Si te amas a ti mismo, amas a todos los hombres como a ti mismo. Mientras le tienes menos amor a un solo hombre que a ti mismo, nunca has llegado a amarte de veras, con tal de que no ames a todos los hombres como a ti mismo, a todos los hombres en un solo hombre: y este hombre es Dios y hombre. De modo que va por buen camino el hombre que se ama a sí mismo y ama a todos los hombres como a sí mismo; y éste sí va por buen camino. Algunas personas dicen empero: Prefiero a mi amigo que me hace el bien, a otro hombre. Eso está mal, es una imperfección. Sin embargo, hay que dejarlo pasar, así como alguna gente cruza el mar a medio viento y llega también (a destino). Así sucede con las personas que prefieren un hombre a otro; es natural. Si yo lo amara en verdad como a mí mismo, cualquier cosa que le pasara, ya sea alegría, ya sea pena, ya sea muerte, ya sea vida, todo esto me gustaría tanto si me acaeciera a mí como a él, y ésta sería verdadera amistad. 642 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XII 3
Era «un hombre», ese hombre no tenía nombre porque ese hombre es Dios. Ahora bien, dice un maestro, con referencia a la causa primigenia, que ésta se halla por encima de las palabras. La deficiencia reside en la lengua. Ello se debe a la excesiva pureza de su ser (=de Dios). Uno no puede hablar de las cosas sino de tres maneras: primero, por medio de aquello que se encuentra por encima de las cosas, segundo, por medio de las semejanzas de las cosas (y) tercero, mediante el efecto de las cosas. Traeré a colación un símil. Cuando la fuerza del sol hace subir desde la raíz hasta las ramas la savia más noble produciendo así la flor, la fuerza del sol permanece, sin embargo, por encima. Exactamente del mismo modo, digo yo, obra la luz divina en el alma. Aquello con lo cual el alma enuncia a Dios, sin embargo, no encierra en sí nada de la verdad propia de su ser: sobre Dios nadie sabe decir en sentido propio lo que es. A veces se dice: Una cosa se asemeja a otra. Como, pues, todas las criaturas encierran en sí poco menos que nada de Dios, tampoco saben revelar nada de Él. El arte de un pintor que ha creado un cuadro perfecto, se conoce por este último. Sin embargo, no es posible conocerlo por él íntegramente. Todas las criaturas (juntas) no son capaces de expresar a Dios, porque no son susceptibles de lo que Él es. Este Dios y hombre (pues) ha preparado la cena, este hombre inefable para el cual no existe palabra alguna. Dice San Agustín: Cuanto se enuncia de Dios no es verdad, y lo que no se enuncia de Él, esto es verdad. Cualquier cosa de la que se dice que es Dios, no lo es; lo que no se enuncia de Él, lo es más verdaderamente que aquello de lo cual se dice que lo es. ¿Quién ha preparado este banquete? «Un hombre»: el hombre que es Dios. Ahora bien, dice el rey David: «Oh Señor, cuán grande y múltiple es tu banquete y el sabor de la dulzura preparada para quienes te aman, (mas) no para aquellos que te temen» (Salmo 30, 20). San Agustín reflexionaba sobre esta comida, entonces se estremeció y no le gustaba. En eso, escuchó una voz de arriba, cerca de él, (que dijo): «Yo soy una comida para gente mayor, crece y vuélvete grande y cómeme. Pero no creas que yo sea transformado en ti: tú serás transformado en mí». Cuando Dios obra en el alma, luego es transformado en el ardor del fuego y echado afuera aquello que hay de desigual en el alma. ¡Por la verdad acendrada! el alma entra más en Dios de lo que (entra) cualquier comida en nosotros, más aún: el alma es transformada en Dios. Y en el alma hay una potencia que va segregando lo más burdo y es unida con Dios: ésta es la chispita del alma. Más que la comida con mi cuerpo, mi alma se une con Dios. 792 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XIX 3
Dice, pues, San Lucas: «Un hombre preparó una gran cena». Ese hombre no tenía nombre, ese hombre no tenía rival, ese hombre es Dios. Dios no tiene nombre. Dice un maestro pagano que no hay lengua capaz de pronunciar una palabra acertada sobre Dios a causa de la eminencia y limpidez de su ser. Cuando hablamos del árbol, hacemos enunciados sobre él por medio de las cosas que se hallan por encima del árbol, como el sol que opera en el árbol. Por eso no se puede hablar de Dios en sentido propio, pues por encima de Dios no hay nada y Dios no tiene causa. En segundo lugar, hacemos enunciados sobre las cosas por medio de la igualdad. De ahí que tampoco se pueda hablar de Dios en sentido propio, porque no existe nada igual a Él. En tercer lugar, se hacen enunciados sobre las cosas por medio de sus efectos: cuando se quiere hablar del arte de un maestro, se habla del cuadro creado por él; el cuadro revela el arte del maestro. Todas las criaturas valen demasiado poco como para revelar a Él; son todas (juntas) una nada en comparación con Dios. Por eso, ninguna criatura sabe expresar una sola palabra relativa a Dios en sus creaciones. Por ende dice Dionisio: Todos cuantos pretenden hablar de Dios no tienen razón, porque no dicen nada sobre Él. (Mas) quienes no quieren hablar de Él, tienen razón, porque no hay palabra capaz de expresar a Dios; pero eso sí, Él mismo habla sobre sí en sí mismo. Por eso dice David: «Veremos esta luz en tu luz» (Salmo 35, 10). Lucas dice: «Un hombre». Él es «uno solo» y es un «hombre» y no se iguala a nadie y flota por encima de todo. 806 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XIX 3
Resulta ahora que Nuestro Señor dice una palabra de mucho peso: «De cierto os digo: Ninguno de ellos probará jamás mi banquete». Luego dijo el Señor: «Salid a las calles angostas y anchas». El alma, cuanto más se ha recogido, tanto más angosta es, y cuanto más angosta, tanto más ancha. «Ahora idos a los cercados y a los caminos anchos». Una parte de las potencias del alma está atada a la vista y a los otros sentidos. Las otras potencias son libres, no están atadas e impedidas por el cuerpo. A ésas, invitadlas todas e invitad a los pobres y a los ciegos y a los tullidos y a los enfermos. Estos, y nadie más, entrarán para (participar de) este banquete (Cfr. Lucas 14, 21 y 23 s). Por eso dice San Lucas: «Un hombre había preparado una gran cena» (Lucas 14, 16). Ese hombre es Dios y no tiene nombre. ¡Que Dios nos ayude para que lleguemos a este banquete! Amén. 812 ECKHART: SERMONES: SERMÓN XIX 3