Irineu de Lião — HOMEM E OUTRAS CRIATURAS
Excertos de Antonio Orbe, “Antropologia de San Ireneo”
El hombre plantea un problema ajeno a los demás entes creados. Estos se ordenan a aquél. El proceso entre su aparición y madurez se halla ciegamente imperado por la naturaleza. Nacen con la imperfección esencial a toda creatura. Pero en su especie y orden, perfectos; y por lo mismo sin historia ni destino hacia un ejemplar lejano, realizable en el futuro.
Los propios ángeles, dotados como el hombre de libertad, salen perfectos al conjuro de la palabra divina. Dios les ocupa en Su propio culto ‘para que no estén sin hacer nada e inútiles y malditos’ (Epid. 9). Filón asigna un tiempo incorpóreo, inteligible, al ‘universo noético’, mientras Platón le atribuye la eternidad. Según da a entender Ireneo, el oficio angélico se orienta más bien al servicio del hombre que al inmediato servicio de Dios. No esconde el ángel, como el hombre, un destino sublime que le obligue a incrementar su semejanza con Dios. A tenerlo, mal podría estar ocioso. Y no estando comprometido en la continua superación del plano ‘animal’, rumbo al h. ‘espiritual’, el ángel se habría instalado fácilmente, antes de la formación del hombre, en un ocio análogo al de las naturalezas imperfectibles. Análogo, por no ser perfectible; diverso, por ocurrir en creatura racional. Ocio razonable, por no tener a quien servir ni abrigar la ilusión de consumarse a sí mismo. Vituperable, porque a título de naturaleza libre debiera siempre buscar a Dios, en obligado servicio de gratitud. En todo caso, jamás los ángeles tienen historia, ni Dios les asignó un destino lejano que cumplir. Desde que vean frente a sí al hombre, le deberán ayudar. Entre tanto rendirán culto a Dios, haciendo uso de su libertad cantando y ‘contando la gloria suya’ (Ps 18,2) si.
A los ángeles invoca el salmista en Ps 148,4 bajo la metáfora de las aguas sobrecelestes: «Alabadle, ¡oh cielos de los cielos, y aguas que estáis por encima de los cielos!». Quizá les aguarda, a la postre, un fin sobrenatural. Aun entonces, sin ganar ni perder en la medida de lo divino que se les asignó en el primer uso de su libertad.
Todos, pues, a excepción del hombre, nacen perfectos. Ni el ave del cielo superará su especie, ni el león la suya, ni el ángel la dignidad primera. Ninguna especie creada ganará ni perderá, ni mudará un ápice a lo largo de la historia. Su finalidad no se lo exige. Cumplirá siempre su misión respecto al hombre, único fautor de historia.