Lo más elevado y lo extremo a que puede renunciar el hombre, consiste en que renuncie a Dios por amor de Dios. Pues bien, San Pablo renunció á Dios por amor de Dios, renunció a todo cuanto podía tomar de Dios y renunció a todo cuanto Dios podía darle y a todo cuanto podía recibir de Dios. Cuando renunció a ello, renunció a Dios por amor de Dios, y entonces Dios quedó para él tal como es esencialmente en sí mismo (y) no según su modo de ser recibido o conquistado, sino en su esencia primigenia que es Dios en sí mismo. Él nunca le dio nada a Dios, ni recibió jamás nada de Dios; se trata de una sola cosa y una unión pura. Allí, el hombre es hombre verdadero y en tal hombre no entra ninguna pena como tampoco puede entrar, en el ser divino; según ya he dicho varias veces que hay en el alma un algo tan afín a Dios que es uno sin estar unido. Es uno, no tiene nada en común con nada, ni le resulta común ninguna cosa de todo cuanto ha sido creado. Todo lo creado es (una) nada. Esto (de que hablo) está alejado de toda criaturidad y le resulta ajeno. Si el hombre fuera exclusivamente así, sería completamente increado e increable; si todo aquello que es corpóreo y achacoso, se hallara así comprendido en la unidad, no se distinguiría de la unidad misma. Si me hallara por un solo instante en este ser, cuidaría tan poco de mí mismo como de un gusanito de estiércol. 644 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XII 3
Ahora fijaos en qué es lo que oye «quien escucha la palabra divina». Escucha a Cristo nacido del Padre en completa igualdad con el Padre y habiendo adoptado nuestra humanidad. (Ambas cosas) se hallan unidas en su persona. Dios verdadero y hombre verdadero, un solo Cristo: he aquí la palabra que escucha íntegramente quien escucha la palabra de Dios y la guarda con toda perfección. 1267 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3
Ahora me voy a referir a la segunda sentencia pronunciada por Nuestro Señor: «Si el grano de trigo no cae a tierra y no muere allí, queda solo y no produce fruto. Pero, si cae a tierra y muere allí, produce cien veces más fruto». «Cien veces», dicho con significado espiritual, equivale a innumerables frutos. Pero ¿qué es el grano de trigo que cae a tierra, y qué es la tierra a la cual ha de caer? Este grano de trigo – según expondré ahora – es el espíritu al que se llama o se dice alma humana, y la tierra a la cual ha de caer, es la muy bendita humanidad de Jesucristo; porque ésta es el campo más noble que haya sido creado jamás de tierra o preparado para cualquier fecundidad. A este campo lo han preparado el mismo Padre y este mismo Verbo y el Espíritu Santo. Ea, ¿cuál era el fruto de este precioso campo de la humanidad de Jesucristo? Era su alma noble, desde el momento en que sucedió que, por la voluntad divina y el poder del Espíritu Santo, la noble humanidad y el noble cuerpo fueron formados en el seno de Nuestra Señora para la salvación de los hombres, y que fue creada el alma noble, de modo que el cuerpo y el alma en un solo instante fueron unidos con el Verbo eterno. Esta unión se hizo tan rápida y verdaderamente que, tan pronto como el cuerpo y el alma se enteraron de que Él (Cristo) estaba, en ese mismo momento Él se comprendió como naturalezas humana y divina unidas, (como) Dios verdadero y hombre verdadero, un solo Cristo que es Dios. 1272 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XLIX 3