Idade dos Heróis

IDADES — IDADE DOS HERÓIS

VIDE: Herói

Julius Evola: Excertos da versão espanhola de “Rivolta contro il mondo moderno (Opere di Julius Evola)”

Hesíodo refiere que tras la edad del bronce, antes de la del hierro, en las razas cuyo destino era la “extinción sin gloria en el Hades”, Zeus crea una raza mejor, que Hesiodo llama la raza de los héroes. Le es dada la posibilidad de conquistar la inmortalidad y de participar, a pesar de todo, en un estado parecido al de la edad primordial. Se trata pues de un tipo de civilización donde se manifiesta el intento de restaurar la tradición de los orígenes sobre la base del principio y de la cualificación guerrera. En verdad, los “héroes” no devienen todos inmortales, ni escapan necesariamente al Hades. Este es solo el destino de una parte de ellos. Y si se examinan, en su conjunto, los mitos helénicos y los de las otras tradiciones, se constata, tras la diversidad de los símbolos, la afinidad de las empresas de los titanes y de los héroes, y puede pues admitirse, que en el fondo, los unos y los otros pertenecen a un mismo linaje, son los audaces actores de una misma aventura trascendente que puede en ocasiones triunfar y en otras abortar. Los héroes que se convierten en inmortales son aquellos que realizan triunfalmente la aventura, aquellos que saben realmente evitar, gracias a un impulso hacia la trascendencia, la desviación propia al intento titánico de restaurar la virilidad espiritual primordial y superar la mujer — es decir, el espíritu lunar, afrodítico o amazónico-. Los otros, aquellos que no saben realizar esta posibilidad virtualmente conferida por el principio olímpico, por Zeus — esta posibilidad a la que aluden los Evangelios diciendo que el umbral de los cielos puede ser violado — descienden al mismo nivel que la raza de los titanes y de los gigantes, golpeados por maldiciones y castigos diversos, consecuencias de su temeridad y de la corrupción operada en ellos en las “vías de la carne sobre la tierra”. A propósito de estas correspondencias entre la vía de los titanes y la vía de los héroes, es interesante señalar el mito, según el cual Prometeo, una vez liberado, habría enseñado a Hércules el camino del jardín de las Hespérides, donde deberá recoger el fruto de la inmortalidad. Pero este fruto, una vez conquistado por Hércules, es tomado por Atenea — que representa aquí el intelecto olímpico — y repuesto en su lugar “por que no está permitido llevarlo a cualquier lugar”. Es preciso entender por ello que esta conquista debe ser reservada a la raza a quien pertenece y no debe ser profanada al servicio de lo humano, tal como Prometeo tenía intención de hacer.

En el ciclo heroico aparece en ocasiones el tema de la díada, es decir, de la pareja y de la mujer, entendidos, no en un sentido análogo al de los diversos casos que acabamos de examinar, sino en el ya expuesto en la primera parte de esta obra a propósito de la leyenda del Rex Nemorensis, de las “mujeres” que “hacen” reyes divinos, “mujeres” del ciclo caballeresco y demás. A propósito del contenido diferente que presenta, según los casos, un simbolismo idéntico, nos contentaremos con observar que la mujer que encarna, sea un principio vivificante (Eva, “la viviente”, Hebe, todo lo que se desprende de la relación entre las mujeres divinas y el árbol de la vida, etc.) sea un principio de iluminación o de sabiduría trascendente (Atenea, nacida del cerebro del Zeus olímpico, guía de Hércules; la virgen Sofía, la Dama Inteligencia de los “Fieles de Amor”, etc.) sea un poder (la Shatki hindú, las walkirias nórdicas, la diosa de las batallas Morrigu que ofrece su amor a los héroes solares del ciclo céltico de los Ulster, etc.), tal mujer, decimos, es objeto de una conquista, que no resta al héroe su carácter viril, sino que le permite integrarlo en un plano superior. Más importante, sin embargo, en los ciclos del tipo heroico es el tema de la oposición contra toda pretensión ginecocrática y todo intento amazónico. Este tema, esencial para la definición del concepto de “héroe”, de una alianza con el principio olímpico y de una lucha contra el principio titánico, ha sido claramente expresado en el ciclo helénico, especialmente en la figura del Hércules dórico.

Ya hemos visto que a semejanza de Teseo, Belerofonte y Aquiles, Hércules combate contra las amazonas simbólicas hasta su exterminio. Si el Hércules lidio conoce una caida afrodítica con Omphalo, el Hércules dórico merece siempre el título de miaogynos o “enemigo de la mujer”. Desde su nacimiento, la diosa de la tierra, Hera, le es hostil; viniendo al mundo, estrangula a dos serpientes que Hera había enviado para suprimirlo. Se ve obligado continuamente a combatir a Hera, sin ser jamás vencido. Consigue incluso herir y poseer en la inmortalidad olímpica, a su hija única Hebe, la “eterna juventud”. Si se considera a otras figuras del ciclo en cuestión, tanto en Occidente como en Oriente, se encontrará siempre, en una cierta medida, estos mismos temas fundamentales. Es así como Hera (significativamente ayudada por Ares, el dios violento de la guerra) intenta impedir el nacimiento de Apolo, enviando a la serpiente Python para perseguirlo. Apolo debe combatir a Tatius, hijo de la misma diosa que le protege, pero, en la lucha, ella misma resulta herida por el héroe hiperbóreo, al igual que Afrodita es herida por Ajax. Por incierto que sea el resultado final de la empresa del héroe caldeo Gilgamesh a la búsqueda del árbol de la inmortalidad, todo su historia no es más que el relato de la lucha que mantiene contra la diosa Isthar — que corresponde al tipo afrodítico de la Madre de la vida — cuyo amor rechaza reprochándole crudamente la suerte que conocieron sus otros amantes; y mata al animal demoníaco, el ureus o toro, que la diosa había lanzado contra él. Indra, prototipo celeste del héroe, en un gesto considerado como “heroico y viril”, golpea con su rayo a la mujer celeste amazónica Usha, aun siendo el señor de esta “mujer” que como shakti tiene también el sentido de “potencia”. Cuando Parsifal provoca con su partida la muerte de su madre, opuesta a su vocación heroica, y se convierte también en “Caballero celeste”, o cuando el héroe persa Rostam, según el Shamani, debe descubrir la trampa del dragón que se le presenta bajo la apariencia de una mujer seductora, antes de poder liberar un rey que, gracias a Rostam, recupera la vista e intenta escalar el cielo por medio del “águila”, siempre se repite el mismo tema. La trampa seductora de una mujer que, por medios afrodíticos o encantamientos, intenta desviar de una empresa simbólica a un héroe concebido como destructor de titanes, de seres monstruosos o de guerreros en revuelta, o como afirmador de un derecho superior, es un tema tan frecuente y popular, que es inútil multiplicar aquí los ejemplos. Lo cierto es que en las sagas y leyendas de este tipo, únicamente sobre el plano más inferior, la trampa de la mujer puede ser asimilada a la de la carne. Si bien es cierto que “si la mujer aporta la muerte, el hombre la domina a través del espíritu” pasando de la virilidad fálica a la virilidad espiritual, es preciso añadir que en realidad, la trampa tendida por la mujer o por la diosa expresa también, esotéricamente, la trampa de una forma de espiritualidad que desviriliza y tiende a sincopar, o a desviar, el impulso hacia lo verdaderamente sobrenatural.

La superioridad consistía, no en ser la fuerza original sino en dominarla, tal es la cualidad del autophnes y del autolestos que estuvo estrechamente asociada, en Hélade, al ideal heroico. Esta cualidad se ha expresado en ocasiones a través del simbolismo del parricidio o del incesto: parricidio, en el sentido de una emancipación, en el sentido de devenir su propio principio; incesto, en el sentido, análogo, de poseer la materia prima. El arquetipo de Zeus, que habría matado a su propio padre y poseído a su madre Rea cuando, para huir de ella, tomó la forma de una serpiente, aparece como un reflejo del mismo espíritu en el mundo de los dioses, al igual que Agni, personificación del fuego sagrado de las razas heroicas arias que “apenas nacido, devora a sus dos padres” e Indra que, como Apolo destruye a Python, extermina a la serpiente Ahi, pero mata también al padre celeste Dyaus. En el simbolismo del Ars Regia hermético, se conserva igualmente el tema del “incesto filosofal”.

La tradición hindú ofrece un ejemplo interesante de la forma en que se presenta, en un ciclo heroico, el tema de los “dos”. Primeramente el dios Varuna que, como Dyaus (y como el Urano griego, al cual Varuna corresponde incluso etimológicamente) designa el principio celeste primordial. Pero Varuna, en las formas ulteriores de la tradición, se transforma, por así decirlo, en dos gemelos, de los que uno continúa llevando el nombre de Varuna, y el otro pasa a llamarse Mitra — equivalente bajo diversos aspectos a Indra — se opone a él como divinidad heroica y luminosa, como el día a la noche. Es propio del ciclo heroico el transfigurar luminosamente lo que, en la dualidad, está diferenciado en el sentido masculino, es decir, guerrero, y atribuir caracteres negativos al aspecto del “cielo” que deviene la expresión de una espiritualidad lunar.

De forma general, si se hace referencia a las dos preformaciones del simbolismo solar que nos han servido ya para definir el proceso de diferenciación de la tradición, se puede pues decir que el mito heroico corresponde al sol asociado a un principio de cambio, pero no de una forma esencial — según el destino de caducidad y de continua redisolución en la Tierra Madre, propia de los dioses-año, o como en el pathos dionisíaco — sino disociándose de este principio, a fin de transfigurarse y reintegrarse en la inmutabilidad olímpica, en la naturaleza urania, inmortal.

Hemos llegado así a lo que se ha llamado el Misterio de Occidente: la región occidental considerada como trascendente en relación a la luz sometida a la ley de ascenso y descenso, considerada como residencia del Héroe, como estos Campos Elíseos donde gozan de una vida a imagen de la vida olímpica, es decir del estado primordial. Sobre el plano de las jerarquías y las dignidades tradicionales, corresponde a la iniciación y a la consagración, es decir, a las acciones mediante las cuales son sobrenaturalmente integradas las cualidades puramente guerreras de aquel que, aunque no poseyendo aun la naturaleza olímpica del dominador, debe asumir la función real.

Las civilizaciones heroicas que surgen antes de la edad del hierro — es decir antes de la época desprovista de todo principio espiritual, de la naturaleza que sea — y al margen de la edad de bronce, en el sentido de una superación de la espiritualidad demetríaco-afrodítica o del hybris titánico, o para vencer los intentos amazónicos, representan resurrecciones parciales de la Luz del Norte, de los momentos de restauración del ciclo de oro ártico. Es significativo, a este respecto, que entre las empresas que habrían conferido a Hércules la inmortalidad olímpica, figura la del jardín de las Hespérides y que, para llegar a él, haya pasado, según algunas tradiciones, por la región simbólica del norte “que los mortales no alcanzarán ni por tierra, ni por mar”, por el país de los Hiperbóreos, de donde este héroe — el “hermoso vencedor”, challinikos — habría traído el olivo con el cual se corona a los vencedores. Desde cierto punto de vista, estas civilizaciones representan la buena semilla, el resultado positivo de la unión de los “ángeles” con los habitantes de la tierra o dioses inmortales con mujeres mortales. No existe, en último análisis, ninguna diferencia entre los héroes cuya generación es explicada por la entrada de fuerzas divinas en los cuerpos humanos y por la unión de dioses olímpicos con mujeres, — estos “hombres gloriosos”, los Nephelin, fueron engendrados igualmente por la unión de ángeles con mujeres, antes de entregarse a la violencia — como ocurre con la raza heroica de los Völsungen que, según la leyenda de los Niebelungen, habrían sido engendrados por la unión de un dios con una mujer mortal y estos reyes solares, en fin, a los que frecuentemente se les atribuyó el mismo origen.

Hemos sido llevados, en resumen, a definir seis tipos fundamentales de civilizaciones y de tradiciones posteriores a la civilización primordial (edad de oro): de una parte, el demetrismo, pureza de la Luz del Sur (edad de plata, ciclo atlántico, sociedad sacerdotal); el afroditismo que es su forma degenerada y el amazonismo, intento desviado de restauración lunar. De otra parte, el titanismo o luciferismo, degenerado de la Luz del Norte (edad del bronce, época de los guerreros y los gigantes); dionisismo, aspiración masculina desviada, desvirilizada en las formas pasivas y mezcladas del éxtasis; enfin el heroísmo, en tanto que restauración de la espiritualidad olímpico-solar y la superación tanto de la Madre como del Titán. Tales son los momentos fundamentales a los cuales, de forma general, se puede reducir analíticamente todas las formas mezcladas de civilizaciones encaminándose hacia los tiempos “históricos”, es decir hacia el ciclo de la “edad oscura”, o edad de hierro.