestarse y por lo tanto afirmarse en tanto que realidades aparentemente separadas de Dios, a un nivel de existencia tal que el nuestro, por ejemplo. Esta cuestión no comporta otra respuesta que la que sigue: es en virtud de un cierto «contenido» de su «arquetipo» que ciertas posibilidades se manifiestan a diferentes niveles de existencia. Este «contenido» no podría manifestarse, según ciertos modos, y esto en virtud de la Infinidad de la Posibilidad Universal. Es por tanto en virtud de una cierta «necesidad» como los diferentes mundos han «aparecido», cualesquiera que sean además las consecuencias aparentemente «incomodas» de su «afirmación» en modo manifestado; pero estas consecuencias no son incomodas más que en virtud de una ignorancia que puede ser vencida gracias a la Revelación de la Esencia –o del Verbo-Intelecto– Revelación que «niega» la afirmación ilusoria del mundo por «Su afirmación de Si mismo»: «No piensen que vine a poner paz sobre la tierra: no vine a poner paz, sino espada» (Mateo X, 34) EL SENTIDO DE LA VIDA
Así, metafísicamente, todos –salvo el «hombre verdadero»– están «perdidos», y sin embargo, en otro sentido, ninguno puede escapar al Querer Universal Divino. Pero mientras que los «fieles» se conforman consciente y voluntariamente al Querer divino por el Conocimiento metafísico, los otros permanecen en la ignorancia, y es en este sentido que no pueden ser llamados «sometidos». DE LA SUMISION A LA VOLUNTAD DE DIOS
La ignorancia es la raíz de todo mal: todo ser es bueno en su esencia verdadera, pero el mal proviene de que ignoramos esta esencia verdadera, tanto la nuestra como la de los demás seres. El peor de los errores es confundir nuestra esencia verdadera –nuestro «Si-mismo» inmortal– con nuestro ego perecedero, que no es más que la serie de nuestros estados de consciencia y de nuestras relaciones con el mundo exterior. DE LA IGNORANCIA
La ignorancia pura y simple del «iletrado» es benigna e «inocente» al lado de las pretensiones sapienciales del hombre «cultivado» cuyo saber profano es un obstáculo a la Luz, mientras que la «virginidad mental» del iletrado (Al Angel Gabriel, la Virgen responde que ella no «conoce ningún hombre»; el Profeta responde que él es «iletrado».) puede ser una apertura a la Verdad. La ciencia profana, que no es más que un formalismo seudo-metafísico, constituye de hecho una ignorancia tanto más «monstruosa» cuanto que ella se desarrolla sobre si misma fuera de toda teología. En cuanto a la filosofía profana, es la palabrería de un ciego disertando sobre los colores. El arte y la literatura profanas no son entonces más que la expresión colectiva de una sicología reducida a los estados de consciencia o a las situaciones humanas más vulgares del hombre sumido en las tinieblas de la ignorancia más espesa y las intrigas más banales de la vida ordinaria (F. Schuon). DE LA IGNORANCIA
No hay peor ilusión que la ciencia, la filosofía, el arte y la literatura profanos: es ahí donde reside la ignorancia verdadera, puesto que una seudo-sabiduría tiende a substituir a la Sabiduría Verdadera (1 Cor. I, 19). Por que esta es también «Ignorancia», No-saber, Apofatismo. Se le llama la «Docta Ignorancia», y la ignorancia del iletrado es, de alguna manera, su reflejo diríamos natural; el falso-saber del filósofo profano es, por el contrario, su contraparte satánica o luciferína. DE LA IGNORANCIA
¿En que consiste la «Docta Ignorancia»? En saber, en primer lugar, que mi ego perecedero es una pura nada ante Dios, una sucesión de estados de consciencia y de relaciones con el mundo exterior, sin consistencia y sin realidad: «Este no es mi Si-mismo» (Fórmula por la cual A.K. Coomaraswamy expresa la doctrina búdica del anâtman (o anatta); cf. Hinduismo y Budismo.); en saber, en segundo lugar, que ninguna de mis facultades humanas puede liberarme el «Secreto supraesencial» de mi esencia verdadera, mi verdadero Nombre (Apoc. II, 17). En otros términos, la «Docta Ignorancia» consiste en saber que Dios es incognoscible. En verdad, la Esencia divina es absolutamente incognoscible, incluso por ella misma: Dios no puede conocer que es él, por que él no es ningún «que»; él no es nada de lo que, en nuestra ignorancia, creemos poder afirmar de él. Lo que nosotros afirmamos de él, hay que inmediatamente negarlo: tal es el apofatismo. Pero en verdad, Dios está más allá de toda negación como de toda afirmación: él es el Inefable. DE LA IGNORANCIA
En el retorno de la multiplicidad a la Unidad no es la multiplicidad de los egos individuales como tales lo que retorna al Principio, sino los «fragmentos» de la Divinidad dispersos en los seres, y no es sino por la «muerte» de dichos egos que la Deidad desmembrada es restaurada en su integridad y su plenitud primeras. Así, la multiplicidad de los seres se presenta bajo dos aspectos recíprocamente inversos: en el sentido de la «caída», del «pecado» o del «mal», lo que se manifiesta es la «separatividad», con la ignorancia de nuestro verdadero Sí y la ilusión egoísta o altruísta; en el sentido del retorno a la Unidad, la multiplicidad de los seres aparece por el contrario como liberada de todas las limitaciones individuales que les separan, para constituir una «multiplicidad integral» o «unificada», una realidad «única», un Pléroma unido a la Deidad de una manera inefable, más allá de toda dualidad y de toda distinción. Es desde esta perspectiva que puede considerarse la «reintegración» de todo en el Uno como un matrimonio sagrado, como la unión mística de la Esposa y el Esposo. Este matrimonio sagrado se basa en una doble Muerte o en un Sacrificio doble: la Muerte y la Deidad, previamente dispersa en sus hijos, y la muerte de los egos individuales en el retorno a la Unidad. Tal es, tanto como pueda ser susceptible de analizar, el misterio del Amor y de la Muerte. CONSIDERACIONES SOBRE LA MISA
Se habla mucho hoy en día del «drama» de la existencia, y de esta manera se evocan los males de los que sufre la humanidad: la enfermedad, el hambre, la guerra, la muerte, etc., y se olvida que el drama esencial de la vida o la causa de todos estos males, es la ignorancia. Pero es importante precisar cuanto antes que entendemos por ello la ignorancia esencial, es decir de ignorancia de la esencia misma de las cosas: el hombre ignora su propia esencia tanto como la del universo que le rodea; busca entonces confusamente compensar esta ignorancia por un conocimiento que no tiene nada de esencial, que es puramente ilusorio, y en la cual corre el riesgo de perderse definitivamente; se trata tanto del conocimiento vulgar como del conocimiento científico o filosófico moderno, del que se puede afirmar sin restricción que no es más que un «sabe ignorante». SOBRE LA INGENUIDAD
Estas verdades elementales parecen ser totalmente ignoradas por nuestros contemporáneos, y los representantes de la autoridad espiritual temiendo pasar por «retrógrados», ya no osan hacer alusión a ellas, traicionando así su misión con una desenvoltura que no puede explicarse más que como «un signo de los tiempos». Es necesario, en efecto, admitir que una ignorancia tan universal está estrechamente ligada al «momento cósmico» y a las condiciones particularmente penosas del «fin de los tiempos» en el que las tinieblas asfixian a la luz hasta el punto de hacerla totalmente invisible. SOBRE LA INGENUIDAD
Si esto es así, puede parecer ilusorio revelar al hombre moderno una ignorancia cuasi invencible a la cual él cree además escapar cultivando la «ciencia» bajo todas sus formas. Una tal situación es, en efecto, sin remedio para la inmensa mayoría de nuestros contemporáneos, ya que si ellos reconocen su ignorancia y la vanidad de la ciencia, el mundo moderno cesaría por ello mismo de ser lo que es, lo cual es imposible. Nuestro propósito no se dirige por lo tanto más que al «núcleo pequeñisimo», no de aquellos que ya están convencidos, lo cual sería inútil, sino de aquellos que son todavía susceptibles de comprender, siendo su pequeño número por otra parte sin influencia sobre la mentalidad general condenada a la ignorancia; añadamos finalmente que incluso si ese «núcleo» no existe, todavía queda una razón mayor de escribir estas cosas, a saber que nunca es inútil proclamar la verdad, incluso si no hay en el presente ningún individuo capaz de comprenderla. SOBRE LA INGENUIDAD
Sea como sea, pensamos que hay quizás un aspecto o una consecuencia de la ignorancia a la cual el hombre moderno sería más sensible. En efecto, decirle que todos sus males provienen de la ignorancia de su propia esencia, equivale a reprochar a un ciego el no ver la luz. Pero si se llega a hacerle sentir ciertas consecuencias de su ignorancia, puede ser que alcanzaremos ha hacerle entrever esta, al menos en una cierta medida. SOBRE LA INGENUIDAD
Cuanto más analiza, más estrecha los eslabones de lo que él llama “evolución”, más crece su ignorancia y se cierra en la ilusión de su “sistema”. Hacer derivar al hombre de una serie de seres inferiores y finalmente de algún “átomo primitivo” – o cualquier otra teoría del mismo género – es una parodia y una falsificación de la “ontogénesis” tradicional: el hipotético “átomo primitivo” no es más que una parodia de la “Substancia primordial” (Prakriti); la “filogénesis” no es más que una parodia del “encadenamiento causal” que religa entre ellos los diferentes estados del ser, cuyo lazo es “Purusha”, y cuya “permanente actualidad” excluye toda evolución. Esto no es finalmente más que un “punto de vista” elaborada por un mental ignorante, a partir de datos empíricos proporcionados por el aspecto negativo del Cosmos, por medio de una hipótesis gratuita, una especie de “juicio sintético a priori” o de síntesis artificial, propiamente “luciferina”. A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN
El físico que ve en la luz una vibración electromagnética, o una “onda-corpúsculo”, o cualquier otra teoría del mismo género-, se hunde en la ignorancia a medida que analiza los hechos y que edifica teorías cada vez más complicadas, ya que no ve, con el ojo del Corazón, que la luz creada es idéntica, en su esencia, a la Luz Increada, ya que “no hay luz que no sea la Luz”. A PROPOSITO DE LA EVOLUCIÓN