Alguna vez le preguntaron a un enfermo por qué no le suplicaba a Dios que lo curara. Entonces, ese hombre dijo que no le gustaba hacerlo por tres razones. Una consistía en que él creía estar seguro de que el cariñoso Dios nunca permitiría que él estuviera enfermo si no fuera lo mejor para él. Otra razón era que el hombre, con tal de ser bueno, quiere todo cuanto quiere Dios y no (pretende) que Dios quiera lo que quiere el hombre; pues eso estaría muy mal. Y por ende: si Él quiere que yo esté enfermo – porque, si no lo quisiera, yo tampoco lo estaría – yo tampoco debo tener el deseo de estar sano. Pues, sin duda alguna, si fuera posible que Dios me curara sin que fuese su voluntad, no tendría valor para mí y no me gustaría que me curara. (El) querer proviene del amor y (el) no querer proviene de la falta de amor. Prefiero con mucho y es mejor y más útil para mí, que Dios me ame estando yo enfermo, en vez de que yo tuviera el cuerpo sano y Dios no me amase. Lo que ama Dios, es algo; lo que Dios no ama, es nada, así dice el Libro de la Sabiduría (Cfr. Sab. 11, 25). En esto reside también la verdad de que todo lo que quiere Dios es bueno justamente en cuanto y porque Dios lo, quiere. De cierto, hablando al modo humano: Yo preferiría que un hombre rico (y) poderoso, por ejemplo, un rey, me amara y, sin embargo, me dejase, por un rato, sin darme nada en vez de que me hiciera dar algo en seguida sin amarme con sinceridad; es decir, si él en este momento por amor no me diera nada, mas no me diera nada por ahora porque luego quisiera hacerme regalos más grandes y generosos. Hasta pongo por caso que el hombre que me ama y en este momento no me da nada, ni siquiera tenga la intención de darme algo más tarde; pues, puede ser que más tarde cambie de opinión y me haga un regalo. Yo esperaré pacientemente, sobre todo porque su don lo otorga por gracia e inmerecidamente. También es cierto: Aquel cuyo amor no aprecio y a cuya voluntad se opone la mía y de quien me interesaría únicamente su don, procede con justicia si no me da nada y si además me odia y me deja en el infortunio. 357 ECKHART: TRATADOS EL LIBRO DE LA CONSOLACIÓN DIVINA 3
Si en alguna parte existiera un rey rico que tuviese una hija hermosa y la desposara con el hijo de un hombre pobre, entonces serían elevados y ennoblecidos por este hecho todos los integrantes de su estirpe. Dice, pues, un maestro: Dios se hizo hombre (y) gracias a ello todo el género humano ha sido elevado y ennoblecido. Con razón debemos regocijarnos de que Cristo, nuestro hermano, por fuerza propia haya ascendido al cielo por encima de todos los coros angelicales, y esté sentado a la diestra del Padre. Este maestro ha dicho palabras acertadas, pero yo por cierto, no daría gran cosa por ello. ¿De qué me serviría si yo tuviera un hermano que fuese un hombre rico mientras yo fuera pobre? ¿De qué me serviría si tuviera un hermano que fuera un hombre sabio mientras yo fuera un necio? 512 ECKHART: SERMONES: SERMÓN IV 3
Ahora bien, un maestro dice que no existe ningún hombre tan bobo que no aspire a (la) sabiduría. Pero entonces ¿por qué no llegamos a ser sabios? Para eso se necesita mucho. Lo más importante es que el hombre deba atravesar todas las cosas e ir más allá de ellas y de su causa, y luego, esto comienza a molestar al hombre. En consecuencia, el hombre persevera en su insignificancia. Si soy un hombre rico, no soy sabio gracias a ello; pero si está configurada dentro de mí la esencia de la sabiduría y la naturaleza de ésta y si soy la sabiduría misma, entonces soy un hombre sabio. 606 ECKHART: SERMONES: SERMÓN X 3
En el alma hay una potencia que es más extensa que todo este mundo. Tiene que ser muy extensa ya que Dios mora allí adentro. Alguna gente no «invita al espíritu de la sabiduría»; «invita» a (la) salud y a (las) riquezas y a (la) voluptuosidad, pero en éstas no entra «el espíritu de la sabiduría». La cosa que solicitan, la prefieren a Dios – como cuando alguien da un penique por un pan, él prefiere el pan al penique -, convierten a Dios en servidor de ellos. «¡Hazme esto y sáname», diría acaso un hombre rico, «pide lo que quieras, yo te lo daré!». Y si alguien luego solicitara un cuarto sería una necedad; y si le solicitara cien marcos, el (otro) se los daría gustosamente. Por eso es una enorme necedad cada vez que alguien le pide a Dios otra cosa que (no sea) Él mismo. Para Él (semejante pedido) es indigno porque no existe nada que dé tan gustosamente como a sí mismo. Dice un maestro: Todas las cosas tienen un porqué, pero Dios no tiene ningún porqué; y el hombre que le solicita a Dios otra cosa que (no sea) Él mismo, le crea a Dios un porqué. 1434 ECKHART: SERMONES: SERMÓN LIX 3